De corazones y diamantes

Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Es obra de J.K. Rowling.

Summary: ¿De cuántas maneras puede Draco usar una baraja para torturar a Hermione? / —Vamos a jugar y voy a demostrarte que no hay nadie que lo haga mejor que yo, Granger. Ya sabes: el primero que se corra pierde. / [Continuación de 'De rodillas']

Advertencia: escena de sexo explícito, sin mucho argumento. [Rating: MA+]

I. Tréboles

Nuestra habitación está vacía y yo contengo un suspiro de alivio: Draco lleva todo el día de un homor de perros. No le gusta perder, y menos contra Ron, pero mi paciencia tiene un límite muy fácil de traspasar cuando se trata de aguantar sus quejas infantiles.

Las cortinas abiertas, la cama hecha, los libros formando una pila perfecta sobre mi mesilla de noche. Todo está exactamente igual que esta mañana, que antes de marcharme. Todo, excepto el pequeño bulto colocado en el centro de la cama.

—Pero ¿qué…? —Estoy a punto de rozar la baraja de cartas con las yemas de los dedos cuando sus brazos me rodean la cintura y me atrapan. Igual de silencioso que siempre.

Presiona mis caderas para que me recueste contra su cuerpo, pero yo me mantengo firme.

—¿Ya has decidido dejar de comportarte como un niño? —le pregunto, en cambio, y alzo el mentón. Pretendo desafiarle, pero enseguida me doy cuenta de que esta no ha sido mi idea más brillante. Draco no solo no me responde, sino que su lengua se desliza por el lateral expuesto de mi cuello—. Ah, no. —Me aparto de él y choco con la cama. Aunque estoy a punto de caer, consigo darme la vuelta para mirarlo. Sonríe, pero su sonrisa no es completa. Es una media sonrisa traviesa y un poco burlona. Oh, Morgana—. ¿Se puede saber qué estás tramando?

Él alza las cejas.

—Nada, Granger.

Y, Merlín, es en ese momento cuando sé con absolutamente certeza que sí está tramando algo. Porque ya nunca me llama Granger. Nunca, excepto cuando…

—No piensas disculparte, ¿verdad? —le pregunto para ganar tiempo. Un último intento de hacerme la fuerte.

Draco sacude la cabeza.

—No. Lo que vamos es a jugar. —Descalzo, se sienta en la cama. Coge las cartas y con movimientos expertos y esos dedos largos empieza a barajarlas—. Y voy a demostrarte que nadie juega mejor que yo.

—Espera —resoplo. Me gustaría seguir enfadada con él, pero no puedo—. ¿Esto es por lo de ayer? ¿Es que estás celoso? —me burlo. Normalmente es tan seguro de sí mismo que resulta exasperante. Instantes como este son pequeños tesoros en nuestra relación.

Sus ojos se entrecierran.

—Ja —responde, irónico, brusco.

El color de sus iris es el del acero. En momentos así, todo en él es acero. Y, como sé que no voy a hacerle cambiar de opinión, que no voy a conseguir que hable conmigo, acabo quitándome los zapatos y subiéndome a la cama yo también.

—¿A qué vamos a jugar?

Draco ha empezado a dividir las cartas en dos montones, pero se detiene al escuchar mi pregunta. Se saca un trozo de pergamino del bolsillo de la camisa y me lo tiende.

—Aquí tienes las instrucciones. —Sigue repartiendo sin dedicarme un solo segundo más de atención y mi ceño se frunce.

Estoy a punto de recordarle que, después de cómo se ha estado comportando, debería tratarme con un poco más de amabilidad cuando mi mirada baja hacia el papel y se detiene en una frase cualquiera.

7. Lame a tu pareja donde quieras, reza la elegante caligrafía de Draco y, como un resorte, yo levanto la cabeza hacia él. Está terminando de repartir las cartas y lo hace tan despacio y con movimientos tan cuidados que sé que me está ignorando deliberadamente.

Una ola de calor me recorre cuando sigo leyendo.

1. Mastúrbate para tu pareja.

Q. Castiga a tu pareja.

J. Usa un objeto del cuarto sobre el cuerpo de tu pareja.

Oh, Merlín. que tramaba algo.

—Draco. —Levanto la mirada del pergamino—. ¿De qué va esto?

Pero, por toda respuesta, él me tiende una de las mitades de la baraja. Sus dedos me acarician el dorso de la mano antes de retirarse.

