En este universo infinito, existen innumerables mundos, cada uno con sus propias historias y formas de vida. El nombre de uno de estos mundos es Mobius, el planeta más parecido al nuestro, pero solo a simple vista. Sus habitantes son llamados mobianos, animales antropomorfos, consentidos de la evolución, seres con habilidades increíbles.

Aunque no es el mundo más antiguo, es mucho mayor que el nuestro. Esto le ha permitido pasar por muchos más cambios de lo que podríamos imaginar, en especial en los últimos siglos. Ahora mismo nos encontramos en un Mobius diferente, que ha debido pasar por demasiados eventos; luchas entre el bien y el mal, desastres naturales, guerras internas y externas. A pesar de todo, sus habitantes han podido seguir evolucionando, sobrevivir, y adaptarse a los cambios de su hogar. Los mobianos son una raza excepcional.

Podemos conocer de todo tipo: mamíferos, aves, reptiles, insectos; seres con habilidades especiales o poderes, incluso héroes que nunca los necesitaron. Generación tras generación, los mobianos han enfrentado sus propios desafíos, historias que marcaron para siempre Mobius.

Ahora, a pocos años de comenzar un nuevo milenio, una nueva historia está por comenzar, aquella de la generación más poderosa que Mobius conoció en mil años.

Mobius
Generación Dorada


Una nueva era

La siguiente caída del caos

En una gran metrópolis, hay agitación a cada esquina. El tráfico es lento, los autos de ahora no usan neumáticos, en su mayoría, tampoco combustibles, esto se puede notar por los diseños que comparten algo en común, la ausencia del escape y un diseño que permite ver la energía con la que funcionan con diferentes diseños en tuberías.

Hay grandes letreros sobre los edificios grandes de la ciudad. Todos en pantallas holográficas. Distintos anuncios se muestran uno tras otro, sin sonido, solo imágenes. Las calles siguen siendo pavimentadas, y la mayoría de estructuras aún se construyen con concreto y materiales conocidos.

La agitación en la ciudad se sigue notando al ver las masas de personas que avanzan por las calles, incluso en algunos negocios y establecimientos, pero, donde más se siente, es en los hoteles, donde centenas de mobianos llegan, pues un evento esperado comenzará en pocos días.

Hablando de hoteles, uno en especial se encuentra bastante lleno. Mobianos de todos tamaños y formas están en la planta baja, algunos esperando a ser atendidos en la recepción, otros descansando de un largo viaje. El lugar es bastante grande, sillones en casi cada pared, cuadros, algunos televisores, pequeños muebles con folletos llenos de información diferente. Este lugar no tiene problema en albergar más de una centena de mobianos, y no es de extrañar una vez que observas el edificio por fuera. Una masiva construcción que ocupa varias cuadras a la redonda. Con más de una decena de estacionamientos, y una bella vista frente al mar. Se nota que es uno de los hoteles de lujo.

Y ya que estamos afuera, hay que prestar atención al par de mobianos que corren por el estacionamiento, ambos cargando un par de maletas algo grandes, dirigiéndose a la entrada. Entran, apurados, casi dejando caer las maletas accidentalmente. Uno de ellos corre hacia la recepción, se trata de un mapache, 1.2 metros de alto, no muy robusto, pelaje café que en su rostro pinta un clásico antifaz negro; un par de ojos verdes siempre atentos, aunque ahora denotan su preocupación; vistiendo una camisa de un verde pálido, abotonada hasta el penúltimo agujero, un pantalón café y zapatos negros. Sus guantes son los clásicos de color blanco, solo que con una delgada línea negra a los costados.

—¡Disculpe! —llamó al recepcionista, con apuro en su tono— ¡Tengo reservada una habitación para dos! Se nos hizo un poco tarde, pero creo que aún…

—No se preocupe, veré si puedo hacer algo. ¿A nombre de quién está?

—Michael Arakatsu.

Las computadoras también son diferentes. Las pantallas son holográficas, pero la imagen tiene la misma calidad que tendría un monitor. Este holograma sale de una pequeña plataforma plana, de la cual, también sale el teclado.

—Tienes suerte, un par de minutos y habrían perdido la reservación. Dame una firma y te daré la llave.

