Buenas tardes a todos, espero disfruten el siguiente fic tanto como yo. Todos los personajes pertenecen a sus respectivos autores y solo los utilizo con fines de entretenimiento. ¡Sin más por el momento comencemos!
Volver contigo
Cartaphilus caminaba herido por las calles de la ciudad ¿o era Joseph? No podía recordarlo bien. Era de madrugada y la espesa neblina no le dejaba ver más allá de unos cuantos metros. Se balanceaba mientras avanzaba, su cuerpo le dolía pero a pesar de eso su mente parecía estar en otro lugar. No había nadie alrededor y eso le favorecía, tal vez al ver a un niño herido querrían ayudarlo como le había pasado hacía muchas décadas y con el fastidio que sentía probablemente hubiera terminado matando al desdichado samaritano. Las heridas habían sido causadas por una criatura mágica que no quiso ser parte de su quimera. Al recordar eso detuvo su andar y levantó el rostro ¿por qué quería hacer una quimera? Tampoco se acordaba de eso; lo único que sabía es que quería ir a un lugar a resguardarse, la noche había sido poco provechosa y las nacientes luces del amanecer sólo harían que su cabeza terminara por explotar. Necesitaba dónde descansar y poder sanar su cuerpo.
El sonido de unas campanas lo sacaron de sus pensamientos. La niebla se comenzó a despejar y frente a él pudo ver la iglesia de donde provenía aquel desagradable sonido. Era una edificio imponente, alto y majestuoso. La fachada estaba hecha de granito rosado y gris. Finos vitrales hacían alegoría de grandes personajes a pesar de la poca luz que recibían y una enorme puerta de madera permanecía cerrada. Entre los grabados de la puerta pudo ver una cruz y un hombre clavado en ella. Cartaphilus sintió un escalofrío en el cuerpo ¿tantos años habían pasado y aún sentía miedo?
No, él no sentía miedo, después de vivir tanto tiempo terminas por enfrentar y superar tus temores. ¿Entonces porqué no podía mirar aquella escena? Odiaba aceptarlo, pero una parte de él se sentía incómodo en esa situación. El hombre de la cruz lo había condenado a vagar eternamente hasta el día que regresara… y al parecer aún estaba lejos esa fecha. Lo había condenado a una vida aburrida y sin objetivo fijo, a alcanzar todas sus metas y no saber qué hacer luego, a amar y ver irse a quienes quería, a no encontrar la felicidad ni final a su tormento; lo había condenado a esperar eternamente.
Por eso la incomodidad que sentía no era miedo, era odio.
Simon bajó entre brincos las largas escaleras que daban acceso al campanario. Ese día prometía ser hermoso, es cierto que había mucha neblina, pero Elías hacía muchos años le había enseñado que eso significaba que el día sería soleado y hasta ahora ese consejo no le había fallado.
Los vitrales llenaban de colores el interior de la iglesia y la imagen del gran recinto a primeras horas de la mañana le alegraba el alma. Al llegar al final de las escaleras contempló el lugar con más detenimiento; ya muchos años habían pasado desde que se había vuelto sacerdote y jamás se había arrepentido de su decisión. Su trabajo le había permitido ir a muchos lugares y conocer variedad de seres y personajes, la iglesia y las hermanas cuidaban de él y sin embargo había una parte de él que aún estaba incompleta…
A Simon no le incomodaba el hecho de no tener una pareja, hacía tiempo que había renunciado a ese tipo de deseos, y aunque de vez en cuando al celebrar una boda fantaseaba con el destino que pudo haber tenido si hubiera tomado ese rumbo, no era esa la pieza que le faltaba. Su deseo no cumplido era el hecho de no haber podido tener un pequeño o pequeña entre sus brazos, alguien a quien criar y poder verlo crecer.
El sacerdote sacudió su cabeza y sacó esas ideas de su mente, en pocas horas estaría lleno de pequeños que vendrían al catecismo y sus risas y bromas lo llenaban de esperanza; tal vez fuera cierto lo que su mago favorito le decía acerca de que era tonto… o tal vez fuera por su niño interior que aún sentía emoción por cosas tan comunes como un día soleado.
