Nombres

-Ho-ho-ho…

-¿Homúnculo? –se adelantó Hohenheim.

-No, tu nombre –señaló número Dieciocho, divertido- es espantoso. Aunque, mejor que estar numerado como si fueras parte de un rebaño de ovejas…

Hohenheim dirigió la vista al suelo. Hacía varias semanas que había conocido al resultado de aquellas investigaciones con su propia sangre; el llamado Homúnculo había comenzado a compartir sus conocimientos y a él no le había faltado tiempo para ir a mostrarles todo aquello a sus compañeros.

-Entonces, ¿han creado un humano sólo con sangre? ¿y se han dejado todo lo divertido? –Hohenheim rió.

-Al que le han privado de lo "divertido" de tener un hijo es a mí.

-¿Y no te molesta? Quién sabe, puede que la madre sea una de esas cortesanas…

Hohenheim se encogió de hombros. Le había importado un bledo lo que hacían o dejaban de hacer con su sangre, y si a partir de ella tenía algo parecido a un "hijo", lo único que había esperado era que no le pidiesen responsabilidades más tarde. Suerte que el niño había salido listo.

-Maldita sea, ni si quiera es un humano. Sólo es una especie de… voluta de humo negro con ojos.

Ésta vez fue el turno de Dieciocho para reír.

-Bueno, si no tiene cuerpo, entonces no tendrás que bañarle o cambiarle el pañal. Las mujeres siempre comentan lo complicado que es quitar los restos de los pañales cuando se sec…

-Basta, acabo de desayunar –pidió Hohenheim.

-Para lo que comes, poco te importa vomitarlo –alegó Dieciocho con sarcasmo- la diferencia de espacio en tu estómago no sería muy grande.

Permanecieron largo rato en silencio. Era de noche y lo único que se oían eran los incesantes cri-cri de los grillos; Hohenheim y su fiel amigo Dieciocho solían aprovechar las noches de los días menos ajetreados para tener algo de tiempo libre para ellos dos, aunque lo único que hicieran fuera hablar.

-Eh, Hoho…

-No me llames así. Pareceré una especie de clon maligno –dijo el aludido, un poco molesto.

-Está bien, Hohenheim –se corrigió con una sonrisita- ¿puedo pedirte algo?

-¿Qué? –preguntó, con la mirada perdida en una casa lejana.

-¿Me pondrías un nombre a mí también?

Hohenheim giró la vista hacia él, sorprendido.

-Yo no sé poner nombres, Dieciocho.

-Vamos, hombre, no será tan difícil cuando tú tienes uno –alegó su compañero.

Hohenheim arrugó la nariz, y acto seguido suspiró. ¿Qué nombre ponerle? ¿Y si se lo inventaba? Al fin y al cabo, eso había hecho el Homúnculo. Anduvo unos minutos dándole vueltas a sílabas más o menos fáciles de escribir y pronunciar.

-… Me gusta Alphonse –dijo al fin.

Dieciocho le observó.

-¿Alphonse?

-Si no te gusta, también puedes llamarte… -hizo una pausa, pensativo- ¿Willow? ¿Edward?

-Creo que prefiero Alphonse –rió su compañero-, los otros dos parecen nombres como los de esas criaturas fantásticas… ¿cómo se llaman? ¿gnomos?

Hohenheim sonrió.