Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin pertenecen a Hajime Isayama. Este Fanfiction es escrito sin fines lucrativos.
Advertencias: Yaoi (temática homosexual). Universo alterno. Palabras altisonantes.
Pareja(s): Levi/Eren o Riren (con toques de Eren/Levi), Levi/Mikasa (muy leve)
Notas del capítulo: POV de Levi.
El hermano de la novia
- 1 -
No sabía cómo había llegado a esa situación.
Desde la cama, mi mano repasó el costado frío, la sábana hecha a un lado cuan estorbo. Debían ser las seis de la mañana. ¿A qué maldita hora se había ido?
Sí, sin duda, lo hizo. Su maleta no estaba. No había dejado nada que le perteneciera, ni siquiera su fiel colilla de cigarro que besaba hasta consumirla, nada. Lo único que había dejado era su sabor, el cual busqué por reflejo en mi boca, y el espejo me mostró su segunda herencia: Las marcas de sus dientes en mis labios, coloreados de un intenso rojo, un tanto entumecidos.
—Así que… ésta es tu respuesta, Eren. —Me cruzó por la mente, mientras mis ojos cansados se paseaban por la habitación ensombrecida y abandonada, ahogada en silencio.
Nunca lloré. No lloré cuando murió mi madre, ni de niño cuando el estómago me ardía de hambre, ni las veces que me golpearon en grupo los que se hacían llamar "dueños" de las calles apestosas y mugrientas en las que dormía. Jamás se me había ocurrido llorar, y tampoco lloré por Eren; pero, en su lugar, me quedó una sensación desgarradora. Una agonía que nadie podía ver, ni oír… y nadie podría ayudarme. Jamás aprendí a pedir ayuda. Lo sabías bien, Eren.
Noté que, con cada segundo que pasaba en ese cuarto, aumentaba mi fastidio y mi asco por todo, como si todo fuera una puta molestia… combinada con un sabor a abandono.
Lo había pensado: Cuando le pedí a Eren su decisión, pensé que podría elegir irse, que era una posibilidad. Sin embargo, fue el escenario que menos quise desarrollar; en pocas palabras, no quería prepararme mentalmente para lo que no quería que ocurriera. Ésa fue la lógica que tuve —por estúpida que parezca— y ahora me encuentro sin saber qué hacer… sin saber cómo demonios enfrentar este resultado. Lo único que puedo hacer —incluso sin quererlo— es llenarme la cabeza de él, de su voz, de su nombre, de su cara… en este maldito cuarto en el que, por primera vez en mi vida, le entregué a alguien todo lo que yo era; este lugar que me vio sacarme el alma porque no sabía qué más darle… Donde, por primera vez, marqué un cuerpo pensando que lo amaba, pintándolo de adoración con mis dedos, ahora secos, pálidos, fríos… tras dejar la vida, el color y el calor en cada centímetro de su piel.
Todo. Se llevó todo.
El día que lo encontré, mi vida dio un giro brutal. Era como si las sorpresas que no habían ocurrido en años se hubieran unido para formar una gigantesca que estallara en el momento menos esperado.
Él llegó a mi vida como una tormenta. Derribando y arrasando con todo a su paso, mojando el terreno con vida pero destruyéndolo hasta cierto punto. Eso había sido él. Lo recuerdo demasiado bien.
Ese día empezó distinto: Tenía que viajar. Cada pasajero toma un vuelo con una meta diferente; en mi caso, me dirigía a la ciudad donde me casaría ese mismo fin de semana. Sabía que, a partir de entonces, me esperarían un montón de cosas nuevas, pero hubo una que no esperé: Un pasajero. Y tal vez mi peor error fue no haberle preguntado su meta…
"Su atención, por favor. El aeropuerto ha sido cerrado debido a las condiciones climáticas; todos los vuelos han sido cancelados o reprogramados. Las líneas del tren rápido, metro, autobuses locales y foráneos se encuentran fuera de servicio. Le sugerimos mantener la calma y permanecer en el interior del aeropuerto hasta nuevo aviso".
