- ¡Te elijo a ti, Pikachu!
La pequeña bola de metal surcó el aire y, emitiendo un fulgor azulado, liberó al pequeño pokémon sobre el improvisado campo de batalla. Los ojos del Pikachu se movieron furiosamente hasta encontrar a otro pokémon libre, un Piplup que se estremeció de miedo al ver a su adversario. Unos metros por detrás su entrenador le dirigió una mirada de ánimo que le hizo erguirse en toda su estatura.
- No te preocupes, Piplup, eres más rápido que él.- Le susurró con una voz llena de seguridad.- ¡Mordisco!
- Impactrueno, Pikachu, no le dejes que se te acerque.- Los dos pokémons se miraron un instante ante de lanzarse el uno sobre el otro. A pesar de encontrarse en desventaja, el Piplup consiguió escabullirse del golpe del Pikachu y le asestó una dentellada en el costado. Sorprendido por el ataque, el Pikachu retrocedió, dándole a su adversario la oportunidad de atacar de nuevo.
- ¡Ahora Placaje!- Rugió el entrenador del Piplup. El Pikachu, todavía sorprendido por el mordisco se mantuvo a la espera de una orden que su aturdido entrenador no fue capaz de dar. Recibió el impacto de lleno en el pecho y cayó inconsciente al suelo.
Los aplausos de la pequeña multitud que se había reunido para ver el combate rompieron el repentino silencio. Ambos entrenadores se reunieron con sus pokémon y saludaron amablemente a los espectadores después de estrecharse la mano. Todo el mundo alababa la pericia del entrenador que había ganado, junto a la confianza que su Piplup había depositado en él para vencer a un oponente que estaba en clara ventaja. Los compañeros del otro entrenador trataban de animarle a pesar de su derrota.
- Nathan, ¿puedes venir a ayudarme?
De entre todos los espectadores, había uno que había contemplado todo el combate con el ceño fruncido por la desaprobación y, al estallar los aplausos, los había seguido más por la fuerza de la costumbre que por verdadero entusiasmo. El Pikachu estaba herido y, a pesar de eso, se mantenía de pie al lado de su entrenador, como si pretendiera animarle por una derrota que se había debido a su indecisión y falta de experiencia. El lugar de estar ahí plantado, compadeciéndose, debería llevar al Pikachu dentro para que le curaran.
- Nathan, ¿Dónde estás?
El niño, con el ceño todavía fruncido, se obligó a levantar la cabeza y buscar el origen de la voz de su padre. Al hacerlo pudo contemplar perfectamente cuanto le rodeaba. El combate había tenido lugar en la explanada trasera del Centro Pokémon que su padre dirigía. En lo alto de una colina, justo en las afueras de un pequeño pueblo alejado de todas las rutas importantes, apenas nadie visitaba aquel lugar. Sólo aparecía, de vez en cuando, entrenadores atraídos por la descabellada idea de que un lugar tan remoto y tranquilo, donde nunca se había avistado a ningún pokémon fuera de lo normal, sería el escondite perfecto para un gran pokémon legendario. Esos ocasionales entrenadores eran la principal diversión para la gente del pueblo y lo único que rompía la monotonía de su vida.
- ¡Nathan!- El nuevo grito de su padre rompió el hilo de sus pensamientos y le devolvió a la realidad.- ¡Ven a echarme una mano!- Nathan se apartó del gentío que ya se preparaba para el siguiente combate y corrió hacia el redil anexo al Centro, en el que su padre intentaba hacer entrar un Miltank que parecía moverse con cierta dificultad.- ¿Por qué siempre tardas tanto en acudir cuando te llamo?- Le preguntó bruscamente al verle aparecer.- Anda, echame una mano para hacer entrar a Rosita.- Antes de acercarse más al pokémon, Nathan lo miró de arriba a abajo.
- ¿Qué se ha comido esta vez?- Rosita era una visitante habitual del centro. Su cuidador, el señor Masuda, nunca había sido capaz de quitarle el hábito de comer cualquier cosa que se pusiera a su alcance. Mientras su padre tomaba al Miltank por el cuello y trataba de guiarlo se puso detrás suyo y lo empezó a empujar suavemente.
- Su propia pokéball.- Respondió lacónicamente su padre.
- Eso sí que es irónico.
- No tiene gracia. Imagina que se activara dentro de su estómago.- No pudo evitar sentir que su padre tenía razón. Aunque no tenía muy claro qué podría ocurrir, tenía claro que no sería agradable para nadie.
- Vamos, bonita, es mejor que te saquemos esa cosa de dentro cuando antes.- El Miltank le miró un instante y luego, gimiendo quejumbroso, avanzó lentamente hasta llegar a la máquina de restauración. No era el modelo normal, como el que tenían en el mostrador del centro para regenerar a los pokémon dentro de las pokéballs, sino una máquina mucho más compleja para el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades.
