Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi.

Regalo de cumpleaños para Sarcastic and Clumsy Girl: "Naraku/Kagura reflejan en cómo acabaron teniendo 3 niños. UA Moderno."

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Dedicatoria: ¡feliz cumpleaños, Sarcastic! La verdad es que tu idea de cumpleaños me volvió loca en cuanto la vi, además de que hace tiempo quería escribir algo parecido, así que, aquí lo tienes (?) debo agradecerte por proponer, precisamente, esta idea, y darme el valor de escribirla de una maldita vez. Hice el fanfic con mucho cariño, además de que habrá más capítulos. Espero disfrutes mucho del fic y también espero hoy lo pases genial.


La Buena Nueva

Naraku daba vueltas de un lado a otro como bestia de circo enjaulada en su propia habitación, e irónicamente, justo así se sentía en ese momento: como una bestia encaprichada y furibunda lista para atacar en cuanto se abriera el telón. Una bestia demasiado cansada de tanto teatro. Iba de aquí para allá, sin despegarse de la puerta frente a él pensando una y otra vez que Kagura tenía que estarlo jodiendo en serio. Y si aquello era pura joda, carajo, incluso se alegraría. Ella ya llevaba unos cinco minutos encerrada en el baño, en completo silencio y sin dar indicios de vida.

—¿Y si ya se murió? —se preguntó Naraku en voz baja. Enseguida se escuchó un fuerte golpe contra la puerta que lo sobresaltó.

—¡Mucho gusto te daría, imbécil! —Y ahí estaba Kagura, con su oído biónico. Naraku se detuvo en seco y devolvió el golpe contra la puerta, apurándola.

—¡Ya sal de una puta vez! —ordenó con voz potente—. Esa cosa no puede tardar tanto tiempo.

—Esta cosa es la quinta que me obligas a hacerme. ¿Quieres estar bien seguro, o no?

Ante la respuesta, Naraku desvió la vista hacía una mesita a pocos metros de él. Ahí estaban apiladas las cuatro pruebas de embarazo que le había obligado a Kagura a hacerse, todas blancas, y con un signo de más, color rosa, en la pequeña pantallita de fondo color claro.

Naraku suspiró. Se estaba engañando a sí mismo con toda su desesperación de hombre soltero. Lo sabía, y se sentía como idiota, pero si se ponía a elegir nombres y resultaba que todo era un jodido desbarajuste hormonal de su querida novia, o una especie de embarazo psicológico, quedaría como idiota. Mejor cerciorarse… aunque, hasta ahora, Kagura se había hecho cinco pruebas de embarazo, la que ella primero se hizo y uso para darle la buena nueva, y las otras cuatro apiladas en la mesita de madera. Como último, la que estaba usando en el baño. Era bastante evidencia.

Lo peor de todo fue cuando Naraku corrió, casi en pánico, a la farmacia a comprar las dichosas pruebas, todas de distintas marcas, con su cara de espanto y probablemente despeinado por haber conducido como un endemoniado. Recordaba que la cajera se le quedó viendo como si fuera un pobre idiota, o eso, o lo había tomado como un esposo mormón con cinco esposas y un buen tino. Y tenia buen –y un jodido- tino. Todas habían dado positivo, sin excepción. El signo de "más" parecía burlarse de él con sus dos líneas color rosa pastel, como si le dijeran con voz chillona "¡Ay, Naraku, ya te jodiste! Eso te pasa por calien…"

Sólo él podía ser así de idiota, se dijo, recargando la frente en la puerta, apesadumbrado y sintiéndose en el borde de una crisis. Que tener de novia a una tipa tan insufrible, temperamental y caprichosa como Kagura, era sólo para hombres con cojones, como él. Y sí, tenía cojones, pero no paciencia. No era de extrañarse que, aunque vivieran juntos desde un año atrás, y en total tuviesen dos años de novios, o algo por el estilo, se la pasaran cortando y volviendo cada dos por tres. Byakuya, su hermano menor, ya ni le hacía caso cada vez que cortaban, y Yura, la amiga de Kagura, hasta ya la mandaba a la mierda cada que mencionaba su nombre.

—"Maldito sexo de reconciliación. Odio tanto el jodido sexo. Jamás volveré a hacerlo, lo juro." —Se maldijo Naraku mentalmente. En la mitad de las peleas que tenía con su novia, que ya casi parecían una especie de rutina para entretenerse, siempre terminaban teniendo una sesión desenfrenada de placer carnal, y a veces eran tan impulsivos que se les olvidaba todo. Absolutamente todo. Era obvio que, siendo tan impulsivos y descuidados, tarde o temprano pasaría lo que estaba pasando.

—Y también idiotas. —Se dijo una vez más, mientras Kagura abría la puerta de golpe, con rostro malhumorado, aunque detrás de su duro gesto y el rencor con el que lo miraba, Naraku podía ver cierta angustia en sus orbes rubís. Curiosamente, a él le parecía que los ojos de Kagura eran su rasgo físico más destacado, más que sus curvas o sus rasgos delicados. No le creería si se lo dijera.