Usando una pluma especial, firma en el monitor. Una vez recibe una tarjeta, que le servirá como llave e identificación, regresa con su compañero. Es un canino, con un abundante pelaje albino, sobre todo en la cabeza y el pecho; 15 centímetros más alto que el mapache y más robusto; con una vestimenta casual, pantalón de mezclilla, una playera blanca debajo de una delgada chaqueta del mismo material, zapatos deportivos blancos con franjas amarillas, y los clásicos guantes blancos. Su rasgo más distintivo está en sus ojos, pues el iris es negro, indistinguible de la pupila a menos que se le observe de cerca para apreciar los detalles, diminutas franjas donde se asoma su energía.

—Llegamos justo a tiempo —levantó su tarjeta, hablando en un tono un poco molesto.

—¿Lo ves? Te dije que no te preocuparas tanto por eso —respondió el dingo, con una voz aliviada, escuchándose muy relajado, contrastando con su compañero todo el tiempo.

—¿Quieres tomártelo un poco más en serio? Ya no es un torneo local, vienen peleadores de todo Mobius. ¿No te dije cuánto dinero está en juego? ¡Pagarán por créditos!

—Lo sé, lo sé, no paraste de repetirlo todo el camino. Aunque, preferiría que el premio fuera en efectivo.

—Todo eso no nos cabría en los bolsillos.

—Como sea, Michael. Veamos la habitación.

En el quinto piso, encuentran la puerta donde el mapache pasa la tarjeta por una ranura, ésta se abre. Con solo el primer vistazo a lo que será su habitación por le próximo mes, los chicos dejan caer sus maletas para conocer cada rincón.

No es para más. Hay una gran pantalla en medio, dos camas que provocan sueño solo con verlas, sabanas de un blanco tan puro como la nieve y un par de almohadas muy esponjosas. Una ventana casi del tamaño de la pared que les presta una bella vista hacia el mar, la playa se ve muy concurrida. Tienen también una delgada, pero larga mesa a un metro de la pared donde cuelga la pantalla, y en una esquina, un escritorio sencillo con un cajón.

Varios cuadros adornan la habitación, son pinturas de paisajes familiares y objetos. Algunos muestran campos verdes con girasoles y una cascada, otro cuadro dibuja un desierto y una pirámide rodeada de arenas movedizas, y otros cuadros muestran gemas y otro tipo de objetos o piedras como perlas.

—Este es el lugar perfecto. Podemos pedir servicio a la habitación mientras investigo a los participantes.

—Eh, Michael…

—En la pantalla podemos ver algunos combates mientras yo registro todo en mi computador —recoge una de sus maletas para sacar un disco tan largo como un plato. Se sienta en el escritorio para encenderlo, aparece una pantalla holográfica que comparte espacio con un pequeño teclado debajo. De inmediato comienza a abrir archivos, manipulando carpetas y documentos con sus dedos, como si se manifestaran de manera física, pero sin salir de su plataforma.

—Michael…

—Son cientos de participantes, tenemos poco tiempo para conocer a los más peligrosos. En un par de días comenzará el torneo. Debemos también ubicar los tres gimnasios de la ciudad, no creo que tengamos la suerte de pelear en el estadio desde el principio.

—Michael…

—Oye, ¿revisaste los documentos que te envié? Escribí algunas estrategias para salir de situaciones complicadas.

—Sí, los leí, pero, Micha…

—Agh, no puedo pensar con el estómago vacío. Llamaré al servicio, ¿ya viste qué hay en los menús?

—No, no los he visto, pero, oye…

—¿Por qué no has comenzado a desempacar? Debemos aprovechar el tiempo al máximo, es nuestro primer torneo regional, debemos darlo todo.

—Lo sé, lo sé, es solo que… estaba pensando…

—¿Qué?

—Oye, la playa está frente a nosotros, deberíamos aprovechar, tomarnos al menos un día para disfrutar el viaje.

—Estás bromeando.

—No. Vamos, Michael, estuvimos entrenando y preparándonos por meses, ¿qué es lo peor que puede pasar si nos relajamos un día?

—No, nunca hagas esa pregunta. ¡Está escrito! Siempre sale todo mal cuando haces esa pregunta.

—Estás exagerando.