—Prepárate, Granger —susurra—. El primero que se corra pierde.


Hermione coge las cartas sin necesidad de que yo le insista y sé que siente curiosidad.

En un acuerdo mudo e implícito, ambos colocamos nuestros respectivos montones a un lado. Entre nosotros queda un espacio pequeño y libre de obstáculos, perfecto para ser invadido, para explorarnos el uno al otro, para torturarnos. Para hacer que se rinda ante mí.

Voy a demostrarle que Draco Malfoy es el rey de la baraja. Voy a hacer que se arrepienta de haber dicho que nunca debería volver a desafiar al idiota de Weasley en una partida. Cómo si él conociera todos los secretos de las cartas, cómo si tuviera la imaginación suficiente como para usarlas para el placer.

Estoy seguro de que cuando él y Hermione estuvieron juntos, el muy inútil fue incapaz de hacerla gritar ni una sola vez como lo hago yo.

—¿Draco? —Hermione me mira con expresión divertida y yo le hago una mueca. A veces da la impresión de que puede leerme la maldita mente.

—Tú primero —gruño después y ella, aunque frunce los labios, obedece. Sus dedos se detienen unos par de segundos sobre la baraja. Me mira a los ojos y sé que, no solo ha aceptado mi reto, sino que está dispuesta a jugar hasta el final. Hermione tiene carácter. Esa es una de las cosas que me enloquecen de ella.

Levanta la primera carta. Tres de tréboles.

Sonrío.

—Quítate la blusa —le ordeno y ella me mira con expresión seria antes de coger el papel en que le he escrito las instrucciones para examinarlo—. No soy un tramposo, Hermione. Si sacas un tres, te quitas una prenda.

Hermione se toma su tiempo, pero al final deja el pergamino a un lado.

—Tienes razón —reconoce—. Pero nadie dice que tú puedas elegir qué es lo que tengo que quitarme. —Y se acerca a mí y se pone de rodillas en la cama, a solo unos centímetros de distancia. Su cadera queda prácticamente a la altura de mis labios, tan cerca que ni siquiera tendría que inclinarme demasiado para alcanzarla. Cuando ella se desabrocha el botón del vaquero tengo que contener el impulso de acercar la boca a sus dedos y besarlos mientras ella trabaja.

Debe darse cuenta de que no pierdo detalle de lo que hace, porque se toma su tiempo. Desliza el pantalón despacio hasta dejar al descubierto su ropa interior y entonces se detiene. Coloca la mano entre sus piernas y yo noto que se me empieza a poner dura.

Tiene puestas las malditas bragas negras que llevaba la primera vez que follamos.

—¿Te gustan? —me pregunta y, aunque no la estoy mirando, sé que sonríe.

Joder, cómo me puede preguntar eso. Con los recuerdos que despiertan y sus encajes y pequeñas transparencias, esas bragas son la artillería pesada. Solo se las pone cuando quiere vengarse de mí.

Con la otra mano se acaricia los muslos. Describe un círculo lento con la cadera y durante unos larguísimos y angustiosos segundos está a punto de rozarme. De ponerme el coño en la boca.

—Sé que estás pensando lo mismo que yo —me dice entre susurros y su cadera describe otro círculo—. ¿No quieres probarme, Draco?

Merlín, cómo no voy a querer. Cuando veo esas bragas no puedo dejar de pensar en cómo la hice disfrutar aquella vez contra la pared. Y en cómo la he hecho disfrutar todas las veces desde entonces.

Joder, si ella quisiera podría hacerla gritar ahora mismo. Sin las cartas. Sin nada, excepto mis dedos y mi lengua.

—Quítate los pantalones —le respondo, en cambio, y Hermione ríe al escuchar mi susurro involuntario—. Ya.

No se lo tengo que repetir dos veces. Los vaqueros pronto están en el suelo y ella vuelve a estar sentada frente a mí. Con las piernas abiertas.

—Tu turno, Draco.


Draco saca el 6 de diamantes, lo que significa que puede besarme donde él quiera.

Se inclina hacia delante y se aprovecha de mis piernas extendidas. Sus labios se detienen sobre mi tobillo izquierdo y sé entonces que se dispone a emprender un agónico camino por el interior de mis piernas. Contengo el aliento mientras Draco se entretiene y cuando llega a la altura de la rodilla mi cuerpo se arquea y yo me echo hacia atrás, me apoyo sobre las palmas de las manos y suspiro. En respuesta, las caricias de Draco se vuelven más insistentes y su boca se abre.

