La respuesta anhelada/Introducción.
La tarde era calurosa y también sofocante gracias a la humedad que emanaba de la lluvia. Encerrado en mi oscuro y mohoso cuarto, apenas escapando de la nebulosa de mis pensamientos, lo note: Se habían ido. ¿En que momento había sucedido? No tenía idea. De hecho, solo unas horas atrás, era víctima de una fiebre abrazadora que parecía querer incinerarme por dentro.
Cuando por fin fui capaz de volver sobre mis pensamientos, lo noté. Mi padre, aquel que había jurado cuidarme en un pacto invisible forjado por la simplicidad de nuestros vínculos sanguíneos, ese hombre que habría de ser un ejemplo a seguir por el resto de mi vida; sin pensar en cómo reaccionaría, tomo aquello que era más importante en mi vida y huyo sin rumbo aparente,
Se había llevado a mi hermana.
En esos momentos, mi pobre hermana menor debía estar en algún lugar, recibiendo su parte de miedo como un desborde de la irresponsabilidad de nuestro padre. Compartiendo con él, momentos que de ser capaz de olvidar, marcarían de alguna forma u otra, un imborrable estigma de tristeza.
Aun con toda la condescendencia volcada sobre mi hermana, no había olvidaba los inconvenientes de mi propia posición. Solo, hambriento, y sin ser capaz de ver el mas mínimo atisbo de esperanza en mi oscura y pantanosa mente. Solo rencor.
Di un vistazo a mí alrededor, valiéndome de los escasos rayos de luz que se filtraban a través de las ventanas taponeadas, no pude ver más que desorden suciedad y moho. Mi propio rostro pálido, apenas visible entre los mechones oscuros que colgaban sobre él, me devolvió la mirada cuando pase frente al espejo de cuerpo completo en mi habitación.
-Si- pensé-. Va siendo hora de que deje este lugar de una vez.
Las alimañas y la maleza poco a poco iban ganando terreno, expropiándose de mi casa. En cualquier momento podría salir un raticate o un monkey salvaje desde la alacena y atacarme, tenía presente esa escena cada vez que me arriesgaba a caminar por la casa.
Eche un vistazo al patio delantero, el césped estaba tan largo que ni siquiera era capaz de ver más allá de la propia verja de entrada. Ya no me cabía duda, el lugar estaba atestado de pokemon salvajes.
Pensé en que debería haber hecho caso a mi madre en aquel momento, cuando, con toda la emoción y la inocencia del mundo, me instó a comenzar mi viaje pokemon.
Aun recordaba la emoción en sus ojos al decirme que ya estaban listos los preparativos para mi viaje. Ella se había afanado personalmente para alistar la ropa, el dinero y los permisos que necesitaba. Sin embargo, para mí todo eso no representaba más que un desperdicio de dinero, un lujo que nuestra pobre familia no podía permitirse.
A mis 12 años comprendía muy bien todo lo que sucedía a mí alrededor. Mi madre y mi padre eran distintos; ellos preferían la realidad que les daba el gobierno. En cierta forma no los culpaba, todas las familias en Kanto eran exactamente iguales.
El gobierno se encargaba de mostrar una falsa visión de prosperidad y armonía, hacer creer a todos que vivíamos en un mundo perfecto; sin pobreza ni miseria, bienes equitativos, solo armonía. Esa falsa armonía. Por eso, mi familia era como las demás; creía en la realidad popular, creía en que nuestro mundo estaba lleno de hermosos lugares por visitar, y lindos pokemon esperando a aquel que asuma el reto. Pensaban que la única preocupación que uno debía tener era que tu entrenador favorito gane la liga Premium a fin de año.
Esa era la realidad que ellos querían ver, pero tal cosa no encajaba conmigo.
Se hicieron las cinco de la tarde cuando al fin me arme de valor para abrir la estropeada puerta de entrada. La visión de lo que parecía ser una especie de selva dentro del terreno de mi casa, me invadió apenas di el primer paso. Mire atrás para ver las paredes, antaño blancas, recubiertas de grietas y verdín, el techo de tejas con varios agujeros repartidos a lo largo y las columnas deterioradas de la vieja casa de mi madre.
Su único legado echado a perder por la irresponsabilidad de mi padre. Hice una mueca de disgusto al darme la vuelta y encarar de nuevo la mini-selva en mi patio.
