¡Holitas a todos! Vengo con esta cosita. . ¿Porque? porque amo los libros de esta trilogía, me trauma(?).
Y bueno, como el coso de Los Juegos del Hambre es tan retorcido como SNK, y mi amor por ambas cosas es demasiado grande(?). Decidí hacer esta cosa, subo el primer capitulo para que lo lean! Y me digan si le sigo o paro aquí. Este fanfic si va a durar mucho mas que el de El Leon y la oveja, eso se los aseguro, y tendrá mas trama. Es un AU. La historia que esta en este fanfic no es como la historia real de Los Juegos del Hambre, es algo distinto. ¿Tengo que decir que Shingeki no Kyojin no es mío? Es del genio malvado Isayama y Los Juegos del hambre es de la increible Suzanne Collins. La historia en si, el trama si es mio.
Por tanto les diré que habrá algunas advertencias.
Advertencias; Angst. Muerte de personajes. Violencia. Palabrotas(?).
Esto es YAOI, no habrá algo explicito. Por lo que si no te gusta el Yaoi, pido que te retires por favor ~ Si te gusta, bienvenido/a.
Espero que les guste.
Los Juegos del Hambre.
Capitulo 1 – Día de la cosecha.
Distrito 12.
Se levanto de su improvisada cama, donde estuvo durmiendo desde hacia más de seis años hecha de heno, tiras de tela y sabanas manchadas por el tiempo, y la acomodo, intentando que se viera presentable, aunque nadie iba a ir a su casa. Camino a su pequeño "baño" café, hecho de madera y húmedo, la madera alrededor de las paredes ya se estaba pudriendo, ¿pero qué hacer? No tenía mas. Se echo agua en la cara, tuvo un pequeño estremecimiento, estaba helada. Y aun así, apenas había comenzado el día para aquel muchacho.
Después de un baño de agua helada y de vestirse con un pantalón café roído de la parte de los pies, una camisa verde vieja y encima un chaleco rojo, junto a unos zapatitos cafés y una bufanda roja por el frio que hacía, salió de su casa a buscar que desayunar.
Apenas tenía quince años. Su nombre ya había entrado a la urna, pero se había abstenido de pedir más comida y hacer que entrara más veces a esta, no quería morir, al menos por ahora. Era un tanto antisocial, no hablaba mucho con las personas, tenía un carácter muy amable pero cuando algo no le gustaba o no le agradaba, lo expresaba. Su determinación era la mejor virtud que tenía, lograba todo aquello que quería, se esforzaba mucho, trabajaba mucho, tal vez era por eso que no había muerto.
Camino hasta salir del pueblo que era llamado 'Distrito 12' y encontró la gran red de metal que dividía el bosque del lugar de viviendas, se suponía que debía de estar encendida, para poder electrocutar a todo aquel que osara pasar, pero nunca lo hacían, solo cuando alguna persona políticamente importante llegaba, entonces la encendían, pero solo pro quererse ver bien.
Deslizo su cuerpo por debajo de un gran agujero en la reja y así pudo adentrarse al bosque, donde conseguiría algo de comer, y algo para vender en el mercado.
Tenía el cabello castaño, herencia de su padre y madre, en su rostro delicadamente bronceado se posaban dos esmeraldas, sus ojos, tan verdes y grandes, verdes con toques azules. Su fina nariz y sus delicados labios rosas. Si, el era Eren Jaeger, un chico de 15 años. Alto para su edad, media 1.70 y pesaba casi cincuenta kilos. Aunque bueno, los cincuenta kilos a cuarenta, era como el peso promedio del distrito, con aquella escases de comida, no se podía hacer nada.
Su madre Carla Jaeger, falleció cuando el tenia cinco años, a manos de unas personas del capitolio, pues ella lo tuvo cuando su nombre seguía en la urna, y por causas del destino, casualidad, o lo que fuera, aquel día de la cosecha, el nombre de Carla Jaeger apareció en el papelito de aquella mujer de cabellos exuberantes, la mujer se resistió, no iba a dejar a su hijo solo en el mundo, puesto que el padre de él, Grisha Jaeger era medico clandestino, el cual viajaba a todos los distritos a ofrecer sus servicios, y nunca se sabía cuándo volvería, nadie sabía si volvería, nadie sabía si ya había fallecido o no. Oh, cruel destino, por resistirse a su destino, la vida de Carla desapareció en un segundo, la decapitaron, frente a todo el distrito, frente a su hijo.