—¿Y bien? —preguntó cuando ella apenas y salía del baño.

—¿Tú qué crees? —Su novia contestó seca, como si le echara la culpa de algo. Levantó la prueba de embarazo, casi frente a su cara, enseñándole el resultado.

Positivo.

De por si Naraku odiaba todo lo relacionado con la palabra "positivo", y ahora más que nunca.

—Carajo… —murmuró, dándole la espalda a Kagura. Parecía estar a punto de estallar—. ¡Maldita sea!

Kagura resopló agotada. No era necesario angustiarse pensando en cómo su querido novio tomaría la noticia de que estaba embarazada, ya era bastante obvio con respecto a qué pensaba sobre ello. Pero lo hecho, hecho estaba, se dijo Kagura. Ahora sólo quedaba pensar qué diablos iban a hacer. Se sintió un poco sola dentro de todo ese enorme problema. Un problema que, dentro de poco, comenzaría manifestarse físicamente en ella con todo su volumen y tamaño… y hormonas.

—¿Te podrías callar? —espetó, caminando hacia el centro de la habitación—. Me pones de mal humor. No sé por qué te quejas tanto, la que lo sufrirá soy yo.

—Todo esto es tu culpa, Kagura —argumentó Naraku luego de masajearse las sienes. Ella abrió la boca, asombrada y ofendida, pero enseguida se tranquilizó y se sentó en el borde de la cama. Su aparente tranquilidad se rompió de un segundo a otro.

—¿Mi culpa? ¡¿Mi culpa?! —gritó—. Te recuerdo que yo no pude hacer esto sola, si sabes a lo que me refiero. —Para afirmar más su idea, dio un golpe contra la cama, la misma que había sido testigo de sus muchos encuentros.

—Pudiste haber tomado o una pastilla o algo —respondió Naraku, súbitamente enfurecido. Odiaba que Kagura tuviera la razón.

—¡Y tú pudiste haberte puesto un jodido cond…!

—¡No me lo recodaste!

—¡Pues tú tampoco lo hiciste! ¡Ah, pero qué bien te lo pasaste, no!

Las reclamaciones de Kagura lo estaban sacando de quicio. Naraku dio vuelta tras otra en un reducido espacio de apenas dos metros, frente a la mirada impaciente de su novia. Sorprendentemente, ella lucía más tranquila que él, parecía no terminar de digerir la idea de que se estaba formado un ser dentro de ella, o tal vez era que estaba disfrutando con la pequeña crisis que su novio estaba sufriendo en ese momento, a pesar de la grave situación. Por su lado, Naraku necesitaba tranquilizarse, pensar con claridad y despejar su mente, era una situación que podía cambiarle la vida y cualquier decisión que tomaran tendría sus muy graves y notorias consecuencias. Así como Kagura, él tampoco terminaba de asimilarlo, y lo demostró con su siguiente pregunta.

—¿Estás completamente segura? —inquirió deteniéndose en seco y mirándola con un leve dejo de esperanza de que todo fueran imaginaciones suyas o un desbarajuste en su cuerpo. Ella resopló con fastidio.

—No, imbécil. Fíjate que el jodido retraso de tres semanas me lo estoy imaginando.

El sarcasmo de Kagura tampoco ayudaba, además de que se sentía fuera de juego si le empezaba a hablar de cosas de mujeres. Para desembarazarse de la situación, Naraku fue a recargarse a una de las paredes, no muy lejos de Kagura, con los brazos cruzados y gesto serio. Ella también se quedó callada, y en una analogía curiosa y rayando en lo grotesco, Kagura también se cruzó de brazos, mirando cada vez más hacía el suelo. Comenzaba a sentirse acongojada y cada vez más angustiada una vez que la ira del momento se enfrió. Por la mente de ambos pasaba la misma pregunta: ¿Y ahora qué carajo vamos a hacer? Sólo Naraku se atrevió a preguntar, y no de la manera más adecuada.

—¿Y qué vas a hacer? —Ya sabía lo que eso significa. Kagura levantó la vista hacía él, volviendo a ella el coraje. ¿Qué iba a hacer ella?

—¿Yo? Qué vamos a hacer, querrás decir —masculló, frunciendo el ceño—. Esto no es sólo mi culpa, ¿sabes?

Naraku resopló, cuestionándose si realmente había querido decir eso o si sólo había metido la pata. A pesar de todo habló con una seguridad impresionante, como si de pronto todo el asunto apenas lo perturbara.

—Bien, sólo hay tres opciones —afirmó, sin contestar la pregunta de su novia y mirándola fijamente, volviendo a adoptar su postura fría y calculadora. Por mucho que él opinara, se dijo, finalmente Kagura era la única que tenía la última palabra. Eso lo incomodó bastante. Cualquier decisión que tomara ella, también se lo llevaría a él entre las patas.

—En resumen, la primera opción, sería abortarlo, más ahora que debe ser un jodido renacuajo —aseguró con frialdad, aunque esa frialdad no causó miedo ni incomodidad alguna en Kagura, a pesar de que hablaban de su futuro hijo—. La segunda es darlo en adopción, y, finalmente, la tercera sería… tenerlo.