—Sin lengua —le advierto y Draco gruñe contra mi piel, pero me hace caso.

Como si quisiera castigarme por haberle echado el freno al momento, sigue subiendo y su cabeza queda entre mis muslos. Besa con fuerza la zona de piel que queda al descubierto justo al lado de las bragas, chupa y succiona, y estoy segura de que me va a dejar marcas. Su barba incipiente —apenas visible en su rostro por su color rubio— me roza la piel y yo me deshago en gemidos. No me importaría que siguiera subiendo y que me arrancara lo que me queda de ropa.

Pero, como quiero demostrarle que no puede ganarme, me revuelvo e intento cerrar las piernas, indicarle que ya es suficiente. Él gruñe otra vez, bestial y peligroso, y su mano vuela hacia mi rodilla derecha y la empuja hacia fuera.

—Me toca a mí —protesto, pero Draco presiona con más fuerza mi pierna y mis muslos vuelven a quedar abiertos para él.

—Yo decido cuándo te toca. —Y se hunde entre mis piernas y besa mi ropa interior con ardor. Sus labios no tardan en encontrar mi clítoris y doy gracias a los cielos por la prenda que separa su boca de mi piel.

Me besa con insistencia, con pasión. Se me escapa un gemido, alto y ansioso, y me maldigo por ser incapaz de evitar que mis caderas se alcen hacia él. Draco me recibe con la boca abierta.

Me muerde y yo respondo con otro gemido cuando él atrapa mi clítoris a través de la tela. Su mano sube hasta mi culo y presiona para obligarme a apretarme más contra él. Si es que eso es posible.

Me permito disfrutar durante un instante antes de reprocharle lo que está haciendo. Nunca antes las trampas habían resultado tan deliciosas.

—No puedes hacer eso. —Mi voz tiembla y él vuelve a morder y succionar y yo tiemblo al notar la humedad en mi entrepierna, la de su saliva y la mía propia—. El número 6 son solo besos —protesto.

Entre mis piernas, Draco me mira.

—Así es como yo beso —dice, con la nariz enterrada en mi cuerpo—, y lo sabes.

Quiero rebatirlo, pero tiene razón. Draco besa con labios, lengua y dientes. Besa con violencia, hambre y desesperación.

—Además —murmura y su aliento cálido me roza la parte interna del muslo—, es culpa tuya. No haberte puesto estas bragas.

Yo me río, creyendo que su turno ha terminado, pero mi risa se corta cuando Draco vuelve a empujarme hacia su rostro y sus labios me exploran y me presionan. La humedad de su boca hace que acabe deshaciéndome en gemidos de placer y solo entonces Draco se incorpora con una sonrisa de suficiencia. Vuelve a ocupar su sitio frente a mí mientras se relame.

—Tu turno —dice tranquilo, confiado y le odio un poco por ello. Por lo entero que se muestra cuando ahora mismo yo me muero por sus besos.

El siete de corazones que saco me permite lamer cualquier parte de su cuerpo, pero como Draco sigue teniendo toda la ropa puesta debo contentarme con la zona descubierta de su cuello. Consigo arrancarle un ronroneo al dibujar los contornos de su oreja con la lengua, pero Draco todavía me lleva mucha ventaja. Cuando me siento sobre él, noto su pene duro entre las piernas y siento el impulso de gemir con él.

—¿Quién es ahora la tramposa, Granger? —me pregunta con voz ronca cuando me rozo contra él y yo no tengo más remedio que apartarme.

Su cuatro de diamantes y mi cinco de picas me cuestan dos prendas de ropa.

Me quito la camisa despacio y cuando me desabrocho el sujetador aprovecho para acariciar mis pezones y gemir. Hubiera preferido que fuera él quien me estuviera tocando, pero sé que le excita lo que está viendo. Así que vuelvo a gemir. Más alto, como a él le gusta.

—Te toca —le digo sin dejar de tocarme.

Sin apartar la vista de mis pechos, Draco saca un rey.

—Mierda —murmura y tira la carta a un lado—. Te toca otra vez. —Un turno perdido, pues según las instrucciones solo el último rey importa.

Los dos siguientes turnos le cuestan dos prendas a Draco. De pronto, estamos empatados. Mis bragas negras contra sus bóxers ajustados.