—Oye, que te llamen "prodigio" no significa que debas descuidarte, ni siquiera un poco.

—No me estoy descuidando, solo descanso un poco de tanto… Ah, ¿sabes qué? Bien, yo iré a ver la playa. Tú, si quieres, puedes quedarte aquí y hacer toda la investigación de la que hablaste.

—Pero… agh, como sea. Pero si no salimos de las eliminatorias, no me culpes a mí.

El mapache regresa a su trabajo mientras su compañero desempaca algunas cosas innecesarias de la maleta más pequeña.

—Oye, ¿seguirás presentándote ante todos por tu nombre de peleador, Arkezz?

—Ey, ¿qué tiene de malo?

—Nada, nada. Olvídalo.

Sin decir nada más, Arkezz toma su maleta, la cual se hace más delgada por llevar menos cosas, y sale de la habitación.

No le toma mucho salir del hotel y llegar a la playa. Centenas de mobianos de todos tamaños, formas y colores llenan el larguísimo campo de arena que besa constantemente la salada agua. Puestos de comida típica de una zona tropical aprovechan la oportunidad para llenarse de clientes. Por todos lados, niños juegan en el agua o hacen castillos de arena, mientras que los más grandes disfrutan de otras actividades.

El dingo que ya conocemos, habiéndose cambiado, busca un lugar donde colocar una toalla bajo una sombrilla que recién compró, hasta que encuentra un sitio un poco despejado. Se recuesta bajo la sombra para disfrutar de un momento de paz, aunque esto no le dura demasiado.

—Oye, disculpa —se escuchó una voz femenina, acompañada de una risa silenciosa.

—¿Ah?

Al abrir los ojos, descubre a dos chicas sobre él.

—¿No eres Arkezz? ¿De ciudad Goldewil?

—Oh, sí, soy yo —respondió con una sonrisa que le sale al ser reconocido.

—¡¿Lo ves?! ¡Te dije que era él!

—Je, je, no esperaba que me reconocieran aquí.

—Te hemos visto pelear muchas veces, ¿participarás en el regional?

—Claro, a eso he venido, je, je.

Parece que se quedarán por un buen rato. Hay mucho qué ver y hacer en esta playa, y también en la ciudad, pues este tipo de torneos solo se celebran una vez al año, en una región diferente cada vez. Con toda esta distracción, no es de extrañar que nadie en lo absoluto notara la extraña figura negra que volaba sobre la región, elevándose cada vez más mientras avanza, desapareciendo en cuestión de minutos. ¿Hacia dónde se dirige esta entidad? Nadie podría saberlo con certeza, aunque es fácil apostar por un lugar en especial.

Desde hace miles de años, un lugar conocido por todos ha estado flotando a la deriva, en paralelo con la atmosfera de Mobius. Se trata de una isla conocida como: Angel Island.

Está tan alto, que no puede ser vista desde tierra firme, y no descansa en un lugar fijo, se mueve con completa libertad, pero nadie sabe cómo se desplaza, razón por la que es difícil de encontrar muchas veces. Es del tamaño de una gran metrópolis, o un poco superior. Se alcanza a ver un volcán inactivo que destaca sobre todo lo demás. A simple vista, parece que solo existe una especie de selva tropical ahí, pero no.

Se sabe que la isla no solo está habitada por animales, sino por mobianos también. Una civilización convive en perfecta armonía con la naturaleza, viviendo a la antigua, por decirlo de ese modo. Casas hechas con piedra, muebles de madera, siempre a pie, cultivando sus propios alimentos o cazándolos.

Solo existe una ciudad en la isla, pero es tan grande como una de las grandes ciudades en tierra firme. Sus habitantes son, en su mayoría, equidnas. Aunque viven en completa paz —la mayor parte del tiempo—, todos cargan una gran responsabilidad, pues, en el corazón de su ciudad, se construyó un templo, dentro, un altar, donde descansan 8 importantes gemas que no necesitan presentación.

Postrada en una plataforma sobre un pequeño estanque, se encuentra la Esmeralda Maestra, una brillante gema verde de tan solo un metro de alto cuyo poder se dice ser infinito. Y sobre humildes pedestales de piedra alrededor del altar, posan las 7 Esmeraldas del Caos.

