¡Hola a todos!
He regresado con este segundo volumen de Jealousy. Lamento mucho la espera, pero he tenido otros proyectos, aparte de que pronto me mudaré de hogar. He empacado cada una de mis cosas en cajas y cajas interminables, pero en fin. Aquí estoy de nuevo. No le hallo mucho ha estar publicado aquí, ya que la mayoría se ha mudado a wattpad, pero, por nostalgia, he decidido publicarlo en esta página.
Primero que nada, muchísimas gracias a Knight Fujoshi Creepy Cupcake y a Twinkle-Red-Star por ser los únicos que comentaron en este anuncio publicitario antes de que fuera el primer capítulo y por esperar tanto tiempo el segundo volumen. Sus nombres se quedarán plasmados aquí para siempre, ¡je, je! De verdad, muchas gracias.
Quiero aclarar que necesito ver respuesta a este piloto, o, bueno, primer capítulo, para poder seguir publicando los demás. Y, de vuelta, ¡muchas gracias por leer!
Este segundo volumen lo he escrito en primera persona, en vista de Rigby, nuestro personaje principal.
Jealousy (Condolencias a Mordecai) - Volumen 2 - Mordecai y Rigby
CAPÍTULO UNO
LUCES
Me despierto asustado y una luz verde me ciega al instante. Parpadeo y abro más mis ojos. Me hallo encerrado dentro de una habitación de cuatro paredes del mismo color verde nilo claro, el color que tienen la mayoría de los hospitales, puesto que estoy en uno ahora. Hospital Psiquiátrico Nuevo Amanecer. Llevo encerrado cerca de tres años en este lugar. Según varias personas que han venido a ayudarme, he mejorado con el tratamiento que me han impuesto. He conseguido quitármelos de encima al fingir ser alguien que no soy: Chad, mi pequeño amigo muerto.
Nadie me creyó hace años cuanto les conté que en realidad era yo, Rigby. Me juzgaron de loco. Creyeron que mentía porque no aceptaba la muerte de Rigby, osea mi muerte. Ni siquiera Mordecai, quien fue el primero en hacerme de lado y mirarme como si yo fuera alguien que quisiera jugar con sus sentimientos. Alguien malo. Un ser muy, muy malo. Lo último que recuerdo acerca de él, fue que me escupió en la cara y me empujó contra la puerta principal; en ese momento, unos hombres me tomaron de los brazos y me sacaron del parque, en una camioneta, sólo para encerrarme aquí el tiempo suficiente como para odiar a Mordecai por varios meses, pero ahora lo extraño más que nunca. Ya deseo verlo, aunque él, cuando me mire, no me verá con ese sentimiento a como lo veré yo.
Hoy será mi último día que estaré aquí. Vendrán por mí en la tarde, aunque no sé muy bien quién en realidad.
Comienzo a hacer mis rutinas diarias: sentarme en mi cama y mirar las paredes hasta aburrirme. Hace mucho que me quitaron la «camisa de fuerza». Los primeros meses fueron insoportables por culpa de eso; en realidad sí me hallaba muy desesperado. Ahora veo las cosas desde otro punto de vista muy diferente.
A mediodía me toca tomar mi desayuno: emparedados de jamón con lechuga; gelatina roja, creo que es de frambuesa; jugo de naranja (siempre me cambian la fruta); y píldoras que, en realidad, no sé para qué sirvan, aunque he deducido, durante todo este tiempo, que sólo son calmantes; eso espero, no quisiera estar siendo medicado por algo que creen que yo tenga. Quizás y sólo sean vitaminas.
Tengo varios juguetes en mi habitación (me tratan como niño chiquito) y demás cosas para entretenerme. He creado un pequeño diario que he escrito todo este tiempo desde que me dieron permiso de usar lapices y bolígrafos. Papel tamaño carta y un sobre para meter todo, es lo único que necesito.
Mi habitación de cuatro metros por otros cuatro es solamente mía, no tengo compañeros de cuarto. Hace poco me instalaron un televisor con muchos canales para poder ver lo que yo quiera. Poco a poco me empezaron a brindar de más lujos cuando vieron que estaba saliendo bien en los exámenes que me impartían.
