Disclaimer: Naruto y sus personajes son propiedad de Masashi Kishimoto, y yo soy pobre (?)
Regalo para Alphabetta, ¡feliz cumpleaños! :D
Obito solía llegar tarde a todos lados por tres razones. La primera, era que le costaba conciliar el sueño, y cuando lo hacía, la posibilidad de madrugar quedaba instantáneamente descartada. La segunda, es que el tipo de pensamientos sobre su soledad y lo poco que se merecía en la vida le llenaban cada vez que ingresaba en el barrio Uchiha, durante las madrugadas y en sus solitarios desayunos, cuando los pensamientos se apoderaban de él y del poco tiempo del que disponía. La tercera y última, él realmente solía ayudar a ancianitas en el camino al destino de cada día, aunque nadie le creyera.
Pateó una piedra, frustrado. Esa tarde había sido particularmente una gran mierda, recapituló mientras recordaba los acontecimientos. Podía pasar de sus usuales peleas con el Bakakashi, incluso de que Minato-sensei estaba cada vez menos pendiente de ellos desde que se convirtió en Hokage y en padre. A todo eso estaba, de alguna manera, acostumbrado. A lo que no lo estaba, era a que Rin por primera vez se uniera al escepticismo de Kakashi y no le creyera que de veras había llegado tarde cargando las bolsas de unas ancianas, las cuales esa vez no le dieron dulces argumentando que se estaba poniendo grande. Cuando comprendió que su amiga y amor secreto dudaba de él, la increpó demasiado directo, a lo que Rin le corrió la mirada y murmuró algo de que no podía ignorar para siempre las agudas observaciones de Kakashi.
En ese instante, Obito quiso huir del campo de entrenamiento, pero no lo hizo al ver que Minato-sensei ni siquiera se inmutaba. Apenas si les largó un reto vago.
–Ya casi todos tienen dieciséis años, y tú Obito eres el mayor de los tres. Saben que tengo trabajo como Hokage, más aún con la venida del Tsuchikage. ¿Acaso van a pelear y dejar que otros equipos les ganen en un evento como este?
Obito abrió la boca para retrucarle a su maestro que había envejecido desde que tuvo a Naruto, pero las rápidas disculpas de sus compañeros lo silenciaron. Rin y Kakashi se adelantaron siguiendo al Rayo Amarillo, dejándolo atrás.
Nunca había visto a Rin darle la espalda. Nunca su sensei había dejado de contenerlo, aunque quizás ya no era un niño pequeño para querer atención como antes.
De mala gana, les siguió al entrenamiento especial en el Bosque de la Muerte, el cual determinaría finalmente cuál sería el equipo de jonin que cuidaría del séquito del Tsuchikage. Obito era el único de su equipo en seguir siendo chunin, pero el alto nivel que habían logrado bajo la tutela del Hokage y su fervorosa recomendación, les hizo ser considerados junto a otros shinobi más avanzados.
En ese momento, toda la emoción por ganar esa misión, que había estado acumulando las semanas anteriores, se esfumó. Obito se esforzó por ocultar su apatía luchando con violencia, su sharingan de dos aspas sirviéndole para ocultar los verdaderos sentimientos que, de otra manera, se verían con claridad en sus ojos negros.
Sintió que las horas no acababan nunca, que cada vez le costaba más disimular su enojo con Rin y su desilusión con todo el equipo, montones de emociones y pensamientos negativos que alteraban el control de su chakra y que sólo podía tapar con fuerza bruta. El entrenamiento no le habría parecido tan extenuante de no ser porque la noche parecía no querer llegar nunca, de no ser porque se sentía ahogadamente inauténtico y solo en esos momentos.
Cuando Minato-sensei dio por terminada la jornada, se dio la vuelta con rapidez, sin despedirse de Rin por primera vez en la vida. Oyó que la chica quiso hablarle, pero también oyó a Kakashi decir le dijo que le dejara solo, que gastar tiempo con él era en vano.
Por primera vez Rin no le siguió, posiblemente se quedó allí obedeciendo a Kakashi. Después de todo, ella sólo tenía ojos para el tarado con pelo de viejo.
Se sintió traicionado al comprobar que su amiga no le seguiría ni trataría de hablar con él como tantas otras veces. Volvió a creer que era el elemento que desentonaba de su equipo, y lo peor de todo era que quizás Rin nunca sabría cómo se sentía.
