Renuncia de derechos: Harry Potter y todo su universo son de J. K. Rowling. Tomo prestado parte de eso en el presente fanfic sin fines de lucro. Los versos citados en cada capítulo pertenecen a Daniel J. Oropeza (a quien su servidora llama "Doño Dann"). Por otro lado, tanto la trama como Megera Flint y personajes similares sí son míos, por lo que me reservo su uso.
Advertencia: el presente fanfic insinúa detalles que no siguen el canon debido a que está relacionado con la Saga HHP, escrita por su servidora antes de leer HP6 y HP7. No se admiten reclamos por la ausencia y/o presencia de personajes y situaciones que Rowling jamás escribió.
Este fanfic forma parte de "¡Desafía a tus musas!" del foro "Amor de Tercera Generación".
1: Compras.
Como si fuera un niño. / Uno y dos, / pon esa cara. ("Siete". Fragmento)
Cierto día de julio, Megera Flint estaba orgullosa de sí misma.
Sus padres le preguntaron si quería algo en particular como obsequio por una insignia de prefecta recién obtenida, y ella eligió una lista de textos muy específicos, todos sobre magia oscura. Marcus y Tisiphone Flint hallaron la petición algo extraña, pero no imposible de cumplir, así que aprovecharon un caluroso viernes de agosto que visitaron Londres para desviarse al callejón Knockturn y hacer realidad su petición.
Está de más decir que Megera quedó encantada.
En cuanto sus padres volvieron a su hogar, un enorme caserón en las afueras de Blackpool, le entregaron a la joven algunas bolsas que ella subió a su habitación a toda carrera. En cuanto cerró la puerta de la recámara tras ella, fue a sentarse a la cama y con sumo cuidado, sacó aquel regalo que la prefectura le había conseguido.
En apariencia, los libros eran demasiado pequeños y viejos como para interesarle a una chica de quince años, pero Megera sabía que la apariencia era sumamente engañosa. Bastaba verse a sí misma en el espejo, con la frágil apariencia de muñeca de su madre, pero con los ojos y el oscuro cabello de su padre que le daban un aire un tanto "feúcho", como les escuchó decir una vez a sus compañeras de dormitorio. Sacudió la cabeza, no queriendo que ese día le afectara nada malo, y siguió revisando la compra, para luego sonreír con deleite.
Pese a lo que muchos creyeran, el hecho de ser una Flint y además, miembro de Slytherin, no la convertía automáticamente en una fanática de la pureza de sangre y en una maníaca en potencia. Con un escalofrío, recordó la cara que ponía su madre cada que mencionaban a algunos de sus primos, así como lo agradecida que se sentía de haber cambiado de apellido al casarse. Era por eso, entre otras cosas, que Megera dudó un poco al hacer su petición de aquellos textos: no quería que sus padres pensaran que estaba en camino de convertirse en una segunda Alecto. Su madre no soportaría algo semejante, con tener "ciertos" parientes era más que suficiente.
No, lo que a Megera le interesaba era convertirse, algún día, en una bruja experta en magia oscura para encontrar "contrapartes" de la misma y ¿por qué no?, vender sus habilidades al mejor postor. Sabía, casi con toda certeza, que pocos magos se especializaban en esa área, lo cual le parecía un error garrafal. ¿Cómo pretendían contrarrestar los más malvados embrujos si ignoraban de dónde procedían y los efectos exactos de los mismos? Era un completo disparate.
Claro, para llevar a cabo sus planes, Megera intuía que su futuro lugar de trabajo debía ser el Departamento de Misterios. Nadie sabía qué hacían allí, pero ciertamente debían investigar toda clase de cosas, entre ellas hechizos poco comunes, y eso quería hacer. Aunque no estaba segura de qué TIMO'S requerían para ingresar allí, eso ya lo averiguaría en la orientación académica, de la cual sabía algo por su hermano Thaddeus, quien había presentado esos exámenes el curso anterior.
Unos golpecitos en su ventana la alertaron. Miró hacia allí y descubrió a un enorme búho marrón. Sonrió otra vez, se puso de pie y corrió a abrirle, con lo cual el ave entró dando un par de aleteos, se posó en un soporte especial colocado precisamente junto a la ventana y estiró una pata, mostrándose muy erguido, en espera.
—Voy, Neso, voy… —musitó Megera, cerrando la ventana, echando un vistazo al cielo, muy gris en ese momento, antes de ir a quitarle la carta al ave.
Regresando a su cama, fue desenrollando los tres pergaminos que comprendían la misiva. Por Merlín, se notaba que uno de sus amigos no tenía nada mejor qué hacer…
Hola, Meg:
Espero que las vacaciones te traten bien.
