Capítulo beteado por Vhica Tía Favorita, Betas FFAD
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Los personajes de la Saga Crepúsculo le pertenecen a Stephenie Meyer, la trama y cualquier personaje fuera de la saga, son de mi autoría.
Capítulo 1
El lugar era todo lo que esperaba, salones amplios con sus tradicionales lámparas de cristales finamente cortados, grandes ventanales que —asumo— en el día brindarán una gran entrada de luz, y estatuas decorando los rincones, mostrando la opulencia de los Blitz, una imagen digna para deslumbrar a cualquiera; pero yo no soy cualquiera y este tipo de lujos son algo del día para mí, algo de lo que ya estoy cansada, pero por lo visto a las demás debutantes las tenía fascinadas.
—Señorita Isabella, que gusto verla en mi humilde casa, pensé que este año tampoco se presentaría.
—Buenas noches, señora Blitz. Creo que era del conocimiento de todos, que no podía tardar más para entrar en sociedad.
—Tiene razón señorita, un año más y no encontraría pretendiente.
—Esperemos eso no suceda —contesté mostrando la mayor sinceridad posible en mi sonrisa, sabiendo que con la dote que da mi padre, aunque debutara de treinta años, tendría pretendientes.
—Si me permite, debo retirarme, el señor Blitz va a presentar al conde de Black a mi querida Adelaida y me gustaría estar a su lado.
—Vaya usted, señora Blitz —dije haciendo la debida reverencia. El conde de Black es el mejor postor en este baile, es de conocimiento público que lleva dos años buscando esposa y al parecer, todas las madres con jóvenes en sociedad creen que sus hijas son las indicadas.
Vi alejarse a la señora Blitz, pero no logré encontrar el punto a donde se dirigía, pero sabía que en alguna ocasión podría saber quién era el famoso conde. Por el momento me dediqué a caminar por los costados del salón, notando la exaltación de las chicas al ver entrar a varios soldados y uno que otro hombre de la alta sociedad londinense. No entiendo como les agrada la idea de ser escogidas como ganado para luego vivir bajo las órdenes de un desconocido que se hace llamar su marido. Esa es la razón primordial por la que no entré en sociedad hasta este año, traté de postergarlo todo lo posible para poder afianzar mi libertad, libertad que no logré conseguir y que sé, va a cambiar de dueño después de este baile, lo único es que tengo la dicha que mi padre prometió casarme con alguien de buen gusto, solo espero que su buen gusto no esté basado únicamente en su estatus social.
—Señorita Isabella —saludó una voz detrás de mí que conocía muy bien, era la del padre de mi mejor amiga Ángela.
—Señor Weber, qué gusto verlo —respondí mientras daba la vuelta e inclinaba mi cabeza.
—El placer es mío, señorita Isabella. Quisiera presentarle al señor Newton —y con esto empezamos el circo de las presentaciones.
—Un gusto, señor Newton. —saludé haciendo una simple inclinación, mostrando así mis modales.
—El gusto es mío, señorita Swan. ¿Cree usted que me pueda brindar el honor de bailar una pieza conmigo?
—El honor sería mío, pero lastimosamente ya tengo la cartilla completa.
—Una perdida para mí, espero en el próximo evento tener alguna oportunidad —susurró mientras hacia su saludo y se retiraba.
—¿Señor Weber, su hija está en el baile? —sabía que no debía ser tan directa pero necesitaba estar con alguien con quien que no me viera obligada a seguir las normas.
—Por supuesto, señorita Isabella; mírela, se acerca a nosotros.
—Isabella —saludó mi amiga notando una cara reprobatoria de su padre—. ¡Qué gusto tenerte en este baile! Pensé que lograrías postergarlo este año también —argumentó mientras su padre hacia un leve saludo y nos dejaba solas.
—Quisiera haber podido hacerlo, pero mi padre no me lo permitió, si no me presentaba en sociedad este año, me enviarían a un convento.
—Vas a ver que no es tan malo como piensas, ya este es mi segundo año y sigo sin pretendiente, así que no debes preocuparte.
—Eso espero —contesté a mi vivaz amiga, sabiendo que se equivocaba, no creía que estuviera mucho tiempo en sociedad sin estar casada; algo que ella no ha podido hacer, ya que su dote es muy inferior al de las demás señoritas—. Pero dime: ¿Hay algún joven que llame tu atención?