Lo último lo pronunció con un marcado asco y una mueca de desagrado. Kagura no le prestó mucha atención. Era su jodido útero, ella tenía la última palabra estuviera Naraku de acuerdo o no. Lo primero en lo que pensó fue en abortarlo y olvidarse de todo ese problema para siempre. Estaba segura que una vez que saliera de la clínica con el vientre vacío, se sentiría aliviada y capaz de llevar su vida como siempre, sin embargo, no podía evitar sentir cierta congoja al pensar eso, incluso si era el mejor momento para hacerlo. Si dejaba que el embarazo avanzara más hasta que el feto fuera ya un bebé a medias, le causaría más miedo someterse a un aborto.

Darlo en adopción era una decisión bastante fiable, pero le causaba algo de incertidumbre, incluso más que abortar. A pesar de creer que no tenía el más mínimo instinto maternal, o por lo menos, no veía que le despertara ni siquiera al enterarse que estaba embarazada, sentía que viviría el resto de su vida con la eterna duda de saber qué diablos pasó con ese recién nacido que dejó en alguna institución y que sabrá el cielo con qué familia terminó, o si siquiera llegó a ser adoptado. También se preguntaba qué clase de padres adoptivos le podían tocar, si le iría bien, si le iría mal, si quedaría traumatizado ante la muy común idea de que sus propios padres lo habían abandonado, aunque… nada podía ser peor que Naraku y ella como padres.

La última opción, la de tenerlo, sentía que era la menos viable. Tenerlo significaría que tendría algo que la uniría a su novio idiota por el resto de sus vidas, más aún si el niño crecía conociéndolos a ambos, y agregando el hecho de que ya vivían juntos. Significaba aventarse todo lo engorroso de la maternidad y ni siquiera estaba segura de que Naraku la ayudaría. Era claro que él no tenía intenciones de convertirse en padre, y ella no estaba segura de convertirse en madre, además de que significaría, probablemente, el cambio más abrupto y radical que tendría en su vida, y aún se consideraba muy joven para ello. Eso de ser completamente responsable de la vida de otro ser humano sonaba a una maldita locura, tanto que ni siquiera comprendía cómo el resto de las personas buscaban convertirse en padres, algunos con tanta ansia que se sometían a toda clase de tratamientos de fertilidad o buscaban adoptar alguno. Debían estar locos. ¡Ella ni siquiera podía con su propia alma y esperaban que criara a un niño! Tenían que estarla jodiendo.

—Joder —Kagura apoyó los codos en sus rodillas y se tapó el rostro con las manos, claramente angustiada—. No lo sé.

Naraku chasqueó la lengua, casi decepcionado. Se separó de la pared y se plató frente a Kagura. No podía creer lo que estaba viendo y escuchando. Nunca habían hablado –malamente- de qué harían si esa situación se presentaba, lo cual siempre podía ser un riesgo siendo que tenían relaciones con regularidad y a veces no con mucha responsabilidad. No habían hecho ningún tipo de plan, acuerdo o trato, pero si había algo que Kagura siempre le había asegurado, es que no lo pensaría dos veces en abortar si terminaba concibiendo a su bastardo. Ahora parecía que un chispazo de instinto materno afloraba en su novia y eso que a ella ni siquiera parecía gustarle.

—Maldita sea, Kagura, no me salgas con eso. Tú siempre me dijiste que si pasaba esto tú…

—¡Cállate! —espetó, descubriéndose el rostro—. No me pongas de más mal humor. Te recuerdo que quien lo tiene soy yo, es mi cuerpo y yo voy a decidir. Y pobre de ti si comienzas a sacarme de quicio, porque cualquier decisión que yo tome, te afectará a ti.

Naraku se quedó de piedra. Pocas veces veía a Kagura así de furibunda y tan metida en su papel de que era su cuerpo y todo eso. Incluso le sonó a chantaje. Lo peor de todo, es que tenía toda la razón. Demasiada razón para su gusto. No iba a poder hacer nada a menos que se le ocurriera tirarla de escaleras o algo –aunque no sería mala idea, se dijo- pero luego se imaginó una vida sin Kagura, sin sus berrinches, peleas idiotas, esa inestabilidad que iba de la mano con la adrenalina, y hasta a él le pareció una vida aburrida, incluso si eso significaba aguantar dolores de cabeza por culpa de ella.

Pero, finalmente, estaba con ella –cada dos por tres- precisamente por eso. Kagura era su dolor de cabeza preferido. Claro que no le dijo nada de eso. Nunca lo había hecho antes y no lo haría ahora. En los dos años que tenían de novios jamás se habían dicho nada cercano a una muestra de cariño, y probablemente lo más parecido que hacían a eso era tener "sexo de reconciliación" cada que volvían luego de un violento y escandaloso rompimiento.

—Necesito una respuesta. Ahora. —La apuró Naraku, volviendo a mirar a Kagura.

—Déjame pensarlo, ¿quieres? Y deja de joderme.