Por fin me he puesto con las tareas, pero no entiendo ni la mitad. A mi padre le saca de quicio que le pregunte, así que siempre que puedo, recurro a mi madre, pero ella últimamente llega tarde del Ministerio. Te mando un pergamino con preguntas, ¿me las podrías contestar?
Cambiando de tema, ¿puedes creer que a Leonard le dieron la insignia? Ajá, nuestro Higgs es prefecto. No necesito a Cassidy o a Firenze para saber que tú debes tener la otra insignia de nuestro curso. Si no me equivoqué, felicidades.
Hablando de Leonard, me escribió hace un par de días. Está de vacaciones en el continente, lo cual me parece un disparate, pero él asegura que su padre no fue capaz de decirle que no a su madre cuando comentó que quería conocer no–sé–cuál edificio de España. La madre de Leonard es rara (lo dice él, no yo), resulta que le gusta más ver lugares muggles que ir a sitios mágicos. Sencillamente, no lo entiendo.
No he tenido noticias del resto de los muchachos. Supongo que deben estar demasiado ocupados como para acordarse de mandar unas líneas. Aunque ya debería conocerlos, no son dados a mandar lechuzas. Menos Loxely, viviendo donde vive.
Espero que tengas más suerte que yo si decides escribirles a los muchachos. Al menos podrías intentarlo con Leonard y que te investigue algún hechizo raro de España, ya que estamos. Mis padres no piensan salir del país, por eso yo no me ofrezco a encontrarte algo, pero bien que me gustaría. Mi padre asegura que, aunque no hubiera sucedido aquello de la Copa Europea, no habríamos ido a los partidos. Demasiado peligroso, dice, y para peligros ya tuvo con la segunda guerra.
En fin, mañana iré al callejón Diagon. Si no nos encontramos, nos vemos hasta septiembre en King's Cross. Suerte con conseguir los libros que comentaste, jamás me atrevería a pedirlos como regalo: mi padre querría golpearme y mi madre… No, mejor ni pienso en mi madre.
Un abrazo.
Gaspard.
Bueno, Megera tenía que corregirse: uno de sus amigos no sabía cómo resolver lo que debía hacer. Meneando la cabeza, contuvo una risita, le echó un vistazo al pergamino con preguntas, descubriendo que, por lo menos, no eran tantas como esperaba de Gaspard y que además, para ella resultaban facilísimas. Se propuso contestarle esa misma noche, después de la cena.
Antes, iba a darle una buena repasada a sus nuevos libros de Artes Oscuras, porque al día siguiente no podría, ya que iría al callejón Diagon a comprarse cosas que una buena chica sangre pura no dejaba ver a sus padres: artículos de broma de Sortilegios Weasley.
–&–
Agosto era el mes favorito de Wallace Loxely. En él se reunían varias de sus cosas favoritas: verano, vacaciones, tiempo libre y estar en casa.
Lo único que echaba de menos eran sus amigos.
Vivía en Nottingham y no era como si pudiera escribirles seguido. Sus padres eran muggles y decían que las lechuzas llamaban demasiado la atención, así que tenía prohibido sacar a la suya, Lionheart, a menos que fuera de noche, ya tarde.
Con semejante perspectiva, Wallace dividía su tiempo entre su familia, las tareas del colegio y salir para dar vueltas sin sentido por su barrio. Pocos tenían ni idea de que el "internado escocés" al que iba ahora en realidad era el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Los únicos que conocían esa información eran sus padres y sus parientes más cercanos.
Era bastante incómodo, la verdad, el saber que era mago pero no poder hablar de ello con nadie. Ni con sus padres, que pese al tiempo transcurrido, parecían tenerle algo de miedo a la magia. A él lo apoyaban, pero no dejaba de notar una pizca de temor cada vez que lo trataban, como si de un momento a otro, fueran a repetirse los extraños fenómenos de su infancia causados por magia accidental. Wallace no podía hacer nada al respecto, salvo demostrarles de mil y un maneras que él seguía siendo básicamente el mismo y que los quería.
El segundo sábado de agosto, a la hora del desayuno, Wallace le pidió a su padre que lo acercara a Londres para comprar las cosas del nuevo curso. El señor Loxely, mirándolo con el ceño fruncido por encima del periódico que leía, se limitó a asentir en silencio y volvió a lo suyo. La señora Loxely, queriendo parecer interesada, preguntó qué iba a necesitar.