El sacerdote tomó una escoba y con total diligencia salió a la entrada a barrer, si las hermanas llegaban al catecismo y veían hojas en los escalones probablemente lo regañarían por su falta de limpieza. Abrió la gran puerta de madera justo en el instante en que veía una persona caer.
-¡HEY!-
Simon salió corriendo en dirección al sujeto. Casi resbaló por las hojas caídas de no haber sido porque se equilibró con la escoba. Lanzó el utensilio lejos y con cuidado levantó al caído. Sus ojos se abrieron de par en par al contemplar la escena… Por amor de Dios ¡era un niño y estaba herido! Sus cabellos blancos tapaban parte de su rostro y tenía heridas en sus brazos, las mangas de su gabardina estaban llenas de sangre y se le veía en mal estado.
Acomodó al chico en sus brazos y miró asustado en todas direcciones. No veía a sus padres o algún otra persona a su alrededor que lo pudiera ayudar. Sólo estaban ellos dos y la neblina. Simon bajó la mirada ¿quién querría hacerle daño a un chico inocente? no podía dejarlo ahí solo. Tomando fuerzas se levantó y llevó al niño cargando hasta la casa parroquial.
Joseph se despertó poco a poco, su cuerpo ya no le dolía y la regeneración estaba completa. No estaba muy seguro del escondite al que había llegado o cuánto tiempo había pasado, pero eso no era relevante.
Al abrir los ojos pudo ver un techo de madera, pero no reconocía el lugar; no se sentía amenazado ni en peligro así que fuera donde fuera estaba bien. La temperatura era agradable y algo de peso en su pecho le notificó que había sido cobijado para mantenerlo cómodo. Puso un poco más de atención a su entorno: en la lejanía se escuchaban voces de niños y mujeres hablando; al igual que unos pasos que se iban acercando. El sonido de una puerta abriéndose a su derecha hizo que girara la cabeza para ver quién entraba al lugar.
-Hey, despertaste ¿te encuentras bien?-
La sonrisa y la amable voz de su locutor no logró quitar el horror que se anidó en el corazón del joven. Cartaphilus sintió como un calor y un sudor fríos le recorrían todo el cuerpo, quedó paralizado y aunque deseaba huir no podía hacerlo.
Esa cruz, la cruz que colgaba del pecho del sacerdote y pastor era el motivo de su conmoción. El recuerdo de aquel hombre que lo había maldecido y del destino que le había augurado. La raíz de sus miedos y desgracias estaban representada en el objeto y el portador que lo poseía. Reconocía quién era ese hombre, no sabia su nombre ni su origen, pero su presencia y atuendo indicaban que ahí estaba el sucesor de la cruz. Su mano amablemente extendida no hacía más que intimidarlo y sus ojos cansados y buenos hacían que una rabia incontenible quisiera asesinarlo.
Simon miró al chico extrañado, éste tenía una mirada de odio y miedo al mismo tiempo. Gotas de sudor bajaban por la frente del muchacho y por un momento su mirada perdida le hizo pensar que estaba sufriendo algún tipo de crisis. Pobre criatura, seguramente había sufrido algún tipo de abuso antes de que él lo encontrara. Era triste imaginar cómo había terminado herido a mitad de la nada. Sin embargo su alma le decía que tenía que ayudarlo, su trabajo era llevar a las almas por el camino del bien y hacer que la vida de los demás fuera mejor. Con esa idea en mente hizo su primer movimiento y se acercó al muchacho.
Cartaphilus vió al hombre acercarse pero por más que lo quiso estaba paralizado del miedo. No se movía, su cuerpo no reaccionaba y a instantes de poder sacar su brazo diabólico para atacar, el sacerdote lo había aprisionado. No pudo seguir, era demasiado para él. El gran hechicero perdió la conciencia.
