Disclaimer: Los derechos de Hey Arnold le pertenecen a su creador Craig Bartlett.
Debería haberte olvidado hace tiempo pero, odio admitirlo, no puedo. A pesar que pasó demasiado aún sigo aferrada a ti y a lo que una vez fuimos, es triste. Lo sé.
Pero no puedo evitar que una sonrisa estúpida asomé en mi rostro cada vez que estás frente a mí. Mis ojos se iluminan. Mi corazón no ayuda demasiado, el maldito me delata. Y los celos ¡Por Dios! Eso es lo peor.
Mis manos no pueden evitar cerrarse para evitar cometer un error, eso lo puedo detener lo que no puedo controlar es la rabia que me causa verte con otra.
Otra qué ocupa mi lugar, sí, lamentablemente aún pienso que me perteneces al igual que sigo siendo completamente tuya. Soy patética.
Es la cruel realidad.Tuve mi oportunidad y la desaproveche. Que idiota fui. Tantos años... aún me arrepiento. ¿Tú lo haces o todo esto te es indiferente?
— Como pasa el tiempo— Las palabras escapan de mis labios al igual que mis manos se deslizan sin mi consentimiento por la fina hoja.
Escribir me apasiona y me ayuda a desenterrar todo esto que guardo.
¿Cuanto más...? Sólo tú sabrás cuándo sellar el libro y finalizar esta historia. Todo está en tu mano... en tu poder pero, al parecer estas en un limbo, como lo estoy yo. No me hagas esperar, puede que cierre el libro sin esperar su tan anhelado final.
••••Hey Arnold••••
— Helga — adoro oír tu voz pero me endulzas mi sentido auditivo cuando tus encantadores labios pronuncian mi nombre, con tan delicadeza que me hace enloquecer.
— ¿Sí? — Te miro, con intensidad, como lo hago siempre. Tonto, ¿por qué no te das cuenta que en mis pupilas aún estás impregnado. — ¿Que quieres, Arnold?
Hoy, justo hoy no estoy con ánimo para actuar como suelo hacerlo siempre. En este día se cumple un año desdé que terminamos. Al parecer tú no lo recuerdas ¡que triste!
— Te estaba preguntando si te sucede algo. — tantas cosas... pero no te lo diré. — Si soy de ayuda... puedes confiar en mí.
Aguarde unos segundos, contuve mi respiración para no gritar que siempre confiaría en ti. Hasta mi propia vida pondría en tus manos, sin dudarlo.
— No. Nada
Sé que tus ojos esmeralda me estan observando buscando la verdad, no gastes energía, está frente a ti y nunca la viste, está vez no será la excepción.
— Entiendo. — Ja. Como no. — ¿Puedo preguntarte algo?
— Lo estas haciendo.
Lo escuché soltar un largo suspiro. Si ya estás cansado de mí, sólo marcharte, ya lo hiciste una vez no te costará nada hacerlo de nuevo.
— Sí, bueno... ¿Tú...?
— ¡Arnold! Amor — rodé los ojos al escuchar la repugnante voz de esa. Me revuelve el estómago su mera presencia.
La tal Rubí corrió a lanzarse al cuello de mí Arnold, se me hizo un nudo en la garganta. Llevan ocho meses saliendo juntos no entiendo por qué me sigue afectando tanto.
— Hola, cariño — me retorcía las entrañas al escucharlo como la llamaba, de la misma manera en la que se dirigía a mí cuando éramos novios.
Gire mi rostro hacia el lado opuesto donde estaban ellos, no quería ni deseaba verlos basarse.
— Te extrañe — la escuche susurrar al finalizar su beso, ella aún seguía aferrada a su cuello, mientras él había llevado sus manos a la delgada cintura de ella.
— y yo a ti— contesto Arnold. Volví a enfocar mis ojos en ellos.
— Hola, Rubí. — mi voz sono indiferente, ni siquiera sé cómo pude lograr eso cuando mi corazón se siente hecho trizas.
La aludida se dio cuenta al fin de mi presencia.
— Oh, Helga no te había visto — soltó a Arnold para saltar a abrazarme a mí.
