ANTES QUE NADA, LES DEBO UNA DISCULPA A TODOS (AS) POR HABER RETIRADO ESTE FIC U_U PERO, ¿SABEN? HE DECIDIDO NO CAMBIARLO PORQUE DESPUÉS DE RELEERLO Y PENSAR EN LO QUE PODRÍA CAMBIAR, LLEGUÉ A LA CONCLUSIÓN DE QUE EN LO QUE RESPECTA A MI IDEA VA BIEN (TAL VEZ NO SEA MUY APEGADO A LAS VERDADERAS PERSONALIDADES PERO AL FIN Y AL CABO ESTÁ PEGADO A LA IDEA QUE TENÍA EN MENTE).
BUENO, INSISTO, ESTE FIC HE DECIDIDO DEJARLO TAL Y COMO LO HABÍA ESCRITO. AHORA SÓLO RESTA DE MI PARTE AGRADECER SU COMPRENSIÓN Y PACIENCIA POR MI DEMORA Y REPENTINAS MALAS DECISIONES JEJEJE.
¡UN ABRAZO Y SALUDO A TODOS!
Las inclemencias del tiempo pueden destruir una casa, pero sólo el hombre puede destruir un hogar.
Capítulo 1
El caballo levantó frenéticamente sus patas, relinchando de dolor al sentir la ira de su amo sobre su cuerpo magullado por los constantes azotes con el fuete. Su amo, un joven de apenas diecisiete años de edad, jalaba fuertemente las riendas al sentir el subir y bajar violento por parte de su semental.
-¡Vamos! – gritaba encolerizado, arqueando el cuerpo peligrosamente a la par del caballo
Todos en casa sabían la causa que provocaba el cólera del joven, sin embargo, nadie osaba irrumpir pues sabían que él solía descargar su furia contra el primer ser viviente que atravesara su camino.
-¡¿Por qué tanto escándalo de ese caballo? – preguntó malhumorado un hombre mayor a un sirviente
-Bueno, pues verá… el caballo… - el sirviente no se atrevía a delatar al joven por temor a las posibles consecuencias
-¡Vamos! ¡¿Qué pasa con ese caballo? – insistió exasperado
-Tu hijo, Richard, eso es lo que pasa – respondió una mujer regordeta – No hace mas que descargar su furia contra ese pobre animal
El hombre montó en cólera al saberlo, caminando a grandes zancadas hacia los pastizales de donde provenían los relinchidos del caballo.
-¡Terrence, Terrence! – gritó el hombre sin saber por temor o cólera hacia su hijo
El aludido posó sus encolerizados ojos en el hombre que le llamaba, no obstante, sintió hervir más su sangre, propiciando azotes cada vez más fuertes en el animal que no paraba de moverse frenéticamente.
-¡Baja inmediatamente de ese animal! – ordenó el Duque
-¿Por qué no viene y me baja usted, Duque? – retó el menor, jalando las riendas hacia un lado
El mayor azotó su puño contra el marco del pórtico, mascullando entre dientes. No toleraba que su propio hijo le faltara el respeto en frente de sus criados.
-¡Conoces las consecuencias, Terrence Grehum Grandchester! – advirtió el hombre, dándose media vuelta para ingresar a la casa
-Por supuesto que si… - murmuró el castaño, alejándose con su caballo enfurecido
El joven Terrence galopó a bordo de su caballo sin rumbo, ¿Qué más daba ir aquí o allá? No le importaba el perderse en aquella ciudad tan diferente a Londres, no le importaba si tardaba días en regresar a casa, al final, sólo le esperaban azotes y reproches. Unas inadvertidas lágrimas de impotencia resbalaron por su rostro.
Llegó hasta el famoso lago Lakewood, en donde desmontó al animal, atándolo firmemente pues sabía que el corcel estaba ansioso por huir de los azotes.
-No eres el único en recibir azotes – dijo el joven al caballo
Su mirada se perdió en los colores reflejados en las aguas del lago, mientras sus pocos recuerdos de felicidad acudían a su mente, aquellos recuerdos que ahora le parecían tan lejanos y difusos. Recordaba vagamente lo que era sonreír, lo que era estar rodeado de personas que lo amaran… Recordaba lo que era tener un hogar a cual volver.
Ante las lágrimas insistentes, restregó sus mangas sobre sus ojos ligeramente hinchados. Llorar no era propio de hombres… Una mueca sarcástica se dibujó en su rostro.
-No, llorar no es propio de duques – aclaró a su dolido corazón
La tarde pasó fugazmente para el joven Grandchester, indeciso por regresar o no a casa. Al final de cuentas, decidió regresar al lugar de donde había escapado.