Simon abrazó al muchacho, al principio notó un poco de resistencia, pero después de unos segundos sintió que el chico se relajaba y supo que su idea había funcionado. Una persona que había sufrido tanto como ese muchacho necesitaba sólo un poco de cariño para poder confiar en él. Se quedó así un momento más; podía sentir que el cuerpo frío del otro comenzaba a calentarse y sentía su corazón latiendo. El pastor necesitaba soltarlo para que el otro pudiera moverse, pero por una vez quería ser egoísta, él era quien no quería soltarlo, toda su vida le había pedido a Dios la oportunidad de tener un hijo y justamente hoy sentía que ese sueño se había cumplido.
Escuchó un sonido bajo su pecho y volviendo a la realidad se separó del niño sin soltarlo. Por un segundo el barullo de los niños del catecismo se silenció y los ojos de ambos se encontraron.
-Hola pequeño ¿cómo te llamas?- Preguntó Simon cerrando los ojos con una sonrisa amistosa en su rostro.
-…yo, este… ¿mi nombre?-
Simon soltó al chico y tomó asiento en una silla al lado de la cama. Si debía interrogarlo debía estar en una posición algo más cómoda.
-Estabas herido cuando te encontré-
El niño parecía confundido, seguramente tenía amnesia y no podía recordar su nombre. Sus hermosos ojos azules daban la impresión de una gran inocencia y por su expresión podía confiar en que ya no se encontraba en shock como hace rato.
-Soy Joseph-
-Mucho gusto Joseph soy el padre Simon Cullum, pero si gustas puedes llamarme sólo Simon-
El chico lo observó con curiosidad, a los pocos segundos pareció recordar algo y se levantó de la cama; comenzó a buscar entre las sábanas y alrededor de él algo. Al no encontrarlo se alteró nervioso y se puso a deshacer la cama.
-Oye, oye ¿qué pasa? ¿qué ocurre?- pregunto con cariño el pastor.
-¿¡Dónde está Cartaphilus!? ¡no está aquí! No lo siento-
El padre sostuvo al chico por los hombros para evitar que siguiera haciendo desorden. Debía estar muy confundido, ya que estaba solo cuando lo encontró.
-No… no había nadie cuando te encontré…-
Joseph sostuvo el aliento. Es cierto que su relación con la criatura no era la mejor, pero tantos años juntos habían hecho que se volvieran dependientes. Todo lo que él era y el mero hecho de seguir vivo se lo debía a Cartaphilus. Ambos habitaban el mismo cuerpo y cada acción que realizaba estaba supervisada por el mago. No podía levantar un brazo, abrir los ojos o dar un paso sin que ambos estuvieran de acuerdo. Era una relación extraña y tóxica, enferma y denigrante.
Desde el instante en que el chico había aceptado el trato hace siglos (literalmente) había renunciado a tener control sobre su propio cuerpo, no era ni siquiera capaz de controlar sus propias acciones sin la intervención del otro… y lo que en un inicio era fastidio se había convertido en poder. Cartaphilus le había dado la magia y con ello el control sobre los otros, la capacidad de inspirar miedo y respeto en los que lo rodeaban. El no tener miedo a lo que los demás pudieran hacerle porque sabía de lo que era capaz gracias a esa extraña criatura.
Es por eso que ahora, con esa extraña libertad que tenía para moverse a su voluntad también venía el miedo; el hecho de sentirse desprotegido y solo… solo en un cuerpo que siempre debió haber sido únicamente para él.
Fue algo tarde cuando por fin Simon pudo salir de la casa parroquial. Las hermanas le echaron en cara el que no las hubiera ayudado con el catesismo de los niños, pero cuando el sacerdote les explicó la historia y corroboraron la existencia del infante no pudieron seguir regañándolo, al fin y al cabo estaba haciendo la labor de Dios auxiliando al pequeño.