Todo era su culpa, él me había dejado en esta situación tan comprometida. Apreté los dientes al mismo tiempo que mi cabeza reproducía el reflejo del rostro de mi padre.
-No lo voy a perdonar, nunca- pensé.
Corrí con todas mis fuerzas entre la maleza, rogando con todo mi ser que ningún pokemon se percate de mi presencia, solo eran unos seis metros hasta la oxidada verja de entrada.
Un sonido metálico irrumpió en el lugar, similar a dos placas de metal chocando entre sí. ¿Un pincir? La sangre se agolpo en mi cabeza.
No quería averiguar de qué se trataba, por eso, corrí con más fuerza e hice uso de mis brazos para abrirme paso entre la espesa hierba, hasta llegar a la verja. Comencé a treparla justo cuando sentía que el sonido metálico se hacía más fuerte.
-Por los pelos- suspiré al tocar el suelo de la vereda con mis pies.
Di un último vistazo a esas paredes mohosas plagadas de recuerdos agridulces, el lugar donde se había proyectado toda mi vida. Todo mi mundo.
Había llegado el momento de dejar a un lado todo y luchar, mi madre se fue hace tiempo, mi hermana tampoco estaba, así que ya nada me ataba a ese lugar.
El camino que conducía desde mi casa en la costa hasta Fucsia City estaba obstaculizado por unas rocas enormes, a pesar de estar pegada al mar, era una zona de mesetas. Mientras trepaba, alcé la vista para contemplar, entre medio de la fina llovizna que aún no se dignaba a cesar, el verdor de las montañas y las pilas de rocas mohosas que eran bañadas a diario por las olas.
Transpirando mi jersey negro, y ensuciando mis pantalones rojos con lodo y fango, me deslice hasta conseguir llegar a la caceta que conectaba con Fucsia City.
En lo que tarde en cruzar el inmaculado piso blanco de esta, pude notar como la mirada del guardia se estancaba sobre mí. Sus ojos sobreentendían los pensamientos despectivos que debía tener sobre mí.
Los guardias en las casetas eran solo de adorno, no hacían más que observar a las personas que pasaban y catalogarlas de acuerdo a la ropa que llevaban puesta.
Estaba de más decir en qué grupo de personas me catalogo ese hombre al verme. Mi aspecto andrajoso denotaba mi situación actual, y eso era muy malo. Un gobierno que se preocupaba tanto por las apariencias no iba a dejar que algo tan poco estético como yo, vaya de aquí para allá mancillando sus calles pulcras y llenas de lindos pokemon. Sería mucho mejor borrar esas cosas que nadie quiere ver, enviar a sus agentes vestidos de rojo, armados con una pokeball en cuyo interior reside un pokemon capaz de reducir a cualquiera; y finalmente enviar a esa persona a la Isla invertida. Aquel lugar del que nunca se regresa, sonde están encerrados todos los horrores de un mundo maquillado por fuera, pero que por dentro se está pudriendo.
Tras cruzar la caseta y llegar a Fucsia City, me encontré con las calles extrañamente vacías. El cielo ya estaba oscuro y lleno de nubes negras que no paraban de bañar las calles desiertas. Caminé bajo la luz de los faroles, sin dejar de mirar en todas las direcciones. Tragué saliva ante el incómodo silencio.
Qué raro. Fucsia City no era una ciudad tranquila, y desde que había llegado0, no había visto una sola persona ni había escuchado un solo sonido. La atmosfera también se sentía extraña, me recordaba vagamente a esas viejas películas de vaqueros que veía mi padre. Parecía como si en cualquier momento algo fuese a saltar sobre mí.
¿Debería haberle hecho caso a mi madre con lo del viaje pokemon? A lo mejor, lo del viaje era un pretexto para alejarme de la asquerosa vida que podría esperar al lado de mi padre. Quizás ella esperaba que me convierta en un entrenador pokemon, triunfe en la liga y consiga una vida prospera. Pero yo siempre fui una persona realista, nunca tuve buen trato con los pokemon y además, la carrera de un entrenador novato está estrictamente ligada a la situación económica de su familia. Las posibilidades de éxito se reducen si el aspirante se queda sin dinero para solventar sus gastos. Los entrenadores talentosos consiguen dinero ganando muchos combates, pero eso no es para cualquiera. No todos están destinados al éxito.