—Te advierto que mañana te llevaré a una clínica para que te hagan estudios y determinar si en verdad estás… embarazada.

Kagura tenía ganas de agarrarlo de las greñas y tirarlo por el balcón de la habitación. ¿No era suficiente su retraso de tres semanas, esas sorpresivas nauseas que comenzaba a tener, y el hecho de que seis pruebas de embarazo salieran positivas? O Naraku la estaba jodiendo, o realmente estaba tan asustado, que no se sentía listo para ser padre y ahora estaba en una especie de crisis de negación.

—"Tampoco puedo decir mucho". —Pensó Kagura justo cuando estuvo a punto de reclamarle—. "Yo tampoco estoy lista para ser madre."

Porque sabía que para eso iba. No necesitaba de más pruebas para saber su condición.

Naraku salió de ahí mascullando algo por lo bajo, demasiado enojado como para ver a Kagura a los ojos o soportar su presencia, más con el hecho de saber que, en esos instantes, dentro de ella se formaba su futuro hijo. Ella se quedó sobre la cama, pasando del enojo, incluso la angustia, para quedar sumamente perdida en sus pensamientos. Estos comenzaron a acongojarla con la cantidad de opciones, pros y contras que le gritaban todos a la vez divagando como un coro infernal de responsabilidades futuras, deberes y cosas que nunca planeó, todo bajo el manto de "¡¿Cómo pudiste ser tan estúpida?!" aunque era más probable que eso ella solita se lo estuviera diciendo sin necesidad de ninguna de esas repentinas voces.

Cuando quiso salir al balcón a fumar un cigarrillo, súbitamente se detuvo y terminó arrojando la cajetilla al suelo, frustrada. Ni siquiera sabía por qué ya pensaba en cuidarse.

Otra contra. Si lo tenía, o lo daba en adopción, serían nueve meses sin sexo… y sin fumar.


A la mañana siguiente llegaron puntuales a la cita con el ginecólogo, quien no tardó en hacer los estudios necesarios para determinar, oficialmente y con toda la seguridad que la ciencia podía ofrecer, si Kagura estaba embarazada o no. Los resultados los tuvieron un par de horas después, y lo que tanto temían, pero también imaginaban, se cumplió. Iban a ser padres. Kagura tenía tres semanas de embarazo, casi un mes.

—Felicidades, serán padres —dijo el doctor con una sonrisa medio rutinaria en el rostro y no muy segura de esbozar. El gesto salió medio seco, a la par que Naraku y Kagura se miraron casi con horror, y bajo todo ello, a la vez le echaban la culpa al otro en silencio, sólo sus ojos hablaban, lo suficiente como para decir que no se querían ver por el resto de ese día. Quizás toda la vida. El doctor lo captó todo y se sintió algo incómodo con su reciente comentario, pero ya estaba acostumbrado. Eso era algo relativamente común, aunque a simple vista, desde que los vio, y tras haber visto desfilar en su consultorio un montón de parejas de todas las clases y tipos, podía determinar que ellos eran especialmente conflictivos. Extrañamente, le pareció al doctor, lucían bien juntos, conflictivos, pero más compatibles que muchas de las parejas que había visto durante su carrera.

Ese día Kagura y Naraku se separaron y cada uno se fue por su lado. No querían verse y en el fondo esperaban que el otro decidiera terminar la relación en ese instante y desaparecer de la vida del otro para siempre, pero lo único que hicieron fue buscar un vano y tonto, casi desesperado consuelo, en los amigos que muy a fuerzas ambos tenían.

Byakuya y Bankotsu se reían a carcajada suelta, agarrándose del hombro del otro. Jakotsu un poco más y hubiera escupido toda su bebida sobre el rostro de Naraku, cosa que, por su bien, logró evitar. Naraku estaba con su peor cara de malos amigos y la fuerza con la cual apretaba la botella de su cerveza amenazaba con romperla.

—¡Dejen de reírse, idiotas! —ordenó iracundo, llamando la atención de los demás presentes del bar—. No es cosa de risa.

—¡Sí, sí lo es! —contestó Bankotsu deshaciéndose en risas—. ¡Pareces niño de dieciséis años!

—¡No puedes ser tan estúpido! —Recalcó, amablemente, Byakuya, quien no sentía compasión alguna por la suerte y descuidos que había cometido su hermano mayor. Naraku estaba que ardía en rabia. Cuando le dijo a su hermano que quería hablar sobre algo importante, el idiota jamás le comentó que también llevaría a los pesados de Bankotsu y Jakotsu.

Es decir, para Naraku, aquello era algo como "familiar".

—Yo pienso que es un desperdicio. Los niños son horribles —opinó sabiamente Jakotsu, dando un trago a su cerveza—. Si embarazaste a Kagura, eso significa que, por desgraciada, no eres gay.

—¿Y de dónde mierda te sacas que pueda ser gay? —Naraku levantó una ceja, mirando a Jakotsu, amenazante. Era una clara advertencia de que a cualquier tontería que saliera de su boca, le metería la botella de cerveza por el trasero… aunque eso le encantaría al muy chistosito, seguramente.

