Aclaración: Este fic se presenta como una re-edición del primer fic que me dio la oportunidad de conocer este lugar. Hasta el día de hoy no me había lanzado a mejorarlo debido al gran aprecio que le tengo, pero repasándolo pasados los meses he creído oportuno darle un lavado de rostro y presentarlo de una manera menos tosca y algo más pulida, sin cambiar en absoluto nada del hilo argumental inicial.
Los que lo descubráis por primera vez, bienvenidos seáis a mis locuras.
Los que quizás lo re-descubrís por segunda vez, espero que los pequeños retoques sean de vuestro agrado.
Dedicado a todas aquellas personas que desde mis inicios me han alentado a seguir sumergiéndome en las emociones de los personajes de este fantástico mundo que nos une.
Mis sinceras disculpas si he interrumpido el seguimiento del fic a algún lector. La re-edición no se dilatará en exceso. ¡Prometido!
Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.
#LA RECOMPENSA DE LA REDENCIÓN#
Capítulo I: Despertar
El gran y devastador eclipse originado por el dios Hades había sido detenido, pero el astro rey no brillaba con la misma intensidad de antaño sobre unas tierras innatamente doradas.
El torbellino de inesperados acontecimientos que habían sacudido el Santuario osaron pintar los cálidos días del inicio de otoño de un denso color cenizo, triste y descarnadamente desolador.
Sí...la Guerra Santa contra el Ejército de Hades finalmente había cesado, pero no sin cobrarse demasiadas vidas a su paso. Ningún Caballero Dorado de Athena sobrevivió a esos días sembrados de muerte y oscuridad y ahora, el Santuario que con ferviente honor y devoción habían defendido con su sacrificio, lucía completamente derruido y huérfano de aquellas doce nobles almas que al fin pudieron unirse en cuerpo y alma ante un destino común y fatal.
Únicamente los Caballeros de Bronce pudieron regresar con vida de los dominios del dios Hades. Ni la misma diosa Athena les acompañó al re-encuentro de su hogar erigido en frescas ruinas, dónde algunos Caballeros de Plata les recibieron, con heridas en la piel y un punzante dolor en el alma.
Su adorada divinidad, la figura por la que habían vivido y entregado el honor de guerreros latente en sus corazones, había perecido. La sensación de abandono y soledad se respiraba en un aire cargado de polvo y lamentos, y la certeza de saberse desprovistos de un digno líder que fuera capaz de hacer renacer el Santuario con todo el esplendor que un día había conocido calaba hondo en unos frágiles corazones, hundidos en dolor y perdidos en desesperanza.
Las ruinas enterraban cuerpos y sueños, e infructuosos resultaban los intentos de hallar corazones latentes bajo losas y losas de odios divinos provenientes desde los tiempos mitológicos.
Sólo los pequeños pies de una infantil alma se toparon con un cuerpo todavía huésped de calidez humana.
Sólo ellos fueron capaces de dibujar unos pasos que le armaron de valor, dotándole de la firme determinación de ofrecer la solidaridad que albergan las almas que aún no han sido corrompidas por la erosión de los años.
Gracias a la pureza de corazón de un chiquillo aprendiz, lejos del Santuario e inmerso entre idílicos parajes montañosos y desconocidos, un alma guerrera y luchadora sanaba un cuerpo excesivamente maltratado por una guerra que en realidad nunca le había esperado.
Finalmente, después de inconscientes luchas sobre el fino limbo que separa los mundos de los corazones y los espíritus, Kanon despertó.
Lo hizo en una cama que desconocía, y en una habitación que no había visto nunca. Su cuerpo estaba enteramente magullado y un terrible dolor de cabeza se había apoderado de él. Apenas se sentía con fuerzas de descubrir su mirada, y con dolorosos esfuerzos intentó incorporarse en vano, sintiendo un millón de agujas clavarse por todo su cuerpo con cada mínimo movimiento que recorría sus nervios.
Inspiró con suma dificultad, una vez...dos quizás, cerrando sus ojos y sintiendo como el aire llenaba sus pulmones al tiempo que todo su torso se resentía de tal simple acto. Después de unos segundos de necesaria contención exhaló el aire lentamente, apenas entreabriendo unos ojos que escocían y haciendo uso de toda su voluntad intentó incorporarse de nuevo, quedando sentado en la cama, respirando pesadamente, como si este simple y vital movimiento supusiera una ardua batalla consigo mismo.
