Disclaimer: Naruto es de Masashi Kishimoto. El título de la historia le pertenece a Federico Moccia y a su libro más famoso "Perdona si te llamo amor", mas no la trama, esa es mía y ésto fue escrito sin fines lucrativos.
Línea Temporal: Universo alterno.
Nota1: Puericultura es una de las especialidades de la medicina. Significa "cuidado de los niños"; o sea, el arte de la crianza. Una puericulturista está calificada para cuidar niños en guarderías, jardines de infancia y estancias infantiles.
Nota3: El título del fanfic es "Perdona si te llamo amor", pero uso el nombre del libro en italiano como oficial para no confundir mi otro fanfic que se desarrolla con el mismo punto de plot (ésto es más para quien me tenga en alertas de autor), pero con otros personajes, por lo tanto, NO es igual.
"Cuando menos te lo esperas, cuando crees que todo va mal, y que tu vida calculada hasta el mínimo detalle es un desastre, es cuando sucede".
-Federico Moccia, Perdona si te Llamo Amor
PERDONA SI TE LLAMO AMOR
Capítulo 1: Primera vista
Kushina Uzumaki, pelirroja de ojos azules profundos e indefinidos, estatura media; dieciocho años; estudiante de bachillerato técnico, puericulturista; se dirige a su centro de prácticas profesionales, la estancia infantil "Sueños y Sonrisas". A Kushina no le gustan mucho los niños, por la manera en la que se expresan y que dejan mucho qué desear. Lo complicados que pueden ser, lo berrinchudos e incontrolables que se vuelven.
Ella, Uzumaki, decidió estudiar un bachillerato técnico por dos razones: es barato y te otorga un título, en Konoha existe una gran demanda de guarderías infantiles y puede conseguir un trabajo rápido. Vive sola, algo amargada por eso, a pesar de llevar tres años en la escuela solamente tiene una amiga. Perdió a sus padres cuando niña, un accidente de autos, hombre borracho que embiste a un carro que trata de esquivarlo. Se mantiene con la pensión que el gobierno le pasa hasta que le den su herencia. Antes, un tío la "cuidaba" de vez en cuando, ahora se ha deslindado completamente de ella.
Sueños y Sonrisas es un lugar vomitivo, piensa Kushina al entrar a la guardería. No es muy grande, pero es lo suficientemente amplio para los menos de cincuenta niños que cuidan allí. Está pintado en varios colores, vivos, alegres que la invitan a cerrar sus ojos. Las risas y los cantos llegan hasta ella, que aún se encuentra en la calle. Es su primer día, está tan emocionada como puede estarlo un pez en una pecera. Entra al lugar y la directora del plantel la saluda con una sonrisa.
—Debes ser Kushina —dice como con un tono amigable, como si fuera una agradable conocida.
—Un placer conocerla.
—Llámame Hiroko —pide la mujer—. No me gusta que me digan "señora" o "directora". Me hace creer que soy prepotente.
Sonriendo falsamente, Kushina agradece las cortesías y atenciones para con ella, una simple estudiante. Hiroko, mujer de más de treinta años y con el cabello liso y negro azulado (Kushina piensa que es teñido), la invita a abandonar la salita de entrada y la encamina hasta las aulas. Ella le pregunta cómo le va en la escuela y qué es lo que le gusta de ser educadora, ella responde como si le interesara de verdad y sonríe también.
Hiroko la presenta con todas las maestras, la que se ocupa de niños más pequeños, los de tres años, Yoshino Nara. Quien cuida de los más difíciles de controlar, los que poseen de entre cinco y seis años, Tsume Inuzuka. La misma directora es quien cuida a los niños de cuatro; el lugar es pequeño, la cantidad de niños también.
Ya es hora de decidir a quién va a ayudar. Es muy obvio, a la directora. La pobre vive estresada entre la dirección, recepción y el salón desde que Shizuka Yamanaka, la antigua maestra que ocupaba su puesto en el aula, desertó hace tres semanas; aunque las visitaba muy seguido.
—Serás de gran ayuda; como una bendición —dice. Kushina sonríe nuevamente. ¿Cuántas sonrisas forzadas lleva ya?
Pasa al salón pintado en colores amarillo y naranja, lleno de juguetes y libros; dibujos y pintura; crayolas y colores. Allí hay cerca de quince niños corriendo, descontrolados. ¿Qué hacen? Unos juegan a atraparse, otros iluminan los libros de colorear y un par de niñas sacan libros de la pequeña biblioteca y se maravillan por los dibujos, pues no saben leer.
El día pasa rápidamente, es pesado, pero es satisfactorio en alguna manera. Kushina está segura de que nunca lo olvidará. Fue perfectamente desastroso y se reprende cada vez más de haber elegido un bachillerato técnico con vocación para cuidar niños. Piensa que no estará preparada para trabajar en eso ni muerta, que ni siquiera tendrá hijos, que mejor estudiará criminología como en las series de televisión…
…Si tan solo tuviera el dinero suficiente para pagarse la universidad.