Sí, larga historia. Una vez más él consiguió novia gracias a mí, más bien por mi metida de pata.
Rubí y yo nos conocimos a principio de año, ella se mudó cerca de mi casa, rápidamente la chica interactuó conmigo, aunque yo no estaba nada contenta con que alguien se acercara tan repentinamente a mí... Pasó el tiempo, y sé puede decir que ella me considera una amiga ya que me cuenta todo, incluso lo que sucede en su relación con Arnold. Para mí ella sólo era una conocida, y desde hace ochos meses mi rival.
Rubí y Arnold se conocieron por un error mío. ¡Que terrible error!
— Sí, si. Ya sueltame. — la alejé de un leve empujón. Sentí la mirada de reproche de él. Eso me hizo sentir un poco mal. La pobre chica no tenía la culpa pero no podía evitar sentir cierto odio hacia ella. Odio que se debe a alguien con nombre y apellido.
— Ya que estás aquí, Helga. Me gustaría invitarte a ti y a Phoebe a la cena que estoy organizando para beneficio de los animales sin hogar.
¡Oh, no! Recordar que la chica era una fiel defensora de los más débiles me hacía sentirme peor. Quería golpear mi cabeza contra una pared. El buen samaritano y la buena samaritana. Tal para cuál.
— Mmm, lo pensaré. Seguro Phoebe irá.
— Excelente. Me gustaría que tú también fueras, además gracias a ti en Hillwood tenemos una fundación para salvar y proteger a todos los animales sin hogar.
Me quise dar tres golpes contra, está vez, una puerta. Eso ni siquiera tenia que haberlo dicho en voz alta, mucho menos frente a Arnold, que ahora parecía impresionado por esa información. Otra de mis buenas acciones que las hice indirectamente, lo que buscaba era que esa chica dejara de molestar con su discurso de lamentación por ver a los perros y algunos gatos en estado tan lamentable. Lo único que había hecho era enfrentar al delegado comunal y exponerle la causa, bueno y una que otra marcha frente a su lugar de trabajo.
— No fui yo. — me apresure a mentir. Aunque ya no venía al caso. — Todo esto lo hiciste solo tú, Rubí. El crédito es tuyo.
— Pero...
— Me voy — mire mi reloj para disimular mi huida. — Eh... Olga me está esperando.
Lastima que no podía poner a Phoebe como escusa, mi amiga se encontraba en una salida con Johanssen. No esperé respuesta, me fui. Aunque pude escuchar lo que dijo ella.
— Pero, Olga no está en Hillwood.
Me había olvidado que vivía sólo a dos casas de la mía. ¡¿Por qué siempre meto la pata?!
A la noche una incertidumbre afloró en mí. ¿Qué demonios me iba a preguntar Arnold?
••••Hey Arnold••••
Estoy increíblemente molesta. Phoebe me arrastro a la dichosa cena de beneficencia. Ah, pero la señorita me dejó sola para irse segundos después con su noviecito, a Dios sabe dónde.
Me alejé lo más que pude de algunas cámaras y de los periodistas que habían allí.
Solté un insulto y una maldición cuando un idiota que era camarógrafo me piso, el muy desgraciado ni siquiera se disculpó.
Seguí caminando hacia la puerta de la casa de Rubí. Poco a poco me iba acercando más a la tan ansiada libertad. Tenía que aprovechar antes que regrese Phoebe, o aparezca Rubí, mucho peor que me tope con Arnold.
Sonreía triunfante al ya estar afuera de la residencia Dupri.
— Toma — ¡¿Qué?! Un imbécil me había dado sin preguntarme un perro con su correa.
— Espera... — no me dejo terminar, rápido me empujó adentro de la casa de Rubí.
No puede ser. Ya me estaba escapando.
— Tu encargate de Rufo. Yo ya vengo.
— ¡Oye! Ya me estaba yendo, no quiero hacerme cargo de un... — el estúpido me había dejado otra vez con la palabra en la boca. — perro.
De pronto me vi empujada hacia delante pero no había nadie detrás mio, sino que el tal Rufo me estaba jalando hacia las escaleras. Atropelle a varias personas. No podía detener al animal.