Poco a poco Kanon se fue acostumbrando al dolor que le suponía respirar, y cuando finalmente fue capaz de abrir los ojos completamente su mirada empezó a recorrer con intriga cada rincón de la estancia en la que se encontraba, sin tener señal alguna de dónde podía estar ubicada. Alrededor suyo pudo ver un par de sillas, una de ellas cerca de la cama, la otra cubierta con los restos de lo que había sido su ropa, ahora toda hecha trizas, medio calcinada y manchada de sangre. También pudo apreciar un par de toallas y un cuenco con agua limpia. En una mesa contigua pudo ver un plato con restos de comida, que seguramente habían servido para alimentar a la persona que debía haberlo llevado allí.
Kanon intentaba en vano recordar qué había sucedido para acabar en esas nefastas condiciones. Vagos y confusos recuerdos venían a su mente...espectros de Hades...Milo...una batalla en el inframundo...Un nombre: Rhadamanthys del Wyvern...y una batalla. Cruda, sanguinaria...y noble. Kanon sacudió la cabeza para tratar de poner orden a tanta confusión, y los borrosos recuerdos se removieron en su interior, mostrándole todos los Caballeros Dorados luchando juntos, y Géminis...Géminis ¿vistiéndolo a él?
¿Qué había sucedido?, ¿quién había estado allí?, ¿quién era que cuidaba de él?...y lo más intrigante...¿por qué?
Kanon estaba completamente sumido en sus esbozos de recuerdos, luchando para reconstruir todo lo acontecido cuando una sentida exclamación le arrancó de sus profundidades.
- ¡Kanon! ¡Kanon! ¡Por fin ha despertado!
Kiki había entrado corriendo en la habitación llevando consigo algo que parecían sábanas limpias, dejándolas caer al suelo al darse cuenta que su inesperado invitado había recuperado la consciencia.
- ¿Quién eres tú?- preguntó Kanon con asombro en el mismo momento que intentó poner los pies en el suelo sin éxtio.
De nuevo aquellas fuertes punzadas de dolor que le atravesaban desde su despertar lo anclaron a la cama. Su mano izquierda viajo por inercia hacia el costado derecho de su abdomen, recogiéndose sobre sí mismo, quedando su rostro completamente oculto bajo los mechones de su largo cabello azulado mientras su mandíbula se apretaba para retener las oleadas de dolor que chocaban contra sus dientes y su orgullo de guerrero.
- Yo soy Kiki, aprendiz del Caballero de Aries Mu...- Dijo el jovenzuelo, acercándose con cierto temor hacia él.- No se mueva Kanon, ha estado días inconsciente. Lo hallé entre las ruinas del Templo de Géminis...y creí que había muerto - continuó Kiki desviando la mirada anegada en lágrimas -...como todos los demás Caballeros Dorados...- el muchacho se limpió las incipientes lágrimas con la manga de su camisa y enfocándose de nuevo en Kanon prosiguió con su clara y directa explicación...- ¡pero usted vivía! Seiya y todos los Caballeros de Bronce también han sobrevivido, aunque no sé dónde se encuentran...y usted estaba solo, inconsciente y herido, así que lo saqué de entre los escombros como pude y lo llevé aquí, a mi casa...en Jamir.
- ¿Dices que...que todos los Caballeros de Oro...han muerto?- Kanon lo preguntó sin perder la frunción de su ceño, y Kiki no sabía si esas palabras eran una interrogación o una afirmación.
- Así es...- Ratificó el joven, que tenía la mirada fija en un punto lejos de los desconcertados ojos de Kanon, esforzándose en no llorar -...no queda nada en pie en el Santuario...
Kanon se quedó sin palbras que compartir, masticando una extraña rabia en silencio. Únicamente su trabajosa respiración y los ahogados sollozos de Kiki rompían el pesado silencio que los había envuelto.
Si el chiquillo hablaba con sinceridad era posible que el Santuario realmente se hallara en ruinas, pero una extraña sensación le advertía a Kanon que no estaba deshabitado del todo.
Allí, desde la descomunal distancia que separaba ambas tierras, se presentía la presencia de un inmenso cosmos que luchaba por no extinguirse...todavía. Era un cosmos muy familiar, intenso...
Divino.
Un poderoso cosmos que parecía estar llamando a Kanon de manera insistente, quemándole el pecho y arrancandole de un letargo que ya se había dilatado suficientes días.
Así que haciendo caso omiso de los esfuerzos de Kiki para retenerlo en la cama, Kanon se levantó tragándose sus propios gemidos de dolor, se vistió con las exóticas ropas que encontró, y sacando fuerzas de dónde no las había, abrió un portal dimensional que lo transportó directamente al Santuario. Necesitaba saber qué era esa energía que lo llamaba sin descanso, esa fuerza cósmica y cálida, reconfortante pero extremadamente poderosa.
Kanon apareció justo donde se percibía el foco de esa divina energía que le azoraba el pecho sin misericordia, y se sorprendió al hallarse en lo que supuso era el lugar sagrado por el que el alma de su hermano Saga trece años atrás se corrompió.
