No sé qué puedo comentar, así que eso xD

Steven Universe no me pertenece, pero está bien bonito.


POV´s Peridot

Hace mucho tiempo mi madre me dio un sabio consejo: "Toda persona triste en el mundo, merece alguien que la haga sonreír". Nunca entendí muy bien a donde quería llegar con esto, pero ella siempre fue una mujer muy inteligente, así que supongo que me lo decía con sus razones.

Por lo que, al paso del tiempo, me convertí en una persona que gustaba de hacer reír a la gente y darle un pequeño momento de felicidad, antes que la brutalidad de la vida los tomase por los hombros y los arrastrase a la cruda brecha de la verdad.

Por esto mismo, me rodeé de buenos amigos, gente que me entiende y ríe conmigo, no de mí. Que me apoya y que cuando me equivoco, no me critican, sino que me aconsejan y me guían, algo que en sus tiempos solía hacer mi madre, hasta que por causas naturales, creo yo, tuvo que dejar este mundo y a mí.

Pude seguir adelante los siguientes años que pasaron, siempre muy bien acompañada. No entendía a las personas que sufrían, pero había logrado sacarles un par de risas en más de una ocasión. Hasta que me topé con la persona, que según yo, ha sido mi descubrimiento más importante.

Había salido de mi casa ese día, muy temprano por la mañana. El sol recién aparecía por el horizonte y la fresca brisa que parecía veraniega y que corría por los alrededores, me daba la confianza necesaria para dirigirme a mi trabajo con una sonrisa radiante en el rostro y la seguridad de que todo saldría bien.

Realmente no tenía que ir a trabajar, sino que sólo debía retirar algunos documentos para seguir con mis invenciones en mi propia casa, así que no podía tomarme más de media hora a pie, como lo hago cada mañana.

Pasé por el parque, viendo como algunas personas, en su mayoría personas de la tercera edad, daban largos paseos y caminatas interminables por los alrededores del lugar, sólo para terminar sentándose sobre las bancas que daban de vista al lindo lago de patos, algunas veces alimentándolos, otras no. Un día como cualquier otro hubiera dicho, pero mis pies se detuvieron sobre la tierra seca en el suelo, cuando al levantar la vista y fijarme en el hermoso cerezo que adornaba el centro de la plaza, me percaté de que una linda joven de cabellos extrañamente azules y ropas un tanto torturadas, se arrimaba a sus piernas y sollozaba, sin siquiera atreverse a levantar la vista.

Mentiría si dijera que esto no me partió el corazón en dos. Nunca en mi vida había soportado ver a alguien triste o molesto, así que, por ese impulso que me ha dominado a lo largo de mis años, me acerqué a ella con cautela, quedando a unos metros de distancia, para no importunar de mala forma.

Como ella tenía la mirada escondida y se apoyaba, sentada, sobre el tronco del árbol, tuve que acuclillarme con cuidado de no manchar mis pantalones y llamarla un par de veces para que me escuchase.

- Uhm… Disculpa. Oye ¿Te encuentras bien? – Intenté alzar mi mano para tocar su hombro. Pero en el momento en que iba a hacerlo, ella rápidamente levantó su rostro cubierto de lágrimas y se alejó de mí, arrastrando su menudo cuerpo lejos de mi presencia. Eso no me sentó nada bien y, arrugando el entrecejo y la nariz, volví a tratar de acercarme – Oye, tranquila, no te haré nada. Sólo quiero saber si estás bien…

- S-sí, sí… estoy bien, estoy bien, estoy bien – Se repitió para sí misma y volvió a esconder su rostro. Porque no pareciese que me haya respondido precisamente a mí ¿Cierto?

Dejé que los minutos pasaran, contándolos en mi reloj de pulsera. Ella seguía susurrando cosas acurrucada entre sus piernas y yo seguía sin poder marcharme.

Ella se encontraba mal, aquella misteriosa chica de cabellos curiosamente azules, se encontraba mal y llorando, quizás por algo muy malo que debió pasarle. Así que yo debía permanecer a su lado, por lo menos, hasta verla sonreír.

- Te puedo ayudar en algo. Lo que sea. Por favor, pídemelo y yo lo haré, pero no llores más – Volví a querer interactuar y para mi fortuna, logré que levantara sus ojitos. Un lindo par de ojitos azules, que me observaban con miedo. Supuse que aún desconfiaba de mis intenciones ¿Y quién no? Si ya no se levanta la mano para ayudar al vecino, tal vez para golpearlo, pero no para ayudarlo. Insistí – Mira, hagamos esto… Quizás pienses que soy una desconocida. Y es cierto, pero si nos presentamos dejaremos de serlo… - Le regalé una de mis sonrisas más amigables y le extendí mi mano – Soy Peridot Olivino, trabajo diseñando complejas máquinas que harán que tu día a día sea más cómodo y… no soporto ver gente que la está pasando mal… ¿Y tú eres? – No recibí respuesta por largos segundos, que parecían eternos. Ni una palabra, ni un movimiento. Y si yo hubiese sido cualquier otra persona, lo más probable es que ya la hubiese dejado. Pero yo no me iré a ninguna, yo estaré aquí, hasta que la noche caiga de ser necesario.

Creo que pasaron alrededor de dos minutos, en lo que sus ojos azules se movían de mi rostro a mi mano y viceversa, hasta que con cuidado acercó su propia mano y estrechó la mía, casi como si le fuera a quemar, porque se apartó rápidamente, otra vez.

Y me estaba preocupando de sobre manera que hiciera eso.

- S-soy Lapis Lazuli…

- ¿Lapis? – Sonreí – ¡Qué bonito nombre!


- Así que llegaste aquí hace poco tiempo – Mis ojos fueron a parar hacia ella, buscando alguna respuesta, pero sólo logré que asintiera con la cabeza.

Había notado que tenía hambre y que su ropa estaba sucia porque hace días que había huido de su casa y ahora no tenía donde vivir. Así que, lamentando su situación, no tuve otra opción que ir al carrito de perros calientes más cercano y comprarle dos salchichas, para que pudiese comer algo. No era de sorprenderse que su cuerpo estuviera notoriamente enflaquecido, pero esto no podía pasar por sólo estar un par de días en la calle ¿O sí? ¿Quién soy yo para pensarlo, si nunca he sabido lo que es pasar hambre?