Aunque el pequeño Eren solo tenía cinco años en ese entonces, nunca olvido y nunca olvidaría. Aquello se tatuó con fuego en su mente y era imposible borrar aquella memoria, después del suceso, el tuvo que cuidarse solo, claro, amigas de Carla le dieron alojo por los primeros días, pero Eren tuvo que aprender a cazar pos si mismo, a cuidarse, y a poner una mirada fiera para defenderse.
Y por eso, era como era.
Por eso, era un solitario, porque no confiaba en nadie, solo en el mismo, aunque a veces, tampoco confiaba en sí mismo. Debía apresurarse, era día de cosecha, por lo que encenderían la reja, y si lo hacían se quedaría en el bosque hasta que la apagaran, y eso sería muy noche, lo descubrirían.
Ir al bosque estaba prohibido, así como cazar. Pero ¿Qué importaba? Aquello le salvo la vida por seis años; Entro al bosque y observo todo a lujo de detalle, ¡como amaba aquel lugar! Le hacía sentirse tan libre, tan él. No había quien le insultara, ni quien lo juzgara. Solo eran él, el aire y la naturaleza. Formo una pequeña sonrisa al encontrar su arbusto de fresas, así le llamaba el, una vez que llego encontró un arbusto de fresas y otro de moras. Desde entonces, llevaba moras y fresas al mercado, las cuales se vendían como pan caliente. Saco de una bolsa que traía colgando, color negra, bolsas de tela, que los del mercado le habían dado para que las transportara de mejor manera, y al agachar la mirada pudo observar como su canasta seguía ahí, la usaba siempre que era muchas fresas o muchas moras, o sea, cuando estaban en temporada, por el momento no eran muchas, por lo que solo usaría las bolsas de tela. Recolecto aquellas que se miraban de buen tamaño y apetitosas, y en otra bolsa las moras. Las bolsas de tela se estiraban, por lo que cabían muchas.
Levanto la canasta sacando su arco y flecha y una lanza. Había un pequeño rio, tal vez podría comer algo de pescado si se apresuraba y tal vez cazar algo para vender.
Suspiro con levedad y observo a su alrededor, rogaba en su cabeza que su nombre no saliera en la urna, sería horrible, aunque bueno, no tenía nada que dejar atrás, solo su pequeña y acabada casita, la cual se caía lentamente. No había nada mas, no estaba nadie más. Se crio solo, se enseño solo. Su vida la paso solo, nadie estuvo para él, nadie le mostro el camino a una vida tranquila, ni nadie se la ofreció. El solo tuvo que aprender a cazar, teniendo accidentes, algunos graves, algunos no tanto. Cayéndose, cortándose, golpeándose. Pero solo así pudo sobrevivir.
Pero aun así, que su nombre saliera en la urna y el ir a los juegos del hambre donde su probabilidad de salir vivo era de 20% no estaba en sus planes. Los Juegos del Hambre eran suicidio, de cada distrito iban dos personas, un hombre y una mujer, los cuales iban al capitolio en donde les ponían a prueba, peleaban entre sí, se mataban entre si hasta que quedaba solo uno, y ese era el ganador. Los escalofríos le corrían por el cuerpo con tal solo pensarlo, en los distritos como del 1 al 4 son los que tienen profesionales, personas entrenadas desde que nacieron, y así, cuando era día de cosecha se ofrecían como voluntarios, la mayoría de las veces estos eran los ganadores.
Aunque, los ganadores al volver al distrito, se iban a unas casas enormes, con comida, agua caliente, y todos los lujos para no volver a tocar un arco o una lanza, para vivir como 'Reyes' en el distrito 12, no había muchos ganadores, solo dos. El no los había conocido, no había nacido aun.
Lo único que era obvio, era que ir a los juegos, era muerte o al menos un trauma tan horrible que podrías pasar toda tu vida en un manicomio.
Se levanto con el pavo entre sus manos, observo el cielo. Casi era hora, por lo que tenía que irse antes de que los transportadores llegaran. Guardo el arco, flechas y la lanza en el mismo lugar de siempre y camino con lo que había cazado, dos conejos y un pavo. Había visto un venado, pero habrían muchas personas del capitolio, así como más seguridad, por lo que era peligroso, aunque casi siempre eran estos los que le compraban producto.
