¡Hola! Este es el primer capítulo de mi nueva historia. Estoy disfrutando demasiado de escribirla y me da mucha ilusión, espero que a ustedes también les guste.
Capítulo I
El desastre
Hermione soltó un suspiro y dejó caer la cabeza sobre el escritorio. Estaba cansada, hacia semanas que no dormía adecuadamente y últimamente el trabajo en su Departamento no terminaba. Hermione Granger había sido ascendida recientemente al puesto de jefe del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, apenas un mes atrás, y desde entonces no había descansado ni un día.
Después de que terminara la guerra, Hermione había recibido un solicitud para trabajar en el Ministerio de Magia, lo cuál era una de sus más grandes aspiraciones. También se lo habían pedido a Harry y a Ronald, sus mejores amigos. Los tres habían rechazado la oferta al principio, pero Harry había cedido ante la petición directa de Kingsley Shacklebolt, el nuevo ministro de magia.
Ahora, cuatro años después de la Batalla de Hogwarts, Harry Potter era el nuevo jefe de la Oficina de Aurores y también uno de los mejores. Y Hermione, que hacia un año que trabajaba en el Ministerio, ya se había convertido en la jefa de su departamento. Tanto ella como Harry sabían de sobra que todo había sido una estrategia del Ministerio de Magia para recuperar un poco de toda la credibilidad que había perdido, pero ambos disfrutaban enormemente su trabajo.
Sin embargo, Hermione había puesto una serie de condiciones para aceptar el trabajo. Quería poder escoger el departamento para el cuál trabajaría, lo logró, y también quería que le dejaran realizar sus propios proyecto, lo que también logró y fue así como el P.E.D.D.O (Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros) se volvió una división del Ministerio de Magia.
Trabajó en ello durante meses. Pero el único resultado fue opuesto al que ella había esperado; los elfos domésticos se habían sentido realmente ofendidos con las nuevas medidas y le habían enviado notas amenazantes donde le exigían que dejara de meterse en asuntos que no le correspondían.
Con su perseverancia logró que los elfos tuvieran su propio sindicato, estuvieran registrados ante una nómina y tuvieran paga. Llegar a eso costó que el antiguo jefe saliera una tarde chillando de su oficina, alegando que "Esa bruja me va a matar, ¡me va a matar!". El último comentario que hizo al salir de esa oficina por última vez fue "¡Quiere liberar a los elfos! ¡Que lo haga ella sola, que yo me he quedado sin cabello y sin paciencia!". Después de esa tarde, ella había ganado un nuevo puesto y a una Margaret, su grosera asistente.
Pero ahora sentía que su cabeza estaba a punto de explotar. Desde hace tres semanas había estado realmente muy ocupada con el papeleo y algunas investigaciones correspondientes a la División de Bestias y a la de Seres. Todo había comenzado con pequeños ataques de dementores en diversos pueblos mágicos y también en algunos muggles. Afortunadamente en ninguno hubo muertos, ya que el Ministerio de Magia contaba con un mejor sistema de seguridad, el cual incluía cámaras de seguridad muggles adaptadas a las necesidades del mundo mágico.
Días después habían recibido la denuncia del Centro de Cuidado y Protección de Dragones en Rumania. Alguien había logrado cruzar las barreras y escudos que los dragones no podían y había robado varios huevos de dragón. Hermione sabía, desde la experiencia de la pequeña Norberto, que los huevos eran objetos muy apreciados y costosos en el mercado negro, por lo que se habían movilizado al instante. Junto con Harry se había encargado de organizar redadas de Aurores en el callejón nocturno. Pero hasta el momento no habían logrado confiscar ninguno.
—Hermione — la chica alzó el rostro y dirigió la mirada hacia la voz. Ahí se encontraba su mejor amigo, Harry, recargado contra el marco de la puerta —. Es hora de la salida, ¿qué haces aquí aún?
—Harry, ¡hola! No había visto la hora — volvió la vista hacia el reloj que tenía en la esquina de su escritorio y notó que Harry decía la verdad. Eran las ocho y media de la noche, ella había salido desde hace hora y media.
—Eso ya lo noté, Herms. ¿En dónde habías estado toda esta semana? Ginny y yo te mandamos lechuzas, pero no devolviste ninguna.
—Ogh, lo siento, Harry. Ha sido una pesadilla, los directivos del centro de dragones nos han estado pisando los talones para que recuperemos sus huevos, ¡pero hemos buscado hasta por debajo de las piedras y nada! —Hermione se levantó pesadamente de su silla y alcanzó a su amigo en la entrada de la puerta. Agitó suavemente su varita y los papeles mezclados sobre el escritorio se ordenaron para después introducirse en su maletín, el cual voló directamente hacia su mano.
—Tendrás que disculparte con ella mañana. Gin está de muy mal humor últimamente, los preparativos de la boda la tienen muy nerviosa —comentó Harry entre risas mientras tomaba a su amiga por los hombros y la dirigía hacia el ascensor. La puerta de la oficina se cerró sonoramente tras ellos.
—Podrías considerar ayudarle para que se facilite todo el trabajo, ¿sabes?
—¿Bromeas, cierto? —Harry tembló a su lado y abrió desmesuradamente los ojos — Ginny me arrancaría la cabeza si no pudiera distinguir entre blanco perla y blanco crema. Lo intenté al principio, pero después Molly me insinuó que les estorbaba.
Hermione se carcajeó mientras entraban en el ascensor: —Seguramente exageras. Ginny necesita que su futuro esposo deje de ser un cobarde y comience a participar en su propia boda.
Harry la vio intensamente durante unos segundos y después fijó los ojos en la reja del elevador que se cerraba.
— Seré fiel a la causa —afirmó mientras presionaba más el agarre cariñoso en torno a los hombros de su amiga —. Ayudaré a mi futura esposa y prometo no dejar que se convierta en el siguiente Señor Tenebroso. Últimamente se le parece demasiado cuando algo no sale como lo planea.
