N/A:

1) Los personajes de Once Upon A Time pertenecen a Adam Horowitz y Edward Kitsis.

2) La historia esta relatada en tercera persona. Será un relato más o menos corto evocando la Noche Buena y la Navidad. Se tratará de respetar las personalidades originales pero de ante mano me disculpo por alguna variación (licencia poetica) que se dé en las mismas.

3) La trama de la historia se basa en la sexta temporada cuando vuelven del Inframundo, pero he modificado algunos hechos tomando en cuenta el mito de Hades y Perséfone.

4) Si ven esta historia fuera de mi cuenta de FF o facebook por favor comuniquemelo, digamos No al plagio y apostemos siempre al original.

5)Cualquier sugerencia y/o crítica me la pueden hacer llegar por medio de un PM o un review.


Vísperas:

Emma desde su silla, en la estación de policía, miraba el techo mientras jugaba con una pelota de béisbol.

No estaba muy concentrada últimamente, las cosas habían salido pésimas en sus dos últimas aventuras y eso la traía mal.

Había salvado a Regina de la oscuridad, pero había caído ella. La habían rescatado pero al precio de la vida de Hook.

Y en su necio egoísmo había arrastrado a todos en una misión suicida para salvar al capitán, que terminó con un Hood muerto para siempre.

Y aunque Garfio estaba de vuelta nada se sentía igual, él era más oscuro y prefería mantenerse alejado de todos.

Parecía un ayudante de Hades, no malo pero tampoco bueno. Y la tarea de Emma consistía en devolverlo al Inframundo o encontrarle donde vivir.

Obviamente atrás quedaban los planes de construir una familia con él, y lo peor era que aquello no le molestaba. Lo único que le preocupaba era que el capitán pudiese causar estragos en la ciudad.

Le habían vuelto algunas mañas y en su haber volvía a estar el odio hacia el cocodrilo y Regina. Mas que nada Emma quería proteger a aquella última. Pero desde lo de Hood no podía ni mirarla a los ojos. Le dolía mucho haberle quitado su final feliz por nada.

—Señorita Swan, ¿está en las nubes? —Interrumpió Regina—: Acaso no me ha oído entrar.

—Gin… —balbuceó la sheriff—: Lo siento, Señora Alcaldesa. ¿Qué desea?

—Que dejes de tratarme de usted.

—Pero tú empezaste, Regina.

—Eso fue porque no me estabas escuchando —explicó la alcaldesa—: Te llamé tres veces por tu nombre y no respondías.

—Lo siento, estaba distraída —Se disculpó Emma de inmediato—: ¿Ha pasado algo?

—Sí, nuestro hijo.

—¿Está bien? —preguntó preocupada dejando la pelota sobre la mesa.

—Tranquila, Henry está bien —Le dio un apretoncito en la mano—: Es sólo que quiere festejar navidad con todos.

—Ah, sí ya me había contado —comentó Emma—: Por eso Granny iba a poner su local para el festejo.

—Sí, eso es para el veinticinco —alegó Regina—: Pero desea algo más familiar el veinticuatro.

—¿Más familiar?

—Sí —afirmó la morena y sentándose en el escritorio agregó—: Quiere una cena con tus padres y nosotras.

—Okey, les avisaré —Emma se perdió en la buena figura de la alcaldesa antes de añadir—: ¿A qué hora hay que estar en tu casa?

—Ellos a las siete, tú un día antes —respondió con una sonrisa un tanto maliciosa.

—¿Por qué un día antes?

—Porque ayudará con la decoración y la cena Miss Swan —Levantándose agregó—: Y también me prepararás para soportar a tus encantadores padres.

—Pero si ya no los odias.

—Es cierto —Apoyó la alcaldesa—: pero viste como se ponen cuando se entusiasman ¿no?

Emma asintió, recordando los discursos que le gustaban dar a sus padres, como se andaban acurrucando y las frases de «Te encontraré» que repetían cada veinte minutos en las fiestas.

—Estaré el veintitrés a la mañana, les llevo el desayuno.


Satisfecha con su tarea, Regina salió de la comisaría y se reunió con su hijo en el auto.