-Richard – acercóse la mujer a su esposo en cuanto divisó a Terry – No me agrada ese hijo tuyo
El duque restó importancia a las palabras de su mujer mientras buscaba su látigo con el que castigaría a su hijo.
-Es un malcriado que constantemente me reta – prosiguió la mujer – No respeta a nadie… - le miró despectivamente – Ni siquiera a ti que eres su padre…
El hombre contrajo el rostro. No hacía falta que le recordaran el poco respeto que su primogénito tenía hacia con él.
Una vez en el establo, Terrence se ocupó de dar agua y alimento a su caballo quien, pese a los malos tratos que recibía, nunca había abandonada a su amo aún teniendo la oportunidad. Como sintiéndose avergonzado, acarició el lomo del animal.
-Perdóname, amigo – susurró el castaño
-Vaya, así que ahora hablas con los animales, bastardito
Si había una persona a la cual toleraba menos que su madrastra, era el hijo mayor de ésta.
-¡Ja! – Terrence esbozó la mejor mueca sarcástica, retando con la mirada a su hermanastro – Creí que los cerdos ya estaban en su chiquero…
El aludido sintióse ofendido, escudriñando a Terry con la mirada.
-Repite lo que has dicho – espetó el otro
El castaño azotó la mano contra una viga del establo, enfatizando sus palabras y mirada.
-¡Lo he dicho ya! ¡Tú y tu familia cara de cerdo deberían de estar en un chiquero y no en el mismo techo que yo!
El hermano arrugó la frente con cólera, cerrando sus puños a modo de advertencia.
-¿Qué es? ¿Vas a golpearme? ¡Anda, hazlo! ¡Atrévete!
El hermanastro temió llegar a golpes con Terrence pues sabía lo salvaje que era, aún siendo casi de la misma edad, golpeaba con la misma fuerza de un hombre bastante dotado.
Ante la incertidumbre del otro, Terry estrelló su puño contra la cara regordeta del otro, iniciando así el descenso de su furia… una furia que no cesaría hasta ver a esa familia de cerdos alejados de su padre.
-¡Suéltame! ¡Mamá!
Ante los gritos, Richard acudió al establo, encontrándose con la escena que por más de diez años había presenciado.
-¡Terry, basta! – gritaba el mayor en un intento de que por vez primera le obedeciera
-¡Mamá! – continuaban los sollozos del otro ante los incesantes golpes
-¡Dios mío! – ingresó la mujer - ¡Richard, haz algo!
Armándose de todas sus fuerzas, el duque logró separar a su Terrence del otro pese a los intentos de seguir con los golpes.
-¡He dicho suficiente! – reiteró el duque - ¡¿No lo entiendes?
-¡No, jamás lo entenderé! – refutó Terry - ¡Ni pienso entenderlo!
-Si las palabras no sirven de nada, los golpes sí que servirán – amenazó
La mujer pareció regocijarse de alegría al escuchar aquellas palabras.
-Ahora pide perdón a tu hermano y seré indulgente
-No es mi hermano – masculló el castaño – Y ni en broma me disculparé
-Terrence, te lo advierto…
-No, soy yo quien te advierte – retó – No pienso humillarme y rogar a estos… - escudriñó con la mirada a la madre e hijo – Cerdos mentecatos
-¡Richard! – ofendióse la mujer - ¿Le has escuchado? ¡Nos ha llamado…!
-¡Cerdos mentecatos! ¡Así es como les he dicho!
-¡Basta de una buena vez! – dijo exasperado el duque- Ustedes salgan de aquí – ordenó a su mujer e hijo
-Recuerda que ha golpeado a sangre de tu sangre, Richard – reiteró la mujer, saliendo con su hijo
Fue hasta ese momento cuando Terrence advirtió en el látigo que traía entre sus manos el duque. Una ligera chispa de temor asomó en sus azulados ojos, la cual no pasó inadvertida para su padre quien pareció complacerse.
-Al menos aún sigue teniendo su efecto en ti, Terrence – comentó el mayor
-¡No, por favor! – rogaba un Terry de apenas seis años - ¡No volveré a hacerlo!
-Sólo los golpes forman el carácter – respondió su padre encolerizado
Unas lágrimas asomaron a los ojos del infante al ver acercarse a su padre con el látigo entre sus manos.
-Yo no… yo no… - los sollozos le impedían defenderse – No fui yo…
Los gritos que escaparon de su garganta aquella noche fueron una marca imposible de borrar en su corazón. El sentir cómo su piel se abría ante los azotes sin piedad sacaron de su garganta los más espantosos gritos que, de eso estaba seguro, toda persona que pasó cerca de la mansión logró escuchar.
Lágrimas de impotencia asomaron a los ojos de Terrence.