Nuevamente ella no me respondió, pero lo comprendía, estaba engulléndose las salchichas de una manera que hasta a mí me entró hambre de sólo verla.

- Gracias… - Al escucharla volteé velozmente mi cabeza y la observé alzando una ceja – Has sido muy amable… no hay… mucha gente así hoy en día – Sonreí de lado y negué, alzando un dedo explicativo.

- No es cómo crees. Habemos muchas buenas personas en este mundo… Como tú por ejemplo. Se puede ver a simple vista que eres una bellísima persona, tanto por fuera como por dentro – Esperaba con eso al menos lograr una sonrisa de su parte, pero ni señales dio de querer mover sus labios, al menos, no para sonreír.

- No sé si realmente lo soy…

- Todos tenemos una pizca de bondad dentro de nosotros.

- ¿Y si yo no?

- Dudo que no… Tengo un talento especial ¿Sabes? – Dije y le dediqué una mirada misteriosa, buscando su atención, que suertudamente conseguí. Ella me miró, entrecerrando los ojos – Puedo ver tu alma con sólo mirarte el rostro… Y sé también que guardas una bella sonrisa debajo de ese ceño fruncido.

- Pues… hace tanto tiempo que no sonrío, que hasta he olvidado como hacerlo…

Su frialdad e indiferencia me habían pasmado. Jamás en mi vida me había costado hacer sonreír a alguien tanto como ella me costaba. Y por alguna razón, no podía dejar que eso siguiera así.


- Es muy… amable de tu parte invitarme a tu casa, pero no es necesario. No quiero incomodarte. No quiero que tengas problemas por mi culpa…

- ¿Problemas? – Dejé escapar una carcajada despreocupada, a la vez que sostenía las llaves, precisamente para abrir la puerta de mi departamento – No eres ningún problema. Me gusta ayudar. Y si puedo ayudarte a ti, será como si me hicieras un favor… - Tomé el pomo de la puerta y lo empujé, dejando la entrada libre – Puedes pasar. Siéntete como en casa.

- Muchas gracias – Su gesto seguía serio.

Hice que tomara asiento en el sofá, mientras yo me dirigí rápidamente a la cocina. Lo bueno de tener un departamento pequeño es que la sala principal y cocina quedaban en un solo ambiente, lo que me permitía observarla y nunca perderla de vista. Debía analizar sus movimientos, porque si bien puede necesitar mi ayuda, también podría ser una embaucadora y robarme todo lo que tengo. Me fiaré de ella esta vez, pero no le quitaré el ojo de encima.

Le preparé una taza de leche caliente y de la despensa saqué un paquete de galletas, que serví en un tazón y se las dejé justo sobre su regazo, encima de una bandeja, claro está. Ella me miró con duda, pero aun así no dijo nada y comenzó a comer de esa forma tan desesperada que había agarrado. Sonreí y encendí la televisión, porque el silencio me estaba abrumando.

- No eres una violadora o asesina en serie ¿Cierto? – Cuando sus labios se abrieron y pronunciaron esas palabras, tan repentinamente, no pude más que sorprenderme y comenzar a reír, divertida.

- No, no. No me va ese rollo, despreocúpate… Mis intenciones son de mera filantropía, nada más.

- Uhm… Está bien… por ahora me fiaré de ti… - La miré con una sonrisa de lado y por alguna razón, quise acariciar su cabello y ordenarlo, pero me contuve. Es una completa desconocida.


- Bueno… El agua se regula con las llaves, algunas veces sale más fría que caliente y otras más caliente que fría… Ahm… Pero puedes ducharte y… Esto es incómodo ¿verdad? – No era necesario verla asentir como para saber que esto era raro hasta para mí. Jamás había ayudado a alguien a tal punto de traerlo a vivir conmigo, pero tampoco era que ahora la iba a echar a patadas de mi casa, si la pobrecita no tenía a donde más ir. Así que, hacer sacrificios era mi única opción.

Me levanté del piso del baño y la observé de pies a cabeza. Su pelo estaba sucio, su ropa estaba sucia y su piel morena estaba sucia. Lógicamente necesitaba un baño. Y no olía a rosas, precisamente, así que no tenía más alternativas. Además, hace tres días que se está quedando conmigo y no ha tomado la decisión de ducharse cuando yo no estaba, así que ahora tendrá que obedecer.

- Bien, te dejaré una muda de ropa. Con respecto a la ropa íntima… pues… Creo que una vez Amatista me regaló unas bragas que en mi vida usaría, así que…

- ¿Por qué no? – Me cuestionó rápidamente Lapis, viéndome de reojo. Y yo no supe cómo responderle. Acaso ¿era válido decirle que la ropa femenina me incomodaba por alguna razón? Supongo que sí.

- Sólo no me gustan y ya – Me encogí de hombros y fui a mi habitación, para traerle los paquetes de ropa interior – Y hasta para que te lo veas… Ni siquiera las he abierto ¿ves? – Se los señalo – No les saqué ni siquiera el sello…

- Muy… bien…

- Okay. Ahora, sin más excusas… A bañarte.


Lapis era considerablemente más alta que yo. Y eso lo tenía muy en claro, por eso cuando se quedó en mi casa por primera vez, al otro día yo salí rumbo a mi trabajo y me fui derechito a la oficina de Perla, una muy antigua amiga mía.

- Un… vestido ¿dices?

- Uhg, no es para mí… Claro que tu ropa no me queda, es para… una… amiga – Sé que es poco creíble, pero Perla nunca ha sido muy pilla, que digamos.

- Y quieres que te lo done ¿O…?

- Que me lo prestes… más bien que me lo vendas.

- ¿Y por qué no vas a comprarlo a alguna tienda? – Me miró con duda y yo fruncí el ceño.

- Sabes muy bien que no me gusta ir a perder el tiempo a los centros comerciales, ni menos comprar ropa. ¿Me lo vas a vender o no?