Sabe de sobra que, aunque posea un título técnico, la paga que recibirá será mínima y, probablemente, hasta lastimosa. Apenas para subsistir. Por eso quiere ir a la universidad a licenciarse, para que le paguen lo que se merece y haciendo lo que le gusta. Jamás consentirá la idea de conseguirse un marido que le costee la vida entera, eso es de interesadas arribistas y perdedoras. Muy antifeminista, también.
Con un beso baboso, Keiko se despide de Kushina, una niña de cuatro años a la que le faltan los dientes frontales, pero que sonríe mucho, y la lleva hasta la entrada para que la directora la entregue a sus padres. Keiko en la primera en marcharse, pero a los pocos minutos llegan por Kimiko, luego por Kai y Ren, son primos y vecinos, así que los recogen juntos.
Poco a poco el salón se queda vacío y los barullos se alejan junto con los motores de los autos, con el ruido de los claxon y las voces de los padres que conversan con sus niños. Kushina se sienta en una de las pequeñas sillas de color rojo vibrante, como su cabello, esperando no romperla, y observa los dibujos que los pequeños han hecho y han olvidado en la mesa en su carrera de regresar a sus hogares. Todos son más rayones que dibujos y, si de iluminar se trata, dejan mucho que desear. Pero son niños pequeños y no se les puede pedir más.
Sin embargo, hay un dibujo que resalta entre los otros: un revólver. Bueno, apenas y se nota que es una pistola, pero ¿qué mierda ve ese niño para que le gusten las armas?
Como respondiendo a su pregunta, un niño sale del cuarto de aseo y le dice:
—Ese es mío —con la empalagosa voz que sólo un niño pequeño puede hacer—. Se lo daré a papá.
Sonriendo, Kushina se reprende a sí misma por no notar que no era la última persona del aula y trata de recordar el nombre del pequeño. Ella es mala con los nombres a pesar de que estuvo regañando al niño gran parte de la tarde hasta que Hiroko se lo quitó de encima. Fracasa en su intento por rememorar y se lo pregunta directamente, aburrida.
—Soy Naruto.
—¡Oh! ¿Y por qué has dibujado un arma?
—Para que papá la ponga en el refri.
Kushina revuelve sus cabellos rubios, seguramente ese niño le da muchos dolores de cabeza a sus progenitores, luego observa el reloj de pared. Pasan de las seis y media. Se supone que los niños salen a las seis, ¿por qué Naruto sigue allí? Nuevamente, coincidentemente con sus pensamientos, Hiroko entra por la puerta y le pide a Kushina que se quede un poco de tiempo más a esperar que recojan a Naruto; las maestras se han ido ya y ella tiene una junta con otros directores de guarderías acerca de nuevos menús infantiles.
—Está bien, no hay ningún problema —acepta. No hay nadie esperándola en casa de cualquier manera.
—Todo el tiempo que te quedes esperando irá a tu registro, no te preocupes. Y lamento mucho que esto ocurra desde el primer día, pero no puedo dejar a Naruto solo.
—Gracias, pero ¿quién vendrá por Naruto?
—¡Mi papi! —se entromete el niño y toma uno de los carritos que están relegados en el rincón para ponerse a jugar corriendo y montando las sillas como si fueran caballitos. ¿Acaso al niño no se le acaban aún las baterías? Lleva todo el día así.
—Lo que él ha dicho. No te confundirás, es la única persona que llega tarde y se parece mucho a su hijo. Más bien, Naruto se parece mucho a él.
Asintiendo, la estudiante insta a la profesora a marcharse sin preocupaciones y se queda con el menor, arrodillándose y sentándose a jugar con él, recordando su infancia de paso. Ella también era todo un diablillo cuando pequeña, así que se siente identificada con él, aunque no le agrade la idea de quedarse sola con un niño.
Cuando pasan los minutos y dan las siete, Kushina se preocupa. ¿Y si no vienen por él? ¿Qué hará ella? pero, lo que más la turba del asunto, es que Naruto permanece entretenido y nada preocupado. No llora ni se queja porque se ha quedado tan tarde en la guardería y nadie ha venido por él. Uzumaki cree que el niño está acostumbrado. ¿Qué clase de padres tendría? ¿Por qué lo abandonan tan fácilmente? Está bien que a ella no le gusten los niños, pero dejarlo con extraños por tanto tiempo es, hasta para ella, inconcebible.
Molesta por su línea de pensamiento, Kushina le pide a Naruto que deje los juguetes, que es hora de guardar, pero, que a cambio, le leerá un cuento.
—¡Yo escojo! —argumenta el niño, va a la biblioteca y le pasa el texto a Kushina, la cual comienza con la lectura.
—¿Caperucita roja 'ttebane? ¿No es que eres un niño? —agrega su palabra característica a su frase. No hay nadie viéndola a los alrededores como para que cuide su vocabulario.