Había oído que iba a llegar un tifón —el más fuerte del año según los medios locales—; pero en Trost dan cientos de alertas de tifones, todo el mundo pierde la cabeza y al final se desvían y caen como tres gotas. Por eso, y dado que había comprado el boleto poco antes del pronóstico, no modifiqué nada.
Aunque todo el mundo se revienta los sesos por el estrés, no se compara con los nervios del personal de las aerolíneas, parece que nada más de verles el uniforme desean quemarlos vivos. Pero ¿qué la gente no sabía que había un tifón?
En pocas palabras, todos la cagamos: Nos confiamos, luego llegó la puta nube gigante y nos llevó a la mierda. Fin.
Tal vez sueno tranquilo, pero pasar cinco horas muriendo de rabia por lo que no se puede cambiar no tiene caso… realmente no lo tiene. Al menos había encontrado un café-bar convenientemente situado cerca de la sala de espera de mi vuelo, desde donde podía oír todos los avisos.
Quién diría que, en ese pequeño local, empezaría toda esta locura.
Escuché que una mesera saludaba a otro recién llegado, los saludos combinados con el ruido de la televisión. Pasaban un maratón de carreras de motos o algo así, nada que me llamara la atención. Todo el tiempo estuve trabajando en unos diseños, pero la voz de la chica me distraía al recibir a los clientes, parecía hacerlo alegremente con un tono casi musical.
Pero, esta vez, una voz distinta le respondió:
—Emm… La verdad sólo entré porque me pareció más cómodo que la sala de espera. Es muy ruidoso allá, ¿sabe? Luego, estaban estos niños, ya me tenían mareado… Y los papás no los callan, y tampoco te dejan golpearlos con la maleta.
Oí la risa divertida de la chica. Él se inclinó en la barra, aún se veía de espaldas.
—Sólo… quisiera pasar un rato aquí. Si quiere, puede dejarme un menú y lo reviso; pero, si llegan más clientes, todas las mesas están ocupadas y yo sigo sin pedir nada, no tengo problemas para retirarme.
La mesera le respondió que no se preocupara; vi que el chico agradeció. No parecía ser de Trost. Parecía tener unos veintitantos, además de un aire de sinceridad y pureza impropias de alguien de su edad. Lucía como esas personas que son transparentes, fieles a sus creencias y que las comunican con honestidad, como esas personas que no pueden fingir.
Pensé que podría ser un conocido interesante… Antes de notar que estaba absorto en la estúpida carrera de la televisión como si le hubiera fundido el cerebro. Creo que estaba en la cúspide del suspenso cuando hubo un corto y se fue la luz. El brillo de sus ojos pareció morir junto a la imagen del televisor.
—¡Argh! ¡Diablos, si estaba en lo mejor!
¿Estaba pataleando?
—Esa estupidez… ¿acaso tiene una parte buena?
Demonios, creí que lo había pensado, pero francamente la reacción me había parecido penosa. Igual, no me importa si me oyó o no, no me asusta este mocoso.
—¿Qué? —Se levantó como impulsado por un resorte— ¡Es bueno de principio a fin! Es que usted no lo entiende.
—Tch. No es como si hubiera mucho que entender.
—No lo sabe, es la potencia del vehículo, el diseño de las pistas y las maniobras, variaciones de aceleración y mantenerse en cierta velocidad-
—¿Crees que por hablar más lo haces sonar interesante? Es una idiotez. Sólo van los idiotas a matarse a chorrocientos kilómetros por hora.
El chico sonrió con suficiencia.
—Y entre más lo crítica, más demuestra que no tiene la menor idea del tema. No es así.
No sé cómo rayos pasó que acabé escuchando su clase de cómo funcionan las carreras de motociclismo —nadie debe saber que oí esto—. Aunque no había prestado atención a su explicación porque el tema me interesara, lo había hecho porque tenía buenos argumentos, planteados con claridad y lógica, dando ejemplos coherentes con la realidad. Tras sus palabras, no era que mi opinión hubiera cambiado —seguía convencido de que ese deporte era una estupidez— pero me había mostrado que, al parecer, incluso algo tan tonto tenía su gramo de ciencia.