Después del shock de Joseph al no encontrar a Cartaphilus a su lado, Simon se había encargado de bañar y arreglar al chico. Durante todo ese lapso el muchacho estuvo callado y obediente. No se quejó cuando Simon lo puso desnudo bajo la regadera; de hecho tuvo que quitarlo al ver que el agua salía tan caliente que la piel del muchacho se tornaba rojiza, pero ni siquiera así Joseph hizo el intento de quitarse del chorro de agua o quejarse de su temperatura. Al salir tampoco se quejó por la ropa que el mayor le había puesto y como una pequeña ovejita temerosa no soltó la mano del sacerdote cada vez que éste se la ofrecía. Por un lado todo esto hacía feliz al cura, era agradable tener compañía a su lado y le agradaba el muchacho, era como tener un hijo, el que tanto había soñado y le había pedido a los cielos; pero por otro lado sabía que debía encontrar a sus verdaderos padres o él se vería en problemas. Si el chico había huido, sus padres estarían desesperados por encontrarle y si no recordaba nada lo mejor era buscar a sus parientes antes de que lo tacharan de secuestro… sin embargo aún era temprano y mientras no llegara la noche podía pasar todo el día al lado de su nuevo compañero.
Aprovechando el soleado y bello día Simon sacó a Joseph a comer, lo llevó a la plaza de la ciudad donde estaba su restaurante preferido y a los comentarios de sus conocidos él les contestó que el chico sólo estaría bajo su tutela temporalmente, que era su aprendiz por el día de hoy. Todos tenían a Simon como un hombre trabajador y decente, así que no hicieron mucho escándalo por eso. Después del desayuno fueron a la iglesia de las afuera de Londres, donde Simon le enseñó algo de jardinería y arreglaron juntos algunas goteras del techo. Ya por la tarde regresaron en autobús a la ciudad y llevaron encargos de medicamento a varios viejecitos de la parroquia.
Conforme pasaba el día Joseph fue perdiendo el miedo; de tener la mirada perdida al salir de la casa parroquial y no levantar la mirada del suelo mientras comían en el restaurante, a pasarle con una sonrisa las herramientas mientras impermeabilizaban el techo de la iglesia. Lo que para Simon era sinónimo de confianza para Joseph fue un infierno de meditación y emociones.
Básicamente el problema se centraba en sentirse solo; a pesar de tener alguien a su lado durante todo el día, Joseph se sentía solo, la ausencia de Cartaphilus y el no saber dónde se encontraba lo tenían nervioso. Sin Cartaphilus, Joseph no estaba seguro de su existencia ¿por qué seguía vivo? Si no había muerto o no se había transformado en polvo eso indicaba que el hechicero estaba todavía dentro de él; si era así ¿por qué no salía? Años de vivir unidos le habían enseñado que Cartaphilus siempre estaba ahí, estuviera él consciente o inconsciente, siempre sentía su maligna presencia y ahora simplemente era como si se hubiera ido, dejándole la vida y marchándose a quién sabe dónde. A veces era más la presencia de Joseph dentro del cuerpo, pero más temprano que tarde Cartaphilus se hacía presente controlando su existencia. Algo no estaba bien…
El otro problema que Joseph tenía era ese sacerdote, no estaba seguro de qué era lo que intentaba, pero al parecer estaba intentando… ¿cómo era esa palabra?… ¿controlar?, no, eso era lo de Cartaphilus hacía todo el tiempo… ¿seguir? No, más bien era él quien seguía al párroco… ¿qué era eso que el Hijo de las Espinas le hacía a la Sleigh Beggy?...¡proteger! ésa era la palabra. Hacía tanto que no la usaba que había olvidado por completo el significado. Cuando la recordó fue cuando le pasó el rodillo con impermeabilizante al clérigo. ¿Así que proteger, eh? ¿pero por qué lo protegía? Bueno, es cierto que sin Cartaphilus él no se podría cuidar solo con tantas criaturas mágicas merodeando, pero no había una razón por la que ese hombre lo hiciera, si quería algo como dinero a cambio era muy obvio que no tenía nada con qué pagar. La verdad es que al parecer Simon sólo quería estar a su lado, así nada más, sin retribución, sin nada en compensación.