- Ya, ya. No te lo venderé, te lo regalaré… Simplemente pasa a la casa, Amatista estará allá, y saca un vestido azul que tengo guardado en el segundo cajón dentro del closet… No lo uso hace años, pero lo más probable es que aún me quede, algo ajustado, pero…

- Sí, sí, gracias por el favor. Nos vemos…

- Sí, pero…

No me quedé más tiempo a charlar. Esa misma tarde pasé a casa de Perla y me conseguí su vestido. Claro que esto despertó la curiosidad de Amatista, pero para mi suerte, el tiempo no estaba a su favor y tuvo que salir pitando, cuando una llamada inesperada del club de lucha libre en donde ella participa, le avisó que debía presentarse esa misma tarde. Vaya escapada.

Al llegar a casa, con el vestido oculto en una bolsa, abrí la puerta principal encontrándome con una escena bastante tierna y divertida de ver. Lapis estaba sentada frente al refrigerador, mientras escogía que más comer, junto a un regadío de envases y pocillos vacíos donde alguna vez hubo comida.

Al verme, pude notar como inmediatamente se sonrojó y se puso de pie, dando pequeños pasos hacia atrás, ocultando su rostro de mí. Pero ¿cómo enojarme por ello? Se me escapó una sonrisa y sin más, le pregunté.

- ¿Quieres que te vaya a comprar un pastel de chocolate? En la pastelería del frente venden unos riquísimos…

- Este… yo…

- Además, yo también traigo un hambre voraz. Espérame, no tardo.


Afortunadamente el vestido de Perla le había quedado como anillo al dedo. Y aunque era un vestido azul, de corte sencillo, había hecho cambiar por completo la apariencia de esa linda chica de cabellos azules. Se veía como una señorita, esta vez arreglada y perfumada. Todo en ella ahora lucía mejor, excepto por…

- ¿Te gusta estar descalza?

- Detesto usar zapatos…

- ¿Y qué hay si vas por la calle?

- Usualmente llevaba una chinitas negras, me venían bastante bien. Y es parecido a estar descalza – Sonreí.

- Vaya rareza eres. Pero yo no tengo nada parecido – Me senté sobre el sofá y comencé a pensar, cruzando mis brazos por sobre mi pecho – Mmm… Nunca había escuchado hablar de esas "chinitas" ¿Si las vez, las reconoces?

- Pues, claro ¿Por qué la pregunta? – Me observó a la distancia y su entrecejo se frunció, levemente.

- ¿Quieres acompañarme a un lugar?


- No es necesario que hagas esto…

- Oh, vamos. No es tan malo. Además son muy baratas… podría llevar docenas… ¿Por qué no te escoges de ambos colores?

- No quiero que gastes más dinero en mí.

- Pero ¿por qué no? Te juro que no te las cobraré, piensa que es un regalo – La animé a aceptar, mientras ella se probaba el segundo par de zapatos o chinitas, como le gustaba llamarlas.

- Ya has hecho mucho por mí. Ya no más…

- Lapis ¿Te das cuenta de que has venido hasta acá descalza? ¿Te parece eso bien?

- A mí no me importa – Se cruzó de brazos y parecía no querer ceder. ¿Es que esta chica no sonríe con nada? ¿Ni siquiera cuando le hacen un regalo?

- Termina de probarte esos zapatos ¿Me oíste? Y no quiero más escándalos.

- Pero me gusta ir descalza, en la calle podía ir así y nadie me decía nada.

- Sí, pero ahora no estás en la calle. Vives conmigo, te duchas, comes y te vistes… ¡Y te pondrás zapatos! Al menos… para que tus pies no se lastimen al salir afuera… No es necesario que en el departamento los uses…

- ¿Estás segura? – Suspiré con alivio al, por fin, verla ceder. Y Asentí con tragedia.

- Sí, segura. Lo prometo.

- Muy bien… Entonces… quiero las negras y las azules…

- Supuse que dirías eso.


- ¿Por qué me ayudas tanto? ¿Acaso esperas algo de mí? – Su pregunta me asaltó en plena cena. Y mientras tenía la mirada fija de Lapis sobre mí, yo dejaba mi tenedor a un lado, para mirarla a ella y no a mi comida.

- Sí… - Me puso más atención – Espero que seas feliz.

- ¿Por qué?

- Jamás me ha gustado ver a la gente triste. Eso es todo…

- O sea que… no tienes ninguna otra intención…

- ¿De qué hablas? ¿Qué otra intención podría tener?

- Uhm – Al parecer mi pregunta la consternó y comenzó a sonrojarse, pero casi imperceptiblemente – No. Ninguna… olvídalo.

- Está… ¿bien?

La cena prosiguió en silencio.


- Oh, tienes que verla. Es la mejor serie que en tu vida podrás ver…

- ¿Campamento Amor & Pinos? – Noté como su gesto cambió a uno confuso mientras veía la caratula de la primera temporada de mi serie favorita – ¿Es alguna clase de serie adolescente para nada interesante, como todas las que salen últimamente?

- See… - Le contesté sin rodeos y terminé de instalar el disco en mi reproductor para ir a sentarme a su lado en el sofá – Pero… dale una oportunidad a ésta. Te entretendrá al menos hasta la quinta temporada, así podrás pasar la tarde mucho más rápido mientras yo no estoy.

- Oh, sí. Una tortura que tú no estés – Dijo con sarcasmo y se cruzó de brazos, viendo con desaliento la televisión.

Y admito que aquella frase fue un poco desilusionante para mí, pero me sobrepondré. Sólo llevamos dos semanas viviendo juntas. No puedo esperar mayor cercanía de ella hacía mí, si aún falta por conocernos.


Llegué ese día más tardé de lo que pensé. Y es que había caído una helada mucho más intensa de lo que hubiera esperado y Perla tuvo que venir a dejarme en su auto, para yo no morir congelada afuera por hipotermia.

Entré casi temblando a mi departamento y aunque todas las luces estaban encendidas, no vi a Lapis por ninguna parte.

- No creo que esté lo suficientemente loca para salir – La busqué por todos los rincones de la sala y el baño, no demorándome mucho, porque mi apartamento es pequeño. Y el último lugar que se me ocurrió revisar fue mi habitación, ya que Lapis nunca entraba en ella. Pero tenía la leve esperanza de verla ahí, hurgando en mis cosas.