Hermione le dio un golpe en la cabeza por hablar tan a la ligera del hombre que había atormentado al mundo mágico hasta hace unos años. Pero Harry había dejado de temerle a Voldemort, por lo que sólo se encogió de hombros y le aseguro que Ginny sería realmente temible de ser mala. Ambos amigos hablaron plácidamente hasta que llegaron a las chimeneas de la planta baja del Ministerio. Harry iba a Grimmauld Place, pero antes de gritarlo en la Red Flu tomó a Hermione por el codo y la acercó a él.
—¿Cómo te sientes sobre lo de… tú sabes? —preguntó Harry vacilando. Se revolvió el cabello nerviosamente mientras pasaba su peso de un pie al otro.
Hermione se puso tiesa y frunció el ceño. Endureció la mirada y su amigo se estremeció, Hermione sabía cómo asustarlos. —Si te refieres a Ronald — contestó ella con tono cansado—, estoy bien. Fue una decisión entre ambos, Harry. Estamos bien.
—Ya, es sólo que… —Harry interrumpió su frase y la atrajo hacia su pecho. Hermione le devolvió el abrazo con un poco de reticencia.
—Tranquilo, Ron y yo estamos bien. Seguimos siendo amigos, ¿no? —la castaña se separó de él y le ofreció una sonrisa sincera. Harry dudó también durante un minuto, pero después imitó su gesto. —Vamos —Hermione le palmeó el hombro y ambos se separaron —, tenemos que irnos. No soportaría pasar un minuto más aquí, estoy muriendo por el sueño.
— Bien, pero mañana verás a Ginny en el almuerzo. Y vendrás después a cenar a casa. Y cierra la boca, porque ningún pretexto vale.
— Harry James Potter, ¡no te atrevas a darme órdenes! — ordenó Hermione mientras lo apuntaba acusatoriamente con el dedo índice. Harry negó divertido mientras se alejaba hacia la chimenea. Sacudió la mano para despedirse y dejó a Hermione riéndose.
La chica lo imitó y gritó su dirección en la red flu. Cuando llegó a su departamento, botó su maletín en el sofá y corrió directamente a su habitación. Se dejó caer en el colchón de espalda y cerró los ojos con fuerza, tratando de olvidar lo vacía que se sentía su cama desde hace un par de meses. Giró sobre sí misma hasta que escondió la cabeza entre las almohadas y soltó un grito. Desde que había cortado con Ronald, sus amigos la habían tratado casi con lástima; la invitaban todos los fines de semana a almorzar o a cenar, Harry siempre intentaba pasar a verla diario en el trabajo para asegurarse de que estuviera bien, Ginny le mandaba lechuzas cada tercer día y Neville ya le había mandado más de tres invitaciones para que su Club de Herbología.
Hace tres meses que había terminado su relación con Ron Weasley, uno de sus mejores amigos y su novio por tres años y diez meses. Su ruptura no había sido especialmente mala o escandalosa. Por el contrario, Hermione había llegado de trabajar por la noche y se había encontrado con Ron sentado en el sofá que habían comprado juntos. Las primeras horas estuvieron hablando de su relación y discutiendo sobre quien se había comportado peor durante todo ese lapso. Después de unos minutos, comenzaron los gritos y se mantuvieron por horas; ambos se reclamaban sobre qué Hermione pasaba mucho tiempo hundida en el trabajo o que Ronald seguía sin tener ambiciones en la vida.
A medianoche, aproximadamente, ambos se habían cansado de gritar, por lo que se sentaron juntos en la cocina y abrieron una botella de hidromiel que los señores Weasley les habían regalado en su último aniversario. Ambos lloraron en silencio por saber que su relación estaba más que arruinada y finalmente Ronald se atrevió a hablar:
— Creo que esto finalmente está pasando, ¿no? — preguntó con el rostro sonriente para después mirarla de forma apenada.
Hermione asintió con la cabeza gacha mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano: — Creo que sí, no vale la pena negarlo.
—Entonces, esto… bueno, nosotros —Ron los señaló a ambos con un gesto de duda —, ¿esto ya se terminó?
Hermione hipó y volvió a asentir con tristeza. Miró al pelirrojo e intentó sonreírle para brindarle fuerza: —Claro que sí, pero tú y yo seguimos siendo amigos.
— Por supuesto que lo somos. Después de todo, destruimos al mago más tenebrosamente feo del mundo mágico, ¿no? —preguntó mientras tomaba la mano de ella entre las suyas y dejaba un suave beso sobre los nudillos —. Esto no nos va a separar.
— No nos separará —afirmó Hermione mientras miraba a Ronald con tristeza. El pelirrojo levantó la vista y le ofreció una sonrisa brillante.
Y definitivamente eso no los había separado. Su relación no iba bien últimamente, y ambos habían pactado desde un inicio que su relación de amigos iba antes que la de pareja. Hermione había llegado a la conclusión de que su relación había comenzado por las razones erróneas. Ambos habían cedido ante la adrenalina del momento: en una batalla, sin saber si lograrían sobrevivir, después de convivir en una casa de acampar en lugares fríos e inhóspitos y con la tensión sexual en el aire desde el sexto año.
Y para ambos la ruptura había sido un alivio. Después de decidir que terminarían con eso, se dieron la oportunidad de dormir juntos por última vez. Sin embargo, Hermione no había logrado dormir en toda la noche. Sentía los brazos de Ron rodeando su cintura y descansando suavemente sobre su estómago. Su respiración se esparcía por su nuca y entre sus cabellos, pero ya no la hacía estremecerse como antes. No se sentía bien tener a Ron así, era como tener a Harry en ese aspecto de la intimidad, y francamente eso sí la hacía estremecerse de terror.
Después de la ruptura, había tenido que enfrentarse a la temporada navideña llena de incertidumbre. No podía ir con los Weasley, porque Ronald evidentemente estaría ahí. Y sus padres no sabían que estaría sola en Navidad, por lo que ambos se irían a esquiar en Aspen. Así que Hermione había pasado los días en la Madriguera, pero huía constantemente cuando Ron entraba en el salón, o cuándo se aparecía para comer en la cocina o simplemente cuando existía cerca de ella. Lo superaron después de unos meses, ahora ambos volvían a ser los mismos amigos de antes. Ron había retomado su relación con Lavender, pero apenas una semana atrás había vuelto a huir despavorido de ella.
