N/A: Recuerdo que, como conmemoración de los festivos de fin de año (Navidad y Año Nuevo), iba a escribir un oneshot para esa época. Lo hice… y jamás lo subí.
Lo subo ahora super desubicadamente xD lo sé. O sea, Año Nuevo en abril, pff… bueno, y why not?
Aclaraciones: El universo de SNK medio AU, con un poco más de tecnología de lo usual.
Advertencias: Demasiado cute. Demasiado cliché. OOC, según yo. Y no me quedó excelente que digamos, pero quería publicarlo de todos modos, por si algún día lo pierdo.
Hope you enjoy.
Gracias por venir.
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¿Y qué importaba que fuese a celebrarse el Año Nuevo? ¿Acaso eso iba a cambiar algo? Mikasa Ackerman había llegado a comprender la supuesta utilidad de los festivos cuando tenía una familia convencional: un padre y una madre; ambos quienes preparaban con antelación un festín exuberante que la mandaba a dormir pasada la media noche, eso si conseguía acabarse su plato. Pero ahora sencillamente no encontraba una motivación real para celebrar. Primero, por la excusa más clara y lógicamente evidente: el mundo estaba a punto de acabarse. Segundo, porque había perdido el gusto por tales eventos y también había perdido la noción sobre cómo comportarse. ¿Reírse, comer, beber y bailar? Realmente no existía un espacio para tales nimiedades en su mente. Hace años no reía, la comida escaseaba como para gastarla de esa forma y bailar era lo último que habría aprendido de haber podido.
Sin embargo, no quería ser una aguafiestas. Sus intenciones no eran coartar la festividad, pero simplemente podría decirse que estaba cansada. Y no de algo en específico, tal vez de todo a la vez: de la vida misma y su injusticia, de las largas batallas, la falta de sueño, las preocupaciones, todo sumaba a su estado huraño y restaba a sus ganas de celebrar.
Y es que según ella no había nada que celebrar, aunque Mikasa sabía que no era la única que pensaba así. De seguro la gran mayoría de sus compañeros lo tenía presente, y por lo mismo, a causa de toda esa miseria a la que habían sido expuestos durante todas sus vidas, era que ahora no se negaban un minuto de diversión.
Pero ella no podía.
Le pareció que de pronto todo le dejó de importar: si asistía al festejo o no. Todo daba igual. Porque incluso un carnaval no podría llenar sus expectativas.
Mikasa Ackerman se sentía irremediablemente vacía y sola. Aún con Armin a su lado, aún con Eren… y eso dolía. Era una soledad injustificada. Por primera vez en muchos años logró percatarse de ello. Ambos jóvenes significaban su vida y todo lo que la hacía ser quien era. Eran su fuerza, su razón de seguir viviendo, su nueva familia, aquella que habían construido de pequeños como tres hermanos inseparables unidos por sólidas promesas.
Ni eso le bastaba ahora. Tal vez porque la idea de los hermanos no encajaba mucho con sus sueños. Tal vez porque ella hubiese querido que Armin fuese su hermano, pero no Eren. Y aquello la hacía sentir una tremenda tonta. Sí, era su hermano adoptivo, pero ella lo amaba. Mikasa pensaba en que le hubiese gustado vivir una absurda historia de amor y destino en la que su salvador le confesase sus sentimientos. Pero ciertamente, el mundo era un lugar cruel y eso estaba muy lejos de suceder.
Iba a ser hora de la cena cuando Mikasa aún estaba en su habitación arreglando los últimos detalles de su vestimenta: un vestido rojo oscuro que cubría sus rodillas y botines cafés. Mientras se miraba al espejo intentó decidir qué peinado iría bien con ella. Al cabo de unos minutos decidió peinarlo y dejarlo igual que siempre. Tomó un abrigo, se acomodó la bufanda y salió camino a los comedores.
Si todo terminaba rápido, entonces no sería tan tortuoso como ella creía.
Se aventuró por los pasillos del castillo mientras se rodeaba a sí misma con sus brazos; estaba haciendo mucho frío. El cielo estaba descubierto, pero soplaba una brisa gélida que le recordaba a aquella fatídica noche en que lo había perdido todo.
Ah, sí. El frío le traía tan malos recuerdos.
El pasillo estaba iluminado por algunos pocos faroles que estaban encendidos y la luz de la luna que entraba por los ventanales. De un momento a otro, su atención se desvió hacia el paisaje del bosque nocturno que era más nítido gracias a la luminosa esfera. Tan preciosa, tan lejana.
Poco a poco disminuyó sus acelerados pasos. No llegó a comprender su ansiedad si ni siquiera estaba interesada en participar de la fiesta de Año Nuevo. A medida que comenzó a avanzar más lento, casi a dos pasos por cada cinco segundos, su mano se apoyó en la muralla y la arrastró repasando los vidrios de los ventanales. Sabía que al llegar al comedor, todos estarían gritando, riendo, bebiendo… si incluso podía oírles en la distancia.
Observó su reflejo en el vidrio que se mezcló con la silueta del bosque, creando una imagen casi onírica. Mikasa no era pretenciosa, pero estaba segura que esta vez podía admitir lo bonita que lucía. Porque aunque hubiese desistido de la idea de asistir a la cena, aun así se había preparado lo suficiente como alguien que lo hubiese anticipado con anhelo.
Soltó un suspiro largo y pesado. Nada de eso tenía sentido.
Eren no iba a notarlo. Ella no iba a divertirse. Sería otro año más, otro año igual. Otro miserable año más como todos los anteriores en los que tuvo que acompañar a su escuincle hermano ebrio hasta el cuarto de hombres a pedido del Comandante Erwin, porque el muchacho estaba armando tremendo bullicio: «mataré a todos los titanes». Berreaba y berreaba hasta que simplemente caía dormido.
Los grises ojos de la joven volvieron al paisaje nocturno y allí abajo, entre las sombras, reconoció una silueta. El Capitán Levi caminaba por la orilla del bosque, con desinterés y parecía que ni siquiera se había acordado de la fiesta. Estaba completamente solo.
Mikasa enarcó una ceja y se dio cuenta de que al parecer no era la única que no disfrutaba los festivos. Luego de pensar en ello, cruzó sus brazos apoyándolos en el marco del ventanal que dejaba un relieve perfecto para acomodarse. Sus ojos grises estudiaron la figura del hombre que daba su paseo nocturno sin expectativa alguna, hasta que de pronto, halló comodidad sobre un tronco y se sentó allí apoyando sus codos sobre sus piernas y tomándose la cabeza con ambas manos.
Se quedó espiándolo durante bastante tiempo, hasta que ella misma se sintió incómoda ante esa idea. Sacudió la cabeza y decidió que ir al comedor era lo mejor que podía hacer.
Y caminó decidida por el pasillo.
« ¿Lo mejor que podía hacer? ».
