Abrazados por el Fuego
Alice y Jasper son esposos, los separa la Guerra de los 100 años...pero ella esta embarazada, el Doc. Edward Cullen hace más por ella que solo cuidarla. Volverán a verse? Cuanto habrán cambiado luego de tantos años? Situado en el siglo XV.
Capitulo 1: Recordando
Así era mi vida antes, yo con 19 años, y embarazada, de un mes, claro que para ese entonces no lo sabía.
Estaba en mi casa festejando el cumpleaños número 21 de mi reciente esposo, cuando él recibió una carta con la solicitud para ir a la guerra por los conflictos armados entre los reyes de Francia y los de Inglaterra. No hacía ni tres meses que nos habíamos casado. Pero ahora Jasper no estaba con migo. Pero eso no importa, porque tengo el fuerte presentimiento que dentro de unos años, para cuando nuestra hija ya hubiera nacido, él volvería de la guerra sano y salvo a casa.
Ahora me encontraba con la mirada perdida, por la ventana de mi casa, con mis manos unidas en mi vientre, contando las hojas caer, o viendo los fuertes colores de las flores del puesto frente a la calle, por la que carretas lujosas jaladas por caballos, avanzaban pasibles.
Alice no me estas escuchando. —esa era Esme, una mujer maravillosa, que me ayudaba con las cosas de la casa, por puro placer. Ella sabía que estaba sin familia ahora, y con el embarazo las cosas se me complicaban. Ella hacía la comida, lavaba mis pesados vertidos coloniales, limpiaba, y mucho más. Ella era encantadora, y jamás se quejaba. Además era la cuñada de mi doctor, Edward Cullen. Hermano del otro Medico de la ciudad de Londres, Carlisle Cullen. —¿En que piensas?
En Jasper, en todo, nada en especial. —me sinceré.
Bueno te estaba comentando que Edward me pidió que fueras cuanto antes a verle, porque quiere hacer un chequeo de tu hijo ¿si?
Hija Esme, hija. —le corregí.
No veo como crees tanto en tus sueños.
Eso es porque nunca me han fallado. —y era cierto, lo que soñaba, se cumplía, y yo había soñado con una niña.
Como quieras... —pero mis alaridos cortaron su charla. El dolor provocado por las contracciones y las patadas de la Bebé, era muy fuerte. No se como, pero Esme llegó justo a tiempo para sostenerme. Me recostó en el sofá de la sala. —ahora vengo, vuelvo con Edward.
¡No! —le grité—¡No quiero quedarme sola! —era verdad, no me gustaba la soledad, nunca me gustó, y menos ahora estando embarazada, y con un trabajo de preaparto. Eso se debía a que en mi infancia, cuando mi madre y mi padre tenían sus deberes políticos me dejaban sola en casa, y no la pasaba nada bien, con todos los criados atendiéndome como la condesa que era, si una condesa, Mary Alice Brandon, una condesa de Francia. Pero yo no vivía mas en Francia, no desde que me casé con el militar de mayor rango de Inglaterra, Jasper Whitlock. Y entre nuestros países habían conflictos. Quien lo diría. Pero la guerra que yo presenciaba en este momento, en la que yo luchaba con migo misma para no perder el conocimiento, y mantenerme en pié mientras Esme me llevaba a su casa.
¡Ahh...! —grité, del dolor. Maldije en francés, para que Esme no escuchara mis ordinarieces.
Niña... ¡Yo entiendo francés! —me dijo Esme escandalizada, me avergoncé. —Hace años que aprendí el idioma. — Luego de caminar por tres calles adoquinadas de Londres, abarrotadas de comerciantes, carretas y criados, llegamos a la enorme y hermosa mansión Cullen.
Pasen... damela Esme. —era Edward, quien no se inmutó al escuchar mis quejidos estrepitosos. Me levantó del suelo tan velozmente que no me di cuenta. Tampoco supe como era que sabía que veníamos.
Edward ¿Qué hago? —le preguntó Esme al tiempo que Edward me recostaba en una cama. Se quedaron mirándose a los ojos, luego Edward le negó sutilmente con la cabeza. ¿Qué sucedía? ¿Era momento de que naciera mi bebita?
No —me dijo Edward, como si me respondiera a mis preguntas.