Al entrar, me tropecé con un par de zapatos, que rápidamente reconocí como "no míos", y alcé la vista encontrándome con la linda peliazul durmiendo plácidamente en mi cómodo colchón, acurrucada entre mis sábanas.

Entendí que estuviera allí, ya que no era tiempo para que alguien durmiera en el sofá, aunque le prestase mil colchas. Así que, sin más, dejé mis cosas sobre mi escritorio y tomé mi pijama para ir a cambiarme al baño. Al regresar, noté que Lapis se había cambiado de posición y ahora me daba la espalda. Fui a apagar todas las otras luces y sin pensármelo dos veces, me metí a la cama, buscando calor en donde no había. Menos mal no soy tan friolenta, si no estaría perdida.

No me tomó mucho tiempo quedarme dormida. Entre el cansancio más las ganas de dormir, me podían completamente. Pero cercano a las tres de la mañana, me tuve que despertar, porque alguien a mi lado no paraba de temblar. Me acerqué a Lapis llamándola, para comprobar si estaba bien, pero ella no me escuchó. Así que tuve que sacudirla. Al parecer seguía dormida.

- Hey, Lapis. ¿Estás bien? ¿Tienes frío?

- ¿Hum? – Sus ojos se entreabrieron en la oscuridad y me vieron con molestia, sin que su cuerpo dejase de tiritar – Sí, estoy bien. Déjame.

- Tienes frío… te pondré algunas mantas encima…

- No – Me detuvo antes de siquiera intentar salir – No muevas las sábanas que me da más frio.

- Pero por eso voy a…

- Olvídalo y ya déjalo… yo estoy bien.

- Uhg… Pero que terca eres. Está bien, no me levantaré, pero tendrás que dejarte abrazar – Me abalancé a ella, sin premeditarlo. Y claro que se negaría al principio.

- No, suéltame. No me toques… - Se sacudía entre mis brazos de un lado a otro, intentando escapar.

- Uy, Lapis. Es sólo un abrazo… Y estás muy delgadita todavía, por eso tiemblas del frío.

- N-no… ya déjame.

- No te preocupes… Trataré de alimentarte mejor. Pero por ahora tendremos que dormir juntas, muy juntas. Así nos olvidaremos del invierno que se aproxima.

A la mañana siguiente, desperté con toda la espalda sudada, gracias a que cierta señorita de cabellos teñidos de azul, se aferró a mi cuerpo y no me quiso soltar en toda la noche, hasta dormir encima de mí. Tengo que admitirlo, siempre termina dándome calor por las noches y me muevo hacia todos lados, pero ella era la que no quería que yo estuviera cerca. Entonces ¿cómo explica ahora que casi no me deje respirar?

- Lapis… muévete… Tengo hambre… - No hubo respuesta – ¿Tú no tienes hambre? Puedo prepararte el desayuno si me dejas ir – Ahora fue un ronquido – Uhg… No sé cómo me voy a acostumbrar a esto.


- Afuera hace un frío de pingüinos – Entré tiritando al departamento y cerrando la puerta con el pie, ya que mis manos traían las bolsas con mercadería. Las dejé sobre la encimera y rápidamente me acerqué a Lapis, quien veía la televisión cubierta de mantas, sentada en el sofá.

- Afuera está nevando – Dijo desprevenida y no contaba con que yo metiera mis manos congeladas dentro de las colchas, para tocar su espalda – ¡Con un dem…! ¡Peridot!

- Lo siento, tenía que hacerlo. Aquí está calentito.

- Quita tus manos de mí – Se removió incómoda y yo cedí.

- Muy bien, muy bien… ¿Quieres algo especial para cenar?

- Lo que sea estará bien, gracias – Contestó y ni siquiera fue capaz de mirarme. Amargada.

- Bien, entonces te prepararé arroz blanco… ¿te gusta?

- Puagh.

- ¿Arroz con leche?

- Puagh

- Fideos blancos.

- Puagh.

- Bien, acabas de decir lo que sea, pero no aceptas nada. ¿Arroz frito? – No contestó, pero creo que ha parado la oreja. Me acerqué a ella por detrás del sofá hasta quedar a la altura de su mejilla derecha – ¿Arroz frito con camarones? – Ocultó su boca con las mantas y sus orejas y mejillas se comenzaron a sonrojar – ¿Quieres? Yo sé que te gusta, dime que sí – Insistí, con una sonrisa burlona en mi rostro.

- Uhm…

- Dilo, si no prepararé arroz con leche. Y eso no es un almuerzo – Rocé mis labios sobre su piel morena, que ahora se encontraba encendida en un rojo potente. Y no me importó en absoluto, porque haría que hablara sí o sí – Dilo – La instigué, aplastando mi nariz en su rostro, tratando de empujarla. Y sólo con esa presión, dejó escapar su respuesta, con tono suave.

- Sí, sí quiero.

- ¡Ah, muy bien! – Le planté un beso sin más y me erguí en mi puesto, animada por su respuesta, pero algo que nunca pensé sucedería, pasó en ese mismo momento. Lapis Lazuli acababa de soltar un risilla furtiva, que aunque me costó oír, pude darme cuenta de ella – No puede ser… - Sonreí a más no poder y la abracé, revolviendo su cabello con mi cabeza – No sabía que el arroz frito te hacía feliz, te prepararé todos los días este almuerzo con tal de poder verte sonreír.

- Peridot… - Se quejó.

No lo podía creer. Después de tanto tiempo sufriendo. Después de tanta frialdad, indiferencia y seriedad, ella, por fin, sonreía. Y no sólo eso, fue una risilla, aunque pequeña, pero fue una risa de todas formas. Dios, creo que ahora puedo morir tranquila.


No lo había notado antes, pero Lapis es una mujer muy hermosa. Bueno, sí lo había notado antes, pero como estaba tan delgadita parecía más una chiquilla menuda, que la mujer esplendorosa que ahora observo salir de mi habitación. Llevando meses de vivir conmigo había aumentado de peso lo suficiente como para rellenar sus piernas, caderas y pechos, sin duda. Y el hecho de dormir con ese camisón de seda oscura, me permitía apreciarla de mejor forma. El problema era que, probablemente, yo no debería estar haciendo eso.