—Nada, sólo tenía esperanzas —contestó Jakotsu encogiéndose de hombros.

—Mi hermano mayor es un verdadero macho, Jakotsu —comentó Byakuya, aunque Naraku ya esperaba una bromita de mal gusto como sólo él se las gastaba—. Todo un semental, ¡ha embarazado a una chica!

—Vamos, ¿y de verdad estás seguro de que es tuyo? —sugirió Bankotsu con una seriedad maliciosa. Un súbito sentimiento de celos y masculinidad herida atravesó a Naraku ante la idea, más si venía sugerida de la boca del moreno. Pero de todas formas, aquello no era una maldita telenovela. Si Kagura –que lo dudaba mucho- recurriera a la tontería de embarazarse a propósito para retener a un hombre, al que menos consideraría para amarrar, sería justamente a él, incluso si era su novio.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con un tono rasposo. Estaba a nada de matar a alguien.

—Bueno, puede que el bebé sea mío. —Concluyó Bankotsu sin pena ni pudor alguno, cruzándose de brazos y esbozando una sonrisa de suficiencia. Naraku entornó los ojos. Ese idiota siempre iba por ahí tirándole onda a su novia desde que se la presentó, pero Naraku sabía que lo hacía medio en joda, y medio en serio. De todas formas, lo ponía celoso, tenía que admitirlo. Si había alguien quien podía embarazar a Kagura, era él. No Bankotsu ni ningún otro hombre. Para Naraku, sólo él era el indicado para estar con Kagura; en ese aspecto consideraba a todos los demás hombres como unos perdedores. No tenían los cojones para lidiar con una chica, hermosa, sí, pero amenazante, como la insufrible de Kagura.

—Sí, claro —espetó Naraku—. Pero lamento diferir contigo, Bankotsu. Kagura no tiene tan mal gusto como para liarse contigo. Por algo está conmigo.

—Qué egocéntrico eres —masculló el aludido tomando de mala gana un trago de su cerveza.

—Oigan, trío de idiotas. Si los llamé fue para… calmarme. No para que me estén jodiendo más la existencia —agregó Naraku, aunque si lo hubiera dicho con un tono no tan duro y áspero, habría sonado como una súplica desesperada—. En estos momentos no puedo ni ver a Kagura.

—¿Y por qué no? —Byakuya se apoyó en la mesa, quedando frente a su hermano. Tenía una mirada traviesa y un tanto misteriosa. Parecía estar a punto de revelar un secreto impactante bajo esa sonrisa ladina que siempre se gastaba—. ¿Kagura ya te dijo qué piensa hacer?

Naraku negó con la cabeza.

—Está confundida. Ella siempre dijo que, de quedar embarazada, abortaría. Ahora me sale con que no sabe qué decisión tomar.

—Eso está perfecto —exclamó su hermano menor, alegre. Tanto su hermano como sus dos amigos se le quedaron viendo como si estuviera loco, y Naraku ya comenzaba a preguntarse de lado de quién estaba el tarado de Byakuya.

—¿Qué? —farfulló Naraku, contrariado.

—Hermano, piénsalo… —murmuró cerrando los ojos un momento y recargándose en la silla con aire enigmático—. Tendrás un hijo de Kagura. Deja que lo tenga, o, en dado caso, convéncela.

—¿Pero de qué hablas? —Bankotsu se acercó a él mirándolo como si fuera un bicho raro—. Es un maldito mocoso. ¡Les va a arruinar la vida!

—Por primera vez en toda la noche, Bankotsu dice algo inteligente. —Se apresuró a decir Naraku. El aludido pareció estar a punto de mandarle una mirada de agradecimiento, cuando en seguida se percató de la burla en el comentario y lo miró fríamente.

—Ahora espero que Kagura lo tenga —exclamó Bankotsu, ofendido y cruzando los brazos—. Es más… ¡espero que sean dos, para que veas lo que es joderse!

—No seas tan mala leche, hermano —corrigió Jakotsu, a quien se le enchinaba la piel sólo de pensar en tratar con niños. Incluso temía por la suerte de Naraku, que, quizá no era del todo su tipo, pero le parecía muy guapo. Sólo faltaba que toda su maliciosa belleza quedara opacada por la pesadez de la paternidad. Y peor aún, ¡todo por culpa de una maldita mujer! No entendía la heterosexualidad de los hombres cuando existía ese riesgo. Tan fácil que sería vivir y disfrutar entre hombres sin riesgos de ese tipo.

—Déjenme hablar —exclamó Byakuya mirando a sus dos amigos. Luego se volvió de nuevo hacía su hermano—. Lo que quiero decir, Naraku, es que sería… perfecto para ti.

Naraku no entendía a qué iba con tan pobre argumento y menos cuando parecía no molestarse en dar sus razones del por qué tener un hijo podía ser tan bueno para él. ¿Acaso quería que sentara cabeza, o que se volviera responsable de la vida de alguien más? Tenía que estar loco. Su hermano menor notó su confusión y se apresuró a seguir antes de que Naraku le clavara la boca de la botella en un ojo.

—¿Y cómo por qué?