¿Cómo dices? —le pregunté. Dos pares de ojos se me quedaron mirando. Pero no respondieron.
Alice, tienes que respirar acompasadamente. —me dijo Esme, en plan de distracción. Yo sabía que algo ocultaban, siempre lo hacían.
¿Esto...es... trabajo... de...preparto? —pregunté entre inspiración y expiración.
No, tranquila, a tu pequeña le queda una semana o más. —me contestó Edward. pero...¿él como sabía que era una niña? Yo no le había dicho nada de mis sueños. Al parecer notaron mi cara de extrañes, porque Esme se apresuró a decirme:
Ahh... lo siento Alice, yo le conté lo de tus sueños.
No hay cuidado Esme. —le dije mucho más relajada. Las contracciones se iban retardando, poco a poco. Ya no eran fuertes. —¿Por qué tuve estas contracciones ahora Edward?
Probablemente es una especie de reflejo corporal al movimiento del bebé. Es muy común que en los últimos días, al acomodarse el niño en el vientre, este tienda a tomarlo como señal.
Traeré una taza de té para que puedas descansar. Esta noche te puedes quedar aquí Alice...
Oh... no, no quiero molestar... —intente incorporarme, pero Edward no me lo permitió. Mientras Esme se retiraba, yo rezongaba con mi Doctor.
¡Esme trae dos tazas! —Gritó. Y salió corriendo de la habitación. Y entonces escuché un disturbio en el hall de la entrada.
Charlie, damela. —escuché, me senté en la cama, con dificultad, pues tenía mi enorme vientre molestando, la seda del cobertor de la cama era de un rojo fuerte, y ahora que veía no era una habitación común en la que me encontraba, era mas bien, una especie de sala de parto. Entonces Edward volvió a la habitación con una mujer, colorada y sudada, con una panza tan enorme como la mía, ella también gritaba de dolor. Nos miramos a los ojos, y la acostaron junto a mi.
Tranquila , tranquila, puja suavemente. —le indico Mi doctor. Tras ellos entro Esme, con una jarra de agua tibia, y unas toallas. Luego le siguió un hombre de frondoso bigote, y el sudor corriendo su rostro. Él debía ser Charlie, el hombre que había traído a la embarazada que estaba junto a mi.
Alice, podrías ir a la otra sala. Es hora de que des a luz René. —dijo Edward.
Ven con migo niña. —Charlie me tendió su mano. Fuimos a la sala, estaba tan bellamente decorada. Amaba observar todos y cada uno de los adornos de la casa de los Cullen, y lo hacía minuciosamente, tenían cosas de todas partes del mundo. Eran muy llamativas. —Bueno, llegué a tiempo, temía tanto por mi hijo... que bueno que René es fuerte, y paciente.
Que bueno... si... ¡Serás padre! —le dije.
¡Así es! —dijo riendo—¡No puedo creerlo!
Que lindo que tu niño, o niña, tenga a su padre para sus primeros días de vida.
Oh... ¿tu Esposo no se encuentra aquí?
No... deberes militares.
¡Maldita Guerra! —dijo con bronca. —lo siento, he dicho una palabrota...
No hay cuidado, es bueno que la gente se exprese. —le tranquilicé. —bueno... y ¿Ya han pensado en nombres?
Si. Isack si es Niño, y si es niña, Isabella.
Oh... son unos nombres preciosos. —luego me puse a pensar que yo aún no elegía nombre para mi hija ¿Qué nombre sería correcto? A mi no me gustaba eso de poner el nombre de la madre o la abuela, no, eso era anticuado, y estábamos en el siglo XV, en medio de una reconciliación entre Francia e Inglaterra. Era hora de evolucionar con las ridículas costumbres.
¡AHH! —escuchamos del otro lado de la puerta. Era René, quien gritaba de dolor. Charlie y yo nos quedamos sentados sin decir una palabra, luego a la casa entró Carlisle. Y a los diez minutos volvimos a escuchar los alaridos de sufrimiento mas potentes que jamás escuché. Luego de una hora y algo mas de ardua espera, Edward saló con su mirada oscura, las manos llenas de sangre, y una toalla tan ensangrentada como sus manos colgando del hombro. Nos miró a los dos, y su mirada destilaba terror, seguramente era por la situación. Avanzó unos pasos más y sus ojos negros nos miraron seriamente.