Regresaba solo a casa, donde le esperaba el mismo deprimente techo al que debía llamar hogar. Obito tenía dieciséis años y ya no se le podía ocultar la realidad como antes, ni pintársela de colores. Pateaó una piedra con tanta fuerza, que arruinó una de las barras podridas del pequeño puente de madera que conectaba los límites urbanos de Konoha con el barrio Uchiha.
Se quedó mirando su destrozo, con la apatía suficiente como para no huir despavorido por su desliz, como en otro momento lo habría hecho temeroso de infringir la ley. Si iban a venir por él a llevárselo preso por no cuidar de la aldea, los estaba esperando.
El silencio se hizo insoportable y Obito sólo podía intentar contener sus manos en los bolsillos del pantalón. Comprendió que nadie vendría a por él, era más que evidente. Una persona como él estaba acostumbrada a estar sola. ¿Quién iba a fijarse en él, de todos modos?
Entró a su miserable y desordenado hogar, y saludó con rapidez los dos pergaminos que rezaban "Madre" y "Padre", respectivamente. Volvió a enojarse al recordar que era el único de su generación que no tenía ni una miserable foto de su familia, que nunca le había podido mostrar sus padres a Rin, porque ni siquiera él mismo los conoció.
Esa noche volvió a saltearse la cena y trepó al insípido techo, esperando poder contemplar las estrellas. No sería la primera ni la última vez en la que se dormiría allí con el frío aire de la noche, intentando contar y ponerles nombres a los astros, envidiándoles al verlos siempre acompañados.
Minutos antes del amanecer, Obito despertó y, como le era costumbre, bajó de un salto e ingresó a su casa para continuar durmiendo en su antiguo futón. Hacia el mediodía, un halcón se coló por su ventana abierta, soltándole un rollo de pergamino en la cabeza y despertándole con gran estrépito.
Su estómago gruñó y por primera vez en su carrera de ninja decidió dejar los asuntos que el aviso pudiera contener para después. Obito resolvió que la vida a veces podía ser una ingrata, pero eso no le impediría comer todo lo que la noche anterior había desdeñado y más.
Estaba por tragar los últimos gajos de naranja cuando la creciente curiosidad se mezcló con ansiedad al recordar que Minato-sensei les había dicho que sabrían los resultados a la mañana siguiente. Abrió el pergamino con rapidez y se atragantó al leer que su equipo había resultado seleccionado para custodiar a los alumnos del Tsuchikage. Era increíble que Minato-sensei mandara a avisarles sobre la hora. Quizás, le estaba castigando por su conocida impuntualidad y lo haría quedar mal frente a los visitantes.
Asustado, se puso de pie y comenzó a vestirse con premura, se lavó los dientes y se colocó sus gotas oftálmicas para mantener bien lubricados sus preciados ojos. Si se apuraba llegaría sobre la hora, pero al menos no estaría retrasado.
Su cara compuso una expresión de suplicio cuando, apenas puso un pie fuera del barrio Uchiha, sus intestinos crepitaron escandalosamente. Desandó el camino como alma en pena; el baño lo retuvo media hora más. No debió haberse atracado de esa manera.
Cuando salió decidió que, ya que llegaba tarde, lo mejor sería bañarse. Podría dar una impresión impuntual a los extranjeros, pero jamás sucia, decidió mientras se olía las axilas. Además, todos habían sido bastante idiotas con él el día anterior, podían joderse esperándolo.
La rebeldía de Obito duró muy poco, sólo el tiempo de su fugaz ducha, luego del cual salió disparado hacia las puertas de la aldea. Minato-sensei iba a matarlo, Kakashi lo opacaría frente a los visitantes y Rin volvería a creer que mentía respecto de las ancianitas.
Con un chillido desesperado apuró el paso, decidiendo trasladarse saltando en las ramas de los grandes árboles que rodeaban uno de los lindes de Konoha. De esa forma, podía acortar distancia, ya que las puertas de la aldea estaban diametralmente opuestas al territorio de los Uchiha. La mala suerte le perseguía. Lo único que podía hacer en esos momentos en los que sentía que perdía el tiempo, era activar su sharingan y tratar de afinar su visión, algún día debía aparecer su tercera aspa. Había sido prodigioso que lo despertara con dos aspas, había sido la única vez que el clan le prestó atención, su caso era el único en los anales de los Uchiha. No quería perder el escaso prestigio que logró aquella vez.