— Quieto. Deja de correr. — trate de detenerlo pero el animal me ignoraba.
El perro se detuvo, y le salto a los brazos a alguien, no pude saber quién era hasta que Rufo lo dejo libre.
— Arnold — su nombre salió como un débil susurro de mis labios a pesar de lo agitada que estaba por la carrera que me hizo correr ese perro.
— Hola, Helga — me saludo él, demasiado sonriente para mi gusto. Se agacho a darle cariño al perro, al parecer se conocían.
¿Qué hacia él adentro de una de las habitaciones? La respuesta apareció ante mis ojos. Una bastante ruborizada y desacomodada Rubí salía de la misma habitación.
Mi estómago parecía un volcán de la quemazón que sentía por pensar en lo que había ocurrido en ese lugar.
— Hel-ga — tartamudeó ella. Luego se abanico un poco con las manos. ¿No tenía vergüenza de ser tan obvia?
— Lamento interrumpir — dije sin ser sincera. Mire las fachas de ambos. Ropa más arriba de lo habitual, mejillas rojas, rastro de sudor.
—No interrumpiste nada. — me contestó Arnold, aún con esa sonrisa impresa que empezaba a molestarme. — Bajamos unas cajas del ático y las trajimos a esta habitación. Son juguetes para entretener a los perros.
¿En serio quería que crea semejante barbaridad? Ya no era una chiquilla.
Él se levantó y se acercó a mí. Posó por unos segundos su mano sobre la mía. ¡Maldición! No pude evitar estremecerme. Aún tenía poder sobre mí. La sonrisa de sus facciones no se borró, hasta pareció sonreír con la mirada.
Me quitó la correa del tal Rufo.
La escalera de repente se veía muy interesante para tirarme por allí.
— Ven. — me instó a seguirlo, mientras él llevaba al perro.
Abrió completamente la puerta. Efectivamente, ahí habia como diez cajas.
— Son pesadas. — dijo Rubí por sobre mí hombro. — Fui comprando las cosas hace dos meses, Arnold me ayudo un poco con el dinero. ¿Puedes creer que se ofreció a hospedar a una hermosa perrita junto a sus cachorritos? Hace una semana que está en la casa de huéspedes. Como no estar enamorada de alguien tan gentil.
¡Joder! La escuche soltar un suspiro de felicidad. Y de reojo pude ver que lo miro con esa mirada que yo conocía tan bien. La chica estaba hasta el tuétano.
No podía seguir presenciando aquello.
— Tengo unas cosas que hacer... Espero que no te moleste que me retiré ahora.
Rogué para que me dejara ir, más bien escapar. Mis plegarias no fueron escuchadas.
— ¿Me harías un último favor? — la muy manipuladora se puso frente a mí con esa mirada de alma en desgracia. No podía soportar.
— Bien — acepté de mala gana. Ella sonrió ganadora.
— ¿Puedes ir junto a Arnold para ayudarlo a traer los cachorritos? Me gustaría que estén presentes.
¿No podía pedirme que mate alguien? Creó que sería más fácil que pasar tiempo con mi, aún amado.
— ¿Acaso, Arnoldo es un debilucho que no puede traer una simple caja con unos cuantos cachorros? — me burle con cinismo.
— Soy capaz, Helga. Pero necesito ayuda con la madre de ellos.
— Bien. Pero me debes un gran favor — le advertí a la pelirroja. — Tener que soportar a este zopenco es más trabajo que cargar con esa bestia. — señale a Rufo.
— Oh, él es mi pequeño bebé, Helga. — ese perro era todo menos pequeño, reí ante la ironía. — Es un Golden Retriever lo encontré en el campo Gerald a los días que me mudé aquí, estaba muy desnutrido y lastimado.
—Mmm. — fue toda mi respuesta. — Por cierto, ¿quien era esa otra bestia que me encargo a tu perro sin siquiera preguntarme?
— ¿Bestia? — ella pareció pensarlo un poco — ¿Como era? ¿Pelirrojo igual que yo? — asentí — Oh, es mi medio hermano.