Byakuya resopló y pasó a contestar.

—Piénsalo, analízalo bien, Naraku. ¡Ese niño sería el anticristo!

—Es el peor argumento que me has dado en toda tu perra vida, Byakuya —contestó Naraku de mala gana, tomando un trago—. Además, ¿de qué vas con eso?

—¡No puedes ser tan ciego! —Byakuya parecía comenzar a desesperarse con la poca iniciativa de su hermano mayor, y eso que él casi se sentía el diablo en persona. Ahora parecía tan perdido con su situación. Era su deber, como siempre, abrirle los ojos—. Imagínate… un niño nacido de la lujuria de ambos. —Naraku pareció incomodarse ligeramente con lo último—. Nacido de una mujer como Kagura, con su carácter endemoniado y toda su capacidad de rencor, y de ti, con toda tu carencia de sentido de la moral y capacidad para manipular. Tienes que estar muy ciego, Naraku, como para no darte cuenta que ese niño es el que anuncian las profecías del apocalipsis. Nacerá con el bicho de la maldad en su corazón tan negro como el tuyo. Sería el heredero de toda tu maldad.

Los tres se quedaron en silencio. No sabían si echarlo a patadas de la mesa diciéndole que era un idiota que había visto demasiadas películas de terror, o si tomar en serio su argumento. Increíblemente, la segunda opción les sonaba más lógica.

—Claro, y vas a querer que lo llame Damien. —A pesar de todo, Naraku parecía estar a punto de echarse a reír. La idea le parecía tan absurda y fantasiosa como todo lo que salía de la boca de su hermano, siempre con ese afán de confundir a la gente… y lo estaba logrando.

Naraku se quedó en silencio y desvió la vista unos instantes. ¿Y por qué carajo no? pensó. No podía decir que no estuviera preparado, en ningún sentido, para ser padre. Sus clientes pagaban cantidades impresionantes de dinero para salvarlos de la cárcel, y nunca estaba de más meterse en una que otra cosa ilegal para ganar un dinero extra (cosa que de todos modos hacía la firma de abogados donde trabajaba). Era mucho más fácil que pasarse horas en el juzgado o analizando casos, así como creando mentiras y telarañas para confundir a quienes hacían que dependiera de ellos, como lograr que todo un jurado se postrara a sus pies rendidos ante su carisma y verborrea. Económicamente, podía mantener sin problemas a uno o dos críos, incluso a Kagura. Lo demás era el problema. De pronto se sentía como un niñato de dieciséis años cuando en realidad ya tenía veinticinco, aunque aún así, se consideraba demasiado joven para ser padre.

Pero por otro lado, lo que decía Byakuya tenía tanta razón como sonaba absurdo por encima, en la superficie. ¿Qué clase de ser podía nacer de Kagura y él? No podía ser más que un desequilibrado a quien no se le podría dar muchas esperanzas, pero podía considerarlo. Bajo su mando, se dijo Naraku dentro de su cabeza, se convertiría en un bastardo como él, una extensión de todo lo que él era. Alguien que heredaría todo su legado y la huella que diría a todos sus enemigos: "miren, este bastardo seguirá mis pasos. Aún no se libran de mi". Y Kagura era el prospecto perfecto de madre para su hijo, tan descarada como él, aunque no tan desalmada. No se le ocurría otra mujer que se le pareciese tanto para que el producto fuera lo más puro posible. Eran tan parecidos que incluso parecían mellizos, pensaba Naraku en ocasiones.

Tal vez, sólo tal vez, no sería tan malo tener un hijo con Kagura. El niñito seguiría sus pasos, sería una extensión suya, un mini-Naraku a quien criar como el perfecto hijo de perra (literalmente), porque en ocasiones Kagura se portaba como una verdadera arpía con él.

Pero definitivamente no lo llamaría Damien.


—¡Eres una estúpida! —Yura por poco se cae de la silla mientras se deshacía en carcajadas, una tras otra, frente al muy impaciente gesto de Kagura. En medio de la mesa estaba el resultado de los análisis, y Kagura sentía ganas de tirarle la taza de té a su muy comprensiva amiga en plena cara. O en su inmaculado y lustroso cabello, a ver si se callaba de una buena vez.

—Oye… no me causa risa —farfulló Kagura. Notó que Yura hacía un esfuerzo casi sobrehumano por no seguir riendo. Una vez que se detuvo, tomó un pequeño trago de té y se tranquilizó.

—Lo siento, pero es que… ¿cómo pasó?

—¡¿Pues cómo crees?! —exclamó Kagura golpeando la mesa. Las tazas de té temblaron con el golpe, amenazando con caer. Yura detuvo la suya y luego miró a Kagura, ahora con un semblante más serio. Sí, la situación era risible porque Kagura no era ninguna niñita de quince años. Tenía experiencia, más de veinte años y conocía perfectamente bien la amplia gama de métodos anticonceptivos, así que el hecho de que aún así quedara embarazada sonaba casi a una broma.

—Eh, no te enojes. Lo que quiero decir es que… ustedes no son exactamente unos niñitos como para no saber qué hacer.