Lo peor fue cuando fueron de casa en casa repartiendo medicamento, todos querían a ese hombre rubio y cada vez que preguntaban por Joseph, el sacerdote contestaba con orgullo y emoción que él era su pequeño aprendiz. Joseph no cayó en cuenta de lo que estaba pasando hasta que Simon le alborotó sus cabellos y uno de esos estúpidos ancianos le dijo que se estaba ruborizando. Al verse en un espejo de la casa comprobó su fastidiosa observación. Cada vez que el hombre le hacía una muestra de afecto (¿afecto? ¡pero qué demonios…!) Joseph se ponía nervioso y se sentía feliz, hacía siglos que no sentía eso y a decir verdad no era tan desagradable como recordaba, le gustaba ser estimado por alguien. No era un amor apasionado, ni interesado, era un amor diferente a los que había conocido. Tal vez alguna vez lo había tenido, pero el tiempo y las circunstancias habían hecho que se olvidara de él.
Por eso al caer la noche mientras regresaban juntos a la casa parroquial Joseph no quería soltar la mano del sacerdote mientras éste le contaba historias de su juventud.
-…al final se fue de misionero a Ghana, pero nunca olvidamos esa anécdota- Dijo Simon mientras miraba al frente con una enorme sonrisa.
De pronto el pastor sintió un leve tirón de su mano, el chico se había detenido momentáneamente. Con la mirada en el suelo y seria actitud preguntó lo siguiente.
-Simon…-
-¿Eh?-
-Si yo… si yo tuviera un asunto pendiente y al final lo resolviera y fuera libre… ¿podría volver contigo?¿me aceptarías como tu aprendiz permanente?-
La mirada del chico era suplicante, sus ojos brillaban esperanzadores ante una respuesta afirmativa, pero Cullum no entendía completamente la pregunta; tal vez ya hubiera recordado qué era lo que hacía antes del ataque, tal vez tenía peligrosas cuentas por saldar, o simplemente quería quedarse a su lado. Se cualquier modo Simon le tendería la mano a Joseph, fuera para bien o para mal, él lo apoyaría en todo, finalmente un padre no elige a su hijo, solo lo ama como es, con sus virtudes y defectos. Tal vez aún no lo conocía demasiado, pero si Joseph era el hijo que tanto anhelaba estaba dispuesto a correr las consecuencias.
Se agachó un poco y con sumo cariño depositó un beso afirmativo en la frente del muchacho.
Joseph abrió los ojos desmesuradamente y aventó al sacerdote lo más lejos que su diabólico brazo le pudo permitir. Fue la única forma que se le ocurrió apartar al clérigo cuando la criatura de la mañana apareció frente a ellos.
Simon rápidamente se sentó de espaldas y al girar contempló la macabra escena. Frente a Joseph se encontraba una criatura horripilante, seguramente uno de esos seres mágicos que tanto aterraban a la pequeña Chise. Era una gran mole negra llena de vendajes y heridas, Tenía extremidades gruesas y pesadas, una de sus piernas había sido tristemente sustituida con una madera astillada encajada por la fuerza. Su cabeza era chata y donde se supone que debían estar un par de ojos, solo se veía una tela blanca con marcas de sangre en las cuencas. Su cuello tenía carne viva y púas oxidadas lo continuaban lacerando, y a pesar del espeso y obscuro pelaje cada paso que daba manaba sangre. La presencia del ser era aterrorizante, pero más aún era la tristeza de saber que había sido torturado y mantenido con vida a tal extremo. Realmente había gente muy mala en este mundo.
El clérigo volvió la vista hacia su reciente aprendiz para intentar protegerlo, pero el brazo del pequeño se había transmutado a una garra grande y poderosa ¿qué significaba eso? ¿acaso Joseph no era humano? Intentó levantarse, pero sólo pudo exhalar un grito de dolor; el golpe le había roto algunas costillas y cada movimiento que intentó para ponerse en pie era una pesadilla. Pero debía sacarlo de ahí, por muy poco humano que fuera Joseph era su responsabilidad y debía llevarlo seguro hasta su verdadero hogar, aunque eso significara arriesgar su propia vida.