Un equidna entra. Fuerte, no muy alto, vistiendo ropas blancas que solo dejan descubiertos brazos y piernas; sin guantes y descalzo; y, por supuesto, color rojo. Se trata del actual guardián de la Esmeralda Maestra.

Ha entrado solo para verificar que todo esté en orden, pues su trabajo es mantener la gema a salvo de todo aquel que quiera usar su poder, sin importar con qué propósitos. Cada poco tiempo entra al altar y observa cada rincón hasta estar seguro que todo está en orden.

Las paredes del altar están adornadas por mosaicos coloridos que, vistos desde una distancia adecuada, forman diferentes escenas. Personajes legendarios enfrentando momentos claves en la historia de Mobius. En uno de ellos, se ve lo que, con seguridad, es la figura de un erizo volando por el espacio, brillando con un todo plateado que, por las ligeras decoloraciones de los mosaicos, cambiaba de tono de manera intermitente.

Otra escena nos muestra un grupo pequeño de mobianos enfrentando a un enemigo en común, uno cuyo poder parece venir de las mismas esmeraldas y la esmeralda madre. Uno de los personajes es un erizo un poco más pequeño que el protagonista anterior, y llama la atención uno que parece ser un conejo de cuatro orejas.

Otros mosaicos muestran lo que podría ser una batalla espacial, muchos mundos alrededor y lo que se podía describir como naves y diferentes especies en batalla. Y tomaría demasiado tiempo describir a detalle todo lo que aquí se encuentra.

El sol comienza a ponerse, por lo que los habitantes de esta isla dan por terminadas sus tareas y regresan a sus hogares y sus respectivas familias, con excepción del guardián. Él debe permanecer en guardia día y noche, casi no descansa. Cuando el sol se pone, se sienta sobre la entrada del templo, cierra sus ojos, y comienza una meditación que no terminará hasta que el astro que ilumina Mobius aparezca de nuevo. Es una medida de tiempo incierta, ya que, el desplazamiento aleatorio de la isla alrededor del planeta hace también que la duración de los días y noches sea imprecisa.

No hay un solo ser vivo que pueda llegar desde tierra firme a la Isla Ángel mediante métodos convencionales. Aquel ser que sobrevolaba los cielos mobianos está a solo segundos de arribar. El equidna guardián sabe que alguien ajeno a su pueblo está por llegar. Extrañado, pero firme en su eterna tarea, abre sus ojos y se pone de pie.

Por fin, un leve destello entre negro y morado se ve en el cielo, descendiendo a gran velocidad hasta aterrizar con fuerza bajo las escaleras que llegan a la entrada. Su llegada crea una fuerte presión en el ambiente, un breve vendaval que sacude los árboles y palmeras alrededor.

El extranjero se levanta, no es más alto que el equidna, midiendo 1.2 metros. Su ropa es completamente negra, zapatos, pantalón, camisa, chaqueta y guantes. Sus ojos son de un morado oscuro muy reluciente. Su pelaje no es muy abundante, pero se hace presente por su color negro e irregulares decoloraciones moradas que forman manchas y líneas al azar, dominando la segunda mitad de su cola. Se trata de un canino, por su pelaje y la forma de las orejas, sabemos que es un licaón.

Su mirada es seria, inexpresiva, pero atenta al guardia, quien no lo piensa mucho.

—¿Quién eres? —habló con un tono dominante, y una voz profunda— ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—¿Que cómo llegué? —sonó una voz solo un poco menos profunda, pero indiferente— Creo que fue volando, sí, llegué volando.

—No cualquiera podría llegar hasta aquí desde tierra firme solo volando.

—¿No me acabas de ver aterrizar? Además, sé que podías sentirme desde un par de kilómetros antes de que me acercara.

—No has respondido mi pregunta: ¿quién eres?

—¿Eso importa? Soy solo un extranjero que ha venido desde muy lejos. No sabes cuánto tiempo he esperado para conocer este lugar.

—¿Y a qué has venido?

—Imagino que esta historia ya te la contaban de cachorro, y no me sorprendería que la hayas vivido en persona, ¿puedes adivinar de qué se trata?

—Has venido por las esmeraldas, ¿no es así?

El canino solo responde con una sonrisa, extendiendo sus manos hacia los lados.