Draco se pone en pie para desvestirse. Primero cae la camisa. Después, los pantalones. Yo observo en silencio su piel pálida, su cuerpo fibroso y delgado.

—¿Te gusta lo que ves? —me pregunta con una sonrisa maliciosa y cuando vuelve a sentarse en la cama deja reposar la mano despreocupadamente entre sus piernas.

—Casi tanto como esto —señalo con un gesto vago mi cuerpo— te gusta a ti.

La sonrisa de Draco se ensancha. Hay en ella algo animal e intenso, pero también sincero. Draco se está entregando a esto, a mí. No importa que cuando empezamos pretendiera darme una lección, lo está disfrutando. Y yo también.

Con cada carta que sacamos rompemos las normas un poco más. Nos acercamos, nos rozamos, nos besamos y tocamos cuando no debemos hacerlo. Draco me aprieta los pechos y retuerce mis pezones y yo grito de placer sentada sobre él.

Sus calzoncillos caen tres rondas después y cuando él me penetra con dos dedos —a pesar de que yo sigo teniendo las bragas puestas— estoy a punto de suplicarle que me las arranque y me lo haga ahí mismo. Su pulgar juega con mi clítoris y, aunque sé que no debería, me llevo la mano entre las piernas para abrir mi carne y permitirle un mejor acceso.

—Oh, sí —dice Draco y su pulgar frota con más fuerza—. Sabes que me encanta que abras tu coño para mí…

Dulce Morgana, claro que lo sé.

Draco saca los dedos de mi interior y me acaricia el clítoris, cubriéndolo con la humedad de mi vagina. Me muevo contra su mano sin control, jadeando, rogando, pidiéndole más y él me hace caso y vuelve a deslizar los dos dedos en mis entrañas.

—¿No te gustaría correrte así? —me provoca—. Sé que esto te vuelve loca.

Clavo las uñas en la parte alta de sus brazos. Me aferro a él y a la realidad para no dejarme llevar por la nube de placer que me embota los sentidos.

—Ni lo sueñes —replico y sus dedos se retuercen y tiemblan dentro de mí en un frenesí total. Cuando decido que ha llegado mi turno, Draco no los retira y yo tampoco le pido que lo haga. Mientras yo lo beso, él sigue tocándome.

Draco sabe cómo hacerme disfrutar. Sabe cómo hacerme perder el sentido. Y por eso, cuando él aparta la mano y me deja vacía, protesto y le pido que no pare.

—Necesito que te tumbes —me susurra con la voz ronca y las pupilas dilatadas—. Me toca otra vez.

Draco le da la vuelta a la carta que acaba de sacar para enseñármela y veo la J de diamantes. Es la primera de la partida, pero sé bien que significa. Sonrío.

—¿Qué es lo que vas a hacerme, Draco?


Mientras se tumba en la cama, Hermione me sonríe traviesa. Se estira en la cama y arquea la espalda. Sus pezones duros apuntan al techo y mi polla da una sacudida, desesperada por colarse en su interior.

Tengo que hacer buen uso de mi fuerza de voluntad para darle la espalda y alejarme de la cama.

—¿A dónde vas, Draco? —protesta y, en sus labios, mi nombre acaba transformándose en un gemido.

Estoy tan excitado que, cuando cojo la vela, esta se enciende sin que tenga necesidad de usar la varita. Hacía mucho tiempo que no perdía el control de mi magia de esta manera y eso solo puede significar una cosa: probablemente voy perdiendo.

Hermione me las va a pagar.

Vuelvo a su lado y ella alza las manos para recibirme.

—Sin tocar —le reprocho, aunque ambos nos hemos saltado ya las reglas en más de una ocasión. Obedece a regañadientes y después mira la vela y suspira.

—¿Qué vas a hacerme? —repite con una sonrisa y yo no la hago de rogar. Coloco cada una de mis piernas a los lados de su cadera e inclino la vela sobre su cuerpo. La cera gotea sobre sus pechos y el cuerpo de Hermione se retuerce como una serpiente debajo de mí. Ella grita, cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás.

Yo aparto la vela con rapidez. En todo este tiempo hemos probado muchas cosas, pero nunca esta. Temo haberle hecho daño.

—¿Te he quemado? —le pregunto y la mano que tengo libre vuela por su piel buscando marcas. Araño la cera ya endurecida y araño su piel sin querer. Hermione jadea—. ¿Te duele?

—Me gusta —me responde—. No quiero que pares.