- Buenos días – Me saludó y yo apenas alcancé a contestar.

- Buenos días… - La vi llegar a la cocina y husmear el refrigerador como si nada. Yo en tanto, seguía viendo el noticiero de la mañana.

- ¿Ya tomaste desayuno? – Me preguntó, sacando algunos ingredientes y poniéndolos en la encimera. Yo negué despacio.

- No, estaba a punto de hacerlo.

- No te levantes, yo te lo prepararé.

- Muy… bien.

La vi poner las tazas sobre la mesa, sirvió el agua caliente y puso el café y el azúcar a disposición de cada una, además de algunas bolsitas de té. Preparó una paila con huevos y luego, junto con el pan, dejó todo frente a mí. Pero cuando íbamos a comer, nos dimos cuenta de que faltaban las cucharas.

- Yo voy por ellas – Me dijo, antes de que yo pudiera reaccionar. Y rápido se acercó al cajón donde las tenías, para mi suerte o perdición, último cajón del mueble de cocina, hacia abajo.

Ya les había mencionado que Lapis había tenido un crecimiento masivo de sus atributos bastante acertado, pero había olvidado mencionar que su trasero también había aumentado de tamaño. Y no me malinterpreten, no es que ahora parezca una vaca de crianza para matadero. Pero de que estaba bien formadita, estaba bien formadita, como esculpida a mano por Dios.

Dejó las cucharas en sus lugares y proseguimos a desayunar, sin mayores inconvenientes.


- Já. ¿Y esa cara? ¿Qué no dormiste o qué?

- ¿Ah? ¿Qué?... No, yo… dormí muy hermoso, sí… muy hermosa…

Amatista me miró con cara de espanto y yo velozmente cambié de actitud, frunciendo el ceño.

- Y bueno ¿Qué haces tú en el trabajo? Ni siquiera trabajas aquí y…

- Vine a dejarle el almuerzo a Perla. No te emociones, que no vengo a verte a ti – Se burló, dándome una de sus características sonrisas socarronas, mientras agitaba su larga melena con un movimiento de cabeza.

- Sí, como si me agradara verte. Perla está en su despacho… Pasa a verla.

- Muchas gracias, Dotty.

- Que no me digas Dotty, que me molesta.

- Bien, Peri-nerd…

- Ese es peor – Chillé, pero sólo pude escuchar la risa de Amatista a lo lejos.


Era domingo por la mañana cuando desperté. No debía ir a trabajar, por lo que no entendía porque había despertado tan temprano. Volteé a mi mesita de noche para ver la hora en mi reloj digital y bufé, pesado, al descubrir qué hora era.

- No puedo creerlo, ocho de la mañana ¿un día domingo? – Me maldije internamente y me giré en mi puesto, encontrándome de lleno con el rostro de Lapis, durmiendo plácidamente – Suertuda… - Susurré y un extraño sentimiento me embargó.

Me acerqué sin pensarlo y dejé un suave beso en su mejilla, haciendo que por inercia ésta se moviera y quedara recostada de espalda con una media sonrisa en su rostro.

- Estoy comenzando a creer que el arroz frito no fue el que te hizo sonreír – Me apoyé con mis manos sobre el colchón y acorralé a Lapis entre mis brazos. Aunque, claramente no escaparía si seguía dormida – Será hora de comprobarlo…

Volví a besar su mejilla, sin tener ningún efecto, y entonces le di una lluvia de besos, en donde sólo evitaba sus labios. No quisiera incomodarla, aunque me moría de ganas por probarlos. Beso tras beso más se removía y su sonrisa más se ampliaba. Se retorcía como gusano, pero gusano al cual le gusta la sal.

- Peri… - La escuché decir mi nombre, mientras su hilera de dientes se mostraba ante mí y en un torpe movimiento, en el que Lapis giró su rostro, terminé chocando mis labios contra los suyos.

Lo normal hubiera sido que ella se despertara y, por mínimo, me golpeara y me gritara que soy una aprovechada y pervertida.

Pues, no fue así, sino que todo lo contrario. Porque al impactar mi boca contra la suya, ella no dudó en mover sus labios, sin ninguna dificultad, a la vez que me tomaba de la pijama para que yo no me alejara. Pero ¿quién pensaría rechazar tamaña lotería?

Sus manos se deslizaron de a poco desde mis mejillas, pasando por mi cuello, hasta enredar sus dedos en mi cabello. Y luego de un movimiento audaz, su lengua ya pedía permiso a mis labios para adentrarse en mi boca. Obvio no le negué el paso y que hiciera lo que quisiera ahí dentro. Y por más que pasase el tiempo, pareciese que el aire no nos faltase, porque separarse era casi imposible. Si bien no terminábamos un beso, ya seguíamos con el otro. Y para mí era gratificante, hasta que me desperté y me senté sobre el colchón de golpe.

Vi mi habitación a oscuras y cuando me giré para ver mi reloj, eran la cuatro de la mañana. ¿Quién chuchas se despierta a las cuatro de la mañana un domingo? Me volteé hacia mi otro lado y pude ver a Lapis durmiendo mientras me daba la espalda, una bonita vista de su espalda.

Volví a acostarme mirando hacía el techo y suspiré.

- Filantropía, Peridot. Es la única razón por la que la tienes aquí… Filantropía.


Había recién salido de la ducha y terminaba de arreglarme el cuello de la camisa, cuando Lapis tocó la puerta del baño, con dos golpes suaves. Ni siquiera esperó a que yo le abriera, y se tomó la atribución de pasar, así sin más.

- ¿Qué sucede, Lapis? – Le pregunté, sin apartar mí vista del espejo. Ahora venía la tarea más complicada de mi mañana, arreglar mi cabello. Pero lo bueno es que había decidido cortármelo hace no más de una semana.

- ¿De verdad tengo que estar aquí cuando tus amigas lleguen? – Me preguntó incómoda, haciendo que yo voltease en su dirección, viéndola de manera extraña. Dejé el peine a un lado y di un par de pasos en su dirección, para acércame a ella.

- Bueno. Claro que debes estar. No dejaría que te mueras de frío afuera.