Sin embargo, Hermione había sido incapaz de volver a establecerse en una relación nueva, aún no estaba preparada para dejar entrar a alguien más en su vida. Con un suspiro de cansancio, giró sobre su espalda y miro el techo. Durante todos estos meses se había centrado incansablemente en su trabajo, por lo que se volvió casi su única actividad diaria, aparte de comer o dormir. Había dejado de salir con sus amigos de manera continua, y no por Ron como quería hacerle creer Ginny, sino porque repentinamente todo el mundo mágico había decidido dar más problemas de los comunes.
Con un suspiro aún más hondo que el anterior, se descalzó a patadas y se deshizo de su túnica, quedando solamente en su ropa muggles. Cerró los ojos para intentar dormir, pero una vez más el trabajo se lo impedía. Su mente trabajaba en posibles teorías que explicaran los recientes acontecimientos en el mundo mágico, pero por más que lo intentaba, jamás conseguía una explicación que embonara perfectamente con todos los factores. Se masajeo las sienes y estiró la mano hasta alcanzar los frascos que había en la mesa de lectura junto a su cama, tomó uno que contenía una poción morada y le quitó el corcho con torpeza. Bebió el contenido de una y después botó el frasco a un rincón de su habitación alfombrada. La poción para dormir sin soñar hizo efecto al instante, por lo que después de unos cuantos minutos, Hermione estaba totalmente dormida.
Se removió incómoda cuando la luz del sol que se colaba por sus cortinas de encaje le dio de pleno en la cara. Se volteó sobre su espalda mientras soltaba una cadena de quejidos sobre levantarse y sobre el estúpido sol. Se estiró mientras bostezaba y después volvió la mirada hacia la mesa en donde estaba su reloj despertador.
— ¡Mierda! —gimió mientras se levantaba rápidamente. Se quedó sentada durante unos minutos más por el mareo que le había seguido a su arrebato, pero se levantó de la cama después de que se pasó su atontamiento. Corrió directamente hacia su baño para abrir la llave de la ducha al par que se quitaba la ropa y tomaba su cepillo de dientes para poder lavarse. Brincó sobre un pie mientras intentaba sacar la otra pierna del pantalón y seguir midiendo la temperatura del agua.
Tropezó un par de veces, pero al final había terminado de alistarse para salir pitando directamente al ministerio. Su cabello, que solía arreglar con la nueva ultra fórmula de Poción súper fuerte para cabellos extra rebeldes (probado directamente en el cabello de nuestra salvadora, Hermione Granger), pero ya iba con quince minutos de retraso, por lo que pasó de utilizarla. Tomó su maletín, vacío desordenadamente unas croquetas en el plato de Crookshanks y corrió hacia la chimenea mientras gritaba que se dirigía al Ministerio. Ese había sido otro de los requerimientos que había solicitado Hermione, que su chimenea que enlazara directamente con las del Ministerio de Magia.
Al llegar, se alisó la falda e intentó controlar su cabello, pero se dio por vencida casi al instante, por lo que lo sostuvo en una coleta alta mientras suspiraba. Ese día había seleccionado un traje sastre que Madame Malkin había insistido en hacerle a la medida, por lo que entallaba cada una de sus curvas. Las primeras veces que lo había utilizado se había sentido incómoda, ya que todos en el ministerio habían desviado la mirada por su figura. Incluso su propio amigo, Harry, lo había hecho hasta que Hermione le había dado un golpe en el brazo para que ni lo siguiera intentando. Pero ahora se sentía más que cómoda con él, había descubierto las ventajas que brindaba no vestir ropa que no se ajustara a su cuerpo.
Tomó el ascensor para poder llegar más rápido a su oficina, pero aun así ya estaba resignada a llegar tarde. Desde que la habían nombrado jefa, muchos de sus compañeros de trabajo le habían comentado que la envidiaban porque ella sí podía llegar tarde y nadie le daría una reprimenda. Sin embargo, Hermione seguía siendo igual de recta con las reglas insignificantes, por lo que siempre llegaba a la hora exacta al trabajo. Es por eso que estaba totalmente enojada por llevar veinte minutos de retraso. Veintiuno, veintidós, veintitrés… El ascensor se había quedado parado en el tercer piso. Su poca paciencia se estaba terminando y el exceso de gente en tan reducido espacio no hacía más que exasperarla. Tamborileo con el pie y casi grita de alegría cuando el ascensor continuó con su trayecto. Al llegar, empujó a la gente para poder pasar rápidamente y corrió hacia su oficina.
— Veinticinco minutos retrasada, señorita Granger —comentó su vieja secretaria, Margaret, en cuanto ella cruzó la puerta.
Como única respuesta, Hermione rodó los ojos y se acercó hasta su escritorio para poder firmar la hora de su entrada en el registro.
—Por cierto —comentó Margaret con tono ácido—, hay un tal "señor Weasley" esperándola en su oficina. Pero claro, usted lo sabría si hubiera llegado a tiempo —terminó con una sonrisa que Hermione tenía ganas de borrarle de un golpe en todo el rostro.
Hermione tensó el rostro y su espalda se puso rígida. Desde hace unos días Ron había comenzado a mandar cartas para poder quedar con ella para almorzar o algo parecido, pero Hermione las había ignorado. Temía que hubiera venido a buscarla por sí mismo. Caminó decididamente hasta su puerta, tomó un par de respiraciones hondas para liberarse de la tensión que yacía en sus hombros y estiró la mano temblorosa hasta que logró rozar la punta de sus dedos contra el frío metal. Soltó un suspiro más mientras veía su mano abarcar la perilla y después girarla parsimoniosamente. Volvió el rostro para echarle un vistazo a Margaret, que la observaba con una ceja en alto, y contó hasta tres en un susurro mientras entraba violentamente a su oficina.
—¡Hermione, pensé que nunca llegarías! — comentó el "señor Weasley" con una sonrisa.
Hermione, desorientada por no encontrarlo en la silla frente a su escritorio, giró para poder seguir la voz y se encontró con Charlie Weasley recargado en un rincón de su oficina, justo al lado del foccus que le había regalado su hermano menor hace un par de meses.