—Por el momento no, Isabella. Espero que en este baile conozcamos a alguien agradable, el Conde ha venido con una comitiva de siete acompañantes, todos masculinos.
—¿Y ya conociste al conde de Black?
—No, mi padre no ha podido presentarse. —Sí, otra de nuestras normas: como mujeres no podemos hablar con algún caballero sin ser presentadas por un tercero—. Pero por lo que puedo notar, tu padre no ha tenido el mismo problema, mira, se acerca con él —alcé la vista hacia donde la dirigía mi amiga y pude ver a mi padre acercarse con un hombre alto y moreno.
—Isabella, hija, quiero presentarte al conde de Black.
—Conde Jacob de Black, es un placer conocerla, señorita Swan —saludó el Conde mientras inclinaba su rostro sin apartar los ojos de los míos.
—Un gusto, conde de Black —contesté tomando los vuelos de mi falda, haciendo mi saludo para luego mirar a mi padre haciéndole notar que debía presentar a mi amiga.
—Y esta es la señorita Weber.
—Un gusto conocerlo, Conde —dijo mi amiga sonrosada, aunque el Conde no hubiera dirigido su mirada hacia ella.
—¿Señorita Swan, me permitiría bailar el vals con usted? —preguntó muy impertinente, pero cuando estaba a punto de negarme, pude notar la vista de mi padre sobre mí y lo supe, acabada de conocer a mi marido.
—Será un placer, conde de Black. —Contesté mostrando la sonrisa más falsa del mundo.
Las presentaciones al Conde siguieron mientras él se mantenía a mi lado, por lo que vi desfilar todos los padres de las chicas de sociedad, hasta que un guapo joven de cabello castaño y ojos azules se nos acercó sin mostrar ninguna excitación al hablarle a de Black.
—Jacob, por lo visto tienes muy buena compañía.
—La mejor de todo el baile —contestó dando una mirada en mi dirección—. Te presento a la señorita Isabella Swan —me presentó haciendo un gesto hacia su acompañante donde pude notar que él sabía quién soy —y ella es la señorita…
—Weber, señorita Ángela Weber —contesté malhumorada al ver que había olvidado el nombre de mi amiga.
—Un placer conocerlas, señoritas. Barón Cheney —se presentó el agradable hombre— Ben Cheney a su disposición.
—Todo un placer, Barón —dijimos mi amiga y yo al unísono, notando como Ángela se ponía más colorada —si se podía— cuando el Barón posó sus ojos en ella.
—Van a disculpar mi comentario, señoritas, pero no puedo negar que envidio a Jacob al tener tan grata compañía.
—Eso, mi buen amigo, es porque no has decidido buscar una propia.
—Era porque no había encontrado a la indicada, pero eso acaba de cambiar. Señorita Ángela, ¿me haría el gran honor de permitirme un baile esta noche?
—Sería todo un honor para mí.
—Y dígame: ¿En qué baile tengo el honor de ser su compañía?
—Solo tengo comprometidos los dos primeros, así que le pido por favor que escoja usted.
—Perfecto, escogeré todos por el resto de la velada.
—Ben, sabes que eso no está bien visto —le recriminó el Conde—, mucho menos para alguien de tu posición.
—Qué piensen lo que quieran, no deseo compartir a la señorita Weber con nadie más. Ahora si me permiten, me retiro un momento.
Las dos hicimos una leve inclinación cuando el galante Barón se despidió de nosotras, pero no le perdí de vista cuando habló con el señor Blitz, quien le mostró —no de muy buena gana— dónde se encontraba el padre de Ángela. Por lo visto, la suerte de mi amiga acababa de cambiar, solo esperaba que fuera para bien.
El baile llegaba a su final y los diferentes gestos en los rostros de las debutantes daban a entender cómo había ido su noche: unos se veían alegres, radiantes; mientras en otros se denotaba la tristeza y nostalgia; pero si hay alguien que brillaba de alegría este día era Ángela y aunque mi noche estuvo opacada por la sombra del Conde, no puedo más que sentirme feliz por la alegría de mi amiga, aunque verla así solo me confirme que nunca llegaré a sentir ese tipo de dicha.
Al amanecer sabía lo que me esperaba, aunque en la noche anterior no se había mencionado, conocía muy bien a mi padre y mi matrimonio era inminente. Cuando bajé al comedor no me extrañó ver a mis padres esperándome en el salón.