Y en medio de tanta cruda ironía del destino, allí estaba ella...la poderosa Athena, esperándolo con una dulce pero a la vez triste sonrisa dibujada en su rostro.
- Kanon, que alegría siento en verte...te he estado esperando durante días...- Dijo la diosa observándole con ternura.
- Athena...tú...sobreviviste...- Kanon susurró con sorpresa en su voz, incapaz de desentrallar lo que estaba aconteciendo a su elrededor, dudando por unos instantes en si estaba respirando inmerso entre los delirios de la fiebre o si realmente se hallaba despierto y en completo uso de su razón.
Athena sonrió dulcemente al tiempo que alzaba su mano etérea para rozar con la yema de los dedos el magullado rostro de Kanon, y acariciando los oídos del sobreviviente guerrero con su dulce voz, habló.- No Kanon...mi tiempo en esta era se ha extinguido, junto con la vida de demasiados de los valiosos Caballeros que me han servido tan fielmente en nombre del amor y la justicia...Tú sí que has sobrevivido, y estoy aquí para encomendarte mi última misión.
Las piernas de Kanon no soportaron más el dolor que seguía atravesando su cuerpo. La falta de fuerzas era evidente y no pudo hacer nada para evitar dejarse caer hasta que sus rodillas tocaron el frío mármol, quedando postrado ante la diosa que tiempo atrás había intentado aniquilar.
- Como seguramente ya has deducido estamos en la colina sagrada de Star Hill - Prosiguió Athena con la misma dulzura que le habló la primera vez que Kanon se ofreció a su servicio en aras de una urgente redención.- Únicamente el Patriarca del Santuario tiene acceso en esta estancia como mortal, pero yo te he llamado con una intención. El Santuario necesita ser reconstruido, así como la orden de los Caballeros de Athena, y te necesito Kanon.- Tras la inherente calidez de la voz de Athena, las palabras pronunciadas estaban impregnadas de una determinación y seguridad que heló la sangre de Kanon.- Quiero que seas el que dirija y proteja a los nuevos Caballeros. Seiya y los demás no se merecen quedar a la merced del destino, desamparados. Y yo te pido que seas el nuevo Patriarca, que reconstruyas lo que se ha perdido...y que lo defiendas como lo más preciado de tu vida.
- Pero Athena...yo te traicioné...- Dijo Kanon con incomprensión en su rostro. - ¿Por qué yo? ¿Cómo puedes confiar en mí después de todo? ¿Qué te hace pensar que no lo volveré a hacer? Soy malvado, ambicioso y egoísta..lo sabes...Has sufrido las consecuencias de mi traición y maldad bajo las aguas del Dios Poseidón...
- Te redimiste Kanon, más de una vez. Te interpusiste entre el Tridente de Poseidón y mi cuerpo mortal bajo las mismas aguas que a ti te protegieron durante trece años, y que contra mi se alzaron...Reconociste y aceptaste tus errores con todas sus consecuencias, y luchaste a mi lado como uno de los más poderosos caballeros que el Santuario ha conocido jamás. - Añadió Athena.- Tienes buen corazón, aunque te niegues a aceptarlo...siempre lo he sabido.- dijo Athena acogiendo el rostro de Kanon entre sus manos, obligándole a mirarla a los ojos..- Siempre estuve contigo en Cabo Sunion, cuando el mar amenazaba con engullir tu vida. No debías morir en esa prisión, ése no era tu destino...Tu alma ha sido inmerecidamente castigada en demasiadas ocasiones y necesitaba más tiempo para recordar la bondad y la nobleza que los siglos habían enterrado...
- Los siglos...- susurró Kanon como para sí mismo, sintiendo como los ojos se le nublaban repentinamente sin saber por qué.
- Sí, Kanon...Nuestras almas se conocen de hace siglos. En otros cuerpos, con otros nombres...ya hemos luchado juntos antes. Y ha llegado el momento que los que están condenados a las sombras sean reconocidos...
Kanon se deshizo del contacto de Athena bruscamente. No sabía si las incipientes lágrimas que luchaban para abrirse paso eran de rabia o de tristeza, o de ambas a la vez...y simplemente no daba crédito a las palabras que estaba escuchando: él, Patriarca...defender el Santuario...éso le sonaba a mofa y burla, y si seguía estando sumido en un sueño en extremo vívido, estaba transmutando rápidamente en pesadilla. ¿Cómo el cosmos agonizante del alma de Athena le podía pedir éso a él? En su tierna infancia, su llegada al Santuario había sido una muerte en vida, había sido relegado a las sombras de las victorias de su hermano Saga, solamente porqué una estrella así lo decidió.
Todos los malos momentos vividos allí se amontonaron en su mente, recordándole la felicidad que nunca conoció, el reconocimiento, ya no como caballero, sino como persona, como humano, que nunca obtuvo, y una bocanada de amargor acudió a ensalzar el sabor de los recuerdos de una infancia y adolescencia que nunca, nunca disfrutó.
El antiguo odio que el Santuario había conseguido cultivar en él emergió, y lo hizo con la misma intensidad que una vez rubricó las palabras que le condenaron a perecer en una divina prisión. Sus ojos quemaban de resentimiento y la mirada que dirigió a la diosa que ahora osaba encomendarle una misión se percibía afilada por un lacerante rencor.
- ¡¿Por qué ahora?! – exclamó sin ocultar su interna contrariedad – tu Santuario y tus estrellas me robaron la infancia y la juventud. ¿Por qué reconstruir algo que me destruyó a mí? Y ahora me hablas de nuestras almas, y los siglos...y de sombras que ni conozco ni me han engullido jamás. ¡No comprendo nada, Athena! ¡Nada!
Kanon sentía el flujo de la emoción recorrer cada humana fibra de su cuerpo, y ni el descaro innato en él ni el orgullo que le había alzado del suelo una y otra vez pudieron retener unas lágrimas que finalmente rodaron libres por sus mejillas.
- Tu alma y tu corazón te guiarán, Kanon... Llegará el momento en que entenderás lo que te digo, pero es un viaje que debes hacer solo. Sé el Patriarca de la nueva era, y sé el Caballero de Géminis con el gran honor que te corresponde. Ocupa los dos cargos, designa los nuevos Caballeros...cumple el deseo que tenía tu hermano Saga, pero sin vilezas ni engaños. Se acabó el tiempo de estar en las sombras...- Athena acercó de nuevo sus dedos hacia el rostro de Kanon, secando con ellos las lágrimas que surcaban las heridas todavía recientes. Besó con ternura su frente al tiempo que le susurró, con todo el dolor que su voz podía expresar, algo que él nunca esperó escuchar.- Perdóname Kanon...soy la diosa de la guerra, la civilización, sabiduría y justicia, y nunca he sido justa contigo...Y ahora te suplico que me permitas intentar reparar mi error - su cosmos y su imagen lentamente se iban desvaneciendo, pero la dulce voz continuaba sintiéndose nítida y clara.- Sé que harás del Santuario un lugar mejor del que ha sido. Estoy convencida de ello, Kanon, tanto como que nos volveremos a ver...Caballero de Géminis...en otra vida...con otros cuerpos...con otros nombres...
La cálida sonrisa de Athena fue lo último que vio Kanon antes que toda la energía de la diosa se desvaneciera. Aún seguía postrado de rodillas sobre el frío mármol, digiriendo las escenas vividas que aún le seguían pareciendo un sueño cuando sintió una intensa quemazón sobre su pecho. Con gestos dudosos y temblorosos se llevó la mano sobre ese calor y sus dedos encontraron lo que parecía una placa que pendía de una cadena...una hermosa placa dorada con el símbolo de Géminis grabado en ella...La nueva armadura, contenida en ese pequeño objeto, resonaba con fuerza al estar en contacto con su piel, dándole la absoluta conformidad para que fuera su nuevo portador. Kanon cerró los dedos entorno a la cálida placa y levantó la vista enfocando su mirada de color verde marino hacia un cofre que segundos antes no estaba allí. La luz que emanaba de la preciosa caja cegaba la visión y la resonancia que emitía retumbaba en su estómago. Sin ser consciente del por qué lo hacía, una fuerza interior le obligó a desvelar el tesoro que contenía el misterioso cofre, hallando dentro de él las once placas de oro restantes, todas grabadas con su símbolo correspondiente, vibrando al unísono, llorando a sus últimos defensores, clamando ser merecidas por nuevos caballeros. Kanon acercó con suma reserva la yema de sus dedos hacia ellas, tentado de tocarlas, pero detenido por un sentimiento de respeto desconocido hasta el momento.
El poder del Santuario acababa de recaer en sus manos. Las manos de un traidor que irónicamente no había perecido en la única lucha que recordaba con honor.
Saga había sido ahogado por las aguas de una ambición que el mismo sembró en su frágil corazón...y ahora, él...Kanon...acariciaba entre sus heridos dedos el legado divino que una vez le ultrajó, ofreciéndole el poder y control de lo que trece años atrás también fue el causante de su insana corrupción.
#Continuará#
Anotaciones al fic: el hecho de cambiar las Cajas de Pandora que contienen las armaduras por relucientes placas que pueden resguardarse pendiendo del cuello de sus portadores, ha sido inspirado por "Saint Seiya: Legend of Sanctuary", siendo éste el único detalle que me resultó agradable de una película que en mi opinión personal fue muy mejorable.