Ni siquiera quería ir a la maldita cena. Se detuvo nuevamente y dudó mientras jugueteaba con sus manos, enredándose los dedos.
Resopló con fuerza. Iba a arrepentirse luego de esto… o tal vez no. Pero el punto era que no le importaba. Porque su desinterés por todas las cosas la había llevado a perder la mesura que debía tener en ciertas situaciones. En ese mismo instante quería hacer algo distinto, quería hacer todo y nada a la vez. Quería hacer algo que la hiciera sentir diferente… quería algo que, simplemente, la hiciera sentir.
Y al analizar sus dos alternativas no le resultaba muy difícil de escoger: la tradicional cena o fastidiar al Capitán Levi.
Tampoco era que fuese a faltarle el respeto. Después de todo, Mikasa había aprendido a confiar en él, y a causa de los intensos entrenamientos y las misiones fuera de los muros habían terminado forjando una extraña «amistad». Mikasa se había esforzado en comprender su visión de mundo para luego sorprenderse y descubrir que Levi estaba lleno de experiencias enriquecedoras. Era una buena persona y aquella imagen del juicio de Eren, si bien la atacaba momentáneamente, ahora ya podía considerarse parte de un pasado lejano.
Mikasa no sabía si existía una palabra real que describiese lo que ella sentía por Levi, pero en un intento burdo asumía que parte de ello era curiosidad. En ocasiones, incluso, había sentido comprensión hacia él, hasta se había visto reflejada en muchas de sus opiniones y reacciones. Sin embargo, intentaba alejarse de él y no acercarse demasiado, porque era peligroso, porque temía que él comenzase a simpatizarle demasiado y ella ya había asumido quienes eran aquellos que tenían un lugar en su corazón.
Pero eso no era todo: Mikasa tenía miedo de sentir, porque hasta entonces la acción de desarrollar «sentimientos» sólo conseguía hacerla sufrir.
Cuando terminó de cavilar maldijo internamente, porque ya estaba allí, a pasos de él. Mikasa esperó que él fuese a reaccionar bien, que la recibiera como quién en vísperas de Noche Buena recibe a un invitado, porque no podría aceptar su rechazo… no otro más. Menos uno que la hiciera devolver a la apagada rutina de una cena.
En cambio, Levi jamás esperaba nada, ni de nadie, ni del mundo; puesto que su vida siempre había transcurrido como el argumento de una historia trágica, sin un final digno de contar.
Tal vez, en algunas ocasiones, un atisbo de luz se hallaba suspendido frente a sus ojos, pero él nunca alcanzaba a atraparlo. Por tales motivos, simplemente comenzó a dejarlos pasar. Sin esperanzas, pero fuerte. Una convergencia de cosas imposibles y todavía siendo un soldado perfecto.
Pero el tiempo pesaba sobre sus hombros: el peso de las muertes, el peso de la culpa, el peso de las memorias y recuerdos oscuros. A lo largo de los años, comenzó a mostrar aprecio a sus fantasmas, sin embargo, eran excesivamente despreciables como pesadillas vívidas llenas de dolor. Se sentía tan cansado. Se sentía abandonado por la buena suerte, aunque no podía considerarse creyente de dichas sandeces.
No hasta que la conoció.
Si tuviese que describirla, Levi optaba por las cursilerías poéticas que encontraba en los libros polvorientos que se hallaban guardados en cajas y cajas, en la bodega del castillo. Porque las palabras banas y genéricas no saciaban el verdadero sentido de lo que ella suponía para él. Ciertamente, más que cualquier otra cosa que hubiese conocido en su ardua y vacua vida.
Aunque ella fuese testaruda e insolente, aunque fuese como un corcel indomable, Levi había puesto todo su esfuerzo en convertirla en un mejor soldado. Esfuerzo y tiempo que no tenía de sobra, pero por ella lo apostaba todo. No sólo porque era consciente del prodigio que era Mikasa Ackerman en el campo de batalla, sino porque ella era una figura que le otorgaba a él mismo cierto valor. No ser simplemente "el Capitán", ser más bien su mentor, alguien de confianza para una joven que lo había perdido todo y a duras penas se había aferrado a la vida con la fuerza de una bacteria.
No importaba que el procedimiento de camino a hacerla madurar y acoplarse a las órdenes implicase tantos dolores de cabeza, cada minuto con ella era un precioso recuerdo que atesoraba cuando en las noches más frías imágenes pasadas atormentaban sus sueños. Noches como la que transcurría en aquel momento.
No recordaba con exactitud en qué momento había ocurrido, porque sinceramente no creía que hubiese uno. Había sido más bien una transición lenta y dolorosa hasta la meta en dónde se vio obligado a asumir que estaba sintiendo por ella. Decir que le gustaba era menoscabar la verdadera intensidad de sus sentimientos, porque ella realmente le encantaba; y todo de ella, desde lo físico a lo emocional. El cabello liso y negro, la piel pálida y visiblemente suave, los ojos grisáceos y los labios humectados, la figura espigada y el cuerpo esbelto, pero fuerte.
Levi se las había arreglado para evitar mirarla. Cuando entrenaban juntos no le dirigía la mirada en ningún momento, pero había sido un idiota, porque ella se había dado cuenta y no había escogido nada mejor que seguirle el juego. Lo reseguía con la mirada, con su rostro hasta encontrar el suyo y dar finalmente con sus ojos. Y esos gestos sólo lograban hacerlo caer más.
Y eso también le encantaba: que ella fuese perspicaz, inteligente. También esforzada, preocupada por los suyos, muy perceptiva. Además de ser perseverante y no darse por vencida. Y además de haberle dado una motivación personal que había logrado y conseguido con éxito.
A pesar de que Levi sabía que Mikasa le guardaba rencores por el juicio de Eren y la golpiza despiadada que le había propinado, sentía expiados sus pecados luego de tanto tiempo trabajando juntos. Parecía que Mikasa había perdonado ese gran detalle y también parecía llevarse mucho mejor con él.
Pero eso sólo era resultado de un buen protocolo de trabajo. Porque Levi sabía que ella jamás miraría en su dirección con la misma mirada que ella le entregaba a Eren. Levi pensaba que le hubiese encantado tenerla para sí. No obstante, para un hombre como él que sólo sabía de muerte y dolor, esa mirada jamás llegaría, y él lo aceptaba. ¿Quién podría querer aquella barata replica de sí mismo, de todos modos?
Y sin embargo, se atoraron los pensamientos en su cabeza cuando la vio de pie frente a él.
Tan brillante. Bellísima.
― ¿No va a cenar? ―Mikasa dejó de lado los rodeos y atacó el punto directamente, aunque lo preguntó con tenue voz.
Estaba de pie frente a él y de brazos cruzados. Levi alzó la vista para verla desde su posición.
