El precio del amor
Queenie Z
Capítulo 1
Nota: Puedes leer la historia original en inglés, Love's Weight in Rupees, en www. fanfiction s / 9911848/ 1. Traducción al español por belaja (www. fanfiction u/ 1091327/.
Los vientos del cambio son una fuerza tan hermosa como terrorífica, y nadie era más consciente de ello que el pueblo de Lorule. La idea de que una tierra muerta e inhóspita fuese bendecida con tanta vida en tan solo cinco años no fue en un tiempo más que meras fantasías; pero la gloria resplandeciente de la recién restaurada Trifuerza hizo el sueño realidad. Aunque aún las heridas dejadas por la ruina aún seguían abiertas, la tierra ya mostraba señales de una recuperación fuerte, con sus verdes y frondosos campos, abundantes cosechas y estaciones templadas y agradables. Señales que la reina Hilda estaba ansiosa por experimentar de primera mano.
A menudo daba paseos fuera de los muros del castillo de Lorule, pero nunca sola: siempre tenía a su lado a Ravio, el súbdito en quien más confiaba y quien se alegraba tanto como ella de ver el reino florecer así. Aunque, la verdad fuera dicha, verla sonreír le hacía sentir la misma alegría que la tierra floreciente, algo que le daba incluso más motivos para acompañarla en sus paseos. Cogidos del brazo, cruzaban los campos más allá del castillo, hablando de diversos temas y fijándose en cada minúsculo cambio que acercaba a Lorule cada vez más a su antigua belleza. Aquel día decidieron seguir el camino que llevaba hacia el viejo cementerio y, conforme se acercaban al puente que ahora les permitía a los viajeros cruzar las enormes grietas que dividían el reino, Hilda se detuvo y se fijó en algo cerca de sus pies.
—Ravio —dijo, parpadeando con aire curioso—. Mira.
—¿Mm? —preguntó Ravio antes de mirar al suelo—. ¿Mirar qué, Su Majestad?
—El puente —respondió Hilda mientras se ponía de rodillas y tocaba el filo dañado del puente de madera, justo donde rozaba el borde del acantilado—. Mira cómo se ha roto.
Cuando se dio cuenta de a lo que se refería, Ravio hizo una mueca y se echó un poco hacia atrás.
—¡Vaya!... —dijo con miedo— ¿Ya se está rompiendo? —Se puso bien la bufanda e hizo una pequeña mueca—. Uf, arreglar esto se va a comer una buena parte de nuestros fondos…
—No, Ravio —dijo Hilda, mirándolo con un brillo en los ojos—. ¿No sabes lo que esto significa?
Entonces Ravio reaccionó y centró su atención en el borde astillado del puente. Abrió la boca cuando se dio cuenta de lo que ocurría:
—… El suelo se está moviendo —dijo, un tanto incrédulo. Se puso de rodillas junto a Hilda para observarlo más de cerca—. ¡No es mucho, pero salta a la vista que se está moviendo!
—Las grietas se cierran poco a poco —dijo Hilda, sonriendo cada vez más—. ¡Y pensar que nuestra Trifuerza también es capaz de esto!...
—Sí —asintió Ravio emocionado—, y ¿quién sabe? ¡Puede que dentro de unos siglos ni siquiera necesitemos puentes!
—¡Oh, espero que así sea! —Hilda se levantó y tomó a Ravio de la mano cuando este se la acercó—. Tendremos que controlar lo rápido que se cierran, ¿verdad?
—¡Claro que sí, Su Su Majestad! —respondió Ravio con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Shirio y yo ni parpadearemos en busca de cualquier puente astillado!—. La felicidad de la princesa era contagiosa, por lo que se veía, y contemplar tal brillo en sus ojos después de que pareciese que lo había perdido para siempre hacía que al joven le entrasen ganas de cantar (aunque no se iba a poner en ese momento, pues Hilda siempre se reía cuando cantaba, sin que él llegase a saber si eso era buena o mala señal).