Salió del bosque con tranquilidad y limpiándose el pantalón por haberlo manchado comenzó su camino al 'Mercado' que era un gran almacén invadido por personas quienes iban a vender, pan, frutas, agua o más cosas. En esos lugares era donde Eren vendía sus productos. Todos lo conocían, era algo así como popular. Llego a su 'puestito' que era solo una mesa de madera con algo de moho a la cual le puso una tela blanca previamente lavada, y sobre esta puso sus bolsas con fresas y moras, puso el pavo encima y dejo guardados los conejos por si alguien compraba aquel manjar, que no tardo mucho en venderse.
-¡Eren! ¡Qué alegría verte aquí! Hace tres días que no vienes ¿cierto? –
-Si, Hannes-san. . Vendí un pavo real y unos pescados hace tres días y se me dio para comer por esos días, pero el dinero se escaseo y aquí me ve de nuevo. –
-¡Es un gusto saber de ti! A ver, ¿Qué traes hoy? –
Aquel hombre de cabellos rubios era Hannes, 'hermano' de su madre, aunque solo era de palabra, no compartía lazos sanguíneos con él, en el pasado era el mejor amigo de su madre y la apoyo hasta el último momento, no lo había visto en años puesto que fue encarcelado el día del suceso y hasta que el cumplió once lo liberaron, desde entonces se preocupaba mucho por él, lo cuidaba y a veces le daba dinero, aunque no era mucho, Eren comprendía, trabajar en las minas no era el mejor trabajo del mundo, pero te daba lo suficiente para poner pan sobre la mesa familiar. Aunque Hannes nunca se caso, nunca tuvo hijos, pero al moreno le trataba como a uno.
El quinceañero le tenía mucho cariño.
-Tengo un pavo, dos conejos y estas fresas y moras. –
-Mmh. . . Difícil decisión. –
Eren soltó una risita mientras veía divertido al señor quien tenía las manos en el mentón simulando una pose de pensador.
-Dame un conejo y diez fresas. –
El chico asintió mientras le alistaba las cosas, debía apresurarse a vender o tendría que darlo más barato a las personas del mercado que hacían comidas o a los guardias, y entonces irse a alistar para el horrible momento de la cosecha.
-Eren. . –
-Lo sé. . Lo sé, hoy puede que mi nombre salga en la urna. –
-No lo hará, tu nombre no aparecerá. –
-Nadie lo sabe, Hannes-san. . . Puede que hoy, sea la última vez que lo mire. –
-No digas eso. . –
Suspiraron, aquel día seria duro, muy duro.
Acabo vendiendo el pavo y el conejo faltante. Las fresas también se vendieron todas. Las moras quedaron, pero no tuvo que sufrir mucho, se fue a su casa comiéndoselas, se bañaría de nuevo, aunque hacia frio, cuando fue a cazar había corrido, se había ensuciado y toda la cosecha al transmitirían en directo al capitolio, era divertido para ellos saber quienes tendrían la nueva condena de muerte.
Al llegar a su casa corrió a su baño quitándose de encima la bufanda arrojándola a su "Cama" y desvistiéndose en su camino, no tenía mucho tiempo. Volvió a mojar su cuerpo con el agua helada, congelando cada pedazo de si, temblando vilmente bajo aquellos chorros de agua que le helaban la piel. Se apuro a lavar su cabello con el shampoo olor a vainilla y luego con un pequeño jabón del mismo olor recorrió su cuerpo toscamente, después de unos segundos en el infierno congelado, salió con cuidado de no resbalarse en el piso de piedra, que aunque era solido, era resbaloso. Se vistió con un pantalón de color café obscuro y una camisa de vestir blanca, se calzo unos zapatos negros de vestir y se acomodo el cabello, aunque en verdad no lo hizo, su cabellera seguía igual de alborotada que cuando se despertó.
Abrió un cajón antes de retirarse, saco una bufanda roja, si, ya tenía una, pero esta era especial, su madre se la había dado cuando era muy pequeño, era larga y ancha, tanto que cuando era bebe la mujer lo había arropado con ella, la mantenía guardada, cuidada y limpia, era su reliquia familiar, era lo único que le quedaba de su mama. Se la puso con cuidado y ternura, como si fuera ella quien se la pusiera, se deseo suerte a sí mismo, su nombre no saldría, estaba casi seguro. ¡Vamos! Eran demasiados hombres en el distrito, no era solo su nombre, otros que habían pedido más alimentos tendrían su nombre varias veces más en la urna, ellos tenían más posibilidades.
Sí, eso se repetía en su cabeza, aunque también sabía bien, que era probable que fuera escogido. Y así, salió de su hogar.
Ya se encontraba formado, cuando había llegado la gente ya se amontonaba en aquel lugar, con sus semblantes asustados algunos tristes, pero el pánico era lo que reinaba en aquel lugar. Las madres se habían despedido con anticipación de las hijas e hijos, hasta Hannes había ido con él a abrazarle, le había dado la 'bendición' para que no tuviera nervios, pero aquello era imposible, sus piernas temblaban como gelatinas, se sentía mareado entre tanta gente y más que nada como todos los años, asustado.
Terriblemente asustado, y aun mas cuando la ceremonia comenzó.
El himno del capitolio había terminado, y el discurso de todos los años también. Ahora era la hora de la verdad, la mujer de cabellos rubios cortos y tez blanca, que respondía al nombre de Hitch procedió a dar a conocer el nombre la mujer.
-Las damas primero. . . – Comento con una sonrisa burlona mientras metía su mano dentro de la urna que correspondía a los nombres femeninos de las chicas del distrito. Tardo apenas una milésima de segundo para tomar un papel al azar y comenzar a abrirlo con curiosidad, al observa el nombre soltó una risilla que resonó en la plaza. - ¡Christa Renz! –
Se quedo estático, la conocía. Era de la familia Renz, una familia un tanto. . . Famosa en el distrito, no eran realmente ricos, pero al menos tenían cinco pesos más que los demás, las chicas se abrieron dejando el paso libre para la pequeña rubia que mantenía sus ojos azules completamente abiertos, asustados, a pasos vacilantes avanzo y cuando los agentes de la paz la tuvieron en frente, la empujaron con brusquedad para que caminara hacía el escenario. A la pobre rubia le temblaban las piernas y se mantenía mordiéndose el labio, tropezaba con sus propias botitas cafés y la falda guinda revoloteaba a su alrededor, tenía el pelo hasta la cintura de un rubio brillante, lo llevaba en una trenza perfecta, su camisa blanca de vestir iba desfajada de su falda, y el borde de la camisa arrugado, lo había estado apretujando todo el rato, pobre Christa. Su familia nunca fue del estilo amoroso, realmente no sabría decirle "Su familia" su madre y su padre se preocupaban más en sus empleos que en ella. Pero aun así, para acabarla con su suerte, tendría que ir a los Juegos. . .
La subieron a ese lugar, tenía la mirada algo perdida y se miraba terriblemente nerviosa, Hitch trato de relajarla diciéndole leves chistes y dándole un pequeño abrazo, lo cual no hizo efecto en la rubiecilla. Hitch se giro al micrófono con una sonrisa, ya sabía lo que venía, iban a anunciar al tributo varón, cerró los ojos por unos segundos, pidiéndole a cualquier ser omnipresente y poderoso que le sacara de aquel terrible destino,
-Bien. . Ahora ¡Los varones! –
Las manos le temblaban y sentía como un nudo se formaba en su garganta, estaba horriblemente asustado, pero no iba a demostrarlo, al menos no públicamente, alcanzo a morderse los labios y estrujarse el pantalón con las manos, no quería escuchar más. Cerró los ojos por unos segundos.
-"No voy a salir, tengo solo el 1% de posibilidad, no voy a salir. . No voy a salir."- Se repetía internamente.
Alcanzo a pedirle a su madre, tenía miedo, ¡Solo tenía 15 años! No había alcanzado la adultez ni terminar el colegio, tampoco conseguir una pareja, ni saborear la felicidad. Quería disfrutar una vida. Abrió los ojos con determinación y suspiro, el no moriría. No podía hacerlo. Sus nervios no bajaban aun, pero no quería escuchar nada. Pero lo escucho. .
-¡Eren Jaeger! –
Su vida era una jodida mierda.
¡Bien! Díganme que piensan de esto ヾ(´・ー・`。)!
Les dejo, subiré Leon y la Oveja después ~~ Los quiero.
Matta-Ne