Él se veía diferente. No un diferente crucial, no algún detalle que desbarajustase toda su imagen en sí. A decir verdad Mikasa sentía que Levi estaba triste. Y eso era algo difícil de saber, puesto que su semblante estoico no permitía mayores análisis. Pero de alguna manera, ella se había acostumbrado a él y conocía sus expresiones por indistintas que pudiesen parecer: serio tranquilo, serio enojado, serio cansado, serio cómodo, serio alegre, serio triste.
―Yo… simplemente iré a casa a descansar ―admitió, pero dejando claro por medio de su ecuánime voz que no estaba abierto a preguntas.
―Pero va a estar sólo ―Mikasa frunció el ceño con extrañeza, sin embargo su voz siguió sonando suave y delicada. No quería molestarlo.
―Está bien ―añadió Levi, refregándose el ceño con los dedos. Luego hizo un mohín de desconcierto y volvió a mirarla―. ¿No eres tú quien debería ir a cenar?
Mikasa dudó en decírselo, pero al fin y al cabo estaba ahí, y había tenido suficiente coraje para acercarse a él en una situación que dictaba por todos los rincones ser inapropiada. Pero se repitió a sí misma: ¿qué importaba?
―No quiero ir a cenar. Siempre es igual ―admitió con tristeza.
―Tendrás que hacerte la idea ―encogió de hombros y se puso de pie dispuesto a irse.
― ¿Puedo acompañarlo?
La proposición fue un golpe vertiginoso que la desconcertó hasta el punto de aterrorizarla, puesto que recapacitó en el acto y sus mismas palabras sonaron desconcertantes para ella. No sabía que era lo que la había impulsado a soltar una pregunta tan insolente como aquella. Y aunque ciertamente se estuviesen llevando mejor, Levi seguía siendo su Capitán. Lo sería por mucho tiempo y aquello era una falta de respeto o bien, un gesto fuera de lugar.
― ¿Dónde? ―inquirió Levi, confundido por la reacción de la joven.
Logró hacerla titubear.
―A… su… casa ―si ya había dejado escapar la insultante idea, era mejor no echarse atrás.
El rostro de Levi perdió todo color. Si hubiese sido en otro contexto, si él no fuese un adulto pensante hubiese dicho que sí, habría gritado, reído, celebrado que sí. Pero no lo haría. No era correcto. Y sabía cuan complejo era llevarse a una subordinada a su casa, sobre todo si para él ella seguía siendo una mocosa.
Pero demoró en responder porque su pecho palpitó con fuerza arrebatándole el aire. ¿Qué estaba pidiéndole? Dios, si antes esa idea era un ensueño cruel que jamás podría llegar a ser real, y ahora ahí estaba ella, queriendo irse con él.
―Es aquí donde creo que has perdido la cabeza ―Levi quiso sonar severo, pero falló vilmente.
―Creo que esa es mi idea. Esa ha sido desde que comenzó este nefasto día ―Mikasa insistió, al darse cuenta que era ella quien tenía más poder en medio de aquella conversación.
Levi suspiró.
―Creo que eres consciente de que no puedo hacer eso ―volteó para seguir su camino, pero ella una vez más lo detuvo.
― ¿Y si… ―debería morderse la lengua y dejar de hablar, pero cuando se llega un límite de perdición es difícil volver― nadie se entera?
Levi iba a perder su cordura pronto.
― ¿Ackerman? ―la observó incrédulo, abriendo los ojos ante tal sorpresa.
―No quiero ir a cenar. No quiero estar allá. Por favor, Capitán Levi… ―Mikasa era consciente de a quién estaba pidiéndole favores. Pero no quiso detenerse, porque de alguna manera u otra, ella sospechaba que Levi no iba a poder negarse.
Ella sabía, en el fondo lo sabía. Sólo era que había fingido demencia por el bien de la pausada amistad que surgía entre ambos.
―No es mi problema si no quieres ir a cenar, Ackerman. Terminemos aquí con tus berrinches…
―Si nadie se entera, ¿no habría problema verdad?
―Ackerman ―gruñó Levi, cerrando los ojos con fuerza y frunciendo el ceño más de lo normal.
―Porque yo no se lo diría a nadie. No soy una niña estúpida si eso es lo que usted cree. No ha sido un buen día y pensé en hacer algo diferente. No me molestaría hacerle compañía, Capitán. Puedo volver sola después.
― ¿Sabes cuánto atorrante merodea los bosques por las noches? ―ya estaba irritado y no por la petición de la joven, sino porque estaba rozando la delgada línea de un sí.
―Entonces, me quedo con usted hasta la mañana. Me devolveré temprano para que nadie me vea ni pregunte. Es temprano y están todos ebrios. ¿Cree que se están preguntando dónde estoy? No recuerdan ni sus propios nombres.
Levi sabía que era verdad.
―No comprendo si «tú comprendes lo comprometedor de tu propuesta» ―suspiró intentando calmarse.
―Lo comprendo. Acepto las consecuencias.
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o*O*o
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La casa de Levi era pequeña, pero increíblemente cómoda. Parecía una cabaña por las inmediaciones del lugar y por lo práctico de la ubicación de las habitaciones, sin embargo, era mucho más elegante. No tanto para decir ostentosa, pero era exactamente la casa que alguien hubiese predeterminado para él. Radiante y limpia. Olía exquisito y era cálida.
Mikasa se estremeció por el cambio de temperatura al entrar al descansillo.
De pronto se sintió imprudente. Tal vez Levi estaba cansado y quería dormir, estar solo, darse una ducha o simplemente reflexionar mientras leía un buen libro. Y ahí estaba ella, irrumpiendo en la intimidad de su Capitán, porque sabía que él no iba a echarla, que ni siquiera había tenido resistencia para decirle que no.
Levi la hizo pasar a la sala de estar. Mullidos y grandes sillones estaba dispuestos en la estancia, una mesa de centro, preciosos maceteros y una gran chimenea con pilares de mármol. Había estanterías llenas de libros. Las lámparas estaban reguladas con iluminación tenue y Levi se encargó acomodar los cojines de sus sillones dejando la invitación implícita.
―Lo siento mucho. Tal vez necesitaba dormir ―dijo apenada, mientras observaba a Levi moverse de un lado a otro, ordenando para hacer el escenario más ameno.
―Levi ―dijo él―. No es necesario que te refieras como usted a mí, ahora. Mañana en la Legión seré usted de nuevo. Si nadie se entera, ¿no habría problema, verdad? ―citó las mismas palabras que ella había utilizado.
Mikasa le sonrió. Una sonrisa tan suave que pudo haber pasado desapercibida.
―Bueno, Levi. Lo siento ―insistió.
―No hay problema. Yo casi nunca duermo. En realidad, iba a tomarme una botella de champagne ―miró hacia el bar que había a un costado de la sala.
―Bien ―aceptó Mikasa, aun cuando Levi no había esbozado una invitación.
De todos modos, le pidió que tomara asiento mientras él iba en busca de dos copas y la botella. Al abrirla sonó su ¡pop! característico y no soltó espuma. Levi sabía lo que hacía. Le sirvió a Mikasa una cantidad prudente y le tendió la copa para luego servirse a sí mismo un poco más.