La reina lo tomó del brazo otra vez y posó la mano con cuidado sobre la muñeca de su súbdito.
—Gracias, Ravio. Sé que siempre puedo contar contigo.
Levantó un poco el dobladillo de su vestido para que no rozase el suelo, empezó a caminar con cuidado sobre la madera astillada y siguieron cruzando el puente. Entonces dio un ligero suspiro y cerró los ojos, mientras reflexionaba con rostro tranquilo y sereno.
—Mmm… ¿os pasa algo? —preguntó Ravio al percatarse de su repentino silencio.
—… Hay tanto que quiero hacer por el reino —dijo Hilda, solemne—. Una vez Lorule albergó tan pocas esperanzas y ahora… ahora tiene tanto potencial. —Dirigió la mirada a la silueta de las montañas al norte—. Ojalá fuera bendecida con una vida tan larga como para ver prosperar de verdad a mi pueblo.
—Creo que todos deseamos lo mismo, Su Su Majestad —asintió Ravio.
Hilda se volvió entonces hacia él, con las mejillas un poco sonrojadas.
—¿Y tú, Ravio? —Le dio un pequeño pellizco en el brazo—. ¿Querrás… verlo prosperar a mi lado?
—Eh… —A Ravio le inquietó un poco la pregunta y, en un intento de no ponerse rojo como un tomate, tragó saliva. Apartó la mirada y comenzó a rascarse el cuello con la mano que aún tenía libre y a reírse avergonzado, tratando de ocultar sus nervios—. Ja, ja, bueno, esto, creo… eh… vamos, que…
No obstante, se calló en cuanto vio la cara de pocos amigos de Hilda y, avergonzado y silencioso, escondió la barbilla y la boca bajo su bufanda.
—… P… perdóname, Hilda —dijo—. Ya sabes que me quedo en blanco cuando me pones en estos compromisos.
Hilda se limitó a suspirar y negó con la cabeza.
—No te preocupes, Ravio. No era mi intención avergonzarte. —Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla—. Lo siento.
Ravio apretó los ojos en cuanto lo besó. Dioses, ¿cuánto tiempo llevaba ya cortejándola? ¿Unos dos años? Y sabía que ya tendría que ser capaz de hacer de tripas corazón cuando ella hacía cosas así, aunque al mismo tiempo pensaba que su eterna facilidad para aturullarse era parte de su personalidad cobarde. Se giró de nuevo y le esbozó una sonrisa nerviosa.
—N… no es nada —dijo—. No hay de qué disculparse.
Conforme se acercaban al cementerio, Hilda se fijó en los cimientos apenas terminados que estaban a unos metros de ellos.
—Diosas —dijo—. ¿Ya han construido tanto del nuevo santuario?
Agradecido por el cambio de tema, Ravio se rio.
—¡Supongo que la gente trabaja duro cuando tienen un trabajo honrado!
—Deberíamos comprobar sus progresos. —Así, Hilda lo dirigió con muy poco disimulo hacia la obra, aunque a él nunca le importaba que hiciera eso. ¿Cómo iba a ser su súbdito y amado si no estaba dispuesto a seguirla adondequiera que fuese?
¡Shirio, amigo mío! ¡Adivina quién está en caaaaaaaaaaaaasa!
El pajarito blanco, que dormía en una pequeña cama hecha de tela encima de la mesilla de noche, se despertó sobresaltado, pero empezó a piar emocionado en cuanto vio a su amo cruzar la puerta. Voló hacia Ravio, menándose ansioso de un lado para otro.
—Quieto, quieto, que ya lo saco —dijo Ravio mientras se sacaba una bolsita de su bolsillo. Una vez que la desató, cogió de ella una baya enorme que luego le dio a Shirio.
—Toma, coleguita. Me sabe mal dejarte solo en casa, pero si Su Su Majestad me llama… —Soltó una risita y se ruborizó un poco—. Bueno, lo de pasar un rato a solas con ella no está nada mal, ya sabes.