Por esas razones, decidí no hacer mi viaje, busque escusas baratas para convencer a mi madre y quedarme en casa. No iba a dejarla a ella y a mi pequeña hermana solas. Logre quedarme, pero todo fue en vano.
No acababa de arrepentirme de mis decisiones cuando pasé por el gimnasio cerrado. ¿Koga está de viaje otra vez?
Seguí caminando en dirección al centro pokemon, esperaba poder conseguir algo de comer.
Me encontraba a unos treinta metros de distancia, cuando comencé a escuchar unos extraños ruidos metálicos. ¿Golpes? No estaba seguro de querer averiguarlo.
Antes de que pudiera darme la vuelta, la puerta del centro pokemon se abrió de golpe, de forma violenta, dejando salir un bulto que fue a dar varios metros más allá en la vereda.
-¿Ya está? ¡Athena! ¿Era el verdad?- la voz de un hombre resonó desde dentro del edificio.
-Sí. Es el, te lo dije, iba a ser pan comido- la segunda voz era de una mujer.
Las dos voces seguían conversando entre ellas de algo que no llegue a entender, por lo que centre mi mirada en el bulto que salió volando a través de la puerta de entrada.
Un escalofrío recorrió mi espina al notar que era ni más ni menos que una persona, sin embargo, abrí los ojos con mayor sorpresa al notar que se trataba del Alcalde.
Regordete, de cabello rubio y corto, y vestido con un elegante traje celeste, yacía tumbado boca arriba, con un hilo de sangre chorreando desde sus cien.
Se vino a mi mente, uno de sus varios discursos en la televisión; en el que se aseguraba de recalcar la perfección del mundo en el que vivimos. Su rostro brillaba por la hipocresía y la falsedad; todos lo amaban, después de todo, siempre comunicaba buenas noticias. Era un encanto.
Odiaba a ese tipo casi tanto como a mi padre, por eso, no pude evitar sonreír al verlo inconsciente y desarreglado.
-¿Te gusta lo que ves?- la voz masculina que escuche hace unos segundos me hizo sobresaltar. Alcé la vista para ver a un joven de unos veinte años, alto, de cabello color verde agua, ojos a juego con su pelo y vestido con una camisa y pantalones blancos sobre una remera negra. Centre mis ojos en la R ubicada en el pecho de la camisa, a la altura del corazón.
Me estaba viendo fijamente a los ojos, por la presión, no alcance a responder nada.
El me dirigió una mirada seria antes de darse la vuelta.
Saliendo del centro pokemon, una mujer vestida de forma similar, de cabello corto y rojizo, y con un pendiente de forma triangular colgando desde su oreja; comenzó a hablar en voz alta.
-Escuchen bien. Por qué lo voy a decir una sola vez.
-Ya lo dijiste varias veces…- interrumpió el muchacho de cabello celeste.
-¡Silencio! No me interrumpas- grito ella antes de volver a dirigir su mirada al interior del edificio-. Somos el equipo Rocket. Vamos a dominar todo Kanto, así que vayan acostumbrándose.
Algunos sollozos y murmullos se escaparon desde dentro.
-Cualquiera de ustedes puede acabar como el alcalde si se resiste a nosotros- continuo ella.
Mientras hablaba, unos cinco hombres vestidos de negro y con una boina sobre sus cabezas, salieron a la vereda. Cuando acabo de hablar, el lugar quedo en silencio, excepto por los sollozos y los murmullos.
Me centré sobre los extraños. ¿Team Rocket? Nunca había oído de ellos. Todo lo que sabía, era que acababan de golpear a una de las personas más odiosas del mundo. Un extraño presentimiento invadió mi cabeza, una sensación que me decía que no podía dejar pasar esta oportunidad.
-¿Por qué golpearon al alcalde?- yo mismo me sorprendí del valor que reuní al pronunciar esas palabras.
Las miradas afiladas de los extraños se dirigieron al mismo tiempo hacia a mí, casi haciéndome arrepentir por haber hablado.
El hombre que me había hablado hace un momento se volvió unos pocos pasos hacia a mí. Tragué saliva cuando volvió a hablar.
-Porque somos criminales, por eso.