Le había ofrecido el sillón más cómodo para que se recostase estirando las piernas, mientras que él tomó asiento en el sillón más pequeño y a cierta distancia de ella. Sorbió de su copa con un gesto solemne y soltó un suspiro que dejó en evidencia cuánto le relajaba el sabor y de seguro, la sensación de estar a salvo, en su casa, lejos del ajetreo.
Levi tampoco disfrutaba de las fiestas. Y a pesar de que muchos le conocían como una persona solitaria, no era ese precisamente el motivo de su renuencia al festejo. Era porque en realidad, y al igual que Mikasa, las aglomeraciones lo hacían sentirse solo. ¡Una ironía! Pero él lo comprendía a la perfección y por lo mismo, no había podido negarse a traerla consigo. Ella se lo había pedido y él no quería verla sufrir, no quería someterla a una velada viendo al mocoso Jaeger embriagarse y soltar sendas estupideces de que iba a matar a todos los titanes, ignorándola, pasando por alto lo preciosa que lucía en su vestido rojo.
No obstante, ¿cómo podía sentirse solo estando rodeado de gente? Simple: porque en aquellos momentos sentía que no pertenecía a ese lugar, y ese sentimiento era sinónimo de soledad. En cambio, justo allí, cuando levantó la vista y vio a la joven Ackerman con la mirada fija en las burbujas del champagne en su copa, se sintió más acompañado que nunca, aunque fuese una sola persona más la que habitara su vacío y pacífico hogar.
En realidad, era justo esa única persona que podía hacerlo sentir completo. Aunque fuese una sola noche, y aunque esa noche fuese una mentira, porque en el fondo sabía que Mikasa estaba rehuyendo a Eren y que quería borrar el dolor de su soledad, quería hacer algo que la hiciese sentir viva y él había accedido a consentir ese deseo. No sabía si sentirse ingenuo o aprovechado.
Mikasa acomodó una pierna sobre otra, provocando que la tela del vestido se deslizase un poco revelando más piel. Levi concluyó que era ambos adjetivos.
Y Mikasa lo sorprendió espiándola, mas sólo reaccionó a saludarlo con la mano.
―Hola ―murmuró Levi, quitando la vista.
Debía enfrentar la inseguridad que se había transformado en pánico y que le hacía sentir el cuerpo quebradizo, sensible al tacto. Al tragar, la saliva resbaló espesa por su garganta en forma de miedo y quiso haber tenido un momento para alejarse, que las incertidumbres volasen lejos. Sentía como si estuviese probando una tajada del infierno, porque tenerla tan cerca y no poder tocarla no podía ser el cielo. Levi sentía como la distancia dibujaba una línea de fuego.
Si sus pensamientos hubiesen sido audibles podría concluirse que realmente eran el relato de un hombre que había enfrentado la guerra, atemorizado por los recuerdos. Pero Levi en realidad temía a algo totalmente distinto: a algo suave, a algo hermoso, a algo cálido y tentador.
«Mikasa Ackerman».
Y si la amaba tanto, ¿entonces por qué le temía?
Porque ella podía desarmarlo con una palabra, con un roce. Porque ella tenía el poder de pelar su piel, desenvolverlo y dejarlo expuesto, su cuerpo, su alma y todo. Ella podía hacerle revelar todo aquello que él había luchado por mantener en secreto.
Levi sabía, la conocía bien: Mikasa no había llegado a su departamento con el mejor de los ánimos. Algo le había ocurrido, vaya a saber Dios qué había sido esta vez. Y Levi, quien ya estaba cansado de preguntar cada vez que la veía con el semblante alicaído, simplemente decidió que acogerla como siempre había hecho era la mejor decisión.
Para ella, claro. Para él era una prueba de resistencia para un drogadicto. Metanfetamina ante sus ojos, y él con las manos atadas.
Ella provocaba intensas sensaciones en la parte baja de su estómago, y dirigir una conversación sencilla fue lo único que vino a su mente para poder distraerse.
―Entonces, ¿por qué seguirme hasta aquí? ―murmuró con su oscura voz, mientras observaba a la joven con detenimiento.
―Es que no quería estar en la cena.
―Perdona, sí me lo habías dicho. Déjame reformular la pregunta ―hizo una pausa―. ¿Por qué no querías estar en la cena?
Entonces la vio hundir el rostro en su bufanda, mientras depositaba la copa sobre su regazo, sosteniéndola con ambas manos. Sus uñas dieron golpecillos contra el cristal haciendo tiempo antes de que ella pudiese contestar.
Alzó su rostro hasta encontrar el de Levi, pero no fue capaz de responder, porque temía arruinar el momento ahí. Tampoco quería mentirle para quedar bien y por ende, no supo que decir. No fue capaz de idear respuesta alguna.
― ¿Es por Eren? No se te hacía cómodo, ¿no es así?
Ella lo vio con brillo en sus ojos. Levi no supo si estaba molesta.
― ¿Por qué lo dices? ―lo dijo bajito.
―No es muy difícil descubrir que Jaeger es un idiota cuando quiere serlo ―dijo para luego volver a beber.
Mikasa sabía que Eren no era la persona idónea para percatarse de los sentimientos ajenos, que tal vez cometiese más errores que aciertos, pero eso no facultaba a Levi para dar una opinión sobre él. Si bien era cierto que estaba dolida debido al eterno rechazo de Eren, no iba a permitirse hablar mal de él.
―No hablemos de él ahora, por favor.
―Lo siento. Yo tampoco quiero incomodarte…
―Aun cuando yo debería decirlo ―admitió Mikasa, con un leve sonrojo en sus mejillas.
―Si me hubiese molestado, no te habría dejado venir aquí en primer lugar.
―Gracias por eso.
La noche transcurrió así, entre dulces copas de champagne. Una copa, luego dos, y tres, más cuatro, hasta que Mikasa perdió la cuenta y de pronto sobre la mesa de centro descubrió tres botellas: dos vacías, una a la mitad. Estaba claro que cómoda en su posición no podía percatarse del mareo inminente, más bien sentía que todo lo que estaba ocurriendo era surreal.
Las palabras fluyeron, la confianza se soltó como un hilo que estuvo tenso tanto tiempo y luego lánguido, libre. Primero Mikasa hizo una confesión: de pequeña soñaba con tener una familia normal. Luego Levi: los rumores de su vida como delincuente eran ciertos. Y poco a poco, un detalle de sus vidas que sólo ellos conocían salía en la conversación, la cual era pausada, reflexiva, constante.
Parecía increíble como los dos más parcos de la Legión tenían más para contar que cualquier otra persona. El discurso fluía sin trabas. Ni Levi ni Mikasa se sintió obstruido al hablar o que pudiese existir un impase, ni siquiera amoldar términos para evitar malos entendidos. Se entendían bien. Sobre todo Levi, que remataba todo lo que decía Mikasa con frases que le robaban el aliento, que hablaban de su filosofía de vida, de cómo debía ser fuerte e incluso, la elogió, aunque indirectamente, en diversas ocasiones.
