Disclaimer: Nada que puedan reconocer me pertenece.

Nota: Estas son cinco (o seis, ya veremos, pero la sexta me está costando trabajo) viñetas sobre Edmund y Peter (no necesariamente juntos y revueltos). Las viñetas que contengan slash serán advertidas.

Lo que aparece debajo de los títulos de los capítulos son fragmentos de Dust in the Wind (valga la redundancia), de Kansas.

Dust in the wind.

Detalles.

(All we do
Crumbles to the ground
though we refuse to see
dust in the wind)

Ha tenido siempre mucha facilidad para meterse en problemas –y no tanta para solucionarlos–; como si se tratara de una característica innata, como otra mancha de nacimiento que a diferencia de la que tiene en la muñeca, no se ve con los ojos; como un lunar más en el hombro derecho o el que completa ese triángulo obtuso de su tobillo que tanta gracia le hace a Lucy; como una de las muchas pecas que cubren sus mejillas y que nunca acaba de contar.

Sabe, pero a media voz porque le da vergüenza reconocerlo, que antes lo hacía para llamar la atención (de Peter, de Susan) y ahora ya no sabe por qué (pero lo hace lo mismo, incluso cuando no quiere hacerlo).

Antes era cuestión de un mero comentario y todos volteaban a verlo –con recelo, pero mirándolo al fin–, era cuestión de jalarle las trenzas a Lucy, o ser un poquito mordaz y ya tenía a Peter con su mirada predilecta clavadita en él.

(Es casi un espectáculo, porque conlleva la completa coordinación de todo el rostro, pues se curvan los labios, se dilatan apenas las aletas de la nariz, frunce el ceño para que sus cejas se junten un poquito y lo mira con esa dureza que es como si tuviera que apretar los puños para no golpearlo. –Los aprieta cuando hay gente viendo–.)

Y le gustaba –le encantaba– que Peter lo observara, que lo tuviera en cuenta, que todos recordaran que él seguía allí a pesar de que usualmente no lo vieran.

Tal vez, si estuviera de buen humor, Edmund reconocería –jamás en voz alta– que le gustaba figurar para Peter.
Pero lo envidiaba. Estaba completamente resentido con él porque siempre quería ocupar el lugar del líder, era un mandón sin remedio, y eso a Edmund lo alteraba porque ¿cuántos años más que él tenía Peter?
Siempre jugando a ser el padre de todos ellos.

A Peter la gente lo veía cuando lo miraba. Siempre.

(Ahora no ha cambiado). Edmund sabe que cuando salga de la enfermería, Peter estará mirando el suelo con las manos bien enfundadas en el bolsillo y el gesto duro que dice eres un estúpido y que a veces duele más que esos derechazos luego de una discusión que aterrizan en su mejilla y luego pican durante días, se endurecen y se amoratan.

El idiota es otro, se dice Edmund y toma de mala gana su mochila y la arrastra hasta la salida. La enfermera le sonríe como hace siempre y dice algo que suena a espero que no nos veamos en un buen tiempo, Edmund, y que posiblemente sea exactamente eso, porque es lo que dice siempre (ambos saben que se volverán a ver pronto y cuando lo vea entrar, ella le dirá con especial dulzura ¡otra vez tú aquí!).
Él le sonreiría de buena gana, porque ella lo entiende, pero tiene el labio partido y le duele.

Efectivamente allí está Peter, recargado sobre la pared, contando las baldosas sin emitir sonido (Edmund cree que las cuenta porque eso es lo que él mismo hace cuando tiene que esperar afuera, y le gusta pensar que él y Peter tienen en común algo más que el apellido).

– ¿Sostienes la pared para que no se caiga? –pregunta Edmund con sorna, porque su situación no se puede empeorar.

Peter emite un sonido gutural y lo fulmina con la mirada. No le exige explicaciones, no las pretende siquiera, porque sabe la respuesta. Eso no le alcanza. No le alcanzan los no fue mi culpa que Edmund le ofrece semana tras semana, no le alcanzan sus muecas y no tolera su desdén, su intento de demostrar que puede ir de cabeza contra el mundo si se le antoja.

–Un día de estos acabarás mal, Edmund. –le avisa, por si no se ha dado cuenta (no parece haberse dado cuenta, de hecho).

Edmund se caga en eso, y en todo, ya que estamos. Porque quiere desempeñar bien ese papel que le asignan, el del niño problemático, el adolescente en crisis (se caga en eso también) que le queda como traje hecho a medida.

Ahí está papá-Peter, ocupándose del descarriado de la familia, tratándolo como se trata a los rebeldes, con frialdad y toda esa superioridad que los caracterizan a él y a la tonta de Susan, porque claro, ellos lo saben y lo pueden todo.

– ¿Qué fue esta vez? –pregunta finalmente con desinterés, el malhumor se le escapa entre palabras.

–Nada. –gruñe Edmund de mala gana, porque no va a admitir que se enfrentó al idiota de Stevenson por haberse metido con las faldas de sus hermanas. (Eso sería muy noble para el infeliz de Edmund.) –Me suspendieron. Por lo que resta de la semana. –susurra, pateando una piedrita gris a través de la acera.

Peter resopla con evidente disgusto y lo mira de soslayo. En un abrir y cerrar de ojos lo tiene sujeto por el cuello de la camisa y lo mira con bronca.

–Eres un idiota, Edmund. –gruñe entre dientes.

Sí, quizás tenga razón.

– ¡No fue mi culpa!

–Claro, olvidaba que nunca es tu culpa.

–El idiota quizás sea otro. –dice en voz alta. Bien alta, para que lo escuche, para que se entere. Y se aferra a las manos de su hermano que aprietan y arrugan su camisa.

–Si tienes un jodido problema vienes y lo hablas conmigo. –dice. Edmund sabe que quizás intentó decir Ed, si tienes un problema, puedes hablarlo conmigo, pero Peter no se da cuenta de esas cosas.
Jamás se ha fijado mucho en los detalles. No en esos.

Peter los va a mirar muy feo si llegan hasta acá y no dejan reviews. (Y peor, se le sube a la cabeza y los castiga a todos).

Y me acabo de cortar el dedo :S (por si a alguien le interesa, que se que no, pero igual, estaba lavando y se me cayó lo que lavaba y no sé, creo que lo quise agarrar). Anyway, no sufran, tengo escritos los otros capítulos (ese era el punto, lo anterior es irse por las ramas antes de empezar el punto), y si todo va bien, voy a subir el segundo el viernes por la noche.