En su reconocimiento del terreno, alcanzó a divisar la figura de un ser vivo que le hizo detenerse en una frondosa copa. Orgulloso, se felicitó por distinguir un verde entre los verdes. No podía tardarse más, pero aquello era una niñita que parecía estar perdida. Su cuerpo se inclinó para saltar, pero dudó a último momento. Por un lado, le regañarían por llegar tarde. Por otro lado, si Rin le veía llegar con una niña a la que había rescatado, podría recuperar su respeto y quizás incluso impresionarla. Aterrizó limpiamente frente a la pequeña, sonriéndole para transmitirle confianza. Alterada por su repentina aparición, la niña cayó sentada, por lo que le ofreció una mano para volver a ponerla en pie. Afortunadamente no daba indicios de querer empezar una rabieta.
–¡Hola! Mi nombre es Obito Uchiha, ¿estás perdida?– interrogó tratando de transmitirle calidez. Bakakashi había dicho una vez que, para ganarse su confianza, había que tratar tanto a niños pequeños como a perros demostrando abiertamente las intenciones, siendo expresivo tanto verbal como visualmente. Ante el silencio de la criatura, comenzó a sudar frío, preguntándose si Kakashi no le habría jugado otra de las suyas al poner a los niños al nivel de los canes.
Los grandes ojos azules se clavaron en él con furia, haciéndole parpadear con asombro. ¿Era normal enojarse así a esa edad?
–¿Te perdiste, pequeña?– repitió, viendo como la niña se ponía de pie por su cuenta y avanzaba hacia él.
El piecito calzado sólo con una sandalia anticuada fue directo a estrellarse contra su rodilla, la pesada madera golpeándole sin piedad el filo de la rótula. Obito era un buen chico, pero no pudo evitar lanzar un insulto al aire, esa niña sí que sabía patear.
–¡Soy un hombre, hm!– espetó con fuerza, a lo cual se cruzó de brazos y se le quedó mirándole fijamente a los ojos, como si con eso pudiera ahuyentar al intruso.
Obito le miró de arriba abajo, incrédulo. ¿Esa cosita, un hombre? Vio los mofletes hincharse y decidió no enojarse, después de todo era un niño pequeño.
–No tienes que patearme, ¿sabes? Con decírmelo bastaba– dijo con una falsa sonrisa mientras se refregaba la rodilla, maldito niño ingrato.
El pequeño le sacó la lengua y Obito explotó.
–¡Eres un mocoso maleducado! ¡Dejo una misión urgente para salvarte y te comportas como un bebé malcriado! Adiós, me voy– advirtió, poniéndose en pie y girando sobre sus talones.
Enseguida sintió como algo se le aferraba a una pantorrilla. Bajó la vista y, como había previsto, el niño estaba reteniéndolo. Por supuesto que no se iría a ningún lado sin dejarlo en su casa primero.
–¡Ninja, hm!– exclamó señalándole la bandana, los ojos brillándole de la emoción.
A Obito le encantaba cuando podía impresionar a los pequeños de la aldea acerca de su camino shinobi antes de que Kakashi le quitara el protagonismo. Se llevó una mano para sujetar su protector de frente y compuso la pose del tipo cool que se había inventado Gai.
–¡Claro que lo soy! ¡Y voy rumbo a una maravillosa misión secreta llena de peligros!– fanfarroneó, al menos en la soledad de ese bosque y con un niño de repente pendiente de él, podía dejar salir su lado más pueril con la seguridad de que nadie lo vería.
El chiquito volvió a levantar la mano y le señaló de nuevo hacia la altura del protector.
–¿Esto? ¡Significa que soy un shinobi!
–Tonto, hm.
La quijada de Obito se abrió sin disimulo. ¿Ese enano le estaba diciendo tonto?
–¿Perdona?
–Esa cosa naranja es de tontos, hm– concluyó, sin soltarle el pantalón.
Obito se agachó y le miró directamente a los ojos, sintiéndose ofendido al ver como el niño le sostenía la mirada con impunidad. Se levantó las antiparras, viéndolo feo. Iba a lanzarle alguna respuesta hiriente, pero se detuvo al ver que el pequeño se soltaba de él y retrocedía un poco, sus pupilas dilatándose y su mentón frunciéndose en una expresión que mezclaba alerta, miedo y quizás hasta un incipiente puchero.
