Los vecinos necesitan sonotones
Ya era bastante tarde. El reloj en la pared dio las 12, saliendo el cuco con cara de cierto francés dando la hora. Ludwig suspiró y dejó su libro sobre la mesa en la salita de estar, marcando previamente la hoja con un punto de libro.
Ese hermano suyo... La de veces que le había dicho que viniera a horas decentes, pero seguro que estaba por ahí de fiesta con Antonio y Francis, o tal vez molestando a Roderich aunque en ese caso sabía que ya le habrían llamado para que fuera a contener a Gilbert.
Cogió su móvil dispuesto a llamarlo, pero el frenazo del coche de Prusia delante de su casa le tranquilizó. En cierta medida. Guardó su teléfono y fue a ver a su hermano, recién llegado y probablemente bebido, frunciendo el ceño en desaprobación al salir a la calle.
—¡Bruder! ¡Te he dicho cientos de veces que debes llegar más temprano! —le espetó nada más verle.
El albino simplemente sonrió de oreja a oreja, deteniéndose frente a él en la entrada de la casa.
—¿Qué pasa West? ¿Me echabas de menos o es que te preocupas por mí? Kesesese~...
Ludwig suspiró, notando el olor a cerveza en el aliento de Gilbert y el tabaco en su piel. Sus ojos, aunque su iris era rojo ya de por sí, estaban totalmente colorados, y la sonrisa burlona que le dirigía estaba un poco ladeada, medio torcida, adormilada.
—Claro que me preocupo —admitió, cerrando levemente los ojos para no tener que encararle. Era la salida fácil para no caer rendido a su encanto—. Y si estás borracho no deberías haber cogido el coche, es peligroso.
Gilbert pasó su mano por el pelo de Alemania, despeinándolo ligeramente.
—Kese~, ni que fuera a estrellarme, West. Soy demasiado awesome~ como para tener un accidente —dijo con su decidida sonrisa de antiguo ocupador de tierras ajenas. Aunque tal vez no tan antiguo—. ¿Vamos adentro o es que ahora te gusta que nos vean los vecinos cuando hacemos el...?
—¡Bruder! —le acalló antes de que terminara su frase tapándole la boca y lo arrastró dentro de la casa, cerrando la puerta nervioso por que alguien les hubiera oído.
—Eres tan mono cuando te pones nervioso, West...
No tuvo tiempo a nada más, ya que aquel tipo de frases solían preceder a los mordiscos apasionados de Gilbert contra su boca, sus manos escurriéndose debajo de su camisa, tan bien colocada, y en cuestión de segundos, un revoltijo de ropa estaba escampada desde la entrada hasta su dormitorio.
En esos días Ludwig agradecía haber insonorizado la casa al completo...
ENDE