Más tranquilo, me inclino sobre ella y acerco mis labios a los suyos.

—¿Seguro?

—Seguro… Sigue —me pide—. ¡Sigue! —me implora y yo obedezco gustoso. Sin apartarme de su boca hago gotear la cera por su vientre y sus caderas. Cuando las gotas caen sobre sus muslos sus manos se aferran a mis hombros. Hunde las uñas en mi piel y me acerca a ella. Cuando intenta besarme, la vela está a punto de resbalárseme.

—Bésame —ordena, pero yo niego con la cabeza. Dejo que las últimas gotas caigan en su estómago y después me separo de ella. Apago la vela y la dejo a un lado mientras admiro su cuerpo. Su pecho sube y baja con brusquedad y de sus labios entreabiertos escapan suaves gemidos mientras ella recorre el camino que las gotas de cera han trazado en su cuerpo con las yemas de los dedos.

Me siento tentado de reemplazar sus dedos por mi lengua, pero Hermione ya se está incorporando para alcanzar su carta. La mira durante unos segundos sin enseñármela y solo la vuelve hacia mí una vez que por sus labios se ha extendido una sonrisa maliciosa.

La reina de corazones.

Castigo.

—Prepárate, Malfoy —me dice mientras coge su varita y lo último que veo es cómo avanza por la cama a cuatro patas hacia mí. Desnuda, sensual, gloriosa.

De pronto, una tela negra tapa mis ojos y las manos de Hermione en mi pecho me obligan a echarme hacia atrás, a recostar mi espalda contra el cabecero de la cama. Intento agarrarla de las caderas, pero mis manos se ven arrastradas hacia atrás con violencia y una cuerda se enrolla alrededor de mis muñecas. Aprieta y rasca, pero eso solo consigue que me ponga aún más cachondo.

—¿Vas a castigarme, Granger? —le pregunto, y en esta ocasión soy yo quien gime. Sin poder ver, sin poder tocar, sin saber qué diablos piensa hacerme… No puedo imaginar tortura más placentera.

Ella no responde, pero siento su cuerpo alejarse del mío y todos mis músculos se tensan en anticipación.

Su aliento me golpea la cadera izquierda, ardiente, y yo echo la cabeza hacia atrás y mi pelvis se alza, buscándola. Una vez más noto su respiración y la polla me late cuando su aliento choca contra su punta. Joder, estoy muy mojado. Demasiado.

Estoy ardiendo. Ella me hace arder. Estoy…

Frío.

—¡Joder! —Intento apartarme, pero el cabecero de la cama está a mi espalda.

—¿No te gusta? —me pregunta Hermione con un ronroneo y su mano se desliza por mi pecho congelando y empapando todo aquello que toca.

Hielo. Seductor y peligroso hielo.

Cuando comprendo, me relajo.

—Claro que me gusta. Me encanta —le digo y me entrego a sus caricias y a sus roces. La piel se me eriza y ella la recorre con sus dedos para darme calor—. Me encanta todo lo que haces —confieso en voz baja y sé que ella lo sabe. Sabe que me tiene a sus pies.

—Bien. Porque si tú puedes jugar con fuego, yo puedo jugar con hielo —replica. Se está vengando por no haberla besado.

El hielo se detiene sobre mi pezón izquierdo un segundo de más. Después, la boca de Hermione lo reemplaza y su lengua abrasa hasta el último centímetro de pie.

Oh, Merlín.

—Súbete a mí. —Pretendo que sea una orden, pero me da la impresión de que suena como un ruego. Y es que necesito sentir su cuerpo. Necesito que ella caliente lo que el hielo enfría.

Pero Hermione ríe.

—En realidad, tengo una idea mejor.

No tengo tiempo de preguntar a qué se refiere, porque el hielo desciende y se pasea entre mis muslos y unos dedos fríos me acarician el pene. El hielo se acerca más, se desliza rápido sobre mis pelotas, reemplaza a los dedos de Hermione y sube por mi polla y el aire escapa entre mis dientes en un siseo.

—¿Demasiado frío?

Sí. No.

Dios, no.

Ella no espera mi respuesta. El hielo desaparece y su aliento vuelve a rozarme. Juega con mi piel y me hace hervir y…

Joder.

Por Hécate, Circe y todos los sabios de la Antigüedad.

La lengua de Hermione traza círculos alrededor de mi glande. Después, sus labios se cierran a mi alrededor y ella chupa despacio. Su lengua se detiene en la mismísima punta de mi polla y sé que está saboreando mi pre-semen.