La bestia y el muchacho se quedaron uno frente al otro. A pesar de no tener ojos, el maltratado ser podía escuchar y oler perfectamente a su atacante.
-Vaya, creo que debí haberte asesinado en la mañana- Dijo Joseph con una sonrisa descarada y cínica en el rostro, levantó su brazo maldito y lo contempló con cariño, al fin Cartaphilus había vuelto a su lado.
La criatura no hizo sonido alguno, a pesar de ser más grande y quizá más fuerte, aquel mago que lo había intentado matar para usar su cuerpo le inspiraba miedo. El monstruo era una criatura pacífica, por lo menos hasta que Cartaphilus interrumpió su santa paz. Viviendo en el bosque no era raro ver chicos merodeando su hogar en el lago, mucho menos extraño era que niños pudieran verlo. Pero desde la primera vez que vio a Joseph merodeando sabía que algo andaba mal, no era como los chicos que iban al lago y al encontrarse con su presencia huían despavoridos, tampoco tenía un aura buena como los pequeños que se acercaban a tocar curiosos su pelaje (acción además agradable para él, por lo que les pagaba con una pepita de oro). La criatura se sentía acosada y antes de poder migrar hacia otro manto acuífero Cartaphilus lo había capturado. Había sido sujeto de experimentos y torturado por casi una semana antes de tener el poder suficiente para escapar, lo atacó y casi logró matar a su capturador, sin embargo en un último momento recordó su origen, él era una criatura de la luz, un ser bueno que se encargaba de salvar a quienes se ahogaban en el lago, no un asesino; con esa desastrosa decisión lo había dejado escapar… pero no lo volvería a hacer. No dejaría que ninguna otra criatura sufriera lo que él sufrió a manos de ese hechicero.
Cartaphilus corrió en dirección a la criatura y con su garra atravesó su pecho ya de por sí herido. La criatura soltó un alarido de dolor y comenzó a sacudirse para quitarse de encima al brujo. Éste no se zafaba, así que con la madera que tenía por pata aplastó el estómago del chico como su fuera de trapo, lo tomó con sus grandes fauces y lo lanzó lejos.
Joseph dio algunas volteretas en el piso antes de poder parar el giro con sus manos. Se levantó y tocó su estómago otra vez abierto por los colmillos de la criatura y sostuvo por un momento los órganos que se querían salir antes de que de su cuerpo lo reconstruyera. Otra vez en pie sintió un nuevo golpe que lo lanzó hasta la pared donde se encontraba Cullum.
Mientras resbalaba por la pared un rastro de sangre bajaba, fruto del destrozado cráneo que intentaba reconstruir mientras veía acercarse nuevamente a la criatura. Ok, suficiente de juegos, Cartaphilus estaba harto, si ese monstruo no quería ser parte de su quimera entonces tendría que morir. Él lo hubiera convertido en el ser más poderoso, no sólo una criatura boba que salvaba a los ahogados, su poder tenía un gran potencial que él había intentado descubrir, ¿qué era un poco de dolor a cambio de tanto poder? Él lo vivía todo el tiempo, moría y sufría de cuando en cuando, es cierto que el dolor no era disfrutable, pero el fin justifica los medios. No sólo era la criatura quien agotó su poca paciencia, Joseph había estado tanto tiempo cerca de ese sacerdote que no pudo controlar su cuerpo sino hasta que estuvo en peligro de morir, le daría una lección a ese niñato que no olvidaría, no volvería a desobedecer ni a olvidar quién mandaba en ese cuerpo. Luego se encargaría de ese débil y asqueroso humano.
El cuerpo de Joseph se puso en pie y extendió su brazo con tanta rapidez que atrapó la cabeza completa de la criatura; por unos segundos el tiempo se detuvo.
