Nota aclaratoria: Siguen sin pertenecerme los personajes de Candy ... :(
UNA MALA DECISION
Por Scarleth
El único heredero de la familia Andrew, el tribuno William Albert, gallardo y valeroso joven que había participado en varias batallas por extender aún más el poderío de Roma, tenía a la razón 22 años de edad y ya era conocido en las altas esferas del imperio por su valor y destreza.
Compartía su mansión con la hermana de su abuela paterna, la Sra. Elroy, una matrona dulce, elegante, sensata y extremadamente generosa. También habitaban con ellos un sin fin de sirvientes y esclavos que hacían su vida más placentera y llevadera.
Una joven en especial llamaba la atención del apuesto tribuno, una esclava griega a su tía de nombre Candy, que había estado en la familia desde que era una recién nacida y prácticamente creció con él.
-Candy ¿dónde te encuentras? – se escuchó la voz de la Sra Elroy.
-Aquí mi señora – respondió la graciosa joven con rostro y cuerpo de diosa.
-Candy - dijo con voz entrecortada - mi sobrino ha sido llamado nuevamente a una contienda y es necesario preparar todo para su partida.
La joven sabía lo mucho que afligía a la pobre mujer el verlo marchar y saber que estaría presente cuando se cometieran atroces barbaridades que se justificaban "en nombre y por la grandeza de Roma", aunque también sabía que su sobrino siempre evitaba muertes innecesarias, no importándole que eso implicara murmuraciones sobre su desempeño.
Tomando de las manos a su ama, Candy dio un ligero apretón infundiéndole esperanza. Los Dioses protegerían a Albert ... ella rogaría.
Con unas órdenes por aquí y otras por allá, todo estaba en listo para la partida del tribuno Andrew.
Por su parte Candy había salido a despejar sus pensamientos caminando por los jardines. Desde que tenía uso de razón había sido como un ritual: Siempre que se sentía agobiada o triste por algo, surgía la necesitad de disfrutar del aire, los árboles y todo cuanto le era grato de la naturaleza.
Pasaban las 10 de la noche y ella continuaba su recorrido.
Alguien recargado en un árbol contemplaba la escena y no podía evitar dar rienda suelta a sus pensamientos:
-"Eres una visión Candy. Tu rubio cabello … tu piel suave y blanca como el alabastro … daría lo que fuera por poder recorrerla. El verde de tus ojos me tiene preso … hasta podría jurar que el pasto se transforma en rosas bajo tu paso…"
-¡Candy! – llamó el joven una vez que salió de sus ensoñación.
-¡Albert! … ¡Me asustaste! – exclamó la joven volviéndose hacia él.
-Discúlpame no quise hacerlo – avanzó sin apartar sus ojos de ella - "Hermosa Candy – pensaba el tribuno mientras se acercaba – tu imagen es lo que quiero llevar conmigo cuando parta. Si no fuera porque te veo respirar, creería que eres una diosa bajada del Olimpo para volver loco de amor a quien te conoce ... eres tan perfecta …"
Candy observaba a Albert y una voz susurraba en su interior:
-"Albert, si fuera una joven patricia romana y poseedora de fortuna …¿te fijarías en mi? … ¿Por qué el destino se empeñó en ponerme a tu lado, si nunca te tendré?. Nacimos en dos estratos tan diferentes que jamás serás mio, sin embargo … siempre te amaré."
-Candy, quiero pedirte que cuides mucho a mi tía. No sé cuanto tiempo estaré ausente y me preocupa mucho su salud. No quisiera separarme de ella, pero el deber no me permite quedarme.
-Todo lo que esté en mi mano para que esté bien lo tendrá, así como mi compañía el tiempo que lo requiera.
-Gracias. Sé que ella te ama como una hija … y yo … - la veía con ojos tan enamorados que la joven se asustó.
-Debo irme, tu tía estará esperando mi regreso y ya es tarde – dijo interrumpiendo y apresurando el paso para alejarse de su vista.
Conforme avanzaba, su corazón se agitaba grandemente y sentía una opresión en el pecho.