—Nada del otro mundo. Una túnica nueva, la otra ya me queda corta. Ingredientes de Pociones y un libro sobre maldiciones, parece que Lupin nos quiere preparar para el TIMO y…
Demasiado tarde, Wallace notó que hablaba con toda naturalidad, casi sin importancia al tema. Supo que, de nuevo, sus padres iban a pasar una temporada sin preguntarle nada sobre sus estudios cuando vio sus caras pasmadas, asustadas de pensar en la palabra "maldiciones" y sus posibles implicaciones. Se calló y sacó del bolsillo una hoja de papel cuidadosamente doblada, pasándosela a su padre deslizándola por la mesa.
—Hice el cálculo del dinero que voy a necesitar —indicó.
El señor Loxely asintió, tomó el papel al tiempo que hacía a un lado el periódico y revisó lo que su hijo le entregara. Frunció el ceño, asintió en silencio y se puso de pie.
—Bueno, si tenemos que ir hasta Londres, será mejor apurarse, Wallace.
El aludido asintió, terminó lo que le quedaba de desayuno y se puso de pie como vendaval, corriendo hacia su cuarto al tiempo que gritaba que iría por su cartera.
—¿Vas a entrar con él a…? —empezó la señora Loxely.
—No creo que sea necesario. Va a ir allí por quinta vez. Sabe el procedimiento.
—A mí no me gusta mucho eso de las "maldiciones"…
—¿Crees que a mí sí? Todos ellos son raros, te lo digo yo.
—¡Nuestro Wall no es raro!
—Pues está a punto. Ya verás, cuando acabe el colegio, apenas le veremos el pelo.
La señora Loxely se encogió de hombros, sin querer dar validez a esas palabras pero al mismo tiempo, sintiendo que eran ciertas.
Ninguno de los dos había escuchado a su hijo bajar la escalera y mucho menos sospechaba que los había escuchado. Pero incluso de haber sabido eso, les habría dado lo mismo.
–&–
El sábado amaneció tan despejado como nublado estuvo el viernes. Megera sonrió ante eso, antes de levantarse, vestirse y recogerse el largo cabello oscuro en una coleta alta. Eso le daba a su cara un aspecto más afilado y destacaba sus ojos, cosa que jamás la convencía. Quizá en la cara de su padre esos ojos ayudaran a asustar oponentes (de joven, jugó de cazador para los Wigtown Wanderers), pero en ella eran un rasgo… perturbador. Una vez Gaspard le había comentado, lo más amable que pudo, que cuando se enfadaba, sus ojos no resultaban una visión agradable.
Dejó el pensamiento de lado, se encogió de hombros y tomó su bolso.
Al salir de su dormitorio, tenía las escaleras a un paso, así que las bajó y luego giró a la izquierda, hacia el salón principal, donde estaba la chimenea y, en la repisa de la misma, junto a un retrato donde salía ella con sus padres y su hermano en un viaje a Florencia, la caja de plata que guardaba los polvos Flu. Tomó un puñado, lo arrojó a las brazas y enseguida se alzaron las llamas verdes que necesitaba. Entró al fuego sin vacilar.
—Madame Malkin —dijo lo más fuerte que pudo, sin abrir mucho la boca.
Fueron segundos mareantes y espantosos, Megera jamás iba a acostumbrarse, pero para llegar directamente al callejón siendo menor de edad, era la única opción. Salió en la tienda de túnicas sin caerse, lo cual fue pura suerte, aunque se ganó miradas airadas de un par de brujas con peinados ridículamente altos, a quienes sin querer manchó de hollín.
—Buenos días, linda —saludó madame Malkin con una sonrisa —¿Hogwarts?
—Sí, dos túnicas —pidió Megera, precavida—¿Tardará mucho?
—Tomo tus medidas ahora mismo, querida, así lo tendré todo muy pronto.
Y debido a la poca clientela de ese momento, eso fue verdad. Megera se vio, media hora después, lista para irse a Flourish y Blotts por un par de textos nuevos que necesitaría para la escuela, cuando vio entrar a un desgarbado muchacho de revuelto pelo castaño que, ataviado con ropa muggle, parecía un poco fuera de lugar allí. Sonrió de lado antes de saludar.
—¡Eh, Loxely!
El muchacho, que había entrado mirando hacia otro lado, se giró enseguida al oír aquello y abriendo al máximo sus claros ojos castaños, no tardó en sonreír.
—¡Eh, Flint! —correspondió, acercándose a ella —¿Túnicas para el colegio?
—Sí, eché a perder una con Brownfield, ¿te acuerdas?
—Ah, sí… Yo vengo por una porque ya no me queda la otra. ¿Te vas a casa?
—Apenas llegué, me faltan los libros y otras cosas. ¿Y tú?
—Lo mismo. Pero si tienes prisa…
—¡Qué va! Te espero y vamos juntos. Será menos aburrido.
El muchacho