—Eres solo uno de tantos enemigos que han logrado llegar hasta aquí, creyendo que pueden hacerse con un poder que no son capaces de comprender. Será mejor que…

—Ahí es donde te equivocas, guardián —interrumpe, viéndose más animado que antes—. Ya lo dijiste, no cualquiera puede llegar hasta aquí volando, ¿no lo dijiste? Y crees que no seré capaz de comprender el poder del caos, pero creo que te sorprenderé.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Ponme a prueba —una mirada desafiante acabó pronto con la paciencia del guardián.

El equidna se pone en guardia, alzando sus grandes puños a la altura de su rostro, doblando ambas piernas. El extranjero no responde, solo espera con una sonrisa.

Dando una patada al suelo, el templo se cierra; puertas, ventanas, canales de agua. Esto también sirve para alertar a los equidnas guerreros, quienes detectan una señal al contacto con la tierra.

—Interesante, controlas un poco la tierra. Sabía que tu energía no era solo la de un mobiano bien entrenado. Así que esto es un Ser Común.

—¿Se dio cuenta de todo? —pensaba el guardián— Y ¿qué es esa forma de hablar?

Sin pensarlo más, el equidna se impulsa contra su enemigo. En un parpadeo está sobre él, pero, sin perder su semblante, aquel extranjero lo esquiva con facilidad, un golpe seco que conecta con la nada, pero logra crear una inmensa presión en el aire, despejando todo el camino al frente.

—Vas a tener que dar todo de ti desde el principio, guardián, porque yo —lo castiga golpeando su espalda con un codo— no he venido solo a jugar.

El golpe logra derribarlo varios metros atrás, pero no tarda en reincorporarse. El licaón solo lo espera, dándole la espalda. El guardián golpea el suelo, mandando otra señal.

—¿Estás pidiendo ayuda, guardián?

—¿Cómo es que…?

Sin pensarlo más, se alza contra el intruso, demostrando al fin de lo que está hecho.

Sus ataques buscan ser precisos, no son al azar, su objetivo son los puntos vitales del enemigo. Esto sería efectivo si tal solo pudiera conectar un solo golpe, pero el canino es muy rápido, no da señales de estar esforzándose mucho.

De forma gradual, el equidna va aumentando la velocidad y fuerza de los golpes, la presión se siente y escucha a metros de distancia. En una finta, patea el suelo y una gran roca se eleva a los pies del intruso, pero antes de poder hacerle daño, él salta a solo un par de metros para evitarlo.

El guardián repite este ataque. Controlando la tierra a sus pies, pequeños pilares se levantan uno tras otro, hasta llegar a un punto en que parece aleatorio. El equidna se da cuenta al fin. Su enemigo no solo tiene una gran velocidad de reacción, sino que puede sentir su energía trasmitirse por la tierra, es decir, siente por dónde aparecerá el siguiente ataque. Se decide a cambiar de estrategia.

Conectando un fuerte golpe al suelo, hace crecer una pared de piedra, cubriendo las escaleras del templo. El licaón la ve con curiosidad, pero se sorprende al ver aparecer una más, luego otra, aproximándose a él mientras aparecen y aumentan de forma gradual su velocidad. Para retroceder pronto, da un salto, y es cuando el guardián golpea el suelo con ambos puños para hacer aparecer dos muros de piedra alrededor del extranjero.

Gira un pie para hacer que las grandes rocas aplasten a su enemigo con fuerza, pero, en una reacción inmediata, el canino da una especie de doble salto corto a la vez que gira su cuerpo. Esquiva el ataque, y se posa sobre una mano en el muro.

—¿Ya te quedo claro que no soy un enemigo común? ¿Piensas enfrentarme con todo tu poder ahora?

Tras un corto quejido, el equidna da una patada al piso para hacer disparar ambas paredes con su enemigo sobre ellas. El licaón se reincorpora con facilidad y regresa al suelo, recordándole también al guardián que puede volar.

El combatiente rojo comienza a dar muchas patadas rápidas al suelo, haciendo crecer numerosos pilares de forma irregular alrededor, limitando mucho el espacio para moverse. Hecho esto, se impulsa contra su enemigo otra vez, impresionándolo un poco en esta ocasión.