— ¡Charlie! —Hermione recuperó el color en su rostro y se colocó la mano contra el pecho mientras intentaba regular su respiración —, ¿hay algo con lo que pueda ayudarle, señor Weasley? —preguntó con sorna mientras caminaba hasta su escritorio y dejaba el maletín a un lado.
—Lamento decirte que sí hay algo en que puedes ayudarme —comentó el pelirrojo mientras recorría la silla frente a la de Hermione y tomaba asiento a la par que ella —. Como ya sabrás, porque sé que eres tú quien ha estado llevando nuestro caso, los robos dentro del Centro de Cuidado han ido aumentando exponencialmente durante estas semanas.
Hermione asintió mientras se apuntaba a su maletín para poder extraer los papeles del archivo que le interesaba a Charlie. El hombre frente a ella se veía decidido a irse hasta obtener una solución y Hermione quería aprovechar el máximo la oportunidad de que él estuviera ahí, así ambos serían capaces de llegar a un acuerdo.
—Sin embargo, la situación últimamente ha empeorado. Hemos aumentado las medidas de seguridad. Pero la noche antepasada volvieron a colarse a través de ella y tomaron otros huevos. Cambiamos las incubadoras a otro espacio, pero dos de mis colegas quedaron heridos por quien quiera que logro entrar. Hermione, sabes tan bien como yo que esto no es cualquier cosa. Los huevos de dragón se venden a precios exorbitantes dentro del mercado negro y muchos también se pueden utilizar en pociones muy relacionadas con la magia oscura.
Hermione asintió con derrota mientras intentaba pensar en una solución que ayudara a que el problema no aumentara. —Bueno, pues por lo pronto lo más que puedo ofrecerte es protección de los aurores alrededor del centro para evitar futuros robos. Y yo misma dentro de unos días iré a inspeccionar el lugar para poder estudiar cualquier rastro de magia invasiva.
— ¡Brillante! —le contestó Charlie con una sonrisa deslumbrante — Estoy seguro de que el lugar te encantará. Los dragones son unas criaturas estupendas, las más nobles de todas —comentó con entusiasmo.
Hermione le sonrió en respuesta mientras cuestionaba el concepto de Charlie sobre lo estupendo o lo noble, porque ella recordaba al dragón de Gringotts y ese no había sido para nada como los dragones de los que el pelirrojo hablaba. —Estoy segura de que lo son.
Charlie soltó una carcajada y después conversaron brevemente sobre cómo iban llevando su vida. Hermione le contó sobre su corta experiencia como jefa de departamento y lo complicado que era mantener el orden dentro del mundo de las criaturas mágicas. Charlie le contó cómo su madre se había deshecho de su cabello largo la noche después de Navidad, aún intentaba hacerlo crecer desde entonces. Cuando el pelirrojo se despidió, Hermione lo acompañó hasta la puerta mientras le agradecía su visita, pero Charlie la atrajo en un fuerte abrazo antes de que ella pudiera darse cuenta.
—Te espero en unos días en Rumanía, Herms —dijo cuando la soltó. Hermione sólo le ofreció una suave sonrisa como respuesta. Una sensación de calidez la inundó cuando Charlie abandonó la habitación. Estaba feliz porque no le había hecho todo un cuestionario sobre cómo llevaba la ruptura con Ronald, aparte de que ahora sabía que seguía teniendo el cariño de los Weasley.
El resto de la mañana pasó igual de atareada como las demás hasta que sintió que escuchó que su móvil sonaba dentro del maletín. Se estiró lo que pudo para alcanzarlo, ya que seguía a un costado del escritorio, y lo contestó apenas pudo tomarlo de dentro.
— ¿HOLA? ¿HERMIONE, ME ESCUCHAS? —preguntó Ginny entre gritos en cuanto Hermione contestó.
—Ginny, hola, sí te escucho —dijo en respuesta mientras reía entre dientes —. Por favor, habla más bajo.
—PERO ESTÁS MUY LEJOS DE MÍ, YO ESTOY EN LA MADRIGUERA —volvió a gritar su amiga, por lo que se ganó otra carcajada de la castaña — ¿TE ESTÁS RIENDO OTRA VEZ DE MÍ, HERMIONE JEAN?
Hermione lo negó mientras otro ataque de risa la dejaba inhabilitada para hablar. Después de unos jadeos para ayudarse a respirar, Hermione bajo intensidad de su risa y se sobó el vientre —Ginny, creo que tengo que volver a explicarte el funcionamiento de los aparatos muggles —comentó y después recordó lo que le había dicho Harry la noche anterior—. ¿Quieres que hoy almorcemos? Faltan quince minutos para que sea mi hora de comida.
—¡Sí, me encantaría salir por fin con la hermosa Hermione Granger, nuestra salvadora, después de mil años que no la veo! —la pelirroja había obedecido a Hermione y bajó el volumen, pero aún seguía lo suficientemente alto como para que Hermione se alejara el móvil del oído.
—Oh, Ginny, en serio lo lamento mucho. Pero te contaré porque no he podido verte dentro de unos minutos. Llega puntual, te veo en el Formaggio stregato.
—¡Oh, no! ¿otra vez comeremos esos asquerosos caracoles? —preguntó Ginny apesumbrada.
—No, este es italiano.
—De acuerdo, porque esas cosas eran asquerosas y puedo jurar que seguían vivas —Hermione supo que su amiga se había estremecido al recordar aquella cena en el elegantísimo, y carísimo, restaurante francés que habían organizado para el cumpleaños de Hermione el año anterior.
—Descuida, aquí no tienen nada vivo —contestó intentando ocultar la risa.
—Mas te vale que no —la amenazó su amiga desde el otro lado de la línea —. Iré a apresurarme antes de que mamá me asigne otra tarea. Hoy decidieron que querían deshacerse de las pixies que han estado molestando al boggart del armario. Muero por mudarme con Harry pronto. ¡HASTA UNOS MINUTOS!
Su amiga colgó el teléfono y Hermione se deslizó agotada por el respaldo de su silla. Tenía una pila de papeles de mil casos frente a su escritorio, pero también necesitaba un descanso. Desde que el Lord-tengo-que-dejar-un-desastre-donde-sea había unido lazos con algunas criaturas mágicas, todo se había vuelto un desastre. Ahora tenían que volver a reformular las leyes de regulación para cada sección de criaturas y también debían hablar con los líderes y demás cosas. Sin embargo, sólo habían logrado hablar con un par de vampiros y con un grupo pequeño de gigantes, ambos intentos sin mucho éxito.