Entonces recordó que tenía el sharingan activado, y que probablemente podría resultarle raro a un chiquillo que no supiera nada del clan Uchiha. Lo desactivó y el pequeño soltó una exclamación, asombrado seguramente al ver como sus ojos se tornaban más cercanos a la normalidad. Sintió un poco de su orgullo Uchiha henchirle el pecho.
–No tengas miedo, se llama sharingan– aclaró, volviéndose a bajar las antiparras. No todos los días podía presumir su dojutsu de esa manera.
El niño le devolvió una mirada desconfiada.
–¡No es nada malo!– se suponía que el sharingan servía para ser un héroe, no para asustar a la gente. El infante no parecía muy convencido –. Está bien, dime tu nombre. ¿Sabes hacia dónde queda tu casa?
La mirada fue aún peor.
–Qué te importa, hm.
Obito se sintió más vapuleado.
–¡Ey!
–Mamá dice que no debo creer en extraños, hm– zanjó el chiquillo muy seguro de sí mismo.
Obito parpadeó.
–Pues, tu madre tiene razón, es un poco peligroso… Entonces, sólo dime por dónde vives y yo te llevaré– intentó, Minato-sensei debía estar acordándose de todos sus ancestros.
–No.
–¿Eh?– por favor, que fuera un sueño.
–¿Cuál es tu misión?– el enano volvió a apretarle la parte baja del pantalón.
–¡Eso tampoco es algo que se anda diciendo por ahí!– exclamó cada vez más desesperado.
En vez de lograr que el niño entendiera, sólo obtuvo un fuego de entusiasmo en la mirada azul.
–¡Yo también voy a ser un ninja! ¡Voy a patearles el trasero a todos! ¡Y a ti también, hm!– exclamó con brío, mirándolo burlón.
Obito quería morirse. No sólo le tocaba una patética misión de niñero, cuyos detalles sólo pudo conocer esa mañana al leer el pergamino, sino que incluso la tragedia se le había adelantado. Debía pensar una estrategia para poner a salvo a ese niño y que no lo siguiera retrasando, eso, ignorando que el crío era un irrespetuoso y él ya no tenía la paciencia para tratar con enanos gritones.
–Qué... bien…– mintió, incómodo. Ojalá a ese mocoso le fuera mal en su primer día de escuela –. Bueno, tengo que partir ya a mi misión, así que al menos deja que te lleve a la guardería o…
–¡Quiero ver!– le interrumpió entusiasmado. Al ver que el ninja de la Hoja no le respondía, volvió a patearle, esta vez en los huesos del tobillo, justo donde su viejo sensei se quejaba del dolor –. ¡Ey, quiero ir, hm!– se quejó, pero su siguiente patada dio contra el aire al ser levantado por el cuello de su túnica verdemar. El ninja de Konoha lo alzaba lejos de sí, mirándolo con reprobación.
Deidara no se quedó atrás e imitó esa mirada.
–¡Quiero ir!– gruñó enfurruñado.
–¡Yo también, pero me estás molestando! ¡No puedo dejarte en ningún lado, no me das ninguna dirección, y no puedo dejar al Tsuchikage esperando tampoco! Tú no entiendes– empezó gruñendo, pero su voz se convirtió en un lamento desesperado.
Deidara sonrió.
–Quiero ver a ese Chuchikage, hm– Deidara decidió que ya era hora de volver, de seguro con su ausencia al fin habría logrado matar al viejo de Onoki. Quería verlo y festejar con Kurotsuchi y Akatsuchi que ya no tendrían al sensei más aburrido del mundo.
–¡¿Eh?!– exclamó, pero luego se lo pensó mejor. Al menos donde estuviera el Tsuchikage, estaría Minato-sensei, es decir, el Hokage. Podría dejar al mocoso bajo la tutela de su sensei y no incumpliría con ninguno de sus deberes. Tampoco es como si le viera más opciones al asunto. Miró al enano que había comenzado a intentar hamacarse ignorando peligrosamente las limitaciones de estar colgando de una prenda tan holgada. Suspiró hondo, sin soltar a la alimaña –. Escúchame bien– esperó, pero el pequeño no se dignó a mirarlo. Estaba a punto de dejar a un lado su sueño de tener hijos algún día –. Voy a llevarte a mi misión, pero tienes que prometerme que no habrá nada de patadas ni insultos, ¿me entiendes?