- Entiendo, es sólo que… - Rascó su cuello, sin saber cómo continuar – No sé si yo… les agrade.

- ¿Qué? – Sonreí de lado y luego se me escapó una carcajada que extrañó a Lapis y al parecer, la hizo avergonzarse más de lo que pudo haber estado. Yo negué rápido con la cabeza y la tomé por los hombros, para que levantara sus ojos del suelo y me mirara a mí – ¿De qué hablas, Laz? Eres encantadora, por supuesto que les agradarás.

- ¿Lo crees?

- Siempre que no seas hostil, como lo has sido conmigo, ellas te amarán. Yo te amo y ni siquiera me tratas tan bien – Ella soltó una sutil risilla, que volvió a maravillarme, y luego me abrazó, agarrándome del cuello.

- Okay.

Dejé que nos mantuviéramos así el tiempo que fuese necesario, pero los minutos corrían y nadie hacía el esfuerzo por separarse. Y no es como que a mí me incomodara la situación, de hecho, lo estaba disfrutando mucho. No es muy común que Lapis me dé muestras de su afecto, pero creo que se ha ido soltando al pasar de los días. Aun así, no podíamos tardar más tiempo, ya que mis amigos no tardaban en llegar.

- Ejem… Lapis. Sabes que me encanta tener contacto contigo y todo, pero… creo que te debes meter a bañar, antes de que lleguen las visitas – Le di dos palmadas juguetonas en su espalda y ella se separó de mí, dejando sus brazos apoyados sobre mis hombros.

- Muy bien, sólo… Bien, ya voy – Se alejó por completo y se metió al cuarto.

Supongo yo, para traer su ropa, en lo que yo terminaba de peinarme.


- Dos gotitas de perfume y…

- Ya déjame – Rió Lapis, a la vez que yo trataba de terminar de arreglar, tanto su cabello como su apariencia entera. Y es que Lapis había olvidado por completo como tenía que verse cuando iba a recibir a alguien.

Suspiré por quinta vez, al no poder rosearle el perfume que ella misma escogió.

- Vamos, linda. Son sólo dos gotitas…

- No me gusta ese perfume.

- ¡¿Qué?! Pero si tú misma dijiste que te gustaba – Exclamé, casi perdiendo la paciencia. Y aunque antes dije que me encantaba verla sonreír, ahora me arrepentía de que se burlara de mí tan seguido y de que eso le divirtiera.

- Yo dije que estaba bien, no que me gustara – Fruncí el entrecejo, observándola como cruzaba sus brazos por sobre su pecho, sentada aún en la cama. Y mi poca paciencia ya se estaba perdiendo.

- Lapis, por favor. Te lo voy a rociar en los ojos como sigas moviéndote.

- ¿Acaso eso es una amenaza?

- No, es una consecuencia – Reafirmé y la miré con seriedad – Quédate quieta.

- No – Volvió a negarse y esta vez me abalancé sobre ella.

- Ya quédate quieta, Lapis.

- Oblígame – Se burló de mí, sacándome la lengua. Y luego, sin esfuerzo alguno, me rodeó el cuello con sus brazos y me abrazó, hundiendo su nariz en la curvatura de éste – Me gusta más tu perfume… - Me quedé inmóvil en mi puesto y sentí como Lapis me aprisionaba cada vez más cerca de su cuerpo, hundiendo su rostro en mi camisa e inhalando profundo – Me gusta como hueles…

No pude ver su rostro con claridad, puesto que se encontraba oculto en mí. Pero si noté que su respiración se agitó, por alguna razón, y yo estaba a punto de mandar al carajo la visita y concentrarme en atender mis necesidades con Lapis en ese mismo momento. Pero para mí infortunio, el timbre del departamento sonó, y me trajo de nuevo a la realidad.

- Si no quieres, no te lo coloques. Da igual – Me levanté sin problemas. Y Lapis soltó un ligero quejido cuando me separé. No pude ver su rostro, pero algo me decía que estaba completamente enrojecido, tal cual cómo debía estar el mío, porque mis mejillas ardían como si me las hubiera quemado el sol.

Me acerqué a la puerta y la abrí, encontrándome con los chicos esperándome fuera.

- ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, PERI! – Saltaron todos y me abrazaron en manada, casi tumbándome, si no fuera porque apenas y mantuvimos el equilibrio.

- Wow, gracias, chicos. Pero no era necesario el confeti…

- Oh, no te preocupes. Nosotros limpiaremos luego – Respondió Perla y después me volvieron a abrazar, hasta que yo recordé a Lapis.

- Esperen, chicos, chicos. Tengo a alguien a quien presentarles – Dije animada, separándome, y me acerqué rápido a mi habitación, tomando de la mano a Lapis y llevándola al salón – ¡Ta-Da! Ella es mi… vieja amiga Lapis Lazuli… Vamos, saluda Lapis, saluda.

- Mucho gusto a todos, es un placer conocerlos.

Habló de manera educada y hasta a mí me sorprendió. La mayoría guardó silencio al verla, pero Steven fue el primero en correr para presentarse.

- Mucho gusto, mi nombre es Steven – La tomó de la mano y la agitó en repetidas ocasiones, con una sonrisa creciente en su rostro, y casi podía ver estrellas en sus ojos – Y ellas son, Amatista, Perla y Garnet… Somos grandes amigos desde hace años. Y sé que podremos ser amigos tuyos desde ahora en adelante – Lapis le sonrió, cariñosa. ¡¿Cómo Steven pudo sacarle una sonrisa en tan sólo cinco segundos?!

- Espero que así sea, muchas gracias.

Los chicos habían hecho de las suyas otra vez. Habían traído un pastel que fácilmente alcanzaba para quince personas y además varias chucherías y refrescos de sobra. Definitivamente se habían lucido. La televisión estaba encendida, al igual que la radio, pero ambas a un volumen moderado, mientras yo y Garnet servíamos el pastel.

Steven estaba muy animado hablando con Lapis y ella parecía ceder rápidamente a los encantos del gordinflón, mientras que Amatista y Perla conversaban de sus cosas, de vez en cuando, compartiendo palabras con los demás. Al menos, se llevaban bien.