Era un sujeto curioso, con un poder de persuasión que podía poner a temblar a muchos, pero su sinceridad podía ser tanto su mejor arma como la peor. Se notaba que no podía abogar por algo en lo que no creía. De nuevo: el tipo que no puede fingir.
Sin embargo, hubo un factor en particular que llamó mi atención: el chico no me temía. Él no dudaba en hacerme saber lo que pensaba aún cuando me diera la contraria; de hecho, me contradecía con soltura, desde una posición apasionada pero bien razonada, con motivos firmes como el acero. Yo podía enfrentarme a él, pero él también a mí, y la sensación era nueva. Tantos años habían pasado en que la gente sólo asentía a mis órdenes sin replicar y aceptaba todo lo que decía, incluso tirando por la ventana su postura por la mía… que encontrar a este chico me parecía casi irreal. Él era como un respiro de todo lo cotidiano.
Se había sentado al lado de mí cuando estaba poseído por el espíritu vengativo de las carreras, pero la conversación giró y los temas empezaron a variar: Desde economía, administración, derecho y política, hasta música, comida, viajes… No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado, sólo noté cuando llegó un chico que lo interrumpió.
—Señor, ya anunciaron el abordaje, nos están poniendo en filas.
—¿Cuál abordaje? —Preguntó él.
—De nuestro vuelo, señor. Me dijo que le avisara si ya nos íbamos.
—Pero eso es en la noche. Aún son las dos.
—… Son las once, señor.
Sus ojos verdes se abrieron como platos e inmediatamente se clavaron en el reloj del celular, duplicando su tamaño.
—Nos vemos allá. Creo que el abordaje terminará en unos veinte minutos.
Sin más, el chico se fue.
Por alguna razón, una culpa casi se palpaba en sus ojos esmeralda, junto a la confusión. Parecía un pez al que acababan de sacar del agua después de meses ahí, sin poder acostumbrarse a la realidad.
—Tengo que irme. —Expresó, suavemente. En eso, la mesera cantarina se nos acercó.
—¿La cuenta?
—¿Hm? Nosotros no pedimos nada —le contestó él.
—Je. —La chica sonrió, extendiendo un pequeño porta-cuentas negro. Al abrirlo, miré cómo los ojos verdes casi se salieron de sus cuencas. La cantidad que vi también me impresionó. Incluso decía que habíamos almorzado.
—No, debe haber algún error.
La chica nos mostró una imagen en su móvil. —¿Éstos son ustedes?
Nos quedamos viendo la imagen, ambos helados. En efecto, la foto me mostraba hablando mientras él se llevaba el tenedor a la boca con los ojos fijos en mí.
—Bueno, el moreno de aquí es él… pero ése no soy yo. Para empezar, ni siquiera soy castaño. —Explicó él.
La chica sonrió con malicia, sin inmutarse por la respuesta. Parecía confiada en que podría sacarle hasta el último centavo en un segundo.
—Siempre que me acercaba, ustedes me pedían algo sólo para que me fuera y que no les preguntara nada por un rato, estaban como enganchados. Pero lo podemos arreglar a tu modo, castaño. ¿Quieres que vaya mesa por mesa preguntándole a cada cliente si éste eres tú o no?
—Me daría tiempo de correr-
—Basta. —Fue todo lo que dije, sacando mi cartera y fijándome en la nota. Él se apresuró a extraer la suya.
—Lo tenía bajo control —me regañó él, como si fuera mi culpa que ahora tuviéramos que pagar.
—Sí, eso se notó —ironicé, extendiendo algunos billetes.
—Nos dividimos la cuenta, ¿te parece? Hay como veinticinco cosas aquí y nos tomará un rato ver quién pidió qué, no me acuerdo de nada.
—De acuerdo. —Respondí, con la misma idea. Pagamos y nos alejamos, con la mirada de la mesera siguiéndonos, como si ella pudiera ver algo que nosotros no.