—¿Y?

—Tu mamá aceptó.

—¡Sí, lo sabía! —exclamó el no tan pequeño castaño.

—Igual eso no garantiza nada, Henry —acotó Regina.

—Mamá, tú la quieres ¿no?

—Sabes bien que sí —suspiró—; pero Emma no olvida lo que pasó hace seis meses.

—Sí, lo sé —admitió Henry—: Y eso la hace sentirse culpable, por eso debes contarle la verdad mamá.

—Vale, prometo contarle todo.

Encendió el auto encaminándose a la mansión, mas un pensamiento surcó su mente: Hook. Temía dos cosas en cuanto a él, una que Emma aún lo amase y otra que pudiese tomar alguna represalia.

La mano de Henry en su hombro la trajo de vuelta y sus únicos pensamientos se centraron en atender bien a Emma cuando viniese a su casa.


Entre tanto hasta el día veintitrés, Regina procuró retomar los almuerzos con Emma y buscó todas las excusas posibles para acercarse a la rubia.

Le pedía informes, se sumaba al patrullaje, buscaban juntas a Henry y le regalaba flores para que decorase su escritorio.

—¿Tan mal se ve mi escritorio que debes hacer esto cada día, Regina? —inquirió mirando las rosas.

—Le estoy ayudando a crear el hábito del orden, Miss Swan.

—Ah, ya veo —Entendió de pronto la rubia—: Cuando me tienes que retar vuelvo a ser señorita Swan.

—Es el único lenguaje que entiendes, Emma.

—No es el único —Se le escapó a la rubia—, Digo, tienes razón.

—Mmm —Regina se la quedó viendo extrañada—: Bueno, ¿vas a colocar las rosas en tu escritorio o no?

—Sí, claro —Emma buscó el florero y las colocó de inmediato—: En realidad sí ayuda con el orden y a la vez lo hace ver más vistoso.

—De nada —respondió Regina regalándole una sonrisa y mirada autosuficiente.

Esos gestos eran letales para la Salvadora. Hacía rato que era consciente del poder de seducción de la alcaldesa. Pero ahora también descubría que no podía evitar caer ante ello.

Aquello le gustaba y le asustaba por igual. Sabía que las circunstancias en las que se encontraban no hacía propicio al entre ellas. Para Emma la oportunidad se había perdido tras volver de «Nunca Jamás» o quizás cuando le enseñaba a usar la magia para enfrentar a Zelena. Fuese cual fuese, veía lejos un acercamiento de aquellos, incluso no sentía que mereciese siquiera su amistad.


Regina volvía a su oficina algo frustrada. Tiraba su abrigo en el sofá y se servía sidra de manzana.

—¿Bebiendo antes de mediodía? —Interrumpió una voz entrante.

—Sólo es sidra —Minimizó Regina.

—¿Y a qué se debe?

—¿Debe haber un motivo? —Alzó una ceja.

Su compañía, que no era otra que su amiga Tink, le sostuvo la mirada haciendo que Regina suspirase y se sentase a su escritorio.

—¿Puede ser alguien tan testarudo?

—¿Hablas de ti o de la sheriff? —Bromeó Tink.

—De ella, por supuesto —respondió dedicándole una mirada asesina.

—¿Y por qué lo dices? —Centró el tema la dulce hada.

—Porque sigue aferrada al sentimiento de culpa por lo de Hood y no me ve —Se sinceró la morena.

—Ella no sabe la verdad, Regina —Reconfortó Tink—: Emma sólo sabe que tu final feliz era él y que ella lo arruinó dos veces.

—Lo sé —Regina se perdió mirando las fotos de su escritorio—: Pero ¿y si contarle no sirve para que me vea como mujer?

—Confía en el destino, Regina.

—Me ha fallado tanto eso del destino, que ya no lo siento como garantía.

—Entonces confía en lo que eres —Le apretó la mano—: Vales mucho Regina y tienes mucho encanto por lo que dudo que Emma no lo haya notado.

Regina sonrió ante aquellas palabras y deseó tener el optimismo de Tink pero su ser la ponía a la defensiva.