Finalmente, el licaón se pone en guardia para esquivar los frenéticos ataques del guardián. Cada golpe que arroja, crea una fuerte presión que llega hasta los pilares creados por él, dañándolos de manera visible. Está claro, solo con estar en el camino de este peleador basta para recibir un daño severo.

Agachándose entre fintas, el canino se desliza para patear las piernas de su enemigo, pero no logra hacerlo temblar siquiera.

—Tal como esperaba del equidna guardián —habló impresionado, o más bien emocionado, para luego reincorporarse y retroceder.

Por poco ha esquivado un puño que termina en la tierra, haciendo crecer otro pilar que también es esquivado.

—Puedo sentirlo, ¡puedo sentirlo! ¡Este es el auténtico poder de un guardián del caos! Sin embargo, me parece que aún te falta un poco más de motivación.

Decidido a no escuchar los disparates de su enemigo, el equidna continúa su asalto.

Ninguno ha conectado un solo ataque contundente, o uno débil siquiera. Las reglas de la pelea están por cambiar; de la nada, decenas de flechas llueven sobre el intruso, obligándolo a esquivar y alejarse más de su rival. No le es difícil eludir esa gran cantidad de ataques a distancia. Pronto, varios equidnas se hacen presentes para dar apoyo.

—Esto es fascinante, nunca había visto tantos mobianos de la misma raza en un solo lugar. Y todos reunidos con el mismo noble propósito. Esto es de ficción.

—¡Ríndete ahora! ¡Nadie ha podido entrar al altar sin autorización en años! Y eso no cambiará hoy.

—Al contrario, no saben lo equivocado que están. Este mundo no puede existir sin cambios. Nunca ha existido un solo Mobius, y yo estoy aquí para traerles el próximo cambio. Lo siento, pero se me acaba el tiempo y este juego está tardando demasiado.

Se eleva con fuerza y, estando sobre todos, extiende su mano hacia ellos, se ve cómo energía oscura, con una tonalidad un poco parecida a la de sus ojos, comienza a acumularse en su palma.

—Era de suponer, no es un peleador cualquiera —habló el guardián—, se trata de un Ser Especial.

Habiendo acumulado una gran cantidad de energía en un instante, la dispara en la forma de una lluvia de lanzas que persiguen a los equidnas. Algunos buscan escudarse tras los pilares, otros se defienden con flechas, y son ellos quienes son golpeados primero por los ataques. Los otros ven cómo sus compañeros son derribados al instante, con una sola herida grave que los deja en el suelo.

—No puede ser, debimos traer las armas de energía.

Antes de que puedan hablar más, los pilares comienzan a ser penetrados por los mismos ataques, eliminando a otro grupo de equidnas. No les queda otra opción más que esquivar.

La lluvia termina, la mayor parte de los equidnas yace en el suelo. El enemigo sigue observando desde lo alto.

—¿Qué es este poder? ¿Ataques de energía capaces de derribarnos de una? No lo creo.

El licaón aterriza con fuerza y sin avisar. La misma presión de antes se puede sentir.

—Odio pelear sin espacio para moverme.

Extiende su mano y todos los pilares comienzan a temblar, se comprimen sobre su centro, como si fueran absorbidos. Rápido se revelan pequeñas esferas negras, éstas absorbieron los pilares desde dentro hasta despejar todo alrededor y luego desaparecer.

—Ese poder… acaso… ¡¿eres un Ser Oscuro?!

—Lo adivinaste. Ahora, quisiera que fueran tan amables de salir de mi camino.

Extiende su mano hacia ellos, no hay necesidad de sentir el peligro inminente, de inmediato huyen, una esfera más grande apareció en el espacio que cada equidna ocupaba, pero desaparece de inmediato.

Los equidnas son guerreros, no se retirarán ante cualquier enemigo. Los que quedan buscan enfrentarlo de frente, incluido el guardián.

Sin más interés por seguir peleando, se eleva solo un par de metros para ser interceptado. Lanzas, espadas, flechas; todo tipo de armas comunes son arrojadas contra él sin ningún efecto, ya que es capaz de protegerse con una barrera negra sin brillo que rodea todo su cuerpo, como una esfera irregular.