A Shirio no pareció molestarle mucho la confesión de culpabilidad de su amo y pio alegre antes de comerse la baya. Revoloteo en dirección al hombro de Ravio, donde se posó para seguir comiendo.
—¿A que no sabes lo que nos encontramos en nuestro paseo de hoy? —dijo Ravio, que se sentó en una silla y cruzó las piernas mientras hablaba—. ¿Te acuerdas de esos agujeros así de grandes que tanto miedo dan y que están por todo Lorule? Bueno, ¡pues resulta que están a punto de cerrarse! Y con «a punto de» quiero decir «puede que dentro de unos siglos». —Le sonrió a su amigo alado—. Genial, ¿eh?
Con otro gorgorito de felicidad, Shirio aleteó en señal de acuerdo.
—Pues sí —siguió Ravio— sin duda alguna. —Su sonrisa, no obstante, menguó conforme hablaba—. Y entonces Hilda me dijo una cosa que me descolocó un poco, en plan «¿querrás ver el reino prosperar a mi lado?» o algo por el estilo. —Suspiró, se reclinó sobre la silla y alzó la vista al techo—. Sabía que me quería decir algo, vamos, solo había que verle la cara, ¡pero me puse tan nervioso que no tenía ni idea de qué era! —Se dio un golpecito en la frente con la palma de la mano y suspiró de nuevo—. Parece que el bueno de Ravio es demasiado tonto como para saber qué quieren las mujeres… Je, ¡me apuesto lo que quieras a que Link lo habría sabido de inmediato!
Shirio meneó la cabeza y pio curioso.
—¡Venga, Shirio, que ya son cinco años! ¡Ya debe de ser éxito entre las chicas! —La cara se le encendió con algo que parecía una extraña mezcla entre celos y la más profunda admiración—. Es fuerte, valiente y tiene carisma. ¡Seguro que se las tiene que quitar de encima a tortas! ¿Quién sabe? A lo mejor hasta está casado y to…
De pronto, a Ravio se le pusieron los ojos como platos.
—Un momento. —Se incorporó con tanta brusquedad que Shirio dio unos cuantos traspiés sobre su hombro—. ¿A eso se refería? ¿A casarnos?
Shirio gorjeó sorprendido al oír la palabra «casarnos» y empezó a menearse de un lado para otro al mismo tiempo que su dueño se puso de pie para hacer lo mismo.
—¡Shirio! ¡Shirio! ¿Sabes qué significa esto? —gritó—. ¡Es oficial: mis días de soltero se han terminado! ¡Fuera casa! ¡Fuera noches solitarias que me paso jugando a la pelota contigo! ¡Y lo más importante!...
Se paró de pronto y fijó la mirada en la chimenea, sobre la cual tenía colgado una pequeña reproducción del retrato real de Su Majestad Hilda. Se relajó en cuanto sus ojos se encontraron con los del cuadro y una sonrisa cálida se le dibujó en el rostro.
—Pasaré el resto de mi vida con la mujer que amo —dijo en tono casi reverencial. Se acercó al retrato y admiró lo hermosa que estaba Hilda el día en que finalmente fue coronada reina; el día en que prometió a su pueblo que los liberaría del miedo y caos del que habían sido presos durante siglos. Había sido tan fuerte, tan decidida y valiente... mostrado todas las cualidades con las que Ravio solo podía soñar… Al fin, su sonrisa se tornó más atrevida y se giró hacia Shirio con un brillo de seguridad en los ojos.
—¡Qué narices! —dijo—. Ya me estaba cansando de esta casa.
Con un suave giro, Shirio correspondió la emoción de su dueño; voló hacia el borde de la mesa y observó cómo Ravio se acercaba a la estantería para sacar una pequeña libreta.
—La verdad es que ya había pensado un par de veces en pedírselo. Hasta me había ingeniado un plan para hacerme con un anillo. —Dejó la libreta sobre la mesa, que, para sorpresa de nadie, tenía «EL PLAN» estampado con letras gruesas en la portada, junto al conejo violeta insignia de Ravio y siguió—: Pero ya sabes cómo soy, nunca tuve el valor de pedírselo. ¡Pero creo que ahora es el momento de hacer de tripas corazón y de que los dos hagamos como mi gemelo el héroe!