Al cabo de un rato, la atención de la joven se desvió hacia la mesa de centro, donde encontró una cuchilla. La manipuló sin mucho talento y Levi intervino.
―Si tomas la cuchilla de esa forma, el enemigo podría arrebatártela. Se toma del mango y que el filo quedé alineado desde la muñeca a tu antebrazo. En caso de que quieran detenerte, se cortarían.
Mikasa le dio una mirada fascinada y curiosa. Levi se encogió de hombros.
―Cosas que uno aprende por ahí ―dijo al final.
―Deberías enseñarme todas esas cosas.
― ¿Para qué? ¿Qué van a pensar los tarados de tus compañeros? ―la miró de soslayo―. Que te estoy corrompiendo.
―Corrómpeme entonces.
Y ahí estaba. El último límite roto.
Fue inevitable mirarla luego de que dijese algo como eso, pero había sido un error. Mikasa mordió su labio inferior y presionó sus piernas, refregándolas, obligando a la tela descubrir aún más piel
―Así podrían hablar con razón ―corrigió luego, pero el comentario ya había sonado mal.
―Te afectó el alcohol ―murmuró Levi, intentado que el exabrupto pasará desapercibido.
―Sí ―admitió Mikasa.
Entonces se puso de pie y caminó hacia Levi, quién pareció encogerse más en su lugar al verla acercarse. Más que miedo de ella, tenía miedo de sí mismo y del poco control que le quedaba a esas alturas, con el alcohol hirviendo en sus venas.
Mikasa se sentó en el reposabrazos y se inclinó sobre el rostro de Levi, mientras lo contemplaba atenta.
Había algo en él que la atraía. Algo en su rostro, algo en su forma de ser, algo en él, tan suyo, tan propio, pero sabía que en parte era el alcohol que movía sus hilos. No era que estuviese ebria, no del todo. Tenía buena resistencia. Se trataba de que su confianza había llegado a límites descomunales y podía atreverse a todo, ahí y ahora. Sobre todo cegada por el dolor y por su deseo de vivir, de hacer algo diferente.
Y mientras pensaba en ello, Levi estaba temblando de ansiedad. Estaba en graves problemas. Había sabido de antemano que llevar a Mikasa con él no sería buena idea y aun así había accedido. Lo que estaba sucediendo era el inevitable resultado.
Al sentir a Mikasa cerca, la respiración de Levi se volvió más pesada, más intensa, más agitada. Mikasa sentía su aire golpear directo contra su cara, ahogándose con su exhalación y no pudo evitar llevar su mano a cubrir la nariz y boca del hombre conjuntamente.
―Hey, basta ―protestó―. Cálmate.
Deslizó la mano con cuidado, resbalando por sus labios y pudo notar la lucha que tenía el Capitán por intentar calmarse.
Sin embargo, un pequeño ruido lo distrajo de su actual situación. La barriga de Mikasa exigió comida, haciéndola sonrojar y poner rostro de sorpresa.
―Después de todo, no ha sido buena idea saltarte la cena ―comentó Levi, mientras se acomodaba en el sillón, alejándose de ella.
―Tú tampoco has comido nada ―hipeó frunciendo el ceño.
Pero Levi no la había dejado ir hasta su casa a comentar obviedades. Se puso de pie y caminó hacia la cocina, pero se detuvo al recordar que no era un buen cocinero. Le dio un repaso desde su posición; Mikasa parecía decepcionada.
―No soy el gran chef, pero si vinieses conmigo a la cocina, tal vez podríamos hacer algo comible entre los dos.
Cierto, pero habían bebido y, si bien no estaban totalmente ebrios, habían alcanzado un punto de torpeza y alegría exactos para dar vuelta todo en la cocina, quemar la comida, que las texturas fuesen pegajosas o se adhiriesen a los recipientes.
Primero probaron hacer algo rápido, como espaguetis, pero terminaron pegoteados formando un solo tubo rígido.
―Te dije que había que revolverlos ―rezongó Mikasa.
Luego vino el intento con el arroz, que terminó negro, imperdonablemente negro.
―Veinte minutos, Mikasa ―reclamó Levi.
Ni siquiera les resultó la tortilla de papas, ni el pollo a la mostaza, ni los huevos pochados. Todo salía ridículamente mal.
Levi podría haberse molestado, haber reclamado, incluso haber echado a Mikasa por los desastres de la cocina, pero estaría mintiendo, mintiendo si dijese que no amaba oírla reír, justo en aquel momento, mientras ella tomaba con una pinza la tabla de fideos duros y la apuntaba con un dedo. Él sabía que ella jamás reía, y también sabía que gran parte del crédito por ese detalle se lo llevaba el alcohol, pero no le negaría eso: la naturalidad de una risa, aún si eso exponía su cocina. Porque él mismo había conseguido reír. Y se preguntaba entonces dónde había quedado su obsesión por la limpieza, porque hasta ahora consideraba que ensuciarse junto a Mikasa era lo más lindo que había ocurrido en toda su vida.
Por primera vez, Levi se sentía feliz con las cosas más sencillas de la vida.
Finalmente, optaron por la carne al horno: una bandeja, un trozo de carne, condimentos, un poco de vino y a cocerse.
Ambos se sentaron frente al horno y su puerta de vidrio para vigilar cada momento y que nada se echase a perder.
Si alguien los hubiese visto, diría que lucían terribles. El cabello revuelto, restos de comida sobre el delantal que al menos se les había ocurrido vestir, expresión de somnolencia, hambre, agotamiento, embriaguez, pero paz, infinita paz.
Cuando estuvo listo, Mikasa cortó tiras de carne y decoró dos platos acompañándolo con unas papas cocidas que habían sobrado de la tortilla. Las cortó en cubos y las salpimentó. Se acomodaron en los sillones nuevamente, pero esta vez Levi se sentó al lado de Mikasa y le sirvió un poco de vino para acompañar la carne.
―La carne quedó bien ―comentó Mikasa luego de llevarse un trozo a la boca y comprobar que no se había estropeado como todo lo demás.
―Gracias ―dijo Levi.
―Pero si la carne la preparaste tú…
―Gracias por venir ―confesó, mirando al frente y con expresión aletargada.
―Gracias por dejarme venir ―asintió Mikasa―. Y perdón si fue invasivo de mi parte…
―No lo fue. Estaría mintiendo si dijese que no quería que lo hicieras… fue bueno verte allí, antes de venir aquí.
―Deberías dejarme venir más seguido entonces ―la joven le sonrió de medio lado.
De nuevo, esos comentarios de ella rebosantes de picardía, pero lamentablemente de un tipo de picardía que recaía en lo inocente.