—Sí, Yura, eso ya lo sé. —Kagura se cruzó de brazos enfurruñada, aunque dentro de todo aceptaba su parte de la culpa. Se recargó en el respaldo de la silla y desvió los ojos—. Pero tú sabes, Naraku es…

—Impulsivo. —Ambas asintieron con la cabeza—. El muy hijo de perra tiene la capacidad de ponerla caliente a una en un dos por tres. Nunca supe cómo lo hacía.

—¡Yura! —Kagura no pudo evitar ponerse ligeramente roja—. Además, conmigo no lo logra tan fácil.

—¡Ay, sí! Por eso tienes este problemita —argumentó la joven, volviendo a carcajearse. Cuando notó que la broma no hizo gracia a su amiga, se detuvo—. Lo siento, pero es la verdad.

Kagura de pronto parecía incómoda. Si lo pensaba bien, era bastante idiota haber ido corriendo a llamar a Yura, su única amiga (y estilista), para charlar de su problema. No es que siempre corriera tras ella a contarle sus problemas de pareja –en ocasiones-, pero de pronto era bastante incómodo hacerlo sabiendo que Yura era la ex novia de Naraku. La chica de cabello corto pareció notarlo.

—No te pongas así, Kagura. —Yura sonrió con cierta malicia—. Yo ya lo superé. Y ya sabes que no me interesan los hombres, sino su cabello. Y el de Naraku era tan…

Kagura la fulminó con la mirada.

—Cómo sea. ¿Qué piensas hacer? Porque los resultados son contundentes —agregó mirando una vez más los documentos. Kagura se encogió de hombros.

—Ya sabes que sólo tengo tres opciones, y todas son… no me gustan —farfulló vacilante—. Abortar, darlo en adopción, o tenerlo.

Yura adoptó un semblante serio y tranquilo. Se llevó un par de dedos a los labios rojos, como pensándolo a profundidad. Kagura la miraba expectante, esperando un consejo que la sacara de dudas de una vez por todas, algo que la hiciera decidirse, ¡lo que fuera! Debía hacerlo rápido, el maldito engendro dentro de ella seguía creciendo, no la iba a esperar. Luego de unos segundos Yura miró fijamente a Kagura y rompió el silencio.

—¡Ni puta idea! —exclamó.

—¡Eres la peor consejera que jamás he visto! —gritó Kagura, acongojada. Ahí se iba su última esperanza. Casi parecía a punto de echarse llorar—. Mejor le hubiera dicho a Byakuya que me ayudara.

—Byakuya te hubiera dicho que el niño que esperas, es el anticristo o alguna locura así. —Kagura se lo pensó un poco, y si los ponía a comparar, Yura era infinitamente mejor que Byakuya si de consejos se trataba. A Kagura le habría dado un infarto, o quizás un aborto espontaneo, de haber sabido que justo en ese mismo instante, en el bar favorito de su novio, el muy tarado precisamente hacía caso a la dichosa profecía del apocalipsis de su hermano menor, eso sí, ya con un par de copas encima.

—Yo opino que sería lindo que lo tuvieras. —Terminó por decir Yura, sonriendo. Kagura la miró como si estuviera loca, así que la chica se apresuró a decir sus razones—. Piénsalo bien, Kagura. ¿No te dan ganas de ser madre? Además, no puedes negar el hecho de que tú y Naraku son tan disparejos, y tan similares, que eso los vuelve la pareja perfecta, a pesar de todas las idioteces entre ustedes dos. Sinceramente, creo que tienes cierta debilidad por los niños, una que tratas de ocultar diciendo que los odias, e incluso creo que podrías llegar a ser buena madre.

—¿A ti te dan ganas de ser madre? —preguntó Kagura alzando una ceja.

—¡Joder, no! ¡Hay que estar loca!

Kagura se quedó en silencio, medio anonadada. Yura la miraba como si nada e incluso sonrió.

—¿Sabes? Creo que prefiero a Byakuya y su teoría del anticristo…


Esa noche Kagura y Naraku no pegaron ojo. Durmieron en la misma cama, pero separados como si entre ellos se alzara un muro con alambre de púas electrificado. No se miraron más que con una especie de "buenas noches y muérete" lleno de rencor y frialdad cuando fueron a acostarse, y los dos se recostaron de espaldas contra el otro, completamente separados e incluso con distintas sábanas.

A pesar de que la idea de Byakuya sonaba tan idiota como buena, seguía con sus dudas. De todos modos tampoco podía hacer nada. Para su desgracia, Kagura tenía la última palabra. El niño se estaba formando dentro de ella y él no podía hacer nada para cambiar la situación. Por parte de ella, aunque la ayuda de Yura fue bastante escueta y despreocupada, la dejó pensando. ¿Ella, con una debilidad por los niños? Lo dudaba seriamente. ¿Ser buena madre? Aún más lo dudaba, incluso parecía una burla. ¿Querer ser madre? Le parecía absurdo, y por otro lado, había una vocecilla dentro de ella diciéndole ¿por qué no? Sí eres capaz. ¿Sería tan malo ser madre? Aunque el padre fuera un idiota, claro. Aunque Kagura pensaba que ya era bastante ganancia no ser cómo su propia madre.