Shirio pio curioso otra vez.
—¡Exacto, los dos! Está claro que necesitaré tu ayuda para esto. —Abrió la libreta por la primera página, llena casi por completo de garabatos y anotaciones acerca de anillos de compromiso y dónde encontrarlos—. Ya sabes que Lorule no es tan rico como antes, aunque la Trifuerza esté de vuelta en nuestro Reino Sagrado y todo eso. Así que, evidentemente, será complicado hacerse con cosas como un anillo de compromiso… a no ser que sepas a quién preguntar.
Pasó la página y señaló con el dedo un nombre rodeado con un círculo: Jefe Waga.
—Hilda habrá acabado con el crimen en el pueblo a nivel superficial —continuó—, pero los bajos fondos siguen como siempre. Hace cinco años, el tipo este, jefe Waga, era un ladrón normalito; fue uno de los que consiguieron el indulto con las iniciativas de reforma de Hilda. Aunque en vez de hacer borrón y cuenta nueva como prometió, encontró una forma nueva y legal de estafar a la gente. —Frunció el ceño—. Ahora tiene un control casi absoluto del mercado de objetos de lujo, incluyendo joyería, así que puede inflar los precios sin que nadie le diga nada. Pero qué poca vergüenza, Shirio.
Por una vez, Shirio no le dio inmediatamente la razón a su dueño, sino que pio de forma vagamente acusadora.
—¡O… oye, lo de Link fue completamente diferente! —Ravio se puso a la defensiva—. ¡Los objetos valían su precio y terminé usando el dinero para una buena causa! Dame un poco de cuartel, ¿eh?
Shirio alzó las alas: al parecer, lo había perdonado. Con curiosidad, le echó un vistazo a la libreta mientras Ravio seguía hablando:
—En resumen: no tengo ninguna gana de financiar el monopolio de ningún viejo estafador, pero es casi nuestra única oportunidad de hacernos con el anillo que Hilda se merece. —Miró otra vez a Shirio—. Estoy dispuesto a gastarme lo que sea, pero tendrás que venir conmigo para protegerme… ¡se sigue llamando Pueblo de los Bandidos por un motivo! —Con una sonrisa, acercó un dedo a su compañero—. ¿Puedo contar contigo, amigo?
Con varios píos de emoción, Shirio hizo otra acrobacia en el aire y luego aterrizó en el dedo de Ravio. Entonces Ravio se rio y acarició la cabecita del pájaro con la otra mano.
—¡Así me gusta! —se rio y le guiñó el ojo a su amigo—. Si lo conseguimos, ¡serás el padrino de mi boda!
Shirio se limitó a arrullar con su roce; luego, cuando Ravio se levantó, se posó sobre el marco de la puerta, esperando a que su dueño se preparase.
—Un momento, Shirio —dijo Ravio mientras cogía dos sacos: uno grande, que estaba casi tan lleno como podía estar con los ahorros de cinco años de pequeños negocios, y otro más pequeño, en el que metió algo que Shirio no alcanzó a ver. Se guardó el pequeño en un bolsillo y cogió una capa violeta oscuro de un perchero. Una vez que se la puso, se colocó el saco lleno de rupias (en el que escribió la palabra patatas, pues conocía perfectamente la fama de crédulos de los ladrones de Lorule) sobre el hombro, se colocó la capucha y se dirigió a la puerta.
—El mercado subterráneo no abre hasta que anochece —dijo al abrir la puerta—. Si llegamos justo cuando abre, tendremos menos posibilidades de encontrarnos a algún tipo peligroso —hizo una pausa, tragó saliva y luego añadió con voz nerviosa—: O eso espero.
Así, Ravio y Shirio se embarcaron, no sin antes cerrar bien la puerta de la casa, en un viaje tan peligroso como turbio en busca de un anillo de compromiso digno de una reina.
