Peter tenía un problema: era demasiado fuerte.
Y cualquiera que encontrara el desmedido poder de la fuerza como una ventaja o una habilidad envidiable, pues ya podía ir reescribiendo su lista de prioridades, porque no tienen idea del infierno que supone cargar con la responsabilidad de romper todo lo que tocas.
Incluyendo a las personas durante los momentos íntimos.
Seguro, pulverizar los huesos de un maleante no pesaba en la conciencia de nadie; se trataba de un acto necesario a la hora de combatir por la justicia.
Pero no era lo mismo torcerle los dedos a alguien por sostener su mano, en un intento de ser romántico.
Las parejas de Peter, todas y cada una de ellas, se quejaban por los fuertes agarres del muchacho, tanto aquéllas que sabían su secreto, como las que no sospechaban nada.
Ser fuerte era su problema.
Ser virgen debido a su fuerza, era la consecuencia irremediable.
O al menos eso creyó por un tiempo, hasta que Tony le enseñó cómo resolverlo.