Se desesperó un poco, hasta que los ojitos azules se clavaron en él, el niño componía una cara angelical que no iba con su temperamento. Obito decidió que ninguna mirada de cachorro iba a convencerlo de que ese mocoso no era un malvado.
–Voy a llevarte en los hombros– resolvió, cargando al niño y sujetándolo de los tobillos con firmeza –. Sostente bien de mi cuello, por favor– rogó con miedo.
El niño le soltó el cuello y dirigió sus manos hacia la cabeza de Obito, eligiendo dos mechones que tironeó con particular fuerza.
–¡Ay! ¡No soy un caballo!– protestó Obito, saltando hacia un árbol para reemprender el viaje.
–¡Arre!– el pequeño respondió espoleándolo con sus piecitos, y Obito tuvo que recurrir a toda su experiencia para que las sandalias no se le desprendieran.
–¡Suficiente, así no iremos!
–Vas a perder la misión, hm– comentó con simpleza.
Obito apretó los dientes y retomó el camino, humillado por un niño. Comenzó a avanzar más vertiginosamente a fin de asustarlo, pero sólo logró que empezara a gritar de la emoción y le tironeara con más fuerza los cabellos.
Cuando llegó a las puertas de Konoha, sus oídos silbaban. El enano seguía moviéndose como un gusano inquieto sobre su espalda, trepándosele a la cabeza sin piedad y exigiéndole más velocidad. Obito avanzó asustado hacia donde veía a su equipo plantado, en la entrada más bochornosa que recordaba, siendo literalmente dominado por un crío.
El clima que se encontró era peor del que se imaginaba. Kakashi lo fulminó con la más fría de sus miradas, Rin estaba nerviosa sin la tranquilidad y asertividad que solía caracterizarla; a su alrededor lloraban dos niños y Minato-sensei intentaba contener a los jonin de las puertas de Konoha, al tiempo que un viejito flotador amenazaba con pulverizarlo todo, acompañado de su propio pequeño ejército de ninjas extranjeros que se veían igual de amenazantes y aguerridos.
–Ya me parecía malo un Hokage tan joven, Konoha se hundirá y será tu culpa, mocoso.
–¡Es suficiente! Tsuchikage, tiene enfrente un Hokage, ¿se ha olvidado de mi posición?– Obito jamás había visto a su sensei tan imponente y conteniendo el enojo de esa forma.
–Lo mismo digo jovencito. ¿Realmente quieren la paz con Iwa, o prefieren ir a la guerra?
–¡Guerra, guerra!– aulló un chiquito regordete.
Obito comenzó a acercarse despacio. Era bueno que el desastre no se debiera a su llegada tardía, pero por otro lado un viaje que debía unir a las aldeas parecía al borde de terminar en una guerra. Quizás su presencia en el mundo era más necesaria, pensó.
–¡Obito!– gruñó Kakashi –. Eres un idiota.
–¡Oye, tú eres el imbécil, van a empezar una guerra y te las tomas conmigo!– escupió a la defensiva. El niño en sus hombros tironeó sus cabellos con más fuerza, pero sorprendentemente lo defendió.
–¡Viejo feo, hm!– señaló al espantapájaros.
–Me habla una pulga– masticó Kakashi. Si la situación no fuera tan tensa entre los kage, ya podría haberse largado lejos hacía tiempo.
Rin se asustó, no era necesaria una de las peleas típicas de su equipo frente a dos kage mutuamente enfurecidos.
–¡Obito, Kakashi, por favor!– se interpuso entre ambos, mirándolos con sus ojos avellana desesperados.
Kakashi le corrió la vista a su compañera y rechistó algo sonrojado; por su parte Obito no pudo sostenerle la mirada, aún seguía dolido por lo del día anterior. Rin volvió a llamarle, pero él clavó la vista en el suelo, dándose con que su compañera llevaba de la mano a un pequeño niño de gigantes ojos negros.
El niño abrió la boca, y volviéndose de color rojo, lanzó un chillido:
–¡Dara-nii!– y enseguida, comenzó el llanto más estrepitoso que había escuchado venir de un niño pequeño.