Me notificaron sobre mi liberación apenas ayer, precisamente cuando cayó la noche. Al parecer me soltarán porque alguien en especial me necesita, supongo que es la persona que ha estado pagando mi estancia todo este tiempo, Jeremy. Ahora él es mi mejor amigo. Ha sido de las pocas personas que me han visitado; con Eileen son dos. Son las únicas, para ser franco. Y lo sé, es triste no tener a alguien con quien charlar el tiempo que yo quiera, y menos fingiendo ser alguien que no soy. Las charlas duran medias horas o sólo quince minutos, a veces sólo diez. Pero ahora todo cambiará, y espero que sea hoy, por la tarde.
En mi cuarto tengo un reloj y un calendario, y el reloj ya ha marcado las 07:00 p. m. No ha venido nadie a recogerme. Empiezo a tener miedo de quedarme aquí para siempre. Aquel pensamiento me agobiaba las primeras semanas, hasta que me dijeron que si mejoraba, me soltarían; pues, han pasado dos años y medio y apenas lo harán, y eso que llevo fingiendo ser Chad desde hace más de un año.
Abren la puerta de mi habitación rápidamente y me encuentro con Jeremy, ahí parado, estirado de brazos y queriendo que yo vaya con él. Siento un poco de rencor con Jeremy al pensar que ya ha pasado demasiado tiempo, que debieron de haberme dejado libre desde hace mucho, pero, aun así, me levanto y corro hacia él para abrazarlo lo más que puedo.
La idea de quedarme aquí para siempre, ha terminado.
Jeremy me ayuda a cambiarme de ropa. Ya no usaré más aquella bata blanca que me picaba todo el tiempo del cuello. Mi amigo ha comprado ropa nueva para mí: un pantalón de mezclilla de color azul rey oscuro; una playera, blanca, de un algodón muy suave; y un par de tenis, blancos, junto con una chaqueta de mezclilla del mismo tono azul oscuro. Toda la ropa se me ve muy bien, suficiente para distraer a la gente de mi cabello casi inexistente. Mensualmente me lo cortaban aquí hasta dejarme pelón, y ahora llevo conmigo sobre mi cabeza una sombra clara en vez de cabello.
Jeremy termina de arreglar cuentas frente a un mostrador, con lo que sea que esté haciendo para que yo pueda salir, mientras me pego al vidrio de la entrada como un chicle, viendo a un auto de color rosa que está al final de la calle, a unos cuarenta metros, más o menos; creo saber quién es la persona que se encuentra esperando adentro, bajo el infernal calor del sol.
La chica se abanica con lo que parece ser una hoja con publicidad de algo, aunque eso no es importante, sino que está saliendo del auto mientras lo hace, ya que no ha soportado el calor, y, con eso, al salirse del auto, he descubierto quién es en realidad aquella chica con coleta de caballo y grandes anteojos de fondo de botella.
—¡Eileen! —exclamo, aunque no pueda oírme detrás del vidrio. La chica viene para acá.
El guardia de seguridad que está en la entrada me sisea.
—¿Ya listo para irnos, Chad? —me pregunta Jeremy a mis espaldas.
Por un momento, no reacciono ante sus llamados, hasta que me entrega, pegándolo a mi hombro derecho, mi caja con todos mis sobres llenos de las hojas de mi diario. Jeremy me guiña un ojo, aunque no sé qué significa exactamente. Me toma del brazo (no me entregó la caja, la sigue cargando) y me saca del lugar.
Es la segunda vez que piso estas escaleras que dan hacia la calle, después haberlas pisado desde hace más de dos años, antes de que me encerraran en este lugar. Aún recuerdo cómo pataleaba en la entrada, con mucha desesperación, pensando que no volvería a ver a nadie para siempre.
Eileen corre y me abraza, felicitándome por mi liberación. Me entristece que me llame por «Chad» en vez de «Rigby», pensando la chica, todo este tiempo, que yo he muerto y que Chad fue el que estuvo encerrado bajo su locura, pero que ahora ha tenido una milagrosa recuperación; eso es triste. Ella no sabe la verdad, y, si le dijera, me podrían volver a encerrar, pensando que he tenido una baja mental, o como quiera que se diga. Así son las cosas ahora, así serán para siempre. «¿Para siempre?», me pregunto, sintiendo que no he salido libre totalmente después de todo.
—Creo que... tengo hambre —suelto mis palabras, y mis amigos me sonríen mientras me llevan hacia el auto de color rosa.