—¡Buenos días, hija! —saludó muy feliz Renée.
—Buenos días, padres.
—Isabella, toma asiento por favor, necesito que hablemos —perfecto, directo al grano—. Hija, sé que eres inteligente y reconoces lo que es mejor para ti, por eso espero tomes de buen agrado saber que el conde de Black ha pedido tu mano y yo he aceptado.
—¿Pero padre, cómo pudo pedirle mi mano si apenas lo conoció ayer?
—No, Isabella. El Conde y yo lo hemos hablado antes, solo estábamos esperando que hicieras tu aparición en sociedad para hacerlo oficial.
—¿Así que nunca tuve otra opción?
—Es una buena opción para ti, hija —intervino mi madre— serás Condesa y vivirás rodeada del lujo al que estás acostumbrada.
—¡Pero ustedes saben que eso no es importante para mí!
—Pero para nosotros sí, no vamos a permitir que te cases con algún oportunista que solo te busque por tu dote, así que está decidido, el sábado te casas con el conde de Black.
—¿El sábado? Pero si faltan menos de siete días. No me puedo casar tan pronto.
—El Conde necesita volver a sus tierras, ya ha estado mucho tiempo en Londres esperando a que decidieras ser su esposa, así que no hay tiempo qué perder.
—Es lo mejor, hija, así pronto estarás en tu nuevo hogar, de igual manera ya está todo listo: tu vestido, el banquete y los invitados.
—Mamá, no me puedo ir tan rápido, no he preparado nada.
—Por eso no te preocupes, Leah se está encargando de todo, ella te acompañará, te hará bien tener a tu doncella contigo; cuando ya estés ambientada a los criados del Conde, puedes enviarla de vuelta.
—Pero…
—¡Ya es suficiente, Isabella! Lo habíamos hablado: yo escogería y tú aceptarías mientras fuera alguien digno. En este momento no hay nadie más digno que Black para ser tu esposo, así que te casas el sábado. —Concluyó mi padre, cuando Cleo se acercaba a informarnos que el desayuno estaba preparado.
—No tengo apetito. ¿Puedo retirarme a mis aposentos?
—¿Te sientes bien, hija?
—Si madre, solo quiero descansar un poco, el baile me dejó agotada.
—Está bien, ve a descansar.
Renée no había terminado de pronunciar las palabras, cuando ya me estaba retirando a mi recámara, no quería que nadie viera mis lágrimas salir, no podía permitir que me vieran sufrir. Soy Isabella Swan y no puedo deshonrar a mi padre demostrando mi inconformidad con mi matrimonio. Logré contener mi llanto hasta el momento en que Leah salió de mis aposentos, dejándome ver cómo se preparaba mi partida; me aferré a mi almohada y lloré por mi matrimonio, por la vida que iba a llevar y por la vida que perdí; sentía que mis lágrimas empezaban a secarse cuando escuché los inconfundibles toques de mi nana en la puerta, como era su costumbre, no esperó, ingresó y fue a sentarse a mi lado.
—¿Mi niña, por qué lloras?
—No quiero casarme, Nana.
—Pero mi niña, ya lo habíamos hablado. Sabías que esto pasaría cuando entraras en sociedad —me consolaba mi amiga, confidente y segunda madre.
—Lo sé Nana, pero no tan rápido, una semana es todo lo que me queda —dije reviviendo las lágrimas en mi rostro.
—Sí, ya me enteré que te casas muy pronto.
—¿Por qué mis padres no me quieren? ¿Por qué me están mandando lejos? ¿Por qué no me dejan ser libre y feliz?
—Claro que te quieren, cielo; pero estas son las reglas que nos impone la sociedad en la que vivimos.
—Entonces no quiero vivir en esta sociedad.
—Ten cuidado con lo que dices mi niña.
—Es la verdad, Nana. No quiero vivir en una sociedad que me imponga lo que debo hacer, ni quiero vivir lejos de los que quiero, no quiero estar sola.
—No vas a estar sola, vas a tener a tu marido, sus criados y a Leah.
—Pero yo quiero que tú vengas conmigo.
—Sabes que eso no es posible.
—¿Por qué, Nana? Yo te necesito.
—Sabes que como nana solo puedo vivir donde hayan niños, así que hasta que no le des un heredero a de Black, yo no podré ir a vivir contigo.