–¡Kuro-chan!– el niño que cargaba se paró sobre sus hombros y comenzó un desprolijo descenso mientras pisaba todas las partes blandas de su cuerpo. Obito casi murió de la impresión al ver cómo se le escapaba de las manos, pero aterrizó en el piso como si nada. Los niños debían estar hechos de goma.
–¡¿Quién hizo llorar a mi nieta?!
–¡Deidara!– el niño regordete corrió hacia los otros dos, mientras el aludido intentaba consolar al de pelo negro.
–Pensé que te habías muerto– hipó con preocupación.
–No llores, era para que el viejo muriera de un infarto, hm.
A los otros dos pequeños se les iluminó la mirada.
–¿Y lo lograste?– interrumpió el otro, eufórico.
–¡DEIDARA!– el Tsuchikage se materializó enfrente de Obito, dándole un susto de muerte.
El niño del pelo negro se dio la vuelta y pellizcó al tal Deidara con fuerza. Al parecer, el niño que se había encontrado era nada más ni nada menos que de Iwagakure.
–¡Dara-nii, inútil! ¡Todavía vive!– chilló, las lágrimas de pena desapareciendo automáticamente.
Los niños empezaron a reñir entre sí, mientras el viejo Tsuchikage revoloteaba por encima del grupito, regañándolos a todos por igual. Obito y Rin se conmovieron por la preocupación del anciano kage frente a la seguridad de uno de sus discípulos.
–¿Está bien para un kage entrenar a tres futuros magnicidas?– comentó sin disimulos Kakashi, sacando por fin su preciado Icha-Icha. El incidente estaba resuelto.
Los niños habían comenzado a pelear por no lograr su cometido de matar al Tsuchikage y suplantarlo en su puesto. Obito se removió algo incómodo, el cerebro de las operaciones asesinas había estado sobre sus hombros hasta hacía escasos minutos.
El Tsuchikage se giró de repente hacia él y le encaró.
–¿Tú trajiste a Deidara?– su aire amenazante hizo que Obito se tragara por completo la pastilla de caramelo.
–¡Fue él, hm!– el tal Deidara se separó de su grupo y avanzó, apuntándolo con el dedo.
–Eh, p-pues sí…– admitió, encogiéndose frente al oscuro chakra del venerable anciano.
–¡Ey! ¿Tú salvaste a Dara-nii? Seguro se perdió persiguiendo pájaros, tonto– mientras Deidara se ponía colorado, el niño del pelo negro se le acercó y comenzó a analizarlo de pies a cabeza.
–Sí, pequeño– respondió más relajado. Los niños podían ser gritones, pero no daban miedo como el Tsuchikage.
Se hizo un breve silencio en el grupillo.
–¡Soy chica!– chilló, y le descargó una fuerte patada a la cara interna de los huesos de su tobillo, justo donde se afinaban y nacía la articulación.
El dolor provocó que se le acalambrara hasta la lengua, y miró a la enana maldita con furia no disimulada. Estaba a punto de gritarle algo en la cara, pero el Tsuchikage se le adelantó.
–Kurotsuchi es mi amada y única nieta– lanzó con una oscura y retorcida sonrisa.
Obito se tragó los insultos y procuró disimular diplomacia, atinando a responder con voz finita.
–Será… buena en taijutsu– Rin tendría que revisarle después, esos niños de seguro ya le habían fisurado algún hueso.
Sintió la pesada mano callosa del anciano posarse sobre su hombro. La mirada del hombre se clavó con confianza sobre la suya.
–Salvaste a mi alumno, estoy en deuda contigo– sentenció y se alejó levitando, los niños corriendo a su alrededor, compitiendo por quién daba el salto más alto para colgarse de su blanca barba.
Minato-sensei parecía haberse sacado miles de pesadas estatuas de la espalda y ya se comportaba con el buen ánimo de costumbre. Los dos kage se alejaron luego de las órdenes del Hokage para que cuidaran de los alumnos del Tsuchikage, el cual se fue comentando que después de todo Minato Namikaze tenía un buen alumno.
Obito sonrió presuntuoso a Rin, y le escupió a Kakashi:
–Todo lo que hacía falta era un verdadero héroe.
El aludido no se dio por enterado, y pasó otra página de su libro de suciedades.
–¡¿Cómo que es un Uchiha?!– se escuchó a lo lejos la voz del centenario.