Eileen me ha contado sobre ese auto cuando me iba a visitar cada martes, jueves y domingos. Desde que me encerraron, la chica tuvo que dejar su departamento que ha rentado por muchos años para irse a vivir con su mejor amiga, Margarita, y con ese dinero extra se compró un auto usado que estaba muy barato.
—¿Qué quieres comer, Rigby? —me pregunta Jeremy.
—Tengo antojo de hamburguesas —respondo.
Para cuando me doy cuenta de que me llamó por mi verdadero nombre, me volteo y los veo con miedo. Ahora ambos me miran y me sonríen, ya casi para llegar al auto de Eileen.
—Descuida —me susurra ella—. Ahora nosotros guardaremos tu secreto. —Me ha tomado de la mano, y me dice—: Pero tendrás que confiar en nosotros. De ti depende de que Mordecai vuelva a estar bien.
«¿Vuelva a estar bien? —me pregunto—. ¿Qué querrá decir con eso?»
Dejo de ver su mano que toma la mía y la miro de frente, y pregunto:
—¿Qué le ha ocurrido?
—Todos lo hemos perdido desde tu muerte —me responde Jeremy.
—¿Perdido? —pregunto. «¿Con eso se refieren a que se ha vuelto loco?», pienso.
Me hago preguntas sobre eso: «Y, si es así, ¿también lo encerraron? ¿Está mal? ¿Está enfermo de algo? ¿Sus recuerdos se han perdido o algo así? ¿Ya no se reconoce a él mismo ni a nadie?». Estas dos últimas preguntas ya suenan lo bastante estúpidas hasta para mí, debo admitirlo, y, eso significa, que por el miedo ya estoy empezando a exagerar dentro de mi cabeza.
—Ya lo verás —me contesta mi amigo, sin más qué decirme, mientras nos subimos al auto.
En lo único que puedo pensar ahora es en que Jeremy sabe que no soy Chad, y eso quiere decir que ya está consciente de la muerte de él. Pero ¿desde cuándo lo supo? ¿Desde cuándo sabe que no lo soy? No tengo idea.
La sensación de un auto en movimiento es muy confortante en estos momentos. Literalmente hace años que no me subía a uno. Me arrulla. Me siento feliz.
Jeremy, con mucha calma, comienza a explicarme cómo se dio cuenta de que yo no soy Chad. Eileen hace lo mismo. Ambos coinciden en que era obvio que yo no lo era, pero que ambos se negaban a creer algo tan imposible como esto, hasta yo mismo me negaba a creerlo antes. Jeremy no me comentó nada mientras buscaba una salida para mí, pero ¿cómo hacerlo? Pues, yo tenía que empezar a fingir que era Chad por mí mismo, para que saliera bien en los exámenes poco a poco. Y no me sugirieron porque no hallaban cómo, ya que las conversaciones eran grabadas en el momento en que venían a visitarme. Una vez que confirme que era Chad, Jeremy solicitó mi salida.
Me quedo pensando en esto. «Y ¿qué hubiera pasado conmigo si insistía en que era Rigby?», pienso. Pues, es obvio, hubiera pasado más tiempo encerrado. ¡Ahora lo comprendo! ¡Ahora entiendo sus rostros y expresiones cuando yo platicaba con ellos y les decía que era Chad! Y ellos solamente me respondían con entusiasmo: «¡Qué bueno que te diste cuenta de quién eres en realidad!», «¡Sigue así y no te detengas!», «Sigue recordando que eres Chad y no Rigby, ¿eh?». Solamente eran indirectas para que siguiera con el engaño.
—Exactamente, ¿desde cuándo se dieron cuenta de que no era Chad? —pregunto, mientras vamos en carretera; aún no llegamos a la ciudad.
—Sencillo —comienza Jeremy—. Chad era mi mejor amigo. —«Y si yo era el mejor amigo de Mordecai, ¿por qué él no se dio cuenta de que yo era Rigby en realidad?», me hago preguntas.
—Oooh —digo, dando a entender que lo he entendido todo—. Y ¿tú, Eileen?
—Chad es vegetariano. Supe que no eras él cuando te di un emparedado de jamón y se te hizo agua la boca. Fue cuando creí en tus palabras la primera vez que te visité —me dice, acercándose para darme un abrazo.