- Ven aquí y manténla quieta, por favor.- Intercambió el lugar con su padre, mientras este empezaba a ponerse los guantes y encendía la máquina.
- Estarás bien en un momento, no te preocupes.- El pokémon le dirigió una mirada perdida.- Papá…- Susurró sintiendo que el pulso se le aceleraba.
- Lo sé, Nathan.- Su padre había visto cómo la pantalla de la máquina empezaba a mostrar mensajes de advertencia.- No dejes que se vaya.
- Ey, Rosita.- El Miltank apenas pudo articular un leve mugido en respuesta a su nombre. Le cogió la cabeza y la obligó a mirarle a la cara.- Tienes que mantenerte despierta.- Dijo con un tono más alto al ver que sus ojos empezaban a cerrar.- Rosita, usa Rizo Defensa.- Gritó a su oído. Los ojos del pokémon se abrieron de golpe y, a pesar de su estado, pareció pretender concentrar su energía para usar el movimiento. En ese instante todo el cuerpo de Rosita se iluminó y cayó al suelo inconsciente.
- Por fin…- Susurró su padre con alivio. La máquina había acabado de calibrar el estado del pokémon y lo había sumido en un estado similar al que creaban las pokéballs.- Voy a tener que abrirla para quitarse ese maldito trasto. Necesitaré que me ayudes.
Nathan obedeció sintiendo todavía las piernas temblorosas. Habían estado a punto de perder a Rosita. El pensamiento de que el Miltank había estado a punto de morir en sus manos le había dejado aturdido. Su padre, al ver cómo se encontraba, le dirigió una cálida sonrisa.
- Lo has hecho muy bien Nathan. No pienses que ha estado a punto de morir. Piensa que de no ser por ti lo habría hecho.- Le tomó un instante por el hombro y apretó.- Le has salvado la vida.- Asintió sin saber qué decir.- Ahora concéntrate. Todavía no hemos acabado.
Se mantuvo al lado de su padre mientras realizaba la operación, acercándole el instrumental y ayudándole cuando era necesario. Aunque sabía que no era igual que operar a un humano y que la máquina guiaba casi todo el proceso, siempre se sentía maravillado por la pericia de su padre. Como ocurría cuando un pokémon era transferido a almacenado, se trataba de un trabajo de manipular información y energía, más que de cortar carne y coser vasos sanguíneos. Era, decía siempre su padre, como operar sobre un cuerpo que no estuviera ahí realmente, sobre una imagen residual o un holograma. A pesar de eso, si él cometía un error el pokémon no volvería a poder tomar forma jamás. Y eso no sería muy diferente a morir.
Sin embargo su padre nunca había cometido un error de esa magnitud. Sus manos se movieron con firmeza durante aquellos minutos de tensión y cuando dio la orden a la máquina para que volviera a dar forma a Rosita, el pokémon quedó tendido en el suelo de paja, durmiendo agotado pero con una expresión de paz que les devolvió la tranquilidad a ambos. Su padre sostenía en la mano, cubierta por los guantes que le habían permitido operar al pokémon, un objeto redondo que parecía a punto de partirse por la mitad.
- No quiero descubrir qué le habría ocurrido de abrirse.- Murmuró tirando la pokéball, ya inservible, a un contenedor de material de desecho.- Voy a tener que hablar seriamente con el señor Masuda sobre esto.- En ese instante estallaron vítores en el exterior, declarando el final de otro combate.- ¿Quieres volver fuera?- Negó con la cabeza.
- Creo que me quedaré dentro, para cuando acaben.- Él le sonrió como si leyera su pensamiento y pudiera entender su rechazo. Probablemente lo hacía, se dijo, aunque nunca hubieran hablado de ello.
- No seas muy duro con ellos esta vez.- Se encogió de hombros, sin responder a su petición. Ambos sabían que no había mucha elección. Eran el único Centro Pokémon de los alrededores, el único lugar donde los entrenadores podían acudir a combatir, guarecerse o comprar cualquier cosa que pudieran necesitar. Tal vez, como negocio, no podían permitirse tratar mal a sus cliente, pero éstos, desde luego, no tenían más remedio que acudir a ellos si querían seguir entrenando. Especialmente los entrenadores inexpertos, que no sentían ningún respeto por sus pokémon, que no sabían cuidarles y sólo querían usarlos para combatir. Como si eso fuera el único modo de hacer algo importante con ellos, el único modo de establecer lazos y ganarse su confianza. Empezó a andar hacia la puerta que comunicaba el redil con el interior del Centro, sintiéndose enfadado sin ningún motivo aparente. No más, al menos, de lo que había estado al empezar la tarde.