—Te voy a extrañar tanto, Nana.
—Y yo a ti, mi niña. Yo te extrañaré mucho más. —Dijo mientras la notaba desenganchar el broche de la cinta que sostenía su camafeo—. Ten, esto es para ti, mi niña —dijo entregándomelo—, es algo muy valioso para mí y espero que te sirva de consuelo cuando estés lejos.
—Nana, es hermoso, muchas gracias.
—Agradéceme más adelante, ahora solo te pido que te cuides mucho y recuerda quién eres.
—Te lo prometo, Nana —dije mientras la abrazaba y hundía mi rostro en su cuello para recibir ese olor tranquilizante que siempre había estado a mi lado.
Los días pasaban y el frenesí de la boda era cada vez mayor, se veía a los criados limpiar la losa, pulir los cubiertos, sacudir y abrillantar cada rincón de la casa; mientras muestran su alegría por el matrimonio de la "niña", alegría que no puedo compartir, por lo que he pasado estos días encerrada en mi recámara soñando con lo que no puedo llegar a tener.
Desde niña añoré crecer para ser independiente, quería una vida donde pudiera elegir qué hacer; estaba cansada que mi madre escogiera como debería vestir o qué peinado debería lucir. Cuando mi cuerpo empezó a cambiar, mi vida cambio también: ya no podía saltar en las zonas verdes con los niños de las criadas, no podía vestir sin utilizar el corsé y el miriñaque; ni siquiera podía salir de la mansión sin escolta femenina; había logrado evitar los bailes de sociedad argumentando que no me sentía preparada, pero por lo visto no me sirvió de mucho porque mañana me casaré, llevaré la vida que nunca anhele y tendré que ser la nueva condesa de Black.
—Isabella, hija, de nuevo encerrada en tu cuarto.
—Lo siento, madre; no he querido entorpecer el quehacer de los criados.
—Qué considerada, hija, te entiendo; aunque me viene bien porque quería hablar a solas contigo.
—¿Está todo bien, madre?
—Sí, por supuesto, solo quería constatar que tienes todo listo para tu viaje.
—Todo está preparado —susurré recordando mi próxima partida.
—¿Guardaste los camisones que te regalé?
—Si mamá, todo está guardado. ¿Pasa algo?
—Verás, hija, hay algo muy serio de lo que debo hablarte, cuando una mujer contrae matrimonio, se le son impuestas ciertas responsabilidades.
—Lo sé, madre, tú me educaste para saber llevar bien una casa y los criados, sé que estoy preparada.
—Es que no solo es el hecho de saber llevar la casa.
—¿Es que hay algo más?
—Pues sí, hija, la esposa debe aprender a ser mujer de su marido.
—Pero si yo soy mujer, madre.
—No en ese sentido. Mmmm, la esposa debe dejar que el esposo encuentre placer en su cuerpo.
—Eso lo entiendo —no veía el punto de esta conversación, hace mucho sé que los hombres nos usan para su placer.
—Los hombres tienen necesidades que nosotras las mujeres no, ellos necesitan el contacto físico con nuestro cuerpo y para nosotras eso es repulsivo; pero debemos dejarlos hacer para que ellos estén felices. La primera vez que el Conde te tome, sentirás mucho dolor, pero con el tiempo irá disminuyendo, tú solo debes dejar que él haga lo que necesita y entre más rápido pase, mejor para ti; si tienes suerte será gentil contigo y no te dará muchas molestias cuando tenga necesidades.
—¿Mi padre es gentil contigo?
—¡No me preguntes eso, Isabella! Lo importante es que sepas que debes estar dispuesta a recibir a tu marido en tu cama cada vez que él lo desee, si no quieres que busque una amante o peor aún, una prostituta.
—Yo no voy a permitir que el Conde tenga una amante.
—Eso no lo puedes decidir tú, hija; solo dale lo que él quiere y espera que sea feliz con eso.
—¿Y si no es feliz? ¿Si busca una amante?
—Si es así, entonces pídele al cielo quedar en cinta pronto para que no tengas que cuidar a un bastardo como heredero del conde de Black. —Concluyó el tema dejándome con miles de interrogantes más en mi mente.
¿Cómo me va a tomar? ¿Por qué duele? ¿Cómo voy a quedar en cinta? ¿Por qué el conde de Black va a querer hacer algo que para mi va a ser repulsivo?