—Tuvieron que habérmelo dicho —comento, abrazando muy fuerte a Eileen.
—No sabíamos cómo —me dice mi amigo de cabello blanco (se lo sigue tiñendo).
—Extraño mi cuerpo —comento.
—Y yo extraño a Chad —me comenta él, y yo agacho la cabeza mientras Eileen me sigue abrazando.
Hemos llegado a la ciudad. Pronto nos estacionamos frente a un local de hamburguesas y nos bajamos del auto rápidamente. Ahí adentro nos estábamos cocinando. El calor sigue estando igual de infernal. Para ser diciembre, el sol quema mucho, lo cual se me hace raro.
Al entrar al lugar, lo primero que siento es el fresco aire acondicionado que toca mi piel y cada vello que está sobre de ésta. Me siento en una banca y trato de asimilar todo lo que ha pasado en el día. Pronto comienzo a pensar en qué haré de mi vida. Antes trabajaba en el parque, cuando tenía veintitrés años; ahora tengo veinticinco y medio. No sé en dónde o en qué cama dormiré esta noche. Estoy ansioso.
Como por obra de magia, Jeremy me ve, observa mi angustia y me comenta:
—Trabajarás de nuevo en el parque —me dice, de golpe, sentándose junto a mí. Eileen se ha sentado frente a nosotros.
—¿En serio? —inquiero.
—Ya hablé con Benson. No te preocupes, dormirás junto a mí, es decir, en mi habitación.
—Y ¿Mordecai? ¿Qué hay con él? ¿Dónde está? ¿Qué le sucede? ¿Sigue viviendo ahí?
—Sí —responde Jeremy—. Pero hay algo que debes de saber: Mordecai no te ha olvidado ni un solo día. Ha cambiado, se ha vuelto un ermitaño y casi nunca sale, solamente lo hace para...
Se detiene.
—¿Para qué? —vuelvo a inquerir.
—Ya lo verás —me responde, y yo pego el grito al cielo dentro de mi mente.
«¿Qué le sucede a mi Alargado Fantasma?», pienso; hace mucho que no le decía así, solamente me hace recordar su palidez excesiva y el gran amor que aún le tengo. Lo sigo extrañando. Y por como veo a Eileen, su expresión, mientras Jeremy me cuenta todo, parece algo grave. Espero que se encuentre bien.
—¡Hola! —Ha llegado Thomas. El chico barbón se sienta junto a Eileen—. ¡Qué bueno que me avisaron que estarían aquí! ¡Se me hizo un poco tarde por el tráfico, pero espero haber llegado a tiempo! ¿Llegué a tiempo?
—Justo a tiempo —le confirma Jeremy, entre dientes y sin muchos ánimos. He notado que no está muy feliz de verlo aquí, como finge él. Mi amigo de anteojos se acerca a mi oído y me masculla—: Eres Chad ahora.
Aquello me da a entender que Thomas no sabe nada de nada. No sabe quién soy en realidad.
—¡Oh!, me tomé la libertad de llamarlo para que nos acompañara —nos explica Eileen, entre risas y apenada (está ruborizada, aunque no sé si sea por el calor), agitando su mano demasiado cerca su cara y cuello; la chica sigue teniendo muchísimo calor, demasiado calor, está sudando mucho.
Me quedo observando cada gota de sudor que Eileen se embarra en su frente con la mano. Thomas platica sobre unos negocios que tiene y algo referente a su universidad, pero yo no lo escucho. El chico no deja de mirarme. Parece estar muy alegre de que yo esté aquí. No soporto la tensión y el calor que hace, así que me levanto y exclamo:
—¡Voy al baño!
Paso por encima de Jeremy y corro hacia los lavabos. Aquí parece un lugar seguro para pensar. Pero ¿qué puedo pensar ahora? Todo me da vueltas en la cabeza y no puedo ordenar bien mis ideas.
—¿Sucede algo? —llega conmigo Jeremy, cerrando la puerta del baño. Y lo único que digo es ayuda.
—Oh, Chad.
—¡No soy Chad!
Jeremy me sisea y se acerca hacia mí para abrazarme.
—Lo serás hasta que pensemos en una solución. Mientras tanto, necesito que...
—¿Pasa algo?
Llega Thomas.
—No nada —le responde Jeremy—. Enseguida vamos.