Sacudió la cabeza mientras se levantaba de su asiento y se arreglaba el traje. Caminó hasta el pequeño sanitario de su oficina e intentó solucionar el nido en su cabello, pero se rindió en cuanto notó que eso no iba a pasar, por lo menos no ahora. Caminó en círculos hasta que llegó la hora y tomó su gabardina del perchero. Guardó los papeles que estaban revueltos en su escritorio.
— ¡Hermione! — Gritó su amiga en cuanto se apareció en el restaurante y la estrechó fuertemente entre sus brazos.
—Ginny… — Hermione intento respirar, pero la pelirroja se lo impedía con su agarre. Cuando lo notó, la soltó, pero mantuvo sus manos en torno a sus hombros.
— ¡Hace mil años que no sé nada de ti! —Ginny frunció el ceño, pero al segundo volvió a sonreír ampliamente —. Te he extrañado, imbécil. No vuelvas a desaparecer de esa manera.
—Oh, por Merlín, creo que tendré que buscar nuevas maneras para desaparecer — respondió Hermione con saña mientras caminaba hacia una mesa libre.
—No me hagas lanzarte un mocomurcielago, Granger.
—No me atrevería —contestó entre risas mientras tomaba asiento e invitaba a su amiga a ocupar la silla de delante —. Yo también te he extrañado, Ginny. Pero últimamente el trabajo me absorbe más de lo común.
—Entiendo —asintió la pelirroja mientras sonreía conciliadoramente y estiraba la mano para estrujar con suavidad la mano de Hermione —. Estoy realmente feliz de que sea por eso y no por mi hermano.
Hermione se envaro, pero intentó que la sorpresa no se reflejara en su rostro: —Ronald ya no puede influir en mi vida.
Ginny asintió con calma nuevamente, pero decidió que sería mejor cambiar de tema, por lo que comenzó su perorata sobre la boda y los preparativos.
— ¿Puedes creer que… —la pelirroja tomó el primer bocado de la pasta que el mesero acababa de servirle— que Harry cree que puede ayudarme? Lo amo y todo, pero no puede ser más torpe para este tipo de cosas.
—Lo conocemos, Gin. Harry y la decoración nunca fue algo que pudiera ir junto.
—Lo sé, pero ha insistido en ayudarme. Así ya no me siento mal por seleccionar los centros de mesas caros, le hice creer que había sido su idea. Supongo que a último momento los cambiaré y dejare de lado las cosas que cuestan una fortuna, pero mientras me estoy divirtiendo.
—Harry tenía razón; eres malvada, Ginevra Weasley.
Ginny echó la cabeza hacia atrás mientras sus hombros se estremecían por la enorme carcajada que estaba soltando. Hermione sintió como el calor en su pecho de iba extendiendo por sus hombros hasta llegar al estómago. Volver a ver a Charlie la había hecho sentir feliz, pero volver a encontrarse con su amiga la había hecho inmensamente feliz.
—Hace unas horas estuvo Charlie en mí oficina —comentó Hermione mientras asentía con una sonrisa hacia la camarera que les acababa de entregar la carta —. Su cabello sigue sin crecer. Cuando se entere de que fuiste tú quien le desvelo ese secreto a Molly, va a matarte.
— ¡Merlin! ¿Harry te lo contó? Ese hombre no puede mantener en secreto absolutamente nada, te lo juro.
—No fue Harry. Fuiste tú, en Navidad, mientras te convulsionabas por la risa al ver como Charlie, el pobre pobre Charlie, intentaba hacer crecer su cabello nuevamente.
Ginny se encogió de hombros a la par que disimulaba la risa. —Fue el mejor día de mi vida —recordó con una sonrisa —, además, tú fuiste quién me lo mostró en primera instancia.
—Bajo coacción. Recuerdo perfectamente que me acorralaste y amenazaste con no darme puré navideño.
—Sabes mucho para tu propio bien —comentó su amiga entre risas—. En fin, ¿qué quería mi hermano?, ¿volvió a regalarte otra réplica de un dragón?
—Para nada — murmuró mientras volvía el rostro y ordenaba su comida— ¿Vas a querer fetuccini Alfredo otra vez? Pensé que podrías pedir la marinara y yo los canelones y combinarlos.
—Me gusta como piensas —asintió Ginny y después se los pidió al camarero.
—En seguida les traigo sus platillos, señoritas —dijo el mesero con una sonrisa y se alejó rápidamente.
—¿Entonces… —Ginny volvió a verla con una media sonrisa —, que es lo que deseaba mi hermano contigo? ¿Acaso sigues empeñada en permanecer con la familia Weasley?
—¡Que tonterías dices, Ginny! —refunfuño Hermione mientas le lanzaba una mirada de advertencia a su amiga —. Vino por un caso realmente confidencial, pero supongo que no es ningún secreto que a veces puede desaparecer cosas de su Centro de Cuidado.
—Bromeas?, ¿qué fue lo que le robaron ahora?
Hermione negó enérgicamente con la cabeza y después se acercó aún más a su amiga: —Jamás hable sobre un robo en el Centro de Cuidado. Sin embargo, no es un misterio que ciertos… objetos, que se mantienen bajo cuidado ahí, pueden desaparecer y venderse en el mercado negro.
—¿Hablas de los huevos? —Ginny se encogió de hombros ante la mirada incrédula de Hermione— Harry me contó sobre Norberto.
—Norberta. Y el Ministerio no puede utilizar esto en mi contra porque tú misma lo has captado —comentó malhumoradamente mientras se reclinaba de nuevo en el respaldo de su silla y sus facciones se volvían serias nuevamente —. Ya es el cuarto robo y cada vez me preocupa más. Se supone que la nueva reglamentación de control de bestias prohíbe el comercio con criaturas no autorizadas por el Ministerio para su respectiva venta. Y los dragones, obviamente, están fuera del límite establecido. Caerá sobre mí, Gin. Si encuentran el… producto en venta, irán directo en contra mía y se cuestionarán mi efectividad. Llevo muy poco en el cargo y yo…
—Hey, calma —respondió y su amiga mientras estiraba las manos y deshacía el agarre de Hermione sobre el mantel blanco que hasta hace unos segundos había estado perfectamente alisado —. Hermione, nada caerá en tu contra. Tú no le diste permiso a los ladrones para que entraran y tomaran todo eso, tampoco les dijiste que contrabandearan con ellos. Estás haciendo un excelente trabajo y Kingsley sabe eso.
