:)

IMPALA ROL STORY: MEG POV


MY NAME ON YOUR TABLE


¿Qué se cuece por el infierno?

Ah sí, todo.

El hedor a azufre inundaba el ambiente mientras caminaba entre los pasillos de paredes agrietadas, la pintura nacarada estaba descuartillada y sucia de sangre reseca y ceniza que se filtraba junto al humo colándose por las fisuras del techo.

Colarse en la sala del trono nunca había sido tan sencillo.

En mi camino encontré a varios demonios observando mi ruta, mirándome con asco, con ganas de usar los métodos de tortura que yo había usado en la mayoría de ellos, pero me enorgullece decir que el odio que me tenían no sobrepasaba al miedo que les producía tenerme tan cerca. Por mucho que quisieran matarme, estaban demasiado asustados como para hacerlo, por lo que proseguí mi camino con calma y media sonrisa tatuada en el rostro.

Sabía lo que pensaban, una de dos, que la traidora estaba lo suficientemente loca como para intentar rogar clemencia al rey del infierno, o que estaba más demente de lo imaginado e iba a tratar de quitarle de en medio. Que en realidad es un eufemismo para decir que le iba a matar en el sitio.

Pero no, ni lo uno ni lo otro. La simple razón por la que iba a visitar a Crowley, era por aburrimiento. Para molestar, hacerle sufrir un poco.

—Debería salir más, este ambiente con hedor a humano quemado me da hambre.— Pensé, mientras abría la puerta de la sala del trono.

Me abrí paso entre el calor insoportable y di una vuelta por la habitación, la cual si no tuviera un gran trono en medio, habría parecido una mazmorra, carente de alfombras lujosas y adornos preciosos. Acercándome a la gran silla de metal, hice aparecer una chincheta riendo para mí y la coloqué en medio del asiento.

Crowley apareció por las puertas abiertas de par en par, con su traje negro bien puesto y sus zapatos italianos resonando con cada paso. Suspiró al posar su mirada sobre mi sonrisa, y con un chasquido de dedos hizo que su perro del infierno, Juliet, entrara al cuarto gruñendo hacia mi dirección.

Al ver sus intenciones me acerqué a la mesa de madera negra de la esquina y me subí encima.

—¿Qué pasa? ¿Se te ha olvidado hacer las cosas por ti mismo?— Reí nerviosa.

Él sonrió con malicia al ver mi reacción.

—Qué va, solo que no mereces que gaste mi tiempo en ti.

—¿Eso o que no tienes a tus novietes para protegerte?— Alcé una ceja y me senté en la mesa con las piernas cruzadas.

Crowley me envió una de esas miradas que matan, que en su caso podría haberme matado de verdad.

—Yo no necesito ninguna protección, y menos de ésos. Ahora, quita de la mesa o Juliet hará algo más que gruñir.

—¿Le tienes mucho aprecio a esta mesa?— Chasqueé la lengua mientras usaba una uña para inscribir mi nombre en la madera. Al ver mi trabajo finalizado me reí. —Así me recordarás siempre. Y dime, ¿cuál de los dos era tu favorito?

Con un movimiento de cabeza hizo que el nombre desapareciera.

—Ninguno, son ambos igual de idiotas. ¿Y tú qué? Babeas por el plumífero.— Se río y me miró triunfante.

—Oh sí, pobre de mí, me dejó por el ojazos verdes.— Bromeé con tono triste, y suspiré haciendo un gesto de desmayo.

En el fondo, no era broma, es cierto que Castiel había preferido a cada pequeño e insignificante humano de la faz de la Tierra antes que a mí, un demonio que le había cuidado en su etapa de esquizofrenia aguda. Dean Winchester siempre estaría antes.

—Búscate a otro, son todos iguales.— Se sentó de nuevo en el trono, sin chincheta ya. —¿Solo viniste aquí a molestar?

Saqué un cuchillo de la chaqueta y grabé mi nombre de nuevo en la mesa.

—Básicamente, sí.

El muy capullo alzó la mirada haciendo desaparecer la mesa, en menos de un segundo me encontré chocando contra el suelo.

—Juliet, muérdele un brazo o la cara, a ver si aprende.

Me levanté rápidamente y me limpié el polvo de los pantalones con una mueca de disgusto.

—La cara no, la necesito para atraer a los ingenuos. Me costó encontrar un cuerpo bonito, era actriz ¿sabes?— Puse una sonrisa seductora. —Oh, olvidé lo aburrido que eras.

Mi saco de carne era una veinteañera que había dejado la carrera y se había mudado a Los Ángeles para ser actriz. Pobre desgraciada. Probablemente un demonio no había sido lo peor que se le había metido en el cuerpo.

—No, no lo sabía, pero tampoco me importa. No sé ni qué hago hablando contigo.— Levantó una ceja al verme sonreír. —Tu sonrisa no funciona conmigo. Ah, y puedo ser muy divertido si quiero, pero no contigo.

—Cariño, todo el mundo es divertido con este cuerpo.— Me pasé las manos a lo largo de las curvas. —Bueno, eso y otras cosas. Pero, sabes qué, llevas razón. —Di media vuelta y le di la espalda. —Dejaré de molestarte ya que no aprecias mi compañía.

—Tampoco tienes tan buen cuerpo, los he visto mejores.— Sonrió. —Claro que llevo razón, siempre la llevo.

—Alastair no decía lo mismo, ni Castiel...— Susurré pasándome una mano por el pelo. Giré la cabeza sonriendo de forma amarga. —A ti el trono te ha sentado bien, a tu nutrición, me refiero, porque has ganado unos kilitos. Creo que me iré...— Di un par vueltas con el dedo índice. —...a molestar a otro hombre algo menos cómodo y más divertido.

—Será porque no tenían buen gusto.— Decidió omitir el comentario sobre su peso. —Bien, vete, tengo un infierno que gobernar.

—¿Tú qué vas a gobernar?— Murmuré para mí misma, pensando a quién iría a molestar después.

—Te he oído.— Gritó, falsamente enfadado. —Vete a torturar un rato a la gente, que eso se te da bien. Con lo pesada que eres...— Musitó.

—Es mi especialidad.— Pronuncié despacio. Me di la vuelta y le hice un saludo militar. —Hasta pronto, rey del infierno.

—Por eso te lo he dicho, para recordarte tu trabajo.— Sonrió de nuevo. —Hasta pronto, Meg.

—Sabía que te gustaba.— Me reí y le mandé un guiño antes de desaparecer en un pestañeo.