Thomas se acerca y comienza a hablarme, viéndome fijamente a los ojos.
—Te extrañé mucho.
No sé qué decir o qué hacer, lo único que se me ocurre es hacerme el indignado.
—Si me extrañaste tanto, porque no fuiste a visitarme todo este tiempo —le digo, y él me mira con una expresión de tristeza o algo así, como si quisiera decirme algo importante, pero no lo hace, solamente se limita a decirme.
—Me enamoré de alguien más.
Se da media vuelta y se sale del baño. Nos hemos quedado solos como al principio.
—Y ¿eso? —pregunto, así sin más.
—Así es —me responde Jeremy—. Creo que no tenía las agallas para decírtelo, es decir, decírselo a Chad.
—Y ¿eso a mí qué? —digo, como si no me importara. Sigo indignado.
—Se ha casado y pronto tendrá un hijo.
—¿En serio? ¿No se supone que Thomas es... gay?
—No en realidad —me dice, arrastrando las palabras. Dándome a entender que es... ¿bisexual?
—Y ¿por eso no me visitó? Es decir, a Chad.
—Pues, creo que tenía que convencerse de que ya no sentía nada por él, por Chad. Y lo hizo de esa manera.
—Pues, que manera tan absurda —digo, doblemente indignado.
Salimos del baño y veo, desde lejos, nuestros platillos recién servidos. Creo que Jeremy pidió por mí cuando me fui al baño, y no es de mucha importancia, ya que veo que solamente sirven de una clase de platillo, porque todas las hamburguesas de los demás son exactamente iguales y no hay variedad, ¡vaya lugar!
No puedo creer lo que vieron mis ojos antes de sentarme. Eileen se ve algo diferente, y no lo había notado hasta que la observé detenidamente. Lleva un bulto en la barriga. Si mis sospechas son ciertas, entonces, ya sé qué lleva ahí y quién es el responsable de esa bola extra de carne. No digo nada. Me limito a sólo sentarme y observar mi comida mientras pienso en bebés juguetones que danzan arriba de mi hamburguesa y papas. Ahora sí que me estoy volviendo loco. Creo que son demasiadas sorpresas por un día.
Tomo una papa, en exceso frita y muy alargada, y comienzo a recordar en los «martes de hamburguesas» que teníamos Mordecai y yo. Lo único que hace la comida es lograr revolverme el estómago, pensando en que, en algún momento y pase lo que pase, tendré que toparme cara a cara con él.
Salimos del estacionamiento. Eileen conduce el auto rosa y Jeremy el auto del parque con el cual Thomas vino hasta acá; yo voy con ella y Thomas va con Jeremy.
Por fin hemos llegado al parque. Mi corazón late a mil por hora de sólo pensar en mi ex mejor amigo. No puedo dejar de apretar la caja contra mi pecho, la caja que lleva todo mi diario. He marcado mis manos por encima del cartón, arrugando todos los laterales de la caja.
Al estacionarnos frente a la casa, la cual no ha cambiado en nada, Mordecai sale por la puerta principal, y yo siento cómo mi corazón casi se sale volando por mi boca. Sí, parece un ermitaño con aquella barba larga, blanca y de tonalidades amarillentas, parece que tiene pegada una cochina estopa en su barbilla. Su cabello luce de color negro brillante, creo que es por lo desaseado que está, y su cuerpo luce demasiado delgado como para tacharlo de «calavera andante», no podría describirlo mejor con esas palabras.
Mordecai ve los autos y se apresura a sacar a alguien de la casa. Es un chico. Le calculo que ha de tener unos dieciocho años apenas, sino es que menos.
—Otro Rigby... —comenta Eileen, quitándose el cinturón de seguridad y haciendo una mueca de desaprobación—. Es el tercero esta semana.
—¿Tercero? —le pregunto—. ¿Qué hace con ellos?
—¡Qué no hace con ellos! —me dice, descontenta, aunque no sé muy bien qué quiso decirme.
Veo cómo Mordecai le da dinero y el chico se marcha del pórtico y después de la casa lo más pronto posible, casi corriendo o... ¿huyendo de él?
No puedo dejar de mirar al chico que corre en dirección contraria de nosotros. Se ha ido. No pude evitar ver que es excesivamente parecido a mí, es decir, a como era yo antes.