—Es sólo que… ¿Para qué tantos huevos? Es difícil contrabandear con ellos, además de que es lento y obviamente saben que los estamos buscando. Se están arriesgando sólo por unos miles de galeones que no les ayudarían ni a pagar la mitad de su fianza en Azkaban.
—No lo sé. A fin de cuentas, si se trata de ladrones, tampoco hablamos de las personas más competentes que existan. Es estúpido, casi tanto como querer robar Gringotts.
—Nosotros robamos Gring…
—Ustedes, amiga, no robaron —la contradijo mientras la señalaba con el dedo índice —. Kingsley le llamó un "acto de valentía terriblemente estúpido y terriblemente necesario". Quitando la parte de lo ilegal y estúpido, fue genial.
Hermione soltó una carcajada y continuó charlando plácidamente con su amiga hasta que notó que su hora de almuerzo estaba llegando a su fin. Terminó de comer los últimos bocados de su pasta y se despidió rápidamente de su amiga, para después salir corriendo hasta una zona segura para poder aparecerse cerca del Ministerio.
El resto de la tarde había pasado como un borrón vertiginoso. Se había mantenido en la oficina para poder terminar con su trabajo pendiente, ya que planeaba presentarse en el Centro de Cuidado de Dragones el viernes por la mañana. Quería terminar lo más pronto posible, lo último que se lo podía antojar en ese momento es que sus superiores comenzaran a dudar sobre su capacidad o eficiencia como líder de todo un departamento.
Se sobresaltó al escuchar el golpeteó en su puerta, aunque sabía que era Harry. Alzó la vista de los papeles frente a ella y enfocó su mirada en el muchacho bajo el marco de la puerta. Notó que, al igual que ella, él también estaba cansado y con el rostro invadido con las ojeras.
— ¿Noche loca? — preguntó Hermione mientras erguía la espalda y reacomodaba su cabello completamente desordenado después de que pasara sus dedos entre él varias veces.
— No sabes cuánto — contestó mientras se internaba en la oficina de su amiga y tomaba asiento frente a ella—. Kingsley mandó un patronus anoche. Hubo otro ataque a muggles anoche, cerca de donde sucedió el anterior. Llegamos y detectamos magia oscura; sin embargo, cuando empleamos los hechizos de identificación, no obtuvimos resultados satisfactorios. Jamás había sucedido esto, Hermione. Estos hechizos suelen identificar el noventa y siete por ciento de los hechizos registrados, y de los que somos conscientes que no reconoce son aquellos sumamente antiguos — Harry soltó un suspiro y se desparramo por el asiento.
— No lo sé, Harry. Quizás fueron mal ejecutados, o tal vez tus compañeros no supieron identificarlos adecuadamente…
— Ya pensé en esas posibilidades, Herms, en esas y en otros miles más, pero es imposible. Yo mismo los realicé, incluso el propio Kingsley lo hizo. Fue imposible. Es sólo que… es tan extraño. Entendí los primeros años con todos esos ataques de mortífagos y gente inconforme con la nueva organización de la sociedad mágica. Pero esto, con todas estas criaturas por ahí y la cosa tan rara de los huevos…
— Lo sé — murmuró Hermione mientras se dejaba caer contra el asiento de su silla —. Sobre eso, quería comentarte que necesitare un translador. Iré a Rumania para poder supervisar las medidas de seguridad y las condiciones en las que se encuentra el Centro de Cuidado de Charlie. Que hayan rastreado esos huevos aquí en Inglaterra aumentó el desastre solamente — comentó mientras su voz se iba derritiendo por el cansancio —. Me hubiera gustado que el Ministerio de Magia Rumano fuera el único con ese problema.
Harry soltó una carcajada que pronto contagió Hermione. Ambos se tambalearon con fuerza hasta que sintieron que se les terminaba el aire en los pulmones. Se observaron mientras sus carcajadas cambiaban a risas entrecortadas. El cabello de Harry se había alborotado mucho más, mientras que Hermione se había sonrojado escandalosamente. La mirada de Harry centelleó por un momento y después sus labios se estiraron en una sonrisa dulce.
—¿Por qué no nos quedamos en ese bosque donde habías pasado las vacaciones con tu familia?
—Porque —comenzó Hermione mientras dejaba su asiento y tomaba su maletín, al cual volaron todos los papeles de su escritorio— no había duchas ahí y tú, Harry "El Elegido" Potter, apestabas a adolescente hormonal.
—Era una excelente compañía —contestó con una mueca de ofensa fingida—. Además, tú no olías exactamente a rosas, ¿sabes? — se burló mientras tomaba la mano que su amiga le tendía.
—Esos son tus celos hablando, Potter— contestó ella mientras ambos salían de su oficina. Con un leve movimiento de varita cerró la puerta del lugar y ambos se dirigieron hacia las chimeneas del Ministerio.
Draco se removió incómodo ante el gran portón de lo que hace unos años atrás había sido una magnífica mansión, pero que ahora solo era una estructura descuidada. En los últimos días había mantenido una reñida discusión con su madre, pues ella había pasado día y noche intentando convencerlo para que regresara a casa a ver a su padre, ya que él se encontraba enfermo y Narcissa temía que no le quedara suficiente tiempo.
Su madre había logrado su cometido después de acosarlo por más de dos semanas consecutivas. Draco sabía sobre la enfermedad de su padre, a final de cuentas era él quien le pagaba los tratamientos y las pruebas que los sanadores le aplicaban, por lo que estaba consciente de la gravedad de su enfermedad.
