Estaba lloviendo sobre el coche aparcado fuera de lo que sería su nuevo lugar de trabajo a partir de ahora. Mantuvieron sus abrigos bien cerrados cuando bajaron del auto. La lluvia salpicó desde el suelo, mojando sus pantalones y zapatos. Encorvados corrieron cinco pasos a la puerta, estaban listos para abrirla, una campana sonó sobre sus cabezas. Quienes se reunieron con ellos cuando ya habían atravesado la puerta eran dos agentes de policía, un hombre y una mujer. El hombre parecía bastante agradable, como un abuelo con cabello y barba plateada. La mujer parecía estricta, también más joven, y la forma en que miró a los nuevos trabajadores fue un poco aterradora.
Los recién llegados se estremecieron, tanto por el frío como por el recibimiento. Miraron alrededor de la entrada del salón y sacudieron el agua de sus ropas y cabellos. Varios murmullos de emoción comenzaron cuando alguien señaló los uniformes que estaban tendidos en una mesa del rincón.
Los murmullos no terminaron hasta que la mujer aplaudió rápidamente tres veces. Instantáneamente cinco pares de ojos pusieron su atención sobre ella.
—Bienvenidos, oficiales.
Más murmullos comenzaron, pero una tos severa los silenció de inmediato. El más joven contuvo una sonrisa mientras le daba un codazo al que estaba a su lado.
—Ella suena a problemas. —Susurró y asintió con la cabeza hacia la mujer.
El otro apenas tuvo tiempo de asentir antes de que la mujer fijara su atención a donde provenía el susurro. Se dirigió hacia él, los otros cuatro jadearon y retrocedieron instintivamente.
Se detuvo ante el joven y apuntó con su garrote negro hacia su barbilla.
—¿Cuál es tu nombre, oficial?
Tragó saliva. —Potter, señora... Mhm... Harry.
El hombre al que había dado el codazo se mordió el labio para no sonreír. Estaba aliviado de no tener a esa aterradora mujer preguntando por su nombre.
—Oficial Potter. —Dijo y bajó su garrote.— Su trabajo de este día será limpiar las celdas del tercer piso.
Los otros cuatro sonrieron y el policía viejo negó con su cabeza, sonriendo.
Esta era, aparentemente, la conducta normal de la oficial.
Harry apretó los dientes, pero asintió. Todos ellos aprendieron que no debían meterse con aquella mujer.
—Ahora... —Dijo ella dándose la vuelta para ubicarse de nuevo al lado del oficial con cabello plateado.— Si no tenemos ninguna interrupción más,tal vez ustedes tengan la oportunidad de hacer algo productivo el día de hoy.
Harry se ruborizó.
—Yo soy la oficial McGonagall y este es el oficial Dumbledore. Nuestros primeros nombres no importan. Aquí sólo usamos los apellidos. Su trabajo será seguir nuestras órdenes y mantener a los prisioneros felices.
—¿Por qué queremos hacerlos felices? —Murmuró el chico llamado Harry a su compañero de al lado.
La oficial McGonagall le dirigió una mirada.— Ahora que lo pienso, las celdas del cuarto piso también necesitan ser limpiadas.
Harry gruñó y maldijo su gran boca.
—Y para tu información, Potter. —Dijo.— Tenemos que mantener a los prisioneros felices porque nosotros no queremos presos enojados. ¿Y por qué no queremos eso? Cuando los prisioneros están enojados no es fácil estar cerca de ellos y hemos tenido un montón de ojos morados entre los presos y policías. Algunos de ellos son violentos y no dudarán en darte una paliza, ¿Está claro?Así que no molesten a los prisioneros. —Miró a los cinco recién llegados. Todos fijaron los ojos en el suelo, escondiéndose de su mirada.— Ahora, allí están sus uniformes y por allá se pueden cambiar. —Dijo y señaló una puerta a la izquierda.— Vístanse y los veré aquí en cinco minutos.
Los recién llegados vacilaron sobre sus pies y se miraron unos a otros.
—Eso dio por terminado mi discurso. Muévanse. —Les indicó con la mano.
Los recién llegados se apresuraron a tomar su uniforme, encontrar su talla y correr a cambiarse, chocando entre sí en el camino.
