Gwen se acercó al despacho de Jack y fue a entrar, pero como escuchó ruidos que provenían de dentro, prefirió escucharlos para adivinar que pasaba. Tenía la sensación que si volvía a pillar a su jefe en situaciones incómodas la echaría.
—No, no, no. Déjame que le eche un poco de lubricante, seguro que cabe — se escuchaba decir a Ianto.
Gwen se sonrojó al escucharlo. O mierda. ¿Otra vez estaban...?
—No insistas. Así no se mete y punto. Déjame que... — siguió Jack.
—¡Ni se te ocurra tocarlo! — exclamó Ianto ofendido —. Eres un manazas, seguramente se te escurrirá y tanto esfuerzo no habrá servido para nada.
—Ya. Ya. Te crees que lo haces todo perfecto —se quejó Jack ofendido —. Vale. Hazlo tú, me da igual como salga.
Gwen abrió los ojos de par en par y se tensó al no escuchar nada. Solo un ligero frotamiento.
—¡AH! —exclamó Jack.
Gwen, sabia como ella sola, decidió salir corriendo. Ya volvería más tarde. Mientras, dentro del despacho...
—¡Ianto! ¡Por Dios! Tan difícil no es arreglar una pistola de clavos —dijo Jack moviendo la mano en el aire donde hace un momento se había alojado un clavo de cinco centímetros.
— Si no lo hubieras tocado... Al menos funciona —dijo el hombre sonriendo .
— Me has clavado un dedo a la mesa —dijo Jack ofendido.
Ianto sonrió de oreja a oreja.
—Adiós señor —dijo dejándole la pistola en una mano y el lubricante industrial en la otra —. Nos veremos más tarde.
