INCUBARE

Incubare, en latín, yacer. Nombre dado a los demonios que atacan a las mujeres despertando los más bajos instintos y fantasías, merodean desde el medievo asaltando a las mujeres por las noches en sus camas, y no se sabe exactamente su aspecto, algunos creen que se presentan como enanos barrigudos, o seres altos y delgados cubiertos de pelo, incluso como pájaros de fuego. Pero la imagen más extendida es la de un hombre apuesto y bien vestido, con unos ojos que te absorven en su oscuridad.

Los íncubos atacan a todo tipo de hembras, sin importarles su edad, apariencia física o estado civil: lo mismo les da que sea guapa o fea, alta o baja, viuda, soltera o casada, embarazada o infértil, enferma o sana, ninfómana o anorgásmica: el caso es que sea mujer y que tenga una mínima energía sexual para alimentarse de ella, robándosela noche tras noche, de manera que el demonio se va haciendo cada vez más fuerte mientras su víctima (que, enganchada al placer, es capaz de dejar a su marido y todo para consagrarse al demonio) se debilita progresivamente, llegando en ocasiones a sufrir ataques al corazón o una muerte violenta ocasionada por el intenso placer sexual que su cuerpo, ya consumido, no soporta.

CAPITULO 1 Sueños...

Corría por el bosque, tratando de esquivar las ramas que me golpeaban y me herían, mi respiración se agotaba y me dolía el pecho, me estaba persiguiendo, lo sentía, podía notar el aire gélido que se acercaba a mí por la espalda.

Las piernas comenzaban a fallarme, daba traspiés, no sabía cuanto tiempo llevaba corriendo pero notaba como no aguantaría mucho más. Una piedra mal puesta no ayudó, pues tropecé y caí de bruces. Mis pies, mis rodillas, mis brazos... estaba sangrando y me dolía, no podía más. Con el corazón en la boca giré lentamente hacía atrás la cabeza, no había nadie, solo espesa niebla.

Suspiré aliviada, pero duró poco pues unos brazos fuertes comenzaron a sujetarme por dentrás. Quise gritar pero no pude, y después, la oscuridad...

Me incorporé en la cama sudando y con la respiración agitada, otra vez ese sueño, me llevé una mano al pecho tratando de calmarme. Desvié mi mirada hacia el despertador, sólo quedaban 5 minutos para que sonara el dichoso despertador.

Suspiré cansada, apenas descansaba desde hace unas semanas. Me levanté de la cama lentamente, me dolía todo el cuerpo.

Me dirigí a la ducha, tenía que espabilarme o sería otro día de clases desaprovechado, y necesitaba sacar buenas notas, no podía permitirme bajar mi media.

Una vez en el frio baño comencé a desnudarme frente al espejo, cuando dejé caer del todo el pijama lo que ví reflejado en el espejo me dejó helada. Tenía moratones en el cuello, en el pecho, en los brazos, en las piernas... -¿Qué...?- Me dijé a mi misma tratando de contener el miedo y de darle una explicación con sentido.

Seguro que me dí con algo mientras dormia, trataba de convencerme a mi misma aun sabiendo que era muy dificil. Abrí el grifo, quería evadirme de todo lo que me estaba pasando, solo era una mala racha y una falta de hierro, eso podría explicar los moratones...¿No?

Cuando salí de la ducha me permití mi tiempo para secar mi largo cabello rosado, fijé mi vista en el espejo, ya llevaba en uniforme pero podía sentir las marcas de mi cuerpo, me ardían, además tenía unas ojeras espantosas, y con los ojos verdes destacaban mucho más.

El sonido de unos toques en la puerta de mi habitación me sacaron de mi trance, me acerqué lentamente y abrí dejando ver parte de mi cara asomada al pasillo.

-Señorita, ya tiene el desayuno abajo.- Dijo con una reverencia, asentí sin mediar palabra y abrí la puerta del todo, dejando pasar a la sirvienta para que recogiera mi cuarto. Baje por aquellas escaleras de marmol, notando el frió del mismo en mis dedos al rozarlos con la barandilla, recordé el frio que sentía en aquel sueño... aquella pesadilla horrible.

Odiaba aquella casa, la odiaba con toda mi alma, era fría, sin alma, oscura y lúgubre. Pero todas las generaciones de la familia habían vivido aquí. Entré en el comedor principal, adornado en maderas oscuras y vajillas de plata, no se podía ser mas hortera. Observé los retratos de los antepasados de la familia mientras me sentaba, me hubiera encantado poder conocerlos a todos y conocer sus historias.