—Sale un cazador. Yo soy el cazador.
—Violento, ¿eh 'ttebane?
El niño se encoje de hombros y le regala una sonrisa con todos los dientes. Brillante, piensa Kushina y se permite a sí misma sonreír sinceramente. Este niño, con todo, es un amor.
Comienza a leer el cuento, pero Caperucita no alcanza siquiera a encontrarse con el Lobo cuando la campanilla de la recepción corta su lectura. Kushina asume que es el padre del niño, así que se para y camina con Naruto de la mano hasta la sala de espera. El pequeño rubio canturrea la canción "son las doce" que se canta en el jardín de infancia, pero le cambia la hora. Son las siete, él recita.
—¿Quién eres tú? —pregunta el hombre con voz amable, genuinamente curioso. Kushina se sobresalta, no porque la haya asustado ni su tono de voz ni su pregunta, sino por algo más.
Su corazón palpita, sus ojos se pierden en los de él. Son azules, brillante, alegres que la invitan a sonreír como tonta, pero que la arrastran con ellos. Su rostro también es exquisito, como esculpido por Miguel Ángel. ¿Qué es esto que está sintiendo? Su corazón golpea fuerte en su pecho. Ella se dice que es el hambre. No ha comido, gusta de poner la comida como excusa para situaciones que no puede controlar. Le toma un segundo tomar la apariencia de que se ha serenado y trata de imitar el procedimiento de entrega de niños que hace la directora.
—Soy una pasante de bachillerato. La directora no se encuentra aquí —responde lo más normal posible, controlando el "ttebane" que quiere escaparse de sus labios—. ¿Es usted el padre de Naruto? —pregunta lo obvio, con el razonamiento nublado.
—Sí, Minato Namikaze. Gracias por cuidar de mi hijo —está agradecido con ella. Le sonríe. Las mejillas de la estudiante se sonrojan. ¿Qué ha hecho ella tan grandioso para merecer su presencia?
—No-no es nada —tartamudea y se reprende mentalmente por eso. Ella no tartamudea, ella no se avergüenza. Ella es directa y firme, escandalosa también. Sin miedo. No puede bajar la guardia así, ella solamente está entregándole a su hijo. Además, cree que él es un mal padre que llega tarde por su hijo y que lo instruye en el arte de la violencia o algo así. Se supone que ella no debe verlo así, como ahora, como un príncipe encantador. Como el hombre de los sueños de cualquier mujer. De los suyos. Porque él tiene un hijo, probablemente también una esposa. Es mayor y, con seguridad, ya casado, y ella es una niña boba que acaba de cumplir la mayoría de edad.
Naruto, que ya está tomado de la mano con su padre, le entrega el dibujo que hizo. Su padre le sonríe, pero también lo reprende suavemente al ver lo que hay plasmado en la hoja; aunque Kushina sabe que esa sonrisa no es para ella, siente que su corazón se salta un latido cuando la ve.
Ambos rubios se despiden, padre e hijo, Minato y Naruto, ella corresponde el gesto. Cuando ya se han ido, Kushina se recarga en una pared, se resbala hasta llegar al suelo, una mano sobre su alocado corazón. Sus piernas son como gelatina, sus manos tiemblan por el encuentro, su cara, no la ve, pero está segura de que se encuentra roja, muy colorada. Parece una niña enamorada; no, es una niña enamorada. Lo sabe muy bien.
¿Es acaso estúpida? Él es un mal padre, él tiene un hijo, él está casado. ¿Cómo ha podido enamorarse de él a primera vista y por una sonrisa? ¿Es que no ha madurado nada? Ella no cree en los hombres, bueno, no cree en las personas en general. Prefiere concentrarse en sus estudios aunque no sea la mejor, porque quiere ser alguien en la vida, quiere tener un mejor futuro, quiere hacerlo por sí misma, por su orgullo. Para mirar por arriba a todos los que le dieron la espalda cuando sus padres murieron. Todo lo que le está sucediendo ahora es una niñería, un sinsentido…
…Pero lo está sintiendo y algo en su interior le dice que no hay marcha atrás.
¿Ven? No es lo mismo (para quien haya leído también la versión EdWiniana). Y en los próximos capítulos ni siquiera se va a parecer tanto como éste, pues las personalidades de los protagonistas son abismalmente diferentes.
Aquí la realidad es que me había arrepentido de publicarla para FMA y, cuando la iba a borrar, ya había reviews. Me dio lástima y me estoy autocastigando por estúpida y ahora realizaré dos fics paralelos.
Si ven algún error con los tiempos verbales (estoy escribiendo en presente como auto-reto), le pido encarecidamente que me avise, también si hay alguna confusión con los nombres, pues mándenme su regañada.
La directora del súper Kinder se supone que es la madre de Hinata. No sé si lo hayan alcanzado a pillar.
¿Dudas? ¿Felicitaciones? ¿Regaños? ¿Errores? ¿Críticas constructivas? En un review, por favor.
Miss Pringles.