—Oh, mierda… —susurro, echando la cabeza hacia atrás—. Mierda.

Lame con lentitud, con paciencia y yo me derrito entre sus labios.

—Dime… —susurro, intentando concentrarme en algo que no sean sus besos—. Dime, ¿te gusta…?

Me muerde y me corta la voz. Me muerde con suavidad y delicadeza, con dientes y una lengua juguetona, desde la base de mi polla a la punta.

Los músculos del vientre se me tensan: estoy más que listo para metérsela. Es un suerte que me haya atado, porque de no ser así no sé hasta que punto habría conseguido contenerme. Tengo ganas de abalanzarme sobre ella, de colocarla bajo mi cuerpo, de someterla.

Ella succiona y hace que las piernas me tiemblen.

—Ah… —suspiro—. ¿Te gusta chupármela, Hermione? —le pregunto con voz ronca.

—Mmm… —Es todo lo que me llega en respuesta y yo me la imagino agachada entre mis piernas, con los carrillos llenos, los labios hinchados y mojados, sucios. Mirándome.

La boca de Hermione desciende y su saliva acaba con el frío del hielo. Sus labios chupan y provocan. Su lengua acaricia y enloquece. Mis caderas se alzan hacia su labios y, en cuanto siente mi movimiento, ella se aparta.

—Hermione —la llamo, agónico—. Vuelve —le imploro.

Y ella no se hace de rogar. Cuando se hunde entre mis piernas por segunda vez, sé con absoluta certeza que he perdido esta partida.

Sus labios me devoran. Violentos, húmedos, ansiosos. Ardientes.

Pero el hielo, oh, el hielo.

Dentro de la boca de Hermione, el hielo se derrite y el agua fría resbala por mi polla cada vez que ella sube.

Frío y calor.

Malfoy y Granger.

La combinación perfecta.

—Necesito verte. —Ya no ordeno. Solo ruego—. Necesito tocarte.

Y por una vez ella decide no desafiarme.

Las ataduras desaparecen, la venda se esfuma y por fin puedo verla, entre mis piernas y mirándome con malicia. Tal y como la imaginaba. Hundo mis dedos en su pelo y la guío con fuerza cuando ella coloca las manos en mis caderas para apoyarse. Me acoge en la humedad de su boca, oscura y excitante, y mi polla late y se sacude. Hermione sube y baja y vuelve a subir y el ritmo que crea va a volverme loco de un momento a otro.

Su lengua es como terciopelo y sus labios, seda. Sus gemidos —bajos, incesantes y entrecortados— me excitan aún más.

Una de sus manos resbala hasta mis testículos. Un segundo hielo toca mi piel y yo me sacudo y, al hacerlo, la penetro con brusquedad. Mi pene llega al final de su garganta y ella lo acoge sin queja.

—Joder, Hermione… —el gruñido nace en mi pecho y es imposible de controlar. Mi pelvis se agita y se eleva de la cama y yo vuelvo a entrar en su boca con fuerza—. Eres increíble—. Ella gime y yo le aparto el pelo de la cara. Ella chupa y yo me esfuerzo por no perder el sentido. Ella lame y yo tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no correrme dentro de su boca—. Joder, me encanta cómo me la comes.

Me gusta tanto que sé que, como no pare ahora mismo, ya no habrá vuelta atrás. Estoy a punto.

Así que estiro la mano para alcanzar mi siguiente carta.

Es el rey de tréboles. El último rey.


Draco presiona para entrar dentro de mi boca y yo recibo tanto como puedo. Gimo una y otra vez al notar cómo me llena.

En mi cabeza su mano es firme pero gentil. Sé que se está controlando para no empujarme hacia abajo y quiero demostrarle que no tiene que preocuparse por eso. Estoy a punto de coger un tercer hielo del cuenco que tengo al lado cuando su puño se cierra y tira de mi pelo. Me obliga a apartarme de él y su pene se desliza entre mis labios en toda su gloriosa longitud.

Draco no me da tiempo a protestar. Me coge entre sus brazos y me maneja a su antojo. Es más fuerte que yo. Carga con el peso de mi cuerpo y me obliga a acercarme a su pecho y a poner una rodilla a cada lado de su cadera.