Dios. Parecía que ella no medía las reacciones que sus palabras podían detonar en el hombre con quién compartía una sabrosa cena; aquel hombre que luchaba contra sus más primitivos instintos para llamar a la moral, para llamar a la ética y todas las cosas que desaparecían cuando se proponía mirarla por más de cinco segundos.
Sin embargo, era tarde ya. Demasiado tarde para Levi quien ya se había sometido por completo a los efectos etílicos, y entonces tarde también para desistir de lo que iba a hacer.
Simplemente habló.
―Abusas de la idea, ¿no es así?
― ¿La idea? ―inquirió la joven con desconcierto, dejando de comer para prestarle atención.
―De mí… enamorado de ti ―combinar alcoholes no era una buena idea.
―Sabía que ese punto iba a salir en algún momento de la conversación ―murmuró Mikasa para luego fruncir los labios―. Pero no estoy abusando, en realidad pienso que podría corresponder la idea. Y es por eso que quise hacer algo diferente este año. Sabía que si me quedaba a cenar, entonces todo volvería a ser igual.
―¿Corresponder la idea? ―susurró. Levi se había quedado con esas palabras en la mente.
―Ver qué pasaría si nos volviésemos aún más cercanos.
―Y eso es porque… ¿Jaeger no te da oportunidad?
Mikasa dudó sobre enfadarse, pero sabía que era verdad. Sin embargo, ese comentario había dolido como ácido sobre una llaga. Mas no pudo protestar ni defenderse. Simplemente guardó silencio.
―Lo siento, eso fue estúpido ―Levi movió su cabeza en negación―. Pero sinceramente, yo no creo que tú quieras corresponder. Al fin y al cabo, esos sentimientos sólo han crecido dentro de mí. No dejes que el alcohol hable por ti, Mikasa―tomó una pausa―. Pero tampoco quería molestarte con mi comentario. ¿Vas a irte?
―Si tú me pides que me quede… ―Mikasa alargó la última letra y lo contempló de forma desafiante.
―Eso no tiene sentido.
―Lo tiene. Eres quien más debería pedirme cosas, por irrumpir en tu hogar, ocupar tu tiempo, abusar de tu confianza…
―Abusar de mi amor para calmar tu ansiedad… ¿eso cuenta? ―a Levi parecía irle bastante mal respecto al tema.
―No, porque yo en verdad quería venir. Debo asumir que no tengo ninguna obligación de ser fiel a un hombre al que ni siquiera puedo considerar como un amigo ―musitó la chica, con tristeza, haciendo referencia a Eren y sembrando en Levi una gran incertidumbre.
― ¿No?
―Un amigo se preocuparía por ti.
―Cierto…
―Te refieres a mí con ese comentario ―reclamó la joven. Levi calló―. ¿Sabes? Tal vez debí aclararte ciertas cosas con anticipación; siento que no haya sido así. Desde que empezamos a trabajar juntos, a entrenar juntos, a convivir más tiempo juntos por las misiones, nuestra relación se fortaleció y creo que lo sabes bien.
―Cómo no saberlo. No me habría enamorado de ti.
A Mikasa le gustaba y le estremecía que lo dijese con tanta simpleza.
―Bien, no eres el único que ha desarrollado sentimientos ―admitió, aun cuando sabía que anteriormente había querido reprimir aquellas sensaciones insolentes―. Yo estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí. Si fuese quien era hace tiempo atrás, no habría venido hasta aquí. El hecho de destacar mis habilidades, aconsejarme y darme la confianza para dejar a Eren de lado y cumplir con mi deber, demostrarme que valgo por lo soy y no por lo que puedo hacer… me has hecho crecer ―a Mikasa se le escapó una lágrima―. Has sido un buen mentor… y un buen amigo. Confío en ti y mucho.
―Un amigo ―susurró Levi.
― ¿Cómo quieres que te diga otro nombre si ni siquiera me has propuesto nada? ―gruñó Mikasa.
―Es primera vez que hablamos de esto, ¿y quieres que te proponga que salgamos? ―enarcó una ceja, divertido por la reacción de la joven.
―Bueno. ¿Por qué no? ―las mejillas de Mikasa estaban coloreadas por un brillante tono marrasquino.
― ¿Te imaginas? Y luego nos casamos y quemamos la comida juntos, todos los días…
Y a Mikasa le encantó, le fascinó la idea.
―Acepto ―hipeó, enfadada porque a pesar de estar alcoholizada, se sentía consciente y segura de sí misma, pero parecía que Levi no se creía ni una sola palabra.
―Nunca prometas nada que no puedas dar ―le respondió Levi, con voz suave, pero decidida.
Para cuando ella se dio cuenta, ambos estaban demasiado cerca del otro.
Sus ojos estudiaron a Levi por varios segundos, en silencio, y entendió que aquello que él sentía por ella era genuino e intenso. No era algo al azar, no era algo que hubiese sumado a una lista de cosas por hacer: desposar a Mikasa Ackerman, y ya. Él tenía verdadero interés en ella y aquello que ella sentía por él no se equiparaba ni en la más mínima cuota.
Aun así insistió.
―Lo sé. Por eso quiero intentarlo ― «Porque sé que es algo que te puedo dar», pensó para sí misma.
Levi liberó de sus labios un largo y extenuado suspiro, y se removió en el sillón para alejarse de Mikasa, manteniendo un espacio adecuado entre ambos o quizás respetando el espacio personal que se había roto minutos antes; no una lejanía absoluta, pero sí al menos la distancia que debía ser prudente entre un Capitán y su subordinada.
Mikasa, una vez más, parecía decepcionada. Pero, en realidad, ¿qué estaba esperando? Tal vez estaba siendo egoísta y miserable con el que era, posiblemente, aquel hombre que apostaría todo a favor de ella, aquel hombre que sí estaba enamorado de ella y quien la dejaba libre porque incluso quererla para sí a él le parecía un atentado contra su delicada belleza.
―No podría, Mikasa ―dijo Levi, sumándose en paralelo a los pensamientos de la joven―. Mis manos están manchadas, y tú eres hermosa. Siento que podría echarte a perder, arruinarte…
Y por eso era egoísta. Mas eso no significaba que en sus más humanos y turbios sueños no se hubiese visto a sí mismo manchándola, arruinándola, corrompiéndola (como ella había propuesto).
Para Levi, Mikasa era tan perfecta que le daban ganas de romperla.
Sin embargo, no lo haría jamás. Porque la amaba. Y aquel sentimiento era mucho más fuerte que sus oscuras ensoñaciones.
De pronto, Mikasa parecía triste, demasiado triste.
La energía que había vibrado en su cuerpo instantes antes se había disipado como el hilo de humo de una vela al ser apagada. Se preguntó a sí misma si había algo malo con ella, si tenía algo que hacía a todo el mundo rechazarla. ¿Por qué simplemente no podían amarla como a un ser humano corriente? ¿De qué le servía ser tan hermosa y tan especial? Cuando eso no era un factor que le garantizase un abrazo o una palabra de aliento cuando más lo necesitaba.
