Capítulo 1

Simba observaba un insecto caminarle por su pata delantera, pero no lo atacaba, prefería observarlo por un tiempo y dejarlo creer que era seguro merodear por el cuerpo de un león, para luego sorprenderlo y matarlo, así es como tenía planeado aprender a cazar, "desde lo pequeño, a lo más grande" era la frase que solía repetir a su padre. Mufasa lo observaba de lejos, tendido, y pensaba para sus adentros, si este cachorro comprendía la vida como él mismo lo hacía, y lograba compenetrarse con cada alma en el reino, se extenderían los límites de la prosperidad que él mismo ya había alcanzado.

Un lamido húmedo en su mejilla lo sacó de su ensimismamiento.

-"Mufasa, eres extremadamente lindo cuando piensas con la vista perdida..."- Dijo Sarabi observando a su magnífico león pensar.

Mufasa la miró por un minuto... Sarabi era hermosa, aún recordaba cuando ella lo había lamido por primera vez y él muy tímidamente corrió a esconderse entre las patas de su madre, las hembras eran un misterio y lo seguían siendo a sus ojos. Era raro para Mufasa, que era un león conocedor de las leyes de la naturaleza, y nombrado sabio por muchos por su capacidad de analizarlo todo y tener control de las situaciones, sentirse débil en algo. Pero esto es lo que sucedía con su pareja, Sarabi sabía como hacerlo sentir en desequilibrio, quizá porque habían llegado a un nivel de cercanía donde ella conocía ya todos los recovecos que él tenía.

-¿Lo soy?- Preguntó Mufasa esbozando una pequeña sonrisa de costado.

Sarabi parecía aturdida con lo hermosa que podía resultar la cara de mufasa con esas muecas burlonas que solo el rey podía efectuar.

-Ay Mufasa... Años y aún sabes exactamente que decir... Solo unas palabras y el reino es tuyo, y yo también...

Mufasa agachó su cabeza y la apoyó suavemente en una de las patas de Sarabi, que comprendió al instante que el rey quería algunos mimos.

A unos pasos de allí, Simba se levantaba y atacaba por fin a su insecto, que voló instantáneamente, dejando una vez más a Simba creyendo ser un mal cazador.

Frustrado, el leoncito se acercó a sus padres.

-Papá...

Mufasa estaba tendido con sus ojos cerrados, disfrutando de los mimos de Sarabi. La voz de su hijo lo hizo abrir sus ojos.

-Dime.- Contestó con su natural grandeza.

-Ya no sé si soy yo el único que lo nota, o este lugar está empezando a volverse aburrido...

Mufasa lo observó, ese pequeño siempre ansioso de aventura, era difícil mantenerlo complacido, y él como padre debía encargarse del bienestar de su hijo... Si hay algo que Mufasa tenía, era la obligación de hacer que todos en el reino se sintieran a gusto, no pensaba quebrar su propia ley... Y menos con su propio hijo.

Simba volvió a hablar, ante la falta de respuesta de su padre...

-¡Papá! ¿Vamos a visitar algunos sectores que yo no conozca en el reino? ¡Por favor!

-¿Recuerdas aquello que sucedió cuando decidiste ir a hacer eso con Nala?- Preguntó Mufasa con un gesto severo.

Simba parecía recordar perfectamente lo que había pasado en aquel cementerio de elefantes en las afueras del reino, pues su cara denotó cierta tristeza al recordar.

-¡Por eso tú vendrás conmigo!- Dijo de repente levantando la cabeza y mostrando una gran sonrisa.

-Mufasa, me encantaría que te quedes conmigo y poder seguir mimándote como te mereces, pero creo que tu hijo te necesita.

Mufasa no tenía ganas de levantarse, y la verdad los mimos le gustaban demasiado, pero había tres motivos por los cuáles hacerlo... Su hijo lo quería, Sarabi lo quería, y su propia regla de ayudar a los otros lo impulsaba también...

-De acuerdo Simba... Vamos.- Dijo el rey, levantando lentamente su majestuoso cuerpo de león macho del piso de la cueva. Tanto Sarabi como Simba lo observaron moverse por unos momentos, lógicamente Mufasa marcaba soberanía y majestuosidad con cada paso.

El león rey y su hijo salieron de la cueva y el sol les pegó de lleno en sus caras, Simba entrecerró los ojos. Mufasa siguió caminando, guiando a su hijo.

-He observado como tratabas de cazar...- Comenzó Mufasa.- ... Así que he pensado, que te enseñaré como realmente un león debe hacerlo.

Simba lo observaba como si le acabaran de regalar diez mil gacelas frescas de postre, estaba feliz, aprendería a cazar, y de la mano de su padre, el mismísimo rey.

-La realidad Simba...- Dijo Mufasa- Es que este es trabajo de las leonas, por lo general los reyes se dedican a la organización del reino, y la toma de decisiones, pero lo cierto es que aún recuerdo mis escapadas a cazar con mi padre, cuando tenía tu edad.

Simba no dejaba de observarlo alucinado, sin perder ni una sola palabra.

Continuará...