—¿Vas en este vuelo? —Me preguntó él, sin verme. Había unas ciento cincuenta personas en filas esperando abordar; las mirábamos de lejos, cerca de los baños. Negué a su pregunta. Mi vuelo estaba reprogramado dentro de dos horas— Rayos —murmuró. —Es que ¡tengo tantas cosas que decirte! Y es raro, hablo con muchas personas por mi trabajo pero casi nadie me cae bien.
Sonreí ligeramente. Él había sonado tan despreocupado, incluso cruel.
—Espero que llegues seguro y que tengas éxito en lo que vayas a hacer. —Fue lo único que le dije. Él llevó su vista al suelo.
—Sí, tú también.
Se formó un silencio. No sé qué pasaba por su mente, pero yo sólo podía pensar en pedirle algún medio de contacto. Sin embargo, no quise lucir desesperado, además de que sentía que no debía… Algo me decía que no podía volver a ver a esta persona. No porque tuviera miedo de él, pero me confundía lo que pasaba entre nosotros, esta conexión…
Él tampoco preguntó nada.
Lo siguiente que ocurrió, fue uno de los momentos más extraños que me han pasado en la vida.
Echó un vistazo a las filas, haciendo un cálculo rápido del tiempo que dilataba cada pasajero en cruzar el filtro de abordaje para estimar el tiempo que le quedaba. Ya debían restar unos cien pasajeros. Me vio como un segundo, pero su mirada era clara: "Ven"
No estoy seguro de cómo empezó, si fue por él o por mí… pero fue un acuerdo. Mudo, pero acuerdo.
Segundos después, nos encontrábamos en el pasillo curvo que era la entrada del baño. Parecía un punto ciego.
Lo supe. Él era distinto, tal vez lo que yo esperé encontrar por casi treinta años... Y era posible que nunca lo volviera a ver. Lo conocía desde hacía unas horas, pero algo nos había sucedido. Era química, la más pura que jamás había experimentado. Y podía ver que a él también le ocurría conmigo.
No sé quién se acercó primero a quién, no teníamos mucho tiempo. Sólo supe que cualquier cosa que pasara en ese momento, se volvería un tatuaje mental.
Sentí su respiración en mi rostro y la imagen de sus ojos verdes y brillantes se oscureció, dando paso al contacto con sus labios, suave, gentil, pero intenso. Eléctrico.
No sentí sus manos, no lo toqué; nuestros labios sólo estaban conociéndose. No pensé en hacer nada más… él me respondía lentamente, intercalando pequeños suspiros que guardaba en mi boca. Él había bajado su cabeza por instinto, pues me llevaba como diez centímetros; al notarlo, lo sentí sonreír contra mis labios. Dios, casi podía oírlo burlarse. Creo que lo mordí y soltó una risita, separándose unos centímetros. Cuando vi su amago de volver a capturar mis labios, desvié el rostro.
—¿Qué? —Murmuró, su voz un poco ronca.
—Tu vuelo.
—Debe haber otro-
—No. Ése es el tuyo.
Hablábamos como a cinco centímetros de distancia, como dos amantes que comparten un secreto. No quería que se fuera, él no quería irse, pero era inevitable. "El maldito destino que me lo trajo y me lo quitó…" Por primera vez me hizo sentido aquella canción de Édith Piaf que escuchaba mi madre, curiosamente lo único que recuerdo de la melodía.
A pesar de que por un segundo una sombra corrió por sus ojos verdes, él sonrió. Luego, viéndome directamente, con la voz más segura que jamás había oído, expresó:
—… Fue un placer.
Antes de salir de mi vida tan pronto como entró.
Fin del capítulo 1.
Notas:
¡Hola! Esto sólo es el primer capítulo de esta historia, ojalá lo hayan disfrutado.
Unas cuantas aclaraciones sobre el fic:
1. Las edades de Levi y Eren son 32 y 22 (o 23), respectivamente.
2. La canción de la que habla Levi se llama « La Foule » (el gentío) de Édith Piaf, pero en lugar de decir "el gentío", Levi dice "el destino".
Creo que es todo. Espero que les haya gustado el capítulo, desarrollar el fic me ha tomado algunas semanas. ¡Gracias por leer! Espero que nos veamos en el próximo capítulo.
~Nicot