Empero, era fuerte. Ella era fuerte y resistente como el hierro, nada podría derribarla jamás. Y podría resistir contra todo lo que estuviese destinado a hacerle daño, porque no solo era fuerte, sino también vencedora; y ni el amor, ni todas sus promesas rotas serían suficientes para acabar con ella.
En eso pensaba, cuando en una repisa se encontró con una caja atada por un lazo.
No había nada que desbarajustase el escenario, excepto por aquel objeto colorido. Podría haberlo dejado pasar, restándole importancia, pero el punto era que Levi no habría tenido jamás algo de ese tipo resguardado en sus estanterías. Y para empezar, si era un obsequio, ¿por qué no estaba abierto?
A Levi le preocupó que los ojos de Mikasa estuviesen tan abiertos, mirando hacia lo que, para él, era la nada.
―¿Mikasa?
La joven espabiló para atacarlo de preguntas de inmediato.
―¿Tuviste visitas en Navidad? ―no debía importarle, pero el alcohol aún hacía estragos en ella.
―No, ¿por qué? ―Levi parecía sorprendido.
―Hay un regalo en tu repisa ―dijo sin más.
―Por mi cumpleaños. Me lo dieron en la Legión y lo dejé ahí ―comentó Levi, con desinterés, uno tan remarcado que fue como si incluso demostrase cierta aversión hacia el regalo.
―¿Cumpleaños? ―remarcó Mikasa, girándose para verlo.
―En Navidad ―le dijo, y ella siguió perpleja―. Sí, Mikasa. Soy humano, cumplo años.
Mikasa se quedó quieta en su lugar, parpadeando repetidas veces sin saber qué decir. A pesar de todo el tiempo que llevaban juntos, a pesar de la amistad que habían desarrollado dificultosamente, nunca se había propuesto pensar en el cumpleaños de Levi. El tema no había sido conversado jamás, tampoco lo había oído de terceros… y ahora se enteraba así, tardíamente, cuando podía haber hecho algo al respecto.
―Si quieres, puedes quedarte con él.
Y eso la sorprendió mucho más.
―Pero es tuyo…
―Son bombones de chocolate ―Levi encogió los hombros―. No es vital para mí conservarlos.
Con gracia y elegancia, Mikasa apartó el plato vacío en el que alguna vez estuvo su cena, y se levantó del sillón para acercarse a la repisa y tomar el objeto con delicadeza. Lo hizo girar en sus manos, descubriendo todos los rincones del mismo, y caminando de vuelta a los sillones para volver a tomar asiento en su lugar. Soltó el lazo y lo dejó sobre la mesa de centro. Finalmente, removió el envoltorio para descubrir una caja de carísimos bombones de chocolate rellenos de salsa de frutos rojos.
El chocolate no era algo que los soldados comiesen a menudo. A decir verdad, era un privilegio reservado para el bolsillo de quienes pudiesen adquirirlo, y por lo tanto, Mikasa Ackerman, la mujer que valía por cien soldados, de pronto se vio reducida ante una inofensiva cajita de bombones. La contemplaba con el mismo interés con que Levi la escrutaba a ella, satisfecho de verla con el rostro de un infante emocionado ante un juguete nuevo.
―Come ―le dijo Levi, un poco brusco, casi dándole una orden. Se esclareció la garganta en cuanto se dio cuenta de ello.
―Come conmigo ―le respondió ella, acercándole la caja para que cogiese un bombón.
―¿Sabes que luego de lo que hemos comido, más el alcohol y esto, vamos a terminar peleándonos por el retrete? ―Levi intentó reprimir la sonrisa en sus labios.
―Bueno ―dudó ella durante unos segundos―, dormimos en el baño y ya está.
Levi deseó, de todo corazón, seguir con las bromas y los comentarios divertidos. Pero algo en todo eso acaparó totalmente su atención, perturbándolo enormemente.
―¿En serio vas a dormir aquí? ¿No quieres que vaya a dejarte al castillo después? Tal vez sea mejor así ―no pudo ocultar su tono apesadumbrado.
Pero tampoco pudo ocultar el sobresalto que pegó al ver a Mikasa tan ofendida.
―Creí haberte dicho que quería hacer algo diferente, que quería perder la cabeza… ―se aventó un bombón a la boca, mientras seguía protestando por esto y por aquello, mientras Levi había dejado de escuchar en el momento en que la vio llevarse un dedo a la boca y chuparlo.
Con rostro sereno, se dedicó a observarla con detenimiento.
Condenada mujer. Tan hermosa, tan lejana.
Sí, porque aunque ella dijese lo que dijese, Eren Jaeger seguiría siendo el santo de su devoción.
Y ella seguía diciéndole cosas que le dolían, que rompían sus murallas. ¿Acaso pretendía tenerlo de rodillas frente a ella? Como si no lo estuviese ya…
―… y entonces por eso vine, y porque eres mi amigo y me caes bien ―hablaba moviendo sus brazos en todas direcciones, molesta aún―. ¿Y por qué mierda no comes bombones, si te dije que comieras? ―exclamó de repente acercándole la caja, robándole a Levi un mohín de total desconcierto.
Nunca más la dejaría beber.
―Oye, te recuerdo que aún soy tu superior…
―Te recuerdo que fuiste tú quien dijo que te tuteara, y que mañana serías Capitán ―Mikasa apretó los ojos y sacudió su cabeza levemente cuando se dio cuenta que estaba hablando incoherencias.
Hubo una pausa larga que sirvió de receso para ambos. Para Levi, para reunir la paciencia que Mikasa estaba haciéndole perder. A Mikasa le sirvió para gobernar sus arrebatos y tomarse un respiro antes de seguir la jornada. Después de todo, sí pretendía quedarse allí con Levi, y la noche sería larga, por lo que debía comportarse si no quería que él finalmente decidiese que lo mejor era llevarla de vuelta al castillo.
No lo hizo, ciertamente.
Pero Mikasa no desistió de sus impulsos, puesto que a ella tampoco le quedaba paciencia como para seguir esperando. Realmente quería vivir, perder la cabeza y no pensar en nada, aunque fuese por un momento.
Y Levi era tan débil ante ella, que perdió toda resistencia, dejándose caer en el abismo que Mikasa había construido lenta y tortuosamente, desde que entró en su hogar.
―Así que quieres hacer algo nuevo y todas esas cosas que llevas repitiendo todo este tiempo ―dijo Levi.
―¿Es normal que seas así de lento entendiendo cosas? ―gruñó Mikasa.
Levi pasó por alto la ofensa, para atreverse a darle en el gusto.
―¿Hagamos alguna tontería? ―invitó Levi, con voz oscura y dominante, haciendo que por efecto Mikasa voltease a verlo con grandes ojos de curiosidad―. Cometamos alguna locura.
―¿Qué? ―preguntó la joven, con todo su interés ofrendado al hombre que la contemplaba atento.
Mikasa resiguió todos y cada uno de los movimientos de Levi. Lo vio dirigir una mano hacia la caja de bombones, para coger uno y atraparlo entre sus dientes. Luego, sus ojos azules que brillaban con la tenue iluminación de la sala de estar, la escrutaron con intensidad, y su mano pulcra y pálida se acercó a ella para invitarla a acercarse más a él.
―Querías que compartiésemos los bombones ―masculló Levi, con el chocolate aún entre sus dientes.
Mikasa no recordaba haberse sonrojado tanto en su vida. Sintió el calor ascender por sus mejillas ante la suposición de tener que sacarle el chocolate de los dientes tomándolo con los suyos. ¿Y si se rozaban por accidente?…
«¿No es esa la idea?», pensó.
Le gustaba. Era tentador, pero estaba nerviosa. Incluso, los efectos del alcohol parecían haberse espantado, porque ahora se sentía totalmente lúcida y atenta al rostro de Levi, quien la observaba con expresión suave, deteniéndose en los labios de la joven.
Mikasa se arrodilló en el sillón, acomodándose al lado de Levi y, con el cuidado de quien toma un objeto de cristal, sostuvo su mandíbula para tomar el chocolate. Levi le quitó el rostro, esquivándola, jugando con ella, haciéndola afianzar el agarre para obtener el bombón.
No alcanzó a rozar nada, y victoriosa, terminó de comerse el bombón mirando a Levi, devolviéndole una refrescante sonrisa.
Levi rio livianamente y bajó la mirada para ver sus propias manos. Desde ese ángulo, Mikasa pudo ver lo bonitas, largas y espesas que eran sus pestañas.
―Otro ―dijo Mikasa, atrayendo su atención nuevamente.
―¿Otro? ―preguntó Levi, sin poder dar crédito a lo que oía.
Pero estaba tan embriagado… no por el champagne, no por el vino, sino por la imagen de Mikasa dispuesta a ir más lejos de lo que él había pensado.
No pudo resistir, y la cordura que tanto trabajo le había costado mantener, se disolvió por completo para no dejar rastros.
―Ven ―la llamó, golpeando sobre sus propios muslos, para invitarla a sentarse allí.
Y ella no lo dudó un solo segundo.
Levi tomó otro bombón, y esta vez antes de que Mikasa lo tomase para sí, lo mordió, partiéndolo a la mitad, provocando que sus dientes rozasen y haciendo que la joven retrajese el rostro de un solo tirón apresurado, como si le hubiese dado cosquillas.
Mikasa jamás había tenido experiencias de ese tipo, ni menos había besado a alguien alguna vez. Por tales motivos, se sentía inquieta ante esta nueva puesta en escena que ella misma había provocado.
No era que no quisiese, pero como todo ser humano ante la novedad, se mostraba cautelosa, incluso quisquillosa cuando, luego de compartir varios chocolates más, pequeñas partes de los labios de Levi la rozaban esporádicamente.
Se sentía extraño cuando sus narices rozaban al encontrarse tan cerca; se sentía extraño cuando el olor de Levi entraba tan directo por sus fosas nasales; se sentía extraño cuando la humedad de su boca palpaba contra la suya a pequeños toquecitos. Se sentía extraño y sin embargo, se sentía demasiado bien.
Tanto, que el último chocolate que compartieron terminó deshaciéndose entre ambos. Levi limpió los restos de sus labios, usando su lengua, y al ver a Mikasa se dio cuenta que él había terminado quedándose con todo el bombón.
Mikasa, instintivamente, llevó sus manos al cuello del hombre que la miraba aturdido, e hizo su rostro pender sobre el de él, instándolo a seguirla. Sus narices se rozaron cariñosamente, pero sin terminar con la distancia que los separaba. Parecía como si ambos quisiesen conservar cada momento, y no llegar al punto culmine con tanta simpleza. Querían extender aquel instante en que su confianza atravesaba un plano mayor.
Levi abrazó a Mikasa, tomándola de su cintura, para acercarla a su cuerpo aún más y finalmente, Mikasa cerró sus brazos alrededor del cuello de Levi. Ella no dudó en mirar sus ojos, como si de esa forma le pidiese permiso; aun cuando el único que debía pedir permiso era él.
Con cuidado, luchando contra su inexperiencia, los labios de Mikasa se posaron sobre el labio superior de Levi, halando de él con cariño y él, respondiéndole, la tomó del rostro para acercarla y presionar su boca contra la suya. Los mullidos labios de Levi le robaron un suspiro, y también la forma en que él se movía guiándola a perderse en sus sabores.
Cuando sintió que él se alejaba de ella, Mikasa retrajo el rostro para verlo a los ojos y sonreírle.
―Bueno a estas alturas, ya la hemos cagado ―dijo Levi ante lo que acababan de hacer, suavizando el momento y dejándole en claro que si querían arrepentirse, era más que tarde.
―Feliz Año Nuevo ―le dijo Mikasa, respondiendo a sus bromas.
―Feliz Año, Mikasa.
Levi quiso decirle tantas otras cosas, y explicarle otras más. Mas todas sus ideas murieron al sentir que la joven lo halaba del cuello de su camisa, para arrastrarlo y hacerlo caer sobre ella en el sillón.
Pero Levi fue un caballero con ella. No se excedió en ningún momento y la consintió con besos que ella pedía una y otra vez; y aunque él se negaba jadeante, ella se los exigía, alertándole que a cada hora que transcurría, el tiempo los abandonaba dejándolos atrás y toda esa realidad terminaría: él sería su Capitán, y ella su subordinada.
Cuando Mikasa por fin se durmió, Levi respiró en paz.
La tomó en brazos y la dejó dormir en su cama. Se sentó a su lado y la observó descansar.
Había estado tan cerca de «no» caer, de contralarse, de comportarse como el adulto que era. Pero ella era más fuerte que él. Siempre lo sería. Y no por la fuerza con la que se enfrentaban a una batalla, sino por la resistencia de negarse al otro. La suya era nula.
Al despertar esa mañana, Levi se dio cuenta que estaba en su cama, con Mikasa enroscada en su torso. No recordaba haberse quedado dormido, pero lo había hecho. El sueño y cansancio del día anterior habían terminado venciéndolo del todo, y seguramente, se había dejado caer sobre su lecho.
Al levantar la cabeza para verse a sí mismo, no pudo evitar sonreír.
Mikasa se despertó y, de inmediato, casi exasperada, buscó a Levi con la mirada. Cuando lo encontró, su rostro dibujó una paz inigualable.
―Buenos días, Capitán.
―Buenos días, Ackerman.
El tiempo se había acabado.
Pero Mikasa volvería a buscar a otro momento como aquel.
Y Levi estaba seguro de que volvería a permitírselo.