Obito y Rin se miraron confundidos, y luego a los pequeños. La tal Kurotsuchi compuso una expresión grave mientras lo fulminaba con la mirada, y Deidara se explicó.
–Mala palabra, hm.
Obito parpadeó, confuso, pero decidió que era mejor hacer buenas migas.
–Así que, Deidara, eh– parpadeó al ver como se le había desaparecido de la vista.
Antes de que pudieran entender algo más, los tres pequeños corrían y se dispersaban por el lugar, que les resultaba novedoso. Kakashi les dedicó una mirada de reclamo cuando volvió con los tres infantes atados a una misma soga.
Ya llevaba dos días levantándose temprano y llegando temprano. Aunque podría considerarlo como un importante logro personal, para Obito era una maldición.
Con el fin de la madrugada, el Tsuchikage se enfrascaba en negociaciones con Konohagakure, por lo que los tres tornados estaban despiertos -y con energías inagotables- desde el alba. Obito y su equipo no tenían descanso, ni el brío infantil para soportar esas tortuosas jornadas. Incluso Kakashi, el todopoderoso, había llevado a Gai para un entrenamiento intensivo con los niños el día anterior, en una clara muestra de que su proverbial paciencia se estaba estropeando. Rin no la tenía más fácil con su temple calmado, pero al menos conservaba su característico buen humor.
Obito no tenía ni paciencia ni buen humor para tres enanos salidos del mismo infierno. Saltaba con rapidez entre las ramas, terminando su desayuno en el camino al centro de la ciudad, donde se albergaba el séquito de Onoki.
Ese día pudo contemplar cómo, en un atisbo de coordinación, sus otros dos compañeros tuvieron menos trabajo. Por algún motivo, esa jornada los niños estaban más obedientes ante la seriedad de Kakashi y el rostro amistoso de Rin. Obito juzgó que los niños ya comenzaban a tenerles lástima, pero descartó la idea cuando vio que empezaron a buscarle a él para molestarle cuando el estoicismo de sus compañeros se acababa.
Sobre todo, Deidara. Apenas lo veía aparecer se le prendía de los pantalones, Kurotsuchi y Akatsuchi detrás de él. En muy poco tiempo, ya tenía nombres para los funestos de la Roca, e identificados todos sus defectos. Kurotsuchi, la malvada mandona que vivía queriendo dominar a Deidara, el cual intentaba pasar de ella, a costa de eternas peleas. Akatsuchi, el peligroso mercenario que seguía seriamente las tareas criminales que se le ocurrieran a los demás, era también el que pateaba más fuerte. Deidara, el desobediente, rebelde, caprichoso, malcriado…
–Y desastroso– terminó de enumerar malhumorado, intentando que no se escaparan del puesto de ramen al que los habían llevado esa tarde.
–Tú eras igual a su edad, e incluso ahora, y tienes dieciséis– comentó Kakashi, detrás de un voluminoso tomo.
Obito iba a retrucarle, pero la suave risa de Rin le hizo sentirse peor, y se calló. En su lugar se quedó viendo cómo Kurotsuchi amenazaba a Deidara con decirle a su abuelo sobre su mal comportamiento, a lo cual el aludido le acusó de soplona y se armó otra gran bataola. Al ver la cara de cansancio de Rin, y la inmutabilidad de Kakashi, decidió ir a separarlos, pero fue olímpicamente ignorado.
Kakashi comentó algo de que él no era capaz de imponerle respeto a nadie, y aunque Obito quería responderle, ya no se le ocurría con qué. Después de todo, ni siquiera unos mocosos de seis años le respetaban. Rin se masajeaba la cabeza, sus oídos claramente adoloridos frente al griterío, por lo que no reparó en su estado de ánimo.
Se alejó un poco del grupo y se sentó sobre la tierra, dándole la espalda a todos.
–¡Paren!– a su lado apareció Deidara , tenía un extraño magnetismo que lograba calmar a sus amigos apenas se alejaba de ellos –. El tonto está mal, hm– les explicó a sus amiguitos, ante lo cual Kurotsuchi y Akatsuchi se le tiraron encima, dándole un abrazo y preguntándole cada tanto si ya se sentía mejor.