Sin estar conforme con su respuesta, tartamudee al volver a hablar.
-¿Y que pretenden? ¿Qué ganan con esto?- pregunté en tono serio.
El esbozo una leve sonrisa. -¿Qué sucede? ¿Te interesa?
Asentí con la cabeza.
-Ummm…por donde debería comenzar. Bueno, a decir verdad, no hay muchas explicaciones posibles. No había lugar para nosotros en este mundo, así que escogimos un camino diferente. No es que ganemos nada en particular.
-Yo también estoy en una mala situación, pero no voy por ahí robando y matando- escupí.
-¿Eh? Seguro, se te ve muy bien- dijo en un tono burlón, mientras señalaba mis ropas llenas de lodo. Los hombres que lo acompañaban comenzaron a reír.
Él se enserió al mismo tiempo que las risas iban cesando.
-Nosotros vamos a cambiar las cosas- dijo finalmente-. No somos como la gente del gobierno, nuestro líder es diferente.
-¿O sea que van a cambiar las cosas robando?- ironice, en un arranque de valentía.
-Muy gracioso- comento sonriendo-. Pero… ¿qué haces tú para cambiar las cosas? Puedo darme cuenta que no estas como quisieras estar.
Me sorprendí ante eso último, y sin nada que responder, agache la mirada. Él se dio la vuelta nuevamente, dejándome con mis pensamientos.
Le di muchas vueltas al asunto antes de caer en cuenta de varias cosas. Tenía que buscar a mi hermana, no podía dejarla con mi padre. Aunque en las condiciones en las que me encontraba, eso iba a ser imposible. No tenía dinero, ni comida, ni nada que me sirviese en mi viaje.
Un sentimiento se apodero de mí. ¿Y si este es el camino que tengo que seguir? Lucía oscuro pero, podía ver que la R escarlata era el único camino que se proyectaba delante mío. Tenía prioridades. Hable sin pensar más.
-¿P…puedo unirme?- varias miradas se posaron sobre mí.
-¿Qué?- fue la mujer de cabello rojo la que dudo primero.
-Quiero unirme- repetí, esta vez con más seguridad en mi voz.
Ella lanzo una breve carcajada. -¿Estás loco? ¿Te crees que cualquiera se puede unir así como así?
-De hecho, si…- divagó el muchacho de pelo claro.
-¡Silencio! No me interrumpas- se quejó ella-. Tenemos un estándar de calidad, no cualquiera puede trabajar para el Team Rocket.
-¡De verdad quiero unirme!- insistí-. No voy a llegar a ningún lado como estoy. Hay cosas que tengo que hacer y no voy a poder hacerlas por mi cuenta. Tienes razón- agregué dirigiéndome al muchacho.
Él se colocó una mano sobre el mentón, sin dejar de observarme.
-Mmmm…No voy a preguntar qué clase de cosas pero… ¿estás seguro que quieres unirte?
-¡Sí! Necesito cambiar mi vida. ¿Eso es lo que ustedes hacen verdad?
-Ya te lo dije mocoso- dijo la mujer-. No hay lugar para los débiles dentro del team…
-Espera- interrumpió el joven de cabello celeste.
-¿Ahora qué?- soltó ella irritada.
-Creo que… podemos darle una oportunidad.
-¿Estás loco? ¡Míralo! Seguro no pasa de los 15 años.
-Lo sé, pero…-clavo sus ojos azules sobre los míos, a lo que yo me esforcé por mantener la mirada-. No creo que sea débil, puede que encaje bien.
-¿Eh?- la chica arqueó una ceja sin dejar de abrir la boca.
-Creo que comparte nuestros ideales- remató el chico finalmente.
La desconfiada pelirroja se me quedo viendo de arriba abajo durante unos segundos, con mirada analizadora.
-Bien…- dijo al fin-. Haz lo que quieras Apollo- agregó en tono apático, dándose la vuelta.
-Supongo que eso es un sí- dijo el sonriendo.
-¿Entonces? ¿Estoy adentro?- pregunté sin más.
-Se puede decir que sí- contestó el, extendiéndome una mano enguantada-. ¿Cómo te llamas?
-Marco- respondí al estrecharla con fuerza.
-Muy bien Marco, a partir de hoy trabajaras con el Team Rocket.