—Claro. —Un pelirrojo agregó.— Quiero decir; ¿Han visto su ceño fruncido? ¿Creen que alguna maldita vez sonría? —Se quitó rápidamente los pantalones y se puso los negros del uniforme. Cuando se abrochó el cinturón, se volvió hacia Harry.— Lo siento por ti, hombre. —Dijo y le palmeó el hombro.— Si yo fuera tú me sentiría miserable.
Harry se echó a reír.— Sólo necesita un poco de amor, eso es todo.
Los otros cuatro en la habitación se voltearon a verle con el ceño fruncido. Harry rió.
—Estoy bromeando. Es una bruja.
—Vamos a quemarla. —Dijo el pelirrojo.— Oh, por cierto... —Sostuvo una mano hacia Harry.— Ron Weasley.
Harry la estrechó.— Harry Potter.
—No envidio tu tarea de hoy, Harry. —Dijo sacudiendo la cabeza.
—Sí... Pero no creo que cada piso tenga demasiadas celdas, así que sobreviviré.
Qué equivocado estaba. Había diez celdas en cada piso y estaban tan sucias que parecía que no fueron limpiadas en años. Para el momento en que Harry había acabado, la hora del almuerzo ya había terminado y su estómago estaba gruñendo. Mientras estaba limpiando había visto pasar a Ron junto al chico pelinegro en el desayuno, luego fue el almuerzo y después los prisioneros.
Se preguntó por qué ellos, la policía, tenían que hacer los trabajos de limpieza y la alimentación. ¿No tienen gente para eso? Claro, eran recién llegados, pero ¿Cómo iban a aprender a ser oficiales de policía si no tenían nada real para hacer?
Ni siquiera tenían una pistola en el cinturón.
Harry se secó la frente y apartó su rebelde cabello de su rostro. Puso el trapo, cubeta y el jabón en un armario. Se dirigió al corredor cuando una puerta se abrió y dejó salir a una multitud. Eran los prisioneros dirigidos de nuevo a sus celdas por el policía de cabello plateado y una castaña que Harry reconoció como una recién llegada igual que él. Potter frunció el sueño. ¿Qué había hecho ella como para merecer algo tan interesante como aquello?
Los prisioneros fueron entrando cada uno a su celda. Todos llevaban feas ropas naranjas, un número impreso en el bolsillo delantero de su camisa y un brazalete en el brazo que parecía imposible de abrir. Algunos de los presos eran grandes, como los que ves en las películas, musculosos, con los brazos tatuados y la cabeza rapada, pero la mayoría de ellos parecían normales. Inquietantemente normales. Harry no hubiera reconocido a la mayoría de ellos como criminales si los viera pasar por la calle. Una mujer de cabello rubio y sucio a la que le faltaba un diente le guiñó un ojo al ver que la estaba mirando. Harry bajó rápidamente la mirada y se estremeció.
Harry observó a los prisioneros acercarse hacia sus celdas cuando vio a uno que tenía la mirada puesta en él. No era el hombre musculoso, ni la mujer. Era un joven pequeño con cabello rubio platinado y algo largo. Sus ojos eran de un intenso color gris. Tenía la cabeza inclinada hacia adelante, la mayoría del rostro estaba cubierto por su cabello, pero Harry pudo ver una ligera sonrisa en sus labios.
Los prisioneros pasaron al lado de Harry.
El de cabello rubio no le quitaba los ojos de encima y Harry parecía estar atrapado en sus ojos grises.
Parpadeó y apartó los ojos de su penetrante mirada, los dirigió en cambio al número impreso en su camiseta naranja.
—815... —Susurró.
A medida que pasó junto a él, pudo percibir de nuevo su mirada y una sonrisa malvada que se dibujó en sus labios. Potter se estremeció.
Empezó a caminar rápido cuando la mujer de cabello sucio le empujó por los hombros para que se moviera.
A dos puertas de donde Harry se detuvo, el prisionero 815 fue llevado a su celda antes de cerrarla bajo llave detrás de él. Harry se sorprendió al ver que había una cerradura extra en la puerta, sin contar el cerrojo.
Harry miró la puerta del 815. ¿Por qué una persona tan pequeña necesita una cerradura extra?
Harry lo apartó de su mente y caminó en dirección contraria. Corrió escaleras abajo para ver a la oficial McGonagall y obtener una nueva tarea. Se recordó no volver a regarla con ella de nuevo.
