Para las dos personas, Etneri y Lori-chan, que más aman a este personaje y que me estuvieron enfermando dos días enteros con él. Gracias niñas.
HOJAS AL VIENTO.
Hoja I: Esto es realmente mío.
Kanon había estado deambulando por el Santuario todo el día. Estaba solo, lo cual hacía que la experiencia fuera un poco más aburrida de lo habitual y ni siquiera contemplar a aquellos jóvenes aprendices en una lucha feroz para sobrevivir, lograban animarlo. La razón de su soledad era que Saga, como siempre, había ido al pueblo en compañía del maestro, Haeilk, y no se habían molestado en avisarle. De todas formas, pensaba, aunque lo hubieran hecho sus patéticos lloriqueos no hubieran servido de nada. Últimamente, no sabía muy bien porqué, era cada vez más exiliado del par de personas a las que más estimaba y que para bien o para mal, era las únicas que conocía.
El griego se detuvo cuando se dio cuenta de que se había aventurado demasiado y de que, si su maestro se enteraba de ello, seguramente la reprimenda no sería agradable y se ganaría al menos, castigado por una semana. Siempre así era y Kanon ya estaba bastante familiarizado con la relación causa—efecto a pesar de su corta edad. Estaba a punto de girarse sobre sus pasos, cuando una figura familiar se acercó a él y con un gesto en la mano, le indico que se acercara. Hasta donde Kanon sabía, el Patriarca no era de aquellas personas que gustaran de regañar a sus subordinados.
—Kanon¿buscas algo en especial? —preguntó con su voz ya ronca por la edad.
—No señor, disculpe no quería…
—Supongo que tu maestro y Saga han bajado al pueblo y andas aburrido. Así es mejor. Ven, tengo algo para ti.
Los ojos del pequeño centellearon por un momento. Las palabras "para ti", usualmente nunca estaban en la misma oración pues siempre era Saga quien se llevaba todos los reconocimientos por todas esas virtudes que para Kanon, sólo eran una exageración.
Empero, siguió al Patriarca a través del oscuro templo. El viejo andaba lento, cuidando cada paso que daba en las baldosas y su larga túnica se arrastraba con un susurro imperceptible. Llegaron, por fin, a algo que a Kanon le pareció fabuloso. Estantes y estantes de libros que rozaban el techo, apilados de forma ordenada, sin ninguna capa de polvo que pudiera estropearlos. Estaba en la contemplación de ello, cuando el obsequio le fue extendido. El niño lo tomó en sus manos y miró confundido al Patriarca. El hombre, sin dar más explicaciones, puso una mano en la cabeza de Kanon y con dulzura le revolvió los cabellos.
Saga:
Debiste de haber visto mi rostro de sorpresa cuando tomé mi libreta, finamente encuadernada en cuero y sin nada más escrito en sus blanquísimas hojas. Su Excelencia sólo asintió un par de veces y entonces, yo salí corriendo de ahí sin dar las gracias, lo que sin duda debió de haber hecho pensar al Patriarca que soy un desagradecido. Pero quería, en ese momento, llenarme los pulmones con el aroma del cuero. Quería tocar las páginas, sumergir la estilográfica en el tintero y escribir, con mis trazos irregulares y torpes un nombre: El mío.
En ese entonces, yo no lo comprendía muy bien, pero era la primera vez que algo me pertenecía A MÍ. Había vivido todo ese tiempo pensando que era nuestra obligación, como gemelos, compartir todo. Tú y yo teníamos la misma estatura, así que compartíamos la ropa; nos encantaba comer las mismas cosas dulces y odiábamos los vegetales; no nos importaba en lo absoluto que uno tomara algo del otro que no le pertenecería. El acuerdo tácito era que lo tuyo era mío y viceversa. Entonces, imagínate mi emoción infantil cuando me encontré con que ese cuaderno, tan elegante, tan hermoso y pletórico de páginas era solamente para mí. Fue ahí cuando por primera vez pensé que podía tener algo para mí, que si quería, podía conseguir cosas que sólo me pertenecieran. Era un deseo absurdo y egoísta, pero yo nunca habría de saber que más tarde, esos pensamientos iban a abatirnos, a enfrentarnos y a interponer un abismo entre nosotros. Pero me estoy adelantando.
Ese día, cuando Haeilk y tú volvieron del pueblo, el maestro me preguntó extrañado porque andaba con esa sonrisa en mi rostro. Yo sólo negaba con la cabeza y seguía riendo, esperando que a ti no se te ocurriera revisar debajo de mi colchón para ver si no había hecho alguna travesura. Sin embargo, sólo me miraste de reojo mientras depositabas una de las múltiples cajas con frutas en la mesa y enarcaste tu ceja derecha, fingiendo interés para perderlo a los dos segundos, cuando alguien tocó la puerta y gritaste con tu voz enérgica y cruel: ¡largo de aquí, alguien vino y pueden verte! Recuerdo que mi visión se nubló y los ojos empezaron a escocerme, pero me mordí el labio inferior y me fui, como siempre, a ocultar para que nadie supiera de mí. Escuché, bajo la puerta, algunas risas y deduje de quiénes eran, sin necesidad de verlos. En mis constantes paseos por el Santuario, ya había conocido a todos los aprendices de los Santos Dorados y a veces, cuando yo estaba lo suficientemente oculto, me entretenía con las explicaciones que sus maestros les daban para utilizar sus técnicas, lo que me hizo aprender un poco más; y tal vez si yo las hubiera practicado, hubiera dominado muchas de ellas, pero esos eran sólo sueños. Como te decía, hermano, escuché que se quedaron en el Templo y el estómago comenzó a dolerme de hambre, pues en mi rápida huida había olvidado tomar algo para comer. Mi esperanza era que las visitas no tardaran y pudiera, al menos, tomar una manzana. Hasta la sola idea me hizo agua la boca, así que decidí que para matar el tiempo, estrenaría mi preciado cuaderno.
Su característico olor, que con el transcurrir de los años no se ha perdido, minó mis sentidos. Fui a tu escritorio y tomé una de tus más bonitas estilográficas y un frasco de tinta y escribí mi nombre en la primera página. Andaba tan inspirado, que incluso le hice algunos dibujos. En uno de ellos, una chueca armadura de géminis resplandecía con mis trazos. Cuando acabé, miré el reloj y me di cuenta de que las visitas aún no se iban y yo tenía mucha hambre. Así que me quedé dormido.
No fue hasta la madrugada cuando uno de mis ojos se abrió y me fijé que tú ya estabas profundamente dormido. Descalzo y tiritando de frío, me arrastré en la cocina y mis ojos se nublaron de nuevo cuando me di cuenta de que mi cena, sobre la mesa, había sido invadida por una plaga de hormigas. La arrojé al bote de basura y me conformé con masticar una manzana. En ese momento no me enfadé contigo. Seguramente habías estado muy cansado como para despertarme o no habías querido irrumpir mi sueño.
Eso quería pensar. Pero mi interior bullía de rabia y dolor y esa fue la primera vez en que sentí a la maldad correr como hiel por mis venas. La primera de muchas veces.
N/A: Debí conseguirme un Beta. Pero ahí está. No soy muy buena con Kanon... pero... nada pierdo intentando.
Todo es bien recibido.