Obito no quería que una niña privilegiada y su compinche mafioso se compadecieran de él, pero el sentimiento de los niños era sincero y transparente. Cuando comprendió eso, se quedó mirando al pequeño Deidara, como pidiéndole una explicación. Deidara simplemente le sonrió y Obito se esforzó porque no notara la humedad de sus ojos. Correspondió con suavidad el abrazo del par de zánganos, escuchando como Rin lo felicitaba por entenderse con los niños.
Rin lo felicitaba. Como antes, como siempre. Como le gustaba que fuera. Levantó los ojos una vez más hacia el responsable de la situación.
–Gracias– susurró, ya más sereno.
–Tonto, hm.
Obito apretó el puño, si bien ese niño era el que más se había encariñado con él, por alguna razón le usaba de objeto de todos sus insultos. Rin comenzó a reír quedamente, y volvió a escuchar uno de los agrios consejos de Kakashi.
–Golpear a un niño no es profesional, así nunca serás jonin.
Obito chasqueó la lengua y rodó los ojos. Por supuesto que no iba a golpear a un niño. No en serio, quizás una despeinadita furiosa, o hacerles cosquillas. O bueno, al menos no con Deidara, era el más rebelde pero también le parecía el más incomprendido por sus compañeros. En un punto, se sentía algo identificado con el pequeño que lo miraba orgulloso. Quizás habérselo topado en el bosque en una de sus peligrosas travesuras no estuvo tan mal para obtener, aunque sólo fuera eso, algún privilegio en el trato.
Al día siguiente, el Tsuchikage inició la vuelta a Iwagakure. Caminaban rumbo a las puertas de la aldea, Kurotsuchi y Akatsuchi iban en el lomo de uno de los perros de Kakashi, Deidara de su mano. Le parloteó todo el camino sobre las montañas de Iwa y sobre la variedad de pájaros que había en Konoha. Le preguntó muchas veces por qué no había águilas y halcones en abundancia, hasta que Rin le socorrió con una respuesta sobre la fauna y los ecosistemas que el niño ignoró olímpicamente. Obito estaba asombrado, jamás había visto a un niño ser frío ante la hermosura y calidez de Rin, pero asumió que había primeras veces para todo.
Los niños atravesaron la puerta en carrera, sin despedirse de nadie. Tanto él como Kakashi murmuraron que eran unos ingratos, Minato les chistó que bajaran la voz, y Rin comentaba que los niños eran así.
Obito se sintió ofendido, pero entonces Deidara se dio vuelta y le saludó agitando la manecita, riéndose de algo junto con sus amigos. Obito y Rin respondieron el saludo con los ojos empañados en lágrimas, murmurando que jamás los olvidarían, mientras que Kakashi abrazó a su perro, sensibilizado.
–El Tsuchikage está muy conforme con su trabajo, chicos– Minato-sensei los miró con orgullo y calidez, evidentemente más distendido. Las negociaciones con Iwa habían sido muy fructíferas –. Así me gusta que trabajen. Incluso quedó muy conforme contigo, Obito. Sabía que podías lograrlo, así que, a pesar de tu clan, te recomendé con éxito.
Obito y Rin se agitaron e intercambiaron miradas. Kakashi estaba en su propio mundo, y parecía estar manteniendo una conversación mental con su perro, acariciándole las almohadillas.
–¿Para qué sensei?– increpó, intentando ocultar la emoción en su voz.
–Para que vuelvas a cuidarlos si regresan. Las posibilidades son altas.
Rin lo felicitó sinceramente, pero Obito quiso tirarse bajo las sábanas de su futón a temblar, de ser posible quería té y rollitos de canela.
Bien, en este primer capítulo Obito tiene dieciséis años, y como con la diferencia de edad no me daba las ganas de escribir a un Deidara tan chiquito, acá le resté diez en lugar de once años, como es en el canon. Así que Deidara tiene seis (me muero de ternura), y mantendré esa diferencia por porque me gusta jiji. En un principio no me di cuenta, pero también empecé con Deidara niño, será un fenómeno de cumpleaños?
Por otro lado, me interesó mucho intentar imaginar a un Obito adolescente que no estuviera preocupado en asesinar a su maestro y familia o en secuestrar al kyuubi. Este es el resultado
En este fic no hubo desastre de la guerra, están todos vivos, y no hubo ninguna donación de sharingan a Kakashi. Es más bien, un fic basado en distintos momentos que llevarán a la conclusión que *spoiler* XD
Sayo!