Al retroceder los equidnas, este escudo colapsa, y cada fragmento es dirigido a los guerreros. Solo un puñado logra esquivar este ataque, los demás caen al suelo con una sola herida grave en alguna sección del cuerpo. Esta herida parece una mancha negra con un leve brillo intermitente color morado. El guardián se da cuenta de esto, pero no tiene tiempo para decir una palabra, pues el licaón ha interceptado de forma directa a los equidnas restantes.

Unen sus fuerzas para enfrentar al intruso, pero es demasiado rápido, ni siquiera con sus décadas de entrenamiento, sus fintas, o ataques grupales, pueden acertar un solo golpe. El guardián ve esto, y se da cuenta de que no podrán vencerlo. No es un enemigo común, es cierto, pero quizá sea algo que no hayan visto jamás. Toma la decisión, abandona la batalla para regresar al templo y hacer el último plan de emergencia. El Ser Oscuro lo nota de inmediato.

—El poder, la fuerza de voluntad y el orgullo de los equidnas es asombroso. Esperaba más, pero estoy satisfecho.

El canino deja salir un pulso de energía de su cuerpo que obliga a retroceder a sus atacantes.

—Pero ustedes son solo un calentamiento, y una herramienta.

En cada mano crea una esfera oscura. Cuando están listas, se dividen en pequeñas lanzas dirigidas a los guerreros, quienes no logran aludir el ataque de ninguna manera. Armas rotas, heridas, una isla sin la fuerza de sus mayores peleadores; todo resultado de un solo ataque. Solo queda uno, quien ya está a la puerta del templo, pero se detiene en seco al sentir la presencia del extranjero en su espalda.

Fue de un momento para otro, menos tiempo del que toma un respiro. Asustado, pero con coraje, se gira para golpearlo, pero es en vano. No solo lo esquiva, lo toma del cuello y lo eleva junto con él poco menos de un metro.

—No me has decepcionado. Tienes una fuerza excepcional, con facilidad figuras en la lista de Seres Comunes más fuertes de Mobius. Sin embargo, tú y tu pueblo han cometido el mismo error por más de un milenio. Parece que nunca aprenderán. Mira a tu alrededor.

Lo obliga a dirigir la mirada hacia sus compañeros caídos. Todos afligiéndose por un dolor que no entienden, incapaces de levantarse.

—Creen que los métodos de siempre seguirán funcionando aún en estos días. Luchan con armas convencionales, entrenamiento convencional. Por primera vez tuve la oportunidad de enfrentar a un mobiano de verdad, y tuve la victoria garantizada desde el comienzo. Y tu preciado altar…

Extiende su mano libre hacia la entrada, cerrada por una puerta de piedra en extremo gruesa y dura. Tras liberar solo un poco de energía, se crea una especie de hueco en la puerta, con un fondo negro, donde la luz no entra. El canino arroja al guardián en este agujero negro.

Cae al suelo tras pasar por este portal, al levantar la mirada, se da cuenta que está en el altar, frente la Esmeralda Maestra. Detrás suyo, está el portal, por donde entra el extranjero para luego cerrarlo.

—Quieres evitar que profanen tu lugar sagrado, protegiéndolo con paredes de piedra. Te convences a ti mismo de que no existe forma de entrar, excepto por puertas y ventanas. Parece que la historia no te ha enseñado nada, ni a ti ni a tu gente.

—Aunque hayas llegado hasta aquí, no te servirá de nada —se levanta y corre hacia la gran gema, despertando la curiosidad del oscuro.

Colocando sus manos sobre la esmeralda madre, libera una extraña energía. Las siete caos se levantan de sus pedestales y, sin más tardanza, se disparan por las ventanas del templo, saliendo de la isla en pocos segundos, cada gema por una dirección distinta.

—Mmm… no necesito a las pequeñas. La que llaman, Esmeralda Maestra me es más que suficiente —dijo, con una sonrisa.

—¡Jamás tendrás este poder!

Aunque titubeando, el guardián alza su puño y, con el golpe más fuerte que haya dado en su vida, quizá, rompe en pedazos la gran gema verde. Esto no apaga el brillo de cada fragmento, solo lo debilita, ambos saben que no ha muerto, pero ahora es inutilizable.

