Personajes humanos, Francis para Francia y Arthur para Inglaterra.

Hetalia ©Hidez Himaruya.

B l a c k V e l v e t.

Rechinan sus dientes con un sonido fijo y crocante, casi como el golpe seco de sus palmas contra las baldosas y el mármol. Frío, frío, hace tanto frío en los poros de su piel y el invierno instalado en su boca, en sus suspiros, en sus pestañeos sin ritmo, cortados, atados a los dedos de Francis que le erizan la piel bajo la ropa como si fueran de kriptonita.

Mira el agua y la espuma de su torso en el negro infinito que le ahoga los sentidos y las manos que le dan escalofríos, la empatía de sus uñas escribiendo palabras flotantes en su piel, tan cerca. Tan cerca. El sonido de la luz apagándose se le hace más dulce que la risa floja que se le pega cuando oye a Francis volver a la bañera a tropiezos, con la estela hallada en suspiros tatuados en su nuca, en el andar zigzagueante del agua y la espuma que le suelta cosquillas mojadas por las piernas flexionadas.

Hay una sensación de autoridad, de dominación, cuando Francis le clava los dientes en la cadera y se le derriten los muslos como si estuviesen hechos de miel, le funde el arsenal de mentiras empañadas sobre su encía y el «joder, sí»que se resbala por sus párpados cerrados y le encharca las curvas de los labios y el terciopelo negro que le cubre los ojos.

Pestañea merengue y saliva canela, suspira queroseno y exhala hielo y sal, tiene la mala costumbre de herir con sus besos y quemar los ojos con sus miradas; con el champú rozándole las mejillas, susurrándole que está fuera de sí mismo, que ya no sabe ni cómo se llama.

El silencio que se le estira en los oídos como si fuese de la goma que envuelve el tercer botón de su camisa mojada y el crush que hace la mezclilla cuando se desliza hasta sus pies enredados en jabón y besos; en esos instantes elásticos en que sus dedos acarician su espalda y la mancha de coñac en la alfombra de baño y el segundo tóxico que le corroe la boca, porque quiere un beso, pero no sabe pedirlo.

Francis se ríe porque le ve sonrojado y su piel le resalta contra el terciopelo negro en los ojos de Arthur, con el resoplo que da cuando le besa el cuello – para él, vale más que todos los que le caben en la boca–. Le ama con las uñas, con los dientes, con un alma hecha colores de burbujas de detergente. Le toma de las manos, como guiándole por un camino de caricias que le hunde cada vez más en la bañera, como si beber las sales de baño disueltas sobre sus manos, en suficiente cantidad supiese como –amor– esquizofrenia. Igual a las burbujas de detergente que Francis le enseñó a hacer cuando eran pequeños y (pienso en ti en colores que no existen) el sol que baña en arcoíris los asomos de sueños y vida.

Saben que la cosa va mal cuando añoran que esos pedacitos de voz que se les tuercen en la boca en inglés y en francés, uniéndose, rimen con un i cercano a un love you y un sinónimo de su legua contra su cuello escribiendo la dramatización de un Je y un t'aime.

(Le ha cubierto los ojos con terciopelo negro porque tiene miedo a la pantomima y el absenta en el iris de Arthur, susurrándole a destellos que perdió el juego, ese infierno que reluce en sus angelicales ojos verdes y que hace a uno adicto a cierto tipo de tristezas).

Como cuando se juega a soplar burbujas de jabón, con el sabor amargo en la boca y el baño empapado de ropa, de caricias y masoquismo.


¡Tanto tiempo! ._.

He decidido juntar todas mis FrUkadas aquí :3 así que será como una recolección de los drabbles que me pululan por la cabeza.

Saludos, E.