- Oye, Garnet. ¿Qué pasó con Rubí y Zafiro? ¿No pudieron venir?

- Zafiro tenía que irse de viaje esta semana y Rubí la fue a dejar al aeropuerto. Lo más probable es que él llegue un poco más tarde.

- Ah, súper. Entonces le guardaré un poco de pastel.

- Bien…

Como dijo Garnet, Rubí no tardó en llegar una hora después. Y como siempre, me saludó de la forma más efusiva que tenía, dándome además un pequeño presente. Se lo agradecí y lo dejé pasar. Rubí es uno de los mejores amigos que tengo, me llevo muy bien con él y con Zafiro, además de Garnet, claro. Siempre han sido muy oportunos en el momento de yo necesitar ayuda, y por eso se los agradezco y los quiero tanto.

Luego de eso pasamos el rato conversando, bromeando y hasta jugando. La comida cada vez se iba haciendo menos y ya casi para el final, decidí que sería bueno acabar la torta restante. Así que se las ofrecí, la mayoría dijo que sí.

- Bien Garnet, lleva éste a Steven y éste a Rubí.

- Claro – Ella arregló sus gafas y se fue para entregar los platillos. Yo en cambio tomé el último y se lo fui a dejar a Lapis.

- Ten, te traje éste. Tiene la tableta de chocolate – Me acerqué a ella, quien hablaba con Steven y casi ni se volteó a mirarme, respondiendo de forma seca.

- No, gracias. No tengo hambre.

- ¿Qué? – Alcé una ceja y la miré desconcertada – Pero… Ahm… ¿De verdad no la quieres? Yo…

- Ya te dije que no quiero. Comí lo suficiente.

- Uhg, muy bien. Malhumorada – Me levanté de su lado en el sillón y me fui a sentar justo al lado de Amatista, comiéndome yo el pedazo de pastel, de mala gana.

- Oye, P-Dot. ¿Por qué no pones un juego de tu X-box? Tengo ganas de patearte el trasero en un juego de lucha – Sonreí de lado, fingiendo arrogancia.

- ¿Crees poder superar mis habilidades como luchadora? Porque yo no creo que estés a mi nivel – Ella hizo lo mismo que yo, actuando una mirada displicente hacia mí.

- Pues yo creo que usted no está a mi altura todavía y perecerá entre mis garras – Y luego cambió su tono estoico, por uno callejero – Perderás, Loser.

- Ya veremos.

Conecté todos los enchufes en su lugar. Y no tardamos nada en ponernos en posición de batalla. Steven, yo y Rubí nos sentamos en el piso frente al sofá, justo en ese orden. Lapis, Amatista, Perla y Garnet sobre el sillón, así mismo. Y sin demorarnos demasiado, le dimos play y comenzamos a jugar.

- Já. Destrozada en segundos, Big A – Me burlé al vencer a Amatista en tan sólo seis segundos de haber comenzado la partida, pero aún nos quedaba el segundo round.

- Eso fue suerte, Peri-nerd. Ya verás como ahora te parto el trasero.

- Amatista, controla tu vocabulario.

Todos habíamos pasado a jugar. Perla fue la peor de todas en el videojuego, pero se excusó diciendo que a ella no le gustaba la violencia. Garnet nos sorprendió a todos pateándonos el trasero a cualquiera que se le enfrentase. Amatista, Rubí, Steven y yo jugábamos como si estuviéramos en una liga, pero obvio yo era la mejor de todos ellos. Y la única que no había querido o insinuado haber querido jugar era Lapis. Así que me volteé para ver si lo quería intentar.

- ¿No quieres echarte una partida, Lapis? – Tanto Steven como yo le hablamos al mismo tiempo, extendiéndole los controles para invitarla al juego. Ella me lanzó una mirada congelante e, ignorándome, tomó el control de Steven, agradeciéndoselo.

- Uy, Peri. Pero ¿qué le hiciste a esta pobre chica para que te odie tanto? – Me susurró Amatista, acercándose a mi oído, para guardar discreción. Yo sólo me agité molesta.

- Ya déjame.

La partida comenzó. Y aunque me hubiera gustado saber por qué Lapis está molesta conmigo, el que me estuviera pateando el trasero en el videojuego no me dejaba pensar con claridad. Íbamos empatadas un round, y éste ya era el tercero y último. Ambas con la misma cantidad de vida, pero Lapis atacando más veces que yo.

- Wohojojou. Peri, te está machando y ni siquiera sabe jugar.

- ¿Qué? ¿Cómo no va a saber jugar si…?

- Está apretando todos bonotes al azar – La mayoría de los presentes aguantaron las carcajadas por lo dicho por Amatista. Y yo reaccioné a la defensiva.

- Bueno, pues ¡Es sólo surte, pero ya verá!

No les mentiré, tuve que aplicar mis más grandes habilidades para vencerla. Porque ella no me daba tregua alguna, pero cuando lo logré, no dudé en celebrar mi victoria.

- ¡Já! ¡Nadie puede contra mi poder!

- Hugh, tenía la esperanza de que Lapis ganara – Amatista bufó descontenta y yo me giré a ver a Lapis, quien estaba siendo abrazada por Steven, mientras él la felicitaba por haber jugado tan bien. Creo que Steven se está pasando de cariñoso con ella, esto no me parece muy normal.

- Bien ¿Quién más juega? – Ofrecí el mando, desviando mi atención de esos dos.

- Yo, yo. Quiero luchar contra Amatista – Retó Rubí y Ame no tardó nada en ponerse a la ofensiva.

- Muy bien, afro. Veamos quién es el mejor.


Cuando nuestros amigos se marcharon, después de haberme ayudado a limpiar… De hecho, limpió Perla ayudada por Garnet, porque yo no quería limpiar nada. Lapis rápidamente se fue a la habitación y no me dirigió la palabra en ningún momento. Hecho que me pareció particularmente curioso.

Arrastré mis pies por el piso y llegué a mi cuarto, donde Lapis estaba terminando de cambiarse a su pijama, justo cuando yo entré. No dije nada, ella no dijo nada. Ni siquiera me miró y sin más, se arropó con las sábanas y me dio la espalda.