Como resultado, se siente un poderoso temblor que sacude toda la isla, esto dura poco, pero le sigue una constante sensación de caída.

—Ya está pasando, no hay vuelta atrás. Y sin el poder de la gran caos, toda la isla caerá al océano. Otros mobianos podrán venir a detenerte. Seres Comunes y Especiales, el mismo Equipo Especial, quien sea. No podrás salirte con la tuya, eres solo un capítulo corto en la historia de este mundo.

—Eso está por verse. ¿Crees que no sé de la fuerza que proteges? Puedo restaurarla, no importa el tiempo que me tome. Pero, por si acaso.

El canino levanta su mano, la cual se cubre con su energía, luego aprieta el puño. Por fuera, los equidnas caídos sufren más dolor, sus heridas se convierten en cicatrices que avanzan por todo su cuerpo. Sus ojos se tornan negros, con iris purpura. Se levantan, con rostros sin expresión alguna, emprenden camino, lejos del altar. El guardián puede sentir todo esto.

—¿Qué…? ¡¿Qué hiciste?!

—Mientras tú y yo averiguamos cómo restaurar a tu dios, tus hermanos buscarán para mí las siete esmeraldas. Te mantendré con vida solo el tiempo que te necesite. No intentes pelear, o podría arrepentirme.

—¿Quién eres? ¿Por qué haces esto?

—Yo soy quien le traerá la noche eterna a Mobius —da algunos pasos al frente—. Reescribiré la fórmula de este mundo desde cero. Nací sin un nombre, pero puedes llamarme, Noctis.

La isla cae a una velocidad terrible, pero se reduce conforme se acerca a la superficie gracias al poder restante de la esmeralda madre. Tan pronto como es detectada por radares colocados en todas las costas de la región Miraida, las alertas suenan por todo el continente, y la noticia se va esparciendo por Mobius entero. Todo a tan solo minutos de comenzar el descenso. Pocos recuerdan cuándo fue la última vez que esto sucedió, y es probable que no queden mobianos que lo hayan vivido.

En el cuarto de hotel que conocimos antes pasa lo mismo, los chicos veían televisión, cuando el programa aleatorio con el que se distraían es interrumpido por la transmisión de emergencia emitida a nivel mundial.

La información es corta y concisa, la Isla Ángel está cayendo. Se estima que aterrizará en el océano a pocos kilómetros de las costas del oeste de Miraida, causando leves inundaciones en zonas específicas. También se informa que se está buscando la ayuda de Seres Acuáticos para controlar y reducir el daño dentro de lo posible, con una recompensa por sus servicios.

—¿La Isla Ángel? —habló Arkezz, casi en shock por la noticia— ¿No es ahí donde está…?

—La Esmeralda Maestra y las Siete Caos —concluyó Michael, en el mismo estado que su compañero.

—Es imposible. Tú… ¿Tú puedes creerlo? ¿Qué pudo haber pasado allá arriba?

—No lo sé, no me lo puedo imaginar. Maldición, espero que no se posponga el torneo por esto.

—Ay, por favor, Michael.

—¡¿Qué?! Nos preparamos mucho para esto. Esta debe ser a peor de las suertes.

—Claro. ¿Crees que debamos evacuar?

—No, ya nos lo hubieran pedido.

—Michael, ¿qué crees que ocurra a partir de ahora? Quiero decir, esto no había pasado en mucho tiempo.

—No lo pienses demasiado, Arkezz. Quizá es solo un episodio pasajero, alguien lo solucionará pronto. Siempre hay héroes por todos lados.

—Seguro, eso espero.

Tal como lo dijo Michael, Mobius está repleto de héroes. Mobianos de todo tipo con habilidades increíbles han habitado siempre este cambiante mundo, sin embargo, puede que encentren un poco distintos a los habitantes de esta época. En un mundo que cambia con el pasar de los siglos, es normal pensar que sus seres vivos también evolucionarán y se adaptarán para sobrevivir y como consecuencia de incontables eventos.

Este es solo el inicio de otro siclo de cambios, ¿qué será lo que le espera a Mobius? ¿Qué capítulo de la historia está por escribirse? ¿Qué es… la noche eterna?


Próximo Capitulo

"La búsqueda esmeralda"