—¿Qué haces? —le pregunto con voz rota cuando él roza la entrada de mi vagina con su pene. Jadeo. Con una mano lo mueve arriba y abajo para acariciar mi clítoris, mis labios. Con la otra, me enseña la carta que acaba de sacar.

Es el último rey. El que pone fin a la partida.

—Follarte —me responde Draco y me besa con furia. Yo le correspondo con el mismo ansia. Me olvido de todo menos de él y de ese beso y ahogo mis gritos contra su piel.

Por eso no me doy cuenta de cuándo coge el hielo. Solo sé que, de repente, dos de sus dedos vuelven a colarse en mi vagina y empujan algo helado y húmedo en mi interior.

Y sin darme tiempo a decir nada, Draco me obliga a sentarme sobre él y —sin desvestirme, apartando mis bragas a un lado con la mano— me penetra sin más.


Hermione grita con fuerza. No se lo esperaba. No he tenido tiempo de acabar de desnudarla. Tenía que fundirme con ella. Necesitaba hundirme en su coño húmedo. No podía aguantar.

—Voy a correrme —gruño, la advierto aun antes de acabar de penetrarla por completo. Las paredes de su vagina me envuelven y me aprietan y yo estoy listo para dárselo todo.

Ella intenta moverse contra mí, pero yo la sostengo por la cintura y la elevo. Beso sus pechos, muerdo sus pezones y cuando Hermione se arquea contra mí la penetro una y otra vez con furia, casi con violencia.

El ruido que producen nuestros cuerpos al chocar me hace gemir, me invita a moverme más deprisa. Con cada una de mis embestidas el hielo sube y baja, derritiéndose deprisa dentro de su coño, siempre pegado a la cumbre de mi pene. El contraste de temperatura en su interior me hace gritar y Hermione grita conmigo.

Tengo que concentrarme para no correrme ya mismo y poder seguir follándola durante unos segundos más.

—¿Quieres que me corra dentro? —le pregunto, sucio, ronco, delirante, sabiendo cuál va a ser su respuesta—. ¿Sí? ¿Quieres que te demuestre lo cachondo que me pones —deslizo la lengua a lo largo de su cuello— y me corra dentro de ti?

—Sí —Hermione jadea, grita y gime—. ¡Sí, Draco! —exclama mientras me cabalga, mientras me folla, mientras deja que me la folle— Córrete dentro, ¡dentro, ah!

Sus deseos son órdenes para mí.

Con ambos brazos la sostengo para impedir que se mueva, que vuelva a caer sobre mí. Solo dejo que la parte superior de mi polla se hunda en ella.

Quiero que cuando yo me corra, ella lo sienta.


Cuando Draco llega al orgasmo y eyacula dentro de mí, el hielo se derrite.

Cuando su semen caliente golpea las paredes de mi vagina, mi cuerpo tiembla y tengo que permitir que sean sus manos las que me sostengan.

Cuando me abraza e intenta recostarme contra su cuerpo, yo me dejo llevar con el corazón acelerado, los muslos empapados y su pene aún duro entre las piernas.

Y solo cuando sus manos se entierran en mi pelo —exigentes, fuertes— y me obligan a alzar la cabeza para que él pueda buscar mis labios, me permito sonreír y recrearme en la sensación de su cuerpo rendido bajo el mío:

—Creo que has perdido, Draco.

¿Continuará?

Sé que hay mucho OoC, pero me imagino que esta historia tiene lugar dos o tres años después de 'De rodillas' o, lo que es lo mismo, dos o tres años de relación de pareja y unos cinco años después de la guerra. Espero que en ese tiempo hayan madurado un poco (risas).

No sé, es obvio que este no es uno de esos fics en los que los personajes crecen y se desarrollan. Con todas las preocupaciones que tengo encima, últimamente solo me apetece escribir cosas "fáciles".

En fin, deciros solo que en un principio esta historia iba a tener cuatro capítulos (sí, todos ellos sin argumento; sexo puro con una baraja de cartas… "cosas fáciles", en definitiva), pero este ha quedado bastante largo y me parece que otros tres capítulos con la misma temática podrían resultar cansinos, ¿no? ¿Qué opináis?

PD: Muchas gracias a aquellos que habéis leído 'De rodillas' y la habéis añadido a favs o follows. Gracias especiales a aquellos que os habéis tomado la molestia de dejarme un comentario. De verdad que los necesitaba para volver a meterme en la escritura. [Si todo va bien, el viernes nuevo capítulo de Spectre, para aquellos que me seguís].