Simon no podía salir de su asombro, aquella enorme criatura intentaba matar a Joseph, pero lo más sorprendente era que el muchacho le hacia frente. Un enorme pesar se hizo presente en el corazón del sacerdote, a pesar de ver a su hijo siendo atacado su mirada no era la misma de antes, ya no era el niño alegre que le ayudó con los trabajos de la tarde, ni el tímido que tenía miedo incluso de salir de la casa parroquial. Ahora se sentía una presencia obscura… que no provenía de la criatura. Joseph había cambiado repentinamente, era como si fuera la misma persona, pero no estaba bien. Aquella criatura mutilada le inspiraba más ternura y tranquilidad que el propio Joseph.
Fue entonces cuando Cartaphilus aplastó la cabeza de aquella criatura, creando un crujido horrible que hizo que una masa gris, sangre y pedazos de cráneo se escurrieran por entre sus dedos, la sensación para el brujo fue gloriosa y la expresión de satisfacción por el miedo en la cara del sacerdote fue aún mejor.
El párroco intentó alejarse cuando vió a Joseph acercarse, pero sus costillas se lo prohibieron. A un metro de distancia Cartaphilus levantó al sacerdote por el cuello haciendo que éste gritara aún más por la posición. De pronto el macabro rostro del chico comenzó a llorar.
-¡No Cartaphilus! ¡No lo hagas!- habló el chico con el cuerpo del sacerdote aún levantado.
-Es un representante de quién me maldijo ¿por qué no habría de matarlo?-
-Por favor si no lo matas haré lo que quieras- Dijo Joseph entre gruesas lágrimas bajando su rostro.
Cartaphilus pudo haberse negado, no había nada que Joseph no le hubiera entregado ya. Pero había algo que a pesar de su antigüedad acababa de descubrir… Joseph estaba ganando control sobre su propio cuerpo. El tener al sacerdote cerca sólo hacia que ese poder aumentara y para un ser descarnado como él eso podía resultar peligroso. Aún sentía miedo al religioso, con alguna palabra que pronunciara podría ser su ruina como hace milenios, si lo mataba eliminaba ese riesgo; sin embargo, dejarlo vivo significaría poder controlar a Joseph incluso sin uso de violencia.
-Jura que no te acercarás a él y lo dejaré con vida-
Joseph cerró los ojos y con delicadeza sentó el cuerpo de Simon en el piso frío y ensangrentado. Cullum no hizo intentos por correr o siquiera moverse, si debía morir lo aceptaría, él siempre aceptaba la voluntad de Dios.
-¿Al menos puedo despedirme de él?-
-…- Cartaphilus guardó silencio y el muchacho lo tomó como un sí.
-¿Simon, aún queda en pie la promesa que me hiciste?-
El sacerdote se sorprendió con la pregunta, si bien los acontecimientos de hace rato habían cambiado completamente su perspectiva sobre el chico… él era un hombre de palabra, y el beso en la frente de hace un momento sería su palabra de caballero. Así que a la pregunta de Joseph el sacerdote lo miró a los ojos e inclino la cabeza en un irremediable gesto afirmativo.
Joseph se hincó ante el sacerdote para quedar a su misma altura y tomando sus manos las besó con amor. Simon volvió a ver en ese ademán al Joseph que había conocido, al chico amable y al hijo que tanto anhelaba. A pesar del dolor que sentía le dedicó una ultima sonrisa antes de desmayarse y caer de espaldas.
-Vámonos-
En un último momento Joseph colocó el abrigo que tenía puesto sobre el sacerdote para que no tuviera frio. Otra vez la neblina rodeo el lugar y lo último que deseaba era volver y ver a su padre enfermo por la temperatura. Joseph planeaba cumplir su promesa, antes de acabar con esta vida se liberaría de Cartaphilus, entonces volvería a la casa parroquial y Simon lo recibiría con los brazos abiertos para hacerlo su aprendiz… hasta entonces lo protegería desde las sombras.
Notas de la autora:
En cuanto vi a Cartaphilus y a Simon supe que tenían algún tipo de relación por sus orígenes, así que de esa idea salió esta historia, espero les haya gustado. Sé que es un poco extraño, pero quería hacer algo diferente al romance; en este caso una relación de padre e hijo (bueno, espero no haberlos confundido…)
¡Saludos y nos vemos en la próxima!
