/ ¡Hola otra vez! Y de nuevo, un regalo cumpleañero para alguien muy, muy especial. Lo que haga no estará a la altura de la gran persona que es, pero espero sinceramente que le guste a ella y a cualquiera que quiera pasar un buen rato./
DOS MARCAS EN EL SUELO
Me he acostumbrado a esperarte en esta esquina. Suelo hacerlo parado en el mismo sitio, de tal manera que los que pasan tienen que rodearme, porque mi único territorio es ese metro cuadrado donde descargo mi peso de un pie a otro. Si alguien me observara diría, sin dudarlo, que hay una marca con mi nombre en la acera de la que no me despego por nada. Y yo añadiría: hay otra marca con su nombre también.
Me trae buenos recuerdos este lugar. Algunos un poco menos buenos, lo reconozco, porque allí se produjo una gran catarsis para nosotros y aunque el hecho en sí fue positivo, la manera en que ocurrió, casual e improvisada, no es que sea digna de recordar.
Discutimos. Nos enfrentamos. Bueno, yo discutí. Tú apenas mudaste la expresión de tu rostro mientras yo soltaba por mi boca todo lo que había estado guardado en mi corazón y mi mente. Y es que al menos la primera vez que ocurrió, la primera vez que te dije que sabía que eras la mujer de mi vida, tiraste de mi, me pediste seguir juntos aunque no fuera la manera que yo buscaba. Pero es que en aquella esquina no te movías ni un milímetro. Y yo sentía que esta vez sí querías hacerlo, y pensé: ¿por qué no me la juego ahora?
No es que estuviera machacado por la situación. La verdad es que llevábamos en ella un tiempo, y nos proporcionaba la tranquilidad y el reposo de quien espera que las cosas surjan y se establezcan. Pero todo tiene su momento, y el Dios eligió aquella desgracia que nos afectó a los dos para romper el precario equilibrio en el que nos manteníamos.
De repente cargaste sobre tus espaldas todas tus decepciones, tus carencias, lo que no habías dicho nunca y lo que dejaste de decir. Pude ver que te hundías, y yo estiré mi mano para salvarte. Una vez más, porque siempre he estado ahí cuando tu vida y tu cabeza peligraban.
Y en esta esquina comenzó todo, ambos cara a cara, con las manos en los bolsillos y separados por una prudente distancia, real e imaginaria a la vez. Pero no quiero recordar cuál fue el desencandenante, porque lo primero que recuerdo fueron tus lágrimas silenciosas cayendo por tus mejillas, y tu cabeza agachada, y que yo no soportaba verte llorar de ninguna manera. Porque ya no llorabas por un amigo que se había marchado, o por una decepción profunda.
Juraría que llorabas por mí. Por nosotros.
Sólo recuerdo que saqué las manos de mis bolsillos y te buscaron para fundirte conmigo y con mi cuerpo. Que besé tu cabeza, tus mejillas, tus ojos, tus labios. Que sentí las tuyas abrazando mi cintura como si te estuvieras aferrando para no caer en un abismo. Recuerdo que estaba ahí y solo ahí para lo que siempre he estado. Para ti.
Y estuvimos mucho, mucho rato en aquel lugar, sobre aquellas marcas imaginarias que eran las nuestras. Porque era nuestro lugar y nuestro momento, y eso ni nada ni nadie nos lo quitaría. Ni nos lo quitará nunca.
Por eso te espero cada tarde, cuando sales del laboratorio, en esa esquina. Porque cada vez que lo hago recuerdo, como miles de veces durante todo el día, cuánto te quiero y cómo hemos llegado hasta aquí. Cuando tú pisas la tuya, siento que me das el pie para avanzar, para seguir adelante. Y cuando nos marchamos juntos de allí, mi brazo en tus hombros, me pregunto cómo pude estar enfadado con el mundo si tú formabas parte de él. Y al sentir tu mano, fuerte y segura, cogiendo la mía, sé que ya no tienes miedo de quererme.
Porque otros pintan corazones en los árboles, pero tú y yo tenemos esas marcas. Nuestras marcas.