De aquel maravilloso desayuno que había sobre la mesa apenas pude dar dos sorbos de zumo y un mordisco a la tostada. Aparté de mí la bandeja, me levanté de ahí y cogí la bolsa con los libros, que había al lado de la puerta principal.

-Señorita Sakura, su coche espera en la puerta si desea salir ya. Ya estan sus maletas cargadas.- Dijo el mayordomo de la casa, me sorprendía que todavía trabajase, tenia ochenta y doscientos años.

-Gracias...- Dejé que me abriera la puerta y recorrí el paseo de piedra hasta el Rolls Royce negro. Ahí esperaba el chofer, con una sonrisa de oreja a oreja, ese hombre me ponía de los nervios. Le saludé con la cabeza y me adentré en el coche, acomodandome en los asientos traseros de piel color hueso. Otro año encerrada recibiendo alguna llamada de vez en cuando como mucho.

Me puse los auriculares para pasar el viaje más rapido, no me gustaba viajar en coche, me mareaba siempre, asique me puse música para no pensar en ello, canción Maybe de Sick Puppies.

Canción tras canción, ya pude divisar el internado, el cual tiempo atrás había sido un convento, está la mayor parte reconstruida por un incendio que hubo hace más de 2 siglos, al parecer provocado por una de las novicias, pero no conocía más sobre la historia porque las monjas no querían que se supiera.

Cuando frenó el coche ahí estaban todos los alumnos, todos hijos de importantes magnates y empresarios, todos hablando de sus maravillosas vidas hundidas en frivolidades consumistas, seguramente sus vidas estarían vacias, solo sabían vivir rodeados de comodidades, a mi me hubiera gustado tener una familia normal, de las que desayunan, comen y cenan juntos, salen de excursión, pasan tardes juntas...

-¡SAKUUUUU!- Una voz aguda me sacó de mis pensamientos, ví a Ino correr hacía mí zarandeando su mochila mientras me saludaba, era rubia, alta, ojos azules, delgada... Tenía unas notas excelentes y provenía de una familia muy respetada, ah y era mi mejor amiga.

Cuando por fín me alcanzó me desplazó varios metros hacia atras, pues se lanzó sobre mí abrazandome, acabamos las dos en el suelo abrazadas, atrayendo hacia nosotras las miradas curiosas, divertidas y pervertidas de todos los alumnos que ahí se encontraban.

-Ino... Yo también me alegro de verte pero levantate porfavor.- Me reía de la situación, esta chica era así, le importaba todo poco y menos. Levantó la cabeza mostrando su brillante sonrisa y ayudandome a levantar.

Me volvió a abrazar moviendome de lado a lado. -Ay como me alegro de verte.- Dije devolviendole el abrazo.

-¿Qué tal las vacaciones en Taipei? ¿Sienta bien salir de esta montaña perdida de la mano de dios?- Pregunté riendo.

-Ahhh es genial, se echa de menos el sol cuando vives aqui.- Me rodeó con el brazo y fuimos juntas a la entrada del internado, nuestros chofers le daban las maletas a los criados del centro con nuestras fichas, para que llevaran nuestro equipaje a las habitaciones.

En recepción recibimos el número de nuestro cuarto, siempre rezabamos para que nos tocara juntas pero nunca había habído suerte.

-Hmmm... 254.- Dije sin más, cuando alcé la mirada ví que Ino me miraba boquiabierta, sus ojos empezaron a brillar.

-¡254!- Gritamos ambas al mismo tiempo pegando saltitos agarradas de las manos.

-¡SHHH! Señoritas, no griten.- Dijo una mujer anciana con el gesto duro, callamos de golpe y nos miramos de reojo mientras nos inclinabamos pidiendo perdon aguantando la risa.

Agarradas de las manos subimos escaleras arriba buscando nuestro cuarto, cruzando la esquina nos tropezamos con alguien.

-Ay... lo siento.- Dije sin fijarme en quien era, cuando se giró casi nos dá algo, era Karin, dios, que asco de tía.

-¡Ten cuidado! Joder...- Dijo alejandose y murmurando cosas con sus lacayas. Nos miramos mutuamente Ino y yo y suspiramos cansadas. Nos acercamos a la puerta que nos tocaba y con la llave que nos dieron en recepción abrimos. Era una habitación semicircular enorme, las camas estaban frente a frente y dos mesas de estudio a los lados bajo los ventanales. Había dos armarios empotrados de madera oscura y dos cuartos de baño separados.

Ya estaban ahí nuestras cosas, enchufamos el aparáto de música y pusimos música mientras colocabamos la ropa, los libros en las estanterías...