— ¿Tienes un hermano?
— Sí, a él también le apasiona ayudar en la misma causa, por eso ha venido. Ahora debe estar buscando las cosas para subastar. Iré a ver. — agarró la correa de Rufo, y le dio un pequeño beso a Arnold antes de ir en busca de la bestia, que según ella era su medio hermano.
—Vamos, cabeza de balón. — baje las escaleras, sentí sus pasos tras de mí.
Nos costó salir de allí adentro. Ahora estaba más lleno que hace unos minutos atrás.
Caminamos sin decir nada. Yo sintiéndome muy fuera de lugar comencé a avanzar más rápido. Cuanto antes llegue a la casa de huéspedes cuánto antes saldré de allí.
Dicho y Hecho. Por suerte no había nadie, bueno salvo por el señor Kokoshka que estaba muy entretenido con un bote de helado.
Espere a Arnold abajo, no quise subir a su habitación. Estar en ahí me traería recuerdos que inmediatamente me debilitarían la fortaleza que tuve que forzar.
El bajo enseguida con una caja y con una Chihuahua. ¡Genial! Esos dos me habían tomado el pelo.
— ¿En serio? — le pregunté mirándolo con demasiada ganas de estrangularlo, pareció no notarlo porque me sonrió encogiéndose de hombros.
— Es que Geraldine no le gusta que la lleve yo.
—¡¿Como?! ¿Le pusieron mi nombre a un perro?
— Perra — me corrigió haciéndose el gracioso. — Es un lindo nombre. Insisti para que llevará ese nombre. Fui muy insistente.
— ¿No me digas? — solté con sorna. — Recuerdame cuando vea un insecto le ponga Arnold.
— No seas cruel, Helga. Le puse Geraldine porque ella — tomo a la perra en sus brazos y dejo la caja en el suelo antes — me recuerda a ti.
— Ja.
Le arranque el animal de las manos, y salí de allí sin esperarlo.
¡Que lindo! Le recuerdo a un perro. Maravilloso, ¿que más podia pedir?
— Lo único que me faltaba. Mirar que ser comparada con un animal. ¿Acaso ando en cuatro patas, olisqueando el trasero de otros perros? —iba refunfuñando lo bastante alto para que el imbécil me escuchara.
Lo escuché soltar un par de carcajadas. Al parecer mi furia lo divertía.
— Se llama así porque ella es terca igual que tú pero, también es leal y cariñosa — mi corazón de detuvo por un microsegundo. ¿Por qué no me dejaba estar enojada con él? ¿Por qué tenía que arruinarlo todo?— Y, parece rehuir a mi presencia...
Cerré fuerte los ojos. No podía... no debía... Pero lo hice.
Me giré y lo enfrente.
— Yo no rehuyó.
— Pero si me evitas. — No lo negué—¿Por qué? Pensé que seguiríamos siendo amigos después de...
— Sí, seguimos siendo amigos, Arnold. Sólo dame tiempo para que me acostumbré.
— Lo haré. — sus ojos me lo reafirmaron.
Caí una vez más ante su pedido. Odiaba ser controlada. Más bien odiaba que este amor que hiciera tan dependiente. Mi persona imponía pero una sola palabra de Arnold bastaba para convertirme en una sumisa.
Después de eso sólo caminamos hasta que él habló.
— Gracias.
— ¿Por?
— Sin ti el sueño de Rubí no se hubiera hecho realidad. — quise negar eso pero no me lo permitió — Ayer, luego que te fuiste, me contó todo. Eres asombrosa, Helga. Jamás dejas de sorprenderme.
— Te lo dije una vez y te lo repito de nuevo, soy una persona sorprendente cabeza de balón.
Otra loca idea que se ocurrio.
Bueno, aclarare unas cosas: Arnold y Helga si fueron novios por cinco años. Los dos tienen 19 años. No me centrare en carreras o estudios en esta historia, eso me sale pesimo, sino me creen vean mi otra historia de Hey Arnold.
Más adelante dire porque terminaron.
¿Qué tal? Si me dejas un review actualizare más rapido.