Sin embargo, conforme más se acercaba al portón principal de la mansión, Draco más podía notar que le era imposible sentir pena o empatía por él. Desde que la guerra había terminado, él había deshumanizado tan profundamente a su padre que no podía más que verlo como un monstruo, pues al hacer un recuento de todas sus acciones, era la única conclusión a la que él podía llegar era que Lucius Malfoy era un monstruo, y no había razón para que él cambiara ese concepto. A pesar de todos los intentos de su madre para que él lograra perdonar a su padre.
Sin embargo, Lucius no necesitaba ni necesitaría el perdón de su primogénito, ni siquiera el del bendito Merlin. A estas alturas de su enfermedad, no le importaba nada, ni él mismo. Ya no podía caminar, ya no podía moverse, ya no podía ni siquiera tocar a su esposa. O darle un abrazo a su hijo, aunque eso tampoco era su prioridad. Se sentía asqueado de él mismo, y el momento más humillante del día era cuando el elfo le daba de comer, porque el muy estúpido siempre terminaba por derramar mitad de la sopa sobre su ropa. Justo estaba por gritarle al elfo que lo limpiara por tercera vez en esa hora cuando Narcissa entro al comedor con su hijo de la mano.
—Lucius, querido, mira quién ha venido a visitarnos después de tanto tiempo — dijo Narcissa mientras rodeaba a su hijo por la cintura y lo ponía frente a ella para que su padre lo pudiera ver bien.
—Narcissa, amada mía, ver es lo único que mi enfermo cuerpo puede hacer aún, no agotes tus palabras pidiéndomelo —soltó Lucius con saña mientras volvía la mirada desinteresadamente hacia su comida.
Draco rodó los ojos, casi se había olvidado del ambiente tan tóxico que siempre había inundado su hogar. Tan tóxico que lentamente las náuseas y los mareos que había sentido antes de anunciar su llegada estaban aumentando. Su madre, al verlo, le pegó un codazo en las costillas y le susurró que saludase a su padre.
—Padre —murmuró entre dientes mientras dirigía la vista al suelo.
—Draco. Vamos, siéntense a la mesa y acompáñenme a disfrutar de este festín.
—Por Merlin, Lucius, ¿habrá algún día en el que podamos sentarnos a la mesa sin que utilices tú maldito sarcasmo? —gruño Narcissa mientras le indicaba a Draco que tomará asiento en la silla junto a su padre.
—Si, cuando me muera. No es que falte mucho para eso.
Draco resopló y apartó la mirada lo más que pudo de sus padres. Su más grande error, pensó para sí, era que había tenido la leve esperanza de que su padre cambiara al ser consciente de que estaba próximo a morir. Pero aparentemente, eso solamente había aumentado la rabia y prepotencia de su padre.
— Así que, Draco, ¿cómo ha ido últimamente el negocio? —cuestionó su padre después de sacudir la mano para despedir al elfo.
—No es mi negocio, trabajo con el ministerio.
—Eso es un gran negocio, Draco. Uno muy bueno para que te vuelvas a posicionar en la sociedad.
—Por amor a Merlín, Lucius, te he dicho demasiadas veces que estos temas no se deben mencionar. Sabes que no es un tema que se deba de tratar y mucho menos en este momento. Después Draco tarda meses en volver y nunca lo hace de buena manera.
—Lo dices como si no tuviera un buen motivo para actuar como lo hago, madre.
—Draco, no es justificable, bajo ningún concepto, que dejes de lado a tu familia.
—Madre, sabes que no es así… — murmuró Draco mientras crispaba las manos, intentando mantener la situación bajo control.
—Por supuesto que no es así, Narcissa. Sabes muy bien que nuestro querido Draco jamás no visita porque se asquea de pertenecer a esta familia desde que el maldito Potter ganó — siseó su padre entre dientes mientras miraba de reojo a su hijo.
Draco comenzó a contar hasta el cien en latín, francés, italiano, rumano y todos los idiomas que podía recordar con tal de no lanzarle un hechizo a su maltrecho padre. Había dejado de escucharlo, solamente lo percibía como un molesto zumbido de fondo acompañado por los gestos de desagrado de su madre. De pequeño, siempre había pensado en sus padres como figuras inquebrantables, nada lograba afectarlos, siempre con el rictus intacto, congruentes con la educación de las familias sangre pura. Sin embargo, durante la crisis de durante y después de la guerra, esa imagen se había ido desgastando hasta que había resultado en la imagen de una familia disfuncional.
—Como te decía, Draco —continúo su padre —, es una gran oportunidad para ti. Deberías dejar de trabajar con esas horribles y repugnantes criaturas y desempeñarte en un papel más importante en el ministerio.
—Solo son dragones, padre. Y me siento identificado —comentó Draco con monotonía.
—Draco, querido, la broma de tu nombre ya está muy usado. Te lo repito, te llamamos así por la tradición de mi familia, no por una estúpida criatura.
—No te diré que son los más inteligentes — comentó Draco mientras intentaba terminar lo más rápido posible, pero de manera elegante el plato que tenía frente a él — pero tampoco son estúpidos. Es un buen trabajo, de él comen, y me mantiene alejado de todos los problemas. Por mí está bien.
—A todo esto, podríamos comer mejor, extraño las comidas de antes. Ya sabes, cuando yo me encargaba de mantener a esta familia, ustedes recibían los mejores festines a diario.
—¿Eso fue antes o después de que tu Señor Tenebroso se adueñara de nuestro hogar, padre? Porque no lo puedo recordar — preguntó Draco con voz cortante mientras volteaba a ver a Lucius con el ceño fruncido.
—¡Draco, Lucius! Ya basta, ni un solo almuerzo podemos tener en paz. De poder hacerlo, ya les habría lanzado a los dos un desmaius.
—Lo más cercano que tenemos a hacer magia es abrir puertas y encender lamparas, Narcissa. Deja de recordar los viejos tiempos, que no hacen más que estresarte, querida.
Draco resopló y continúo comiendo, rogando por terminar pronto y poder salir de ahí lo más rápido posible. En cuanto termino lo que los elfos le habían servido, se despidió con un seco "hasta luego" y se retiró rápidamente, casi corriendo.
Se apareció en su oficina. Dejo la túnica y la varita de lado y se puso a caminar a lo largo y ancho de la habitación. Tenía ganas de gritar, de lanzarle maleficios a todo lo que se moviera y reventarle la mandíbula a su padre de un golpe, pero siempre terminaba en la misma posición, solo y enojado en su habitación, tragándose toda la ira.