-"Albert ¡pero qué estoy pensando! esto no puede ser, tú eres un tribuno y yo una esclava ¿a qué te conduciría esto? … perderías tu posición, el prestigio, ¡el respeto de Roma! … Dios mío, no puedo permitirlo, no debes amarme y yo debo reprimir lo que siento."
Mientras tanto unas breves palabras eran murmuradas por los labios del joven rubio sabiendo de antemano que no serían escuchadas.
-Te amo …
El día finalmente llegó y con él la ausencia de Albert. Habían pasado 5 meses cuando sucedió lo impensable.
-Candy – decía con voz apagada la Sra. Elroy – no estaré en este mundo cuando Albert regrese y sé que ambas noticias le dolerán sobre manera. Prométeme que harás cuanto esté en tu mano para que ese sufrimiento sea superado. Sé que en un principio estará lleno de rencor y dolor hacia ti, pero también sé que es un joven sensato y lo entenderá. Hiciste lo correcto hija ...
Candy derramaba lágrimas abundantes y estoicamente respondió a la que veía como a su propia madre.
-Así lo haré madre – era la primera vez que se dirigía a ella usando esa palabra, lo cual complació a la moribunda – yo cuidaré por siempre de él, aunque no me quiera cerca – Una sonrisa iluminó los labios de la Sra. Elroy al escuchar las palabras de su antes esclava y exhaló su último suspiro.
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Fueron días terribles los que sucedieron a este deceso, Candy no se sobreponía y no quiso ni pensar en el dolor de Albert cuando leyera la carta que le había enviado informándole de lo acontecido.
Tres meses después llegaba el tribuno a Roma. La primer persona a la que vio esperándolo al pie de la puerta principal fue Candy.
Bajó del caballo, avanzó hacia ella y sin poder reprimirse la abrazó fuertemente.
-Candy ... no pudo esperarme, ¿Por qué no intentó esperarme?
-Albert – dijo la rubia separándose un poco de él – son los designios de los Dioses, contra su voluntad no podemos. Sus últimos pensamientos fueron para ti.
El creía que no encontraría consuelo para tan grande pérdida, pero el saber a la joven a su lado, le daría fuerza para vivir. Todo lo podría lograr si ella estaba con él.
-¡Candy! – se escuchó una tercera voz que se acercaba a ellos.
Era Héctor, un joven de 19 años que trabajaba en la mansión llevando la contabilidad. Había sido anteriormente esclavo y ahora era un liberto gracias a la bondad de la tía de Albert.
-Aquí estoy.
-Te estaba buscando. Debemos irnos ya – le ordenó de paso, ignorando al tribuno.
Albert no comprendía bien el significado de las palabras de Héctor.
-¿Irte? – preguntó a Candy – ¿A dónde?
-A mi hogar - respondió sintiendo la boca increiblemente seca. No era el mejor momento para decírselo, pero no había otra opción - Héctor es … mi esposo.
Se sintió clavado en el piso, su rostro completamente inexprexivo y el pulso ausente por un momento.
Candy que comprendía lo que pasaba le dio la mano a su marido alejándose del lugar. No soportaba verlo así, no quería llorar frente a él y decidió que lo mejor era irse.
Albert seguía estático, aún no podía creer lo que había escuchado. Cuando partió hacía 8 meses, lo hizo dejando seguras en casa a su tía y a la mujer que tanto quería, y hoy que estaba de nuevo en su hogar, una había dejado de existir y la otra se había casado.
-¿Tiene ahora algún sentido mi vida? – pensaba con lo poco que le quedaba de razón – ¿Hay algo que me impulse a seguir? … No … - fue su lánguida respuesta. Y caminando como un hombre derrotado se dirigió a su habitación, se quitó su armadura, se sentó en la cama y por primera vez en su vida lloró.
Continuará ...
Ya ven! por eso es bueno tener las cosas en orden. Este fic fue de mis primeeeros fics hace ya algunos a;os y no lo habia subido porque ni me acordaba de el ... pero ya lo encontre y aqui paso a dejar el primero de dos capitulitos (acuerdense que en mis comienzos escribir un fic de 3 hojas era asi como un logro ... jejejeje!) Espero que les guste y ... FELIZ A;O!
Muchos besos y montones de bendiciones!
Scarleth ;)
