Cruzó los lúgubres pasillos del castillo con rapidez, que de tanto en tanto dejaban entrar la tenue luz de la luna por alguna ventana. Sólo escuchaba el sonido seco que sus pasos producían y el ondular de su capa cuando doblaba por algún corredor. Le parecía extraño que el director lo citara, no porque fuera cerca de medianoche, sino porque luego de la cena ya se habían reunido para tratar ciertos asuntos de la Orden, por lo que sólo podía suponer que nuevos sucesos habían ocurrido y eso nunca presagiaba algo bueno.

Impaciente frente a la puerta del despacho del director, tocó con firmeza hasta escuchar su voz del otro lado.

-Adelante, Severus- dijo el anciano.

Severus Snape abrió la pesada puerta de roble y entró en la estancia. Un par de velas alumbraban sutilmente la habitación lo que le permitió ver a Dumbledore rodear su escritorio hasta encontrarse frente a él.

Snape lo miró inquisitivo, pensó que su llamado requería mayor urgencia por lo que no comprendía la serenidad del director.

-Gracias por venir, Severus. Siempre acudes con rapidez a mis llamados.- lo miraba con una calma inusitada.

- Pensé que era importante- dijo éste aún inquieto.

- Lo es, lo es…- Dumbledore dio unos pasos por la estancia bajo la atenta mirada de Snape hasta que al fin se decidió a hablar.

- No es un misterio que las circunstancias hayan cambiado – comenzó a decir Dumbledore - … y con ello hay ciertas verdades que es imposible esconder. Debes entender que hubo una razón para todo esto y que no es fácil…

- Dumbledore- lo interrumpió Snape, apelando a su confianza – ¿Qué sucede?

El viejo lo miró fijamente, con una sonrisa a medias, casi con ternura.

-La paciencia nunca ha sido tu mayor virtud, Severus. A veces lo olvido. – Entrelazó sus manos sobre su vientre, dio un suspiro y continuó. – Hace dieciséis años atrás Minerva y yo tuvimos la misión de entregar al joven Potter a sus tíos luego de esa fatídica noche, con la esperanza de que fuera criado con el amor que todo niño merece. Sin embargo, jamás le dijimos a nadie que no fue sólo ese pequeño el que tuvimos en nuestras manos. Hubo una niña, Severus, su melliza. Con el objetivo de protegerla, la escondimos del mundo mágico en casa de parientes lejanos de Lily. Al señor tenebroso sólo le importaba el niño de la profecía, por lo que poco se supo de esta niña y aprovechamos esta oportunidad para resguardarla lo más posible.-

Severus Snape tenía el rostro ensombrecido por la penumbra, resguardado de la luz de las velas por la sombra que le proporcionaba el armario del director, lo que hacía difícil adivinar su expresión. No dijo absolutamente nada, esperando a que Dumbledore prosiguiera.

-Ahora Voldemort lo sabe y es cuestión de tiempo para que utilice esta información a su beneficio, como lo hizo con Sirius. Es por eso que será trasladada desde Beauxbaton a Hogwarts este año, donde terminará sus estudios. Ella siempre supo su relación con el joven Potter, así que está preparada. No así Harry, a quien debo decírselo en persona.

-Así que tendremos a otro arrogante estudiante del linaje de los Potter, pero aún no veo mi papel en esto, Albus.- dijo Snape a la vez que cruzaba los brazos.- Juré proteger al hijo de Lily, de quien habla la profecía, pero no me fue encomendada su hija.

-Rose Evans. Ese es su nombre. Es cordial y amable como su madre, y afortunadamente no heredó la capacidad de meterse en problemas como su padre y hermano. Además, Madame Olympe asegura que es una alumna destacada, con habilidades excepcionales para pociones. Pensé que debía decírtelo, su parecido a Lily es realmente impresionante y temo que llegará el momento en que corra tanto peligro como Harry.

Snape miró unos instantes a Dumbledore tratando de descifrar lo que el director quiso decir. Aún no acababa de comprender la aprehensión del hombre cuando oyó que alguien tocaba la puerta del despacho.

- Adelante, Harry.- dijo el director.

En el momento en que Harry entró, Snape dio por terminada la conversación y salió tan rápido del despacho como había entrado en él. Bajó las escaleras de caracol cuando ya despuntaba el alba y en vez de ir hacia las mazmorras se dirigió hacia las afueras del castillo, donde le esperaba el frío matinal. Caminó por el prado viendo cómo el rocío empapaba la punta de sus zapatos y el ribete de su capa, abstraído repasando la conversación con el director.

Al salir del despacho había cruzado una mirada con Potter cuyos ojos revelaban evidente confusión. Para Snape esos ojos siempre fueron un recordatorio de la mayor de sus pérdidas: Lily. Y ahora habría alguien más en los pasillos del castillo que le recordaría su pasado, alguien que según Dumbledore era la viva imagen de su madre, alguien que, si no tenía el debido cuidado, podría despertar recuerdos que creía enterrados. Entonces por fin comprendió los motivos de Dumbledore para confiarle tal secreto. No era otro de sus planes, ni mucho menos alguna tarea que le fuera encomendada, era simplemente una advertencia, algo que lo prepararía ante la llegada de un fantasma del pasado.

-Viejo ridículo- dijo en voz baja, esbozando algo parecido a una sonrisa. Y es que le parecía un poco gracioso que el director creyera que él podría sobresaltarse al ver a una mujer parecida a Lily. No era Lily, y punto. No había nada más que agregar.

Al devolverse al castillo, Severus Snape no notó el breve instante en que su capa negra quedó prendida en la espina de una rosa.