—¿Fuiste con tus padres, cierto? Lo puedo notar en tu mirada y en la trinchera que acabas de hacer en tu oficina —comentó una chica que se asomaba vivazmente por detrás de la puerta de la oficina de Draco.
—Pasa, Ann.
—No, muchas gracias. Dicen que uno no debe estar a menos de cinco metros de una bestia furibunda.
Draco rodó los ojos y se dirigió a la puerta para terminar de abrirla e invitar a Ann a pasar. Ella accedió con una breve risa y se dejó caer sobre uno de los sofás del lugar: —Así que, dime, ¿qué fue lo que pasó ahora?
—Mi padre es un imbécil y también lo es mi madre por soportarlo.
—Quizás no deberías hablar así de tu…
—¡Por supuesto que debo! Por Merlín, que eso no es nada a comparación de cómo me siento realmente. No sé porque me comprometí a ser parte una vez a la semana de esa patética excusa de familia, pero no creo poder continuar así.
—¿Por qué no les dices como te sientes, Draco? —preguntó Ann mientras tomaba la mano del rubio para que él tomara asiento junto a ella.
—Lo he hecho durante más de veintitantos años, Ann. Pero todo lo que les digo, absolutamente todo, es descartado. Y que los jodan, que se soporten entre ellos, les volveré a mandar los galeones a través de un elfo.
—Dudo mucho que sea la opción adecuada, Draco —murmuró Ann mientras él dejaba caer su torso y ella se acurrucaba en su pecho poniendo las piernas sobre el regazo del chico —. Tú sabes, tu padre está muy cerca de la muerte, quizás quieras estar en sus últimos momentos.
Draco soltó una carcajada en la que Ann notó tintes de ironía y tristeza, como un payaso triste y enojado, pero la mayoría del tiempo así se imaginaba a Draco. La muchacha únicamente se arrebujó contra él y puso una mano sobre su pecho.
—Dudo que mi padre quiera verme hasta el último minuto de su vida, el único motivo por el cual no me echa de su mansión es porque mi madre se lo prohíbe, pero gran favor que me hace. Ni siquiera entiendo porque sigue con ese imbécil y me obliga a mí a acompañarla en su martirio.
—Quizás la costumbre —contestó Ann mientras hacía círculos por el torso de Draco —, a veces, después de mantener tantos años a alguien en tu vida, es difícil y doloroso separarse.
—Pensé que la prepotencia y su constante egolatría le ayudaría a dar ese paso más fácilmente, pero aparentemente he estado equivocado en todo lo que he hecho en mi vida —contestó Draco mientras recorría el brazo de Ann hasta tomar su mano y separarla de su cuerpo —. Ann, sabes que… sabes que yo no, que yo no estoy dispuesto a ofrecerte más, ¿verdad? ¿lo sabes?
—Mmm —murmuró ella mientras enterraba su nariz en el cuello del rubio —, sí, sí lo sé, pero yo dije que cambiaría eso.
—No, Ann, por favor. Eso no va a cambiar, yo no quiero hacerlo. Deja de hacerte esto…
Ann estaba por contestarle cuando la puerta de la oficina se volvió a abrir y un pelirrojo entró por ella: — ¿Interrumpo algo? —preguntó Charlie Weasley, mientras tomaba asiento frente a sus compañeros y los miraba con una ceja en alto.
Ann tomó compostura y se alejó de Draco rápidamente mientras se sonrojaba. Draco desvío la mirada e intentó peinarse bajo la mirada inquisitiva del pelirrojo. Desde hace más de dos años que era su jefe y en todo ese tiempo lo había encontrado a él junto con Ann en situaciones muy embarazosas, hasta que recientemente les había dicho que, si tenía que volver a ver el trasero desnudo de alguno de ellos dos, los reportaría a ambos con el Ministerio.
El Ministerio no tenía mucha tolerancia en cuanto a esa clase de asuntos, y Draco estaba consciente de que al encargado de su Departamento no le temblaría el pulso si tenía razones para despedirlo. Por lo que había prometido a Charlie que no volvería a encontrarlo en esa situación. Sin embargo, Ann no se sentía amenazada por su jefe o por el Ministerio.
—Hoy hablé con la encargada del Departamento de Regulación y Cuidado, vendrá dentro de unos días a revisar las medidas de seguridad y reaplicar algunos escudos protectores. Le comenté sobre los robos, espero que esto se solucione rápidamente.
—Espero que así sea, porque no han demostrado más que ser unos inútiles y después tacharnos a nosotros de imbéciles por no hacer lo que es su trabajo —contestó Draco con fastidio.
—No, ella es muy capaz. Estoy seguro de que nos apoyará —contestó Charlie mientras comenzaba a retirarse —. Que, por cierto, tendrás tú que ir por ella, Malfoy.
—¿Por qué no va Román? Es lo único que ese imbécil puede hacer sin complicar más las cosas.
—Román se volvió a accidentar, está en la enfermería curándose de unas cuantas quemaduras. La verás mañana, se aparecerá por translador.
—Bien —murmuró entre dientes —, ¿y quién es?
—Granger, la amiga de mi hermano. Estará ahí para las cinco, llega a tiempo y tráela a salvo.
El rostro de Draco había palidecido y no había terminado de escuchar las instrucciones de Charlie porque había todo un caos en su mente. No había visto a Granger desde hace cuatro años cuando declararon a favor de su familia. Y aún no sabía cómo mirar a la persona que lo había salvado de Azkaban a pesar de lo hijo de puta que había sido con ella desde que se habían conocido.
—Ese idiota bromaba con lo de Román, ¿verdad? ¿no tengo que ir yo por Granger, cierto? —preguntó con preocupación mal disfrazada.
Ann asintió: —Vi a Román en la mañana, realmente estaba lastimado. ¿Cuál es el problema? ¿conoces a la heroína del Trio Dorado?
—¿Qué? No, por supuesto que no — Draco se levantó del sofá rápidamente con el rostro descompuesto —. Sólo he escuchado que esa desgraciada es muy mandona —murmuró entre dientes mientras se escabullía dentro de su habitación.