-Ya lo sabes – amenazó su madrastra una vez que finalizó de azotarlo – Ni una palabra a tu padre o te azotaré nuevamente
Era una de esas terribles noches en que su padre se hallaba lejos, quedando el infante a cargo de la mujer que en un principio creyó buena. Su cuerpo no paraba de temblar mientras lágrimas y débiles sollozos escapaban de sus labios… Sentía tanto miedo que rogaba constantemente a Dios que su padre no tuviese que salir de la ciudad para así poder estar seguro, sin embargo, había sido el mismo Dios quien lo castigaba por ser un bastardo…
El duque avanzó unos pasos más mientras que Terrence retrocedía aún intimidado por los despiadados azotes.
-Los hombres no deben llorar – parecía molesto el duque – ¡Y tú eres uno de mucho prestigio!
Lanzó el primer azote contra su hijo quien reaccionó colocando sus brazos a modo de protección.
-De espaldas, Terrence… y no me hagas perder la paciencia
Sus labios temblaban de impotencia pero no se atrevía a enfrentarlo… Tantas veces lo había intentado pero la fuerza física era mayor en su padre y sólo lograba incrementar la ira en él… Los azotes no cesaban hasta que el enojo también lo hiciera. Sin protestar, lentamente desabotonó su camisa y la deslizó hasta dejar al descubierto su dorso cruelmente marcado por los azotes. Sin retardar más tiempo lo inevitable, apoyó sus manos sobre la viga que tantas veces fue testigo de sus castigos.
-Esto me duele más a mí que a ti, Terrence – dijo su padre por compromiso
-¿Quién cree tus hipocresías, duque? – si bien físicamente le era imposible retarle, aún tenía boca para usarla
Ante las palabras el duque inició con la lluvia de azotes, ansioso por escuchar los gritos de su hijo, sin embargo, se vio desilusionado al sólo escuchar leves gemidos… no eran gritos como antaño.
-Pide perdón – dijo su padre entre azotes
Los labios de Terrence sangraban al contener sus gritos.
-Ja… ¡Jamás! – escapó la palabra de entre los labios ensangrentados
-¡Pide perdón, Terrence! – insistió, incrementando la fuerza imprimida en los azotes
-¡No! – gritó mientras sus uñas se clavaban en la madera de las vigas
-¡Hazlo!
-¡Jamás!
La rayos de luna caían sobre el torso ensangrentado del castaño, mostrando las magulladuras enrojecidas, sin embargo, su cuerpo no era lo único que dolía. También dolía el alma de tantos suplicios vividos.
-Los bastardos son castigados por Dios – solía repetirle su madrastra – Y tú eres uno, así que es deber mío el castigarte bajo el nombre de Él
Las lágrimas no paraban de resbalar del rostro de Terrence, ¿En dónde había quedado su fe que por cortos años creyó tener?
-Querido Dios… - rezaba en la iglesia cuando llegaba a escapar de casa
Eran tantas las veces que juntaba sus manitas fervientemente, elevando plegarias a la enorme cruz que se levantaba ante sus ojos. Inclusive el párroco llegaba a molestarse de ver tan seguido a ese bastardo que no era de su gracia.
-¿Por qué soy castigado? – preguntaba constantemente a un Dios invisible - ¿Por qué nadie me quiere?
En un principio creyó firmemente en Dios con la esperanza de dar fin a su tormento, sin embargo, jamás respondió a sus plegarias, dejando así que poco a poco su fe se extinguiera, ¿Realmente existía Dios?
Se incorporó lentamente, sintiendo cómo sus heridas se abrían más ante el esfuerzo. Su caballo, el único en comprender lo que era ser azotado, acercó su hocico hasta acariciar el rostro bañado en lágrimas de su amo.
-Tonto animal… - susurró Terrence - ¿Por qué te preocupas si soy yo quien te azota?
El semental insistió en ser comprensivo con su amo.
El castaño sólo atinó a intentar ponerse en pie con premura, mientras las lágrimas seguían escapando de su rostro, ¿Cómo era posible que un animal fuese más piadoso con él que su mismo padre? Repentinamente, como si todo mundo volviese a iluminarse, recordó que aún existía una persona que lo amaba con seguridad: su madre.
-Amigo… - hizo una mueca de dolor – Aún tenemos un lugar en donde podemos ser bien recibidos…
Se abotonó la camisa, sintiendo escocer la piel ante el contacto con la fina seda de la camisa. Luego de hacer una larga pausa ante al ardor de su espalda, enlistó a su caballo.
-Jamás volveré a esta casa, amigo – dijo mientras lo asía de las riendas – No importa qué suceda, no pienso volver
Con dolor y de manera dificultosa, montó su semental y salió lentamente del establo.
-Hasta nunca, duque de Grandchester – susurró cuando se halló frente a la mansión que estaba próximo a abandonar
Sin más qué pensar, galopó.
Continuará…