La idea de abortar le daba vueltas una u otra vez y cada que pensaba en las demás opciones, esa volvía a aparecer de vuelta como para reafirmarse sobre las demás, exigiendo ser cumplida. Le parecía más compasivo abortarlo que darlo en adopción. Y le parecía también más compasivo abortarlo que tenerlo y ser Naraku y ella los padres del pobre crío que no tenía culpa de nada. Sin embargo, siempre había algo que la hacía huir de la idea de abortar por mucho que esta le parecía, era la más conveniente.

Era extraño, pero la llenaba de angustia. Era algo que estaba dentro de ella, que más que su futuro hijo lo veía más como una especie de renacuajo que funcionaba como un parasito que pensaba robarle la energía, la juventud y deformarle el cuerpo, si lo veía desde su perspectiva más cruel y cínica, una con la cual hasta se sentía más cómoda. Encima todos los bebés parecían extraterrestres en cualquier ultrasonido y no le despertaban la más mínima ternura. ¡Ni siquiera se les hallaba forma! Y eran peores cuando ya nacían. Sin embargo, ella era creadora esta vez, a diferencia de Naraku, quien en ocasiones se concebía a sí mismo como una especie de creador, creando trampas, mentiras y maquinaciones para siempre salirse con la suya en pos de su beneficio y ambiciones. Pero esta vez era algo que se formaba dentro de ella, completamente suyo, algo físico y palpable aunque extrañamente se sintiera tan normal como siempre. Pero aquello era para pensarse, se decía mientras miraba hacía un ningún punto en especial, recostada en la cama.

Se tomaba muy en serio (y se lo dejó claro a Naraku) de que era su cuerpo y ella decidía qué hacer con él, pero, por otro lado, también se trataba de la vida de alguien más, una que ella había ayudado a formar. Una futura vida, por lo menos; dudaba mucho que la cosa esa pudiese sentir algo con tan poco tiempo de haber sido concebida en su vientre, y si se ponía a recordar las clases de educación sexual de la preparatoria. Ella siempre había tenido una obsesión rara con la libertad, y abortar, aunque no tuviera nada en contra de ello e incluso lo consideraba, en su caso en particular parecía resistírsele a pesar de todas las cosas que aseguró en el pasado. Sería como cortarle la libertad de vivir, a futuro, por una equivocación de ella. Entregarlo en adopción había quedado descartado desde hace un buen rato. No se sentía con el corazón como para llevarlo nueve meses dentro de ella y luego desprenderse de él para dejarlo a su suerte, sin volver a saber nada del crío. Sentía que el recuerdo la perseguiría toda su vida. Sabía muy bien que si tomaba esa opción no podría finalizarla, terminaría suplicando en la sala de parto que no se lo llevaran. Se arrepentiría, y lo que menos quería era verse en ese dilema justo cuando la hora llegara.

Tal vez, aunque le costaba creerlo, dentro de todo no le desagradaba tanto la idea de ser madre. Aunque el padre fuera un jodido idiota.


Ok… ¿pues wow? Ya, en serio, no me pude resistir. Además, la idea de escribir un fic cómico de Naraku y Kagura teniendo hijos (a que adivinan quiénes serán) era algo que me venía rondando desde hace meses, y nada mejor que meterme presión encima (?) para hacerlo de una puta vez; el reto de cumpleaños se presentó tal y como yo quería hacerlo, y tuve que tomarlo. La cosa obviamente va de que todo es un accidente muy jodido, porque me cuesta imaginar que a esos dos les da por ser padres planeándolo todo con una sonrisa. Serían de los que nomas quieren hacer el trabajo pero sin las consecuencias del mismo, ya me entienden. Tampoco quiero me malinterpreten, no quiero que sea un jodido sermón moralista de que "el aborto es malo". De hecho soy pro-aborto, y bien puedo imaginar a Kagura tomando esa opción, pero, obviamente, no puedo hacer eso en el fic porque me lo jode todo xD debe tenerlo, entonces no me queda más que tomar que, aunque Kagura no tiene problemas con esa postura e incluso la considera, en su particular caso la idea de abortar se le resiste.

He de avisar que el fic será de varios capítulos. Hasta ahora sólo he terminado el segundo, pero prácticamente ya tengo todo planeado y anotado con respecto a qué sucederá, y no tengo planeado dejarlo inconcluso por nada del mundo. La verdad es que quise ponerlo desde el principio, con el embarazo y todo (aunque no me extenderé demasiado en esa etapa) porque quiero ver a Naraku y Kagura sufriendo todo lo engorroso de ser padres. Tampoco será un fanfic demasiado largo, y va todo ligero. En el siguiente capítulo hablaré un poco más del por qué a Naraku le comienza a interesar (más en serio, no le hagan caso a Byakuya) eso de tener hijos, e igual a Kagura.

Muchas gracias por tomarse el tiempo de leer.

Me despido

Agatha Romaniev