Realmente esto me confundía. Y para salir del embrollo, me subí a la cama y la llamé, para saber qué le pasaba.

- Oye, Lapis. ¿Te enojaste conmigo por ganarte en el juego? – No hubo respuesta – Lo siento. Es que algunas veces me dejo llevar. Pero para ser tu primera vez jugando, lo hiciste muy bien, casi me ganas y yo…

- Apártate, quiero dormir – Hizo un gesto de querer golpearme, pero en realidad era para que yo me asustara. Menos mal conozco sus reacciones, porque pese a todo, nunca ha intentado dañarme físicamente.

- Bueno, pero no quiero que estés enojada por eso. Es sólo un tonto juego. No vale la pena. Aunque si quieres, podemos echar otra partida, así veremos quien…

- Hugh – Y suspirando pesado, esta vez me arrastró por la cama, lejos de ella, y se volvió a acostar. Y creo que esta vez sí va en serio.

- Bien, lo siento. Ya me duermo, ya me duermo.


A la mañana siguiente me levanté temprano para irme a trabajar, pero antes me preocupé de dejar todo listo e ir a despertar a Lapis, para saber si seguía enojada o no. Fui a la habitación, terminando de colocarme mi camisa de trabajo y cuando me subí a la cama, para espiarla, pude ver que su cara estaba bañada en lágrimas y ella sollozaba aún con los ojos cerrados.

- ¿Lapis? – Me asusté – Lapis ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? – Rápido la destapé e intenté abrazarla, pero ella me detuvo, poniendo una mano entre medio.

- ¿Por qué no me dijiste que era tu cumpleaños?

- ¿Qué? – Su pregunta fue como si me cayera un balde de agua fría en la cara. Pero ella volvió a insistir, sentándose sobre el colchón y limpiando sus lágrimas.

- ¿Por qué no me dijiste que era tu cumpleaños? ¿Sabes lo mal que me sentí cuando vi que todos tus amigos te daban algo y yo no? Has hecho tanto por mí y yo ni siquiera soy capaz de agradecértelo con un mísero obsequio – Sé que no era el momento para sonreír. Sé que no era el momento para reír. Y sé que no era el momento para sentirme divinamente feliz. Pero no lo pude evitar, fue como si amaneciera sólo para mí.

- ¿Y sólo por eso estabas enojada?

- No te rías, es serio para mí.

- Oh, Lapis. Ahora mismo podría hacerte… - La tomé por las mejillas, sin darle tiempo a defenderse, y comencé a darle una cantidad de besos increíble, por todo el rostro, cosa que no dejara rincón sin besar. Mientras ella se retorcía, empujándome con sus manos acorraladas sobre mi pecho – Me encantas…

- Uy, suéltame… Ya déjame en paz – Le terminé de dar el último gran beso, apretando su mejilla, y luego la solté, sólo para comenzar a reír, a la vez que ella limpiaba su rostro con molestia – Siempre tienes que ser tan rara.

- Es que si no dijeras cosas tan adorables… - Por mi espalda subió una corriente eléctrica que me estremeció – Uff, menos mal era sólo eso. Ya pensaba yo que la había cagado.

- ¿Sólo eso? Insisto, Peridot. Creo que debe haber una forma en la que te puede agradecer todo lo que has hecho. No hago nada en todo el día, prácticamente me aprovecho de ti.

- No importa. Me gusta que te aproveches de mí…

- No es lo correcto.

- ¿A quién le importa lo correcto? Ya te había dicho una vez que me encanta ayudar a la gente. Me encanta ayudarte, me encanta verte sonreír, me encanta que sólo estés aquí…

- Pero me gustaría hacer más cosas por ti – No la había visto venir cuando ella me tumbó sobre la cama y se puso sobre mí, con unos ojitos suplicantes – Puedo aprender a cocinar y tenerte la comida hecha cada que llegues del trabajo.

- A su debido tiempo, claro. No hay ningún problema – Le sonreí, pero ella pareció no quedar conforme.

- Puedo… salir a hacer las compras por ti.

- Me gusta ir a hacer compras, pero si me quieres acompañar estaría mucho mejor.

- ¡Puedo conseguir un trabajo! – Reí en voz alta y cambié de lugares, con cuidado de no lastimarla. Terminé recostándola sobre el respaldar de la cama y con un gesto suave, pasé mis dedos por entre su pelo, tratando de arreglarle esos mechones rebeldes, que se empeñaban en alocarse durante las mañanas, sólo con la excusa de que después, pudiera deslizar las yemas de mis dedos por su piel.

- Yo trabajo para ti, pero si quieres conseguir un empleo, está bien.

- No me parece. Siento que no sirvo para nada – Habló, y sus ojitos, que antes estaban llenos de determinación, se apagaron y me dieron una mirada frustrada. Yo no podía dejar esto así.

- Tú no debes servirme a mí. Yo tampoco te sirvo a ti. No somos ninguna clase de esclavas que hacen las cosas por sus amos. Yo hago todo lo que hago porque te quiero… ayudar. Y cualquier cosa que hagas tú, me gusta y me ayuda a mí. Pero si quieres realmente darme algo. Yo te lo pediré – Puse un dedo frente a sus ojos y con la punta de la yema toqué su nariz, haciéndola sonreír – Sólo… no me dejes sola… Me haces compañía y es todo lo que necesito. Ni dinero, ni regalos, ni nada. Simplemente a ti.

- ¿Estás segura? – Ella pasó sus brazos alrededor de mi cuello y me miró directo a los ojos, a centímetros del rostro – Puedo darte algo más, si me lo pides.

- No necesito nada más, gracias.


Como pudieron apreciar, la historia está contada en pasajes de la vida de Peridot junto a Lapis. No será una historia larga, pero podrá entretener lo suficiente como para pasar el rato. Como por ejemplo cuando... Bueno, ahora no se me ocurre ninguno, pero ustedes pueden invitarlo.

Cualquier falta de ortografía es porque se me pasó, no porque no sepa escribir... A no seeer 7u7

Agradezco a quien quiera leerlo y lo encuentre bueno (Gracias, gracias TuT)

Y nos seguiremos leyendo, cuando salga de la U y actualice mis demás historias.

Chao, chao.