Capítulo 1: Carreras.
Once de septiembre del 2008, 23:54 p.m.
Las fiestas sin autorización no suelen acabar bien casi nunca, y aquella no iba a ser una excepción. Era la tercera vez que un vecino subía a quejarse del ruido de la música, y era la tercera vez que Ryan Saddler, el dueño del piso, le ignoraba. Tras la amenaza de denuncia del cuarto vecino, Saddler decidió apagar la música, pero la fiesta aún no acababa para él, y comenzó a proponer juegos cada vez más peligrosos.
Cuando uno de sus socios había conseguido esquivar el cuarto cuchillo, que quedó clavado en la pared, pasó el turno a Ryan mientras otro de sus compañeros apuntaba los puntos en una pequeña pizarra. Pero lo último que recuerda el dueño de la casa fue la imagen borrosa del techo de su apartamento y las voces y gritos de sus amigos, que se encontraban a su lado sin saber qué hacer. Solo pudo distinguir un par de frases como "Llamad al hospital", "¿Qué le pasa?" y "No tengo ni idea".
Doce de septiembre del 2008, 7:50 a.m.
Disfrutar de una buena carrera era una de las cosas que no se había podido permitir después de su luna de miel, estaba desentrenado y sentía como después de un par de minutos, sus piernas ya comenzaba a flaquear. "Es fácil, solo tienes que poner un pie delante del otro", le solía decir su ex entrenador personal cuando comenzó sus entrenamientos en el gimnasio, entrenamientos que había dejado hacía ya varios años. Se paró unos segundos para coger aire y estirar un poco las piernas, pero poco después volvió a retomar el ritmo, ya que no quería enfriarse. Y por mucho que le costase, debía volver a adaptarse a la rutina.
A pocos metros, la inmunóloga y alergóloga Alison Cameron se preparaba para iniciar su propio recorrido. Se ató los cordones fuertemente, pues una de las cosas que más odiaba era tener que pararse en mitad de su carrera para volver a atárselos; y estiró un poco las piernas para después ponerse a trotar a una velocidad bastante considerable. Ella había acostumbrado a correr en su cinta mientras veía la tele en el salón de su casa, pero después de sus últimas vacaciones en Miami, había comenzado a aprender a disfrutar del paisaje de los parques más bonitos.
El hombre miró a su alrededor y divisó a una muchacha de unos treinta años, algo bajita, pero bastante atractiva, y apartó la vista de inmediato, repitiéndose a sí mismo una y otra vez las palabras "No puedes, estás casado". Siendo sincero con sigo mismo, esas palabras las había tenido que repetir demasiadas veces en los últimos días de su vuelta al trabajo. Miró el reloj. Eran las ocho de la mañana y en media hora tenía que estar en su casa para poder llegar a tiempo al trabajo, así que aceleró el paso todo lo que su cuerpo le dejó. Finalmente, tuvo que optar por parar una vez más y sentarse a descansar. Miró su reloj otra vez. Llegaba tarde.
Cameron desenroscó la tapa de una botella de agua de medio litro y se bebió un buen trago del líquido, sin apenas aminorar su velocidad. Ya estaba más que acostumbrada a ese tipo de "acrobacias" que hacía sin derramar una sola gota de la bebida. Volvió la vista a su izquierda y pudo ver a un hombre de su misma edad, quizás un par de años mayor, sentado en un banco con la respiración agitada. Seguramente sería uno de los corredores "amateur" que se encontraba todas las mañanas que iba a correr a aquel parque. Claro que, dejando de lado los novatos, los demás corredores de allí eran realmente buenos... y rápidos. Eso no era una competición, pero se notaba que cada vez que un corredor adelantaba a otro, este se enfadaba y el asunto terminaba con una especie de "carrera" y con las dos personas totalmente sin aliento al minuto del recorrido. Pero ella no era ninguna de esas personas que se picaban por aquello. En realidad, no era de las personas a las que se la adelantaban fácilmente en su carrera matutina por el "Jersey Nature High Park".
Él se levantó del asiento y volvió a mirar a aquella mujer, quitando la vista una vez más. Negó con la cabeza y bebió el último trago de su botella de agua para retomar su camino a casa, esta vez andando, ya que su cuerpo no le dejaba volver a correr. Cada día que pasaba se arrepentía cada vez más de haberse casado tan pronto. Sentía como su mujer le arrastraba poco a poco a la rutina, y lo odiaba. Se fue hacia la salida del parque, observando como aquella extraña mujer se alejaba a una velocidad que ya le gustaría a él alcanzar algún día.
A los trece minutos de carrerilla, Cameron comenzó a aminorar la velocidad; consideraba que ya estaba bien por hoy. Se bebió lo que le quedaba de bebida y se dispuso a volver a su casa, a un trote más lento.
