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La vida seguía corriendo. Nada interesante, ni nuevo que apareciese por esa desgastada puerta. Solo los campesinos de siempre y algún viajero que deseaba escapar del Invierno dirigiéndose a Puerto Blanco a coger el primer barco que se le presentase , y por muy diferente que fuera el destino de todos ellos, todos venían buscando lo mismo, comida y un coño caliente donde pasar la noche o puede que lo poco que les quedase de vida.
El invierno estaba por llegar y eso no había pasado desapercibido para nadie.
Dejo al lado mis estupidos pensamientos comenzando a recoger los platos de los hombres que ya habían acabado su comida, y como siempre acababan borrachos y, todos sabíamos que eso significaba algo, problemas.
— ¡Aalis! -gritó mi jefa desde el otro lado de las pocilgas, o tambien conocido como el comedor- empieza a llevarlos a las habitaciones. -me ordenó mientras ella hacía lo mismo.
Me acercó a un par de caballeros que me miran con una mirada lasciva y se levantan tambaleándose lentamente.
— Menos mal que ha venido esta muñequita a por nosotros -dijo arrastrando las palabras. Ruedo los ojos y cojo sus brazos pasándolos por mis hombros.-
Comienzo a subir las escaleras hacia sus habitaciones donde una de mis compañeras les espera para que se vayan felices, por decirlo de alguna forma. Uno de ellos baja su mano hacia mi culo mientras yo aprieto mi mano y le suelto dejando que caiga hasta el descansillo.
—No me vuelvas a tocar si no quieres un cuchillo en tu corazón. -digo seriamente llevando al otro hacia el cuarto. Cuando llegó le dejó sobre la cama donde Diet ya se encarga de él. Decido bajar a por el otro, cuando llego le cojo como puedo y le llevo a su lugar.- suerte con ellos -la sonrío leve y apenada, sé que ella hace esos servicios para poder ayudar a su familia.-
Cuando bajo ya no queda ninguno en el comedor por lo que es un gran alivio. Voy a la cocina y meditó en qué puedo hacerme de cenar, mis tripas llevan rugiendo desde apenas el mediodía. Al final me decido por un poco de sopa y me pongo a hacerla mientras me vuelvo a hundir en mis propios pensamientos.
Cuando era pequeña mis padres siempre me hablaban de caballeros, de como ellos cumplían su juramento y protegían a los reyes y a los ciudadanos de las injusticias y de los peligros. Siempre intentaba recordar eso cuando un caballero me miraba con deseo o me tocaba indebidamente, "ellos nos protegen", pero realmente no les importamos una mierda, ni a ellos ni a los reyes ni a nadie, ellos luchan por salvar sus vidas, no las nuestras. Hacen juramentos que no cumplen.
Me sirvo la comida en el plato y me siento en una de las mesas a comer. Miro la mesa tomando la sopa.
Cuando acabo de todo voy al cuarto que nos tiene asignado nuestra jefa, me tumbo en la colcha y miro el techo. En ocasiones me gusta recordar cómo llegué a este lugar, es una historia larga y tan horrible.
Yo vivía en Último Hogar cuando tenía 8 años, era una niña feliz hasta que todo ocurrió. Una noche una docena de salvajes asaltaron mi hogar, mataron a niños, a ancianos y a cualquier persona que se les interpusiera en su camino...incluso a mis padres. Vi como los degollaban, por suerte yo pude escapar. Me pase como un mes por los bosques hasta que llegue aquí y la mujer que ahora es mi jefa me ofreció trabajo lavando los platos. Lo acepté y cuando cumplí los 12 comencé a salir a las pocilgas, muchos de los hombres que había allí querían hacerme suya pero yo dije que nunca esa serie de trabajos.
Mis compañeras si los hacen por el hecho de que necesitan dinero para enviárselo a sus familias pero, yo estoy sola y mi sueldo me suele sobrar.
Escucho unas pisadas acercándose, miro a la puerta y veo a Malle sentándose en su cama. Me mira y la sonrío leve.
—Buenas noches -me da una sonrisa de vuelta. Me giro mirando hacia la pared y cierro los ojos dejándome llevar.-
Día siguiente
Abro mis ojos lentamente sintiendo mi espalda crujir provocando que suelte un pequeño quejido. Me levanto y veo que todas siguen dormidas, siempre tan dormilonas. Cojo una toalla y voy al baño que nos tiene asignado nuestra jefa. Me baño bien y me pongo un vestido de color negro junto con mi mandil. Me cepillo el pelo mirándome en el espejo, unos ojos grises con matices azules me miran, se ven tan cansados que nadie diría que su dueña tiene apenas 16 años. Me hago una trenza y bajo a la cocina comenzando a hacer los desayunos.
—Buenos días -digo cuando bajan las demás. Voy a las pocilgas y comienzo a colocar todo en las mesas. Canturreó leve sintiendo una presencia en el comedor cuando me giro, me apoyó rápidamente a la mesa mirando al imponente hombre que se encuentra frente a mi. Es alto, quizá me saque una cabeza y media; es musculoso, sus ojos son grises como el cielo en un día nublado, su nariz es grande y ganchuda, su pelo es fino y negro como el tizón, pero en el lado izquierdo de su cara puedo avistar una quemadura que ocupa parte de su rostro.-
—¿Qué narices miras mocosa? -gruñe mirándome-
—Lo siento -carraspeó- ¿Necesitaba algo Sir? -digo realizando una leve inclinación al ver su armadura-
—No soy un jodido caballero niña -le miro y él agacha su cabeza para mirarme- ponme veinte platos de comida, parte de la guardia real llegará en apenas una hora -dice yiendose fuera. Me acerco a la puerta y le veo por la ranura como acaricia a un cabello negro tan grande como él. Le observo hasta que mira hacia la puerta, salgo corriendo hacia la cocina y se lo comunico a la jefa-
Por fin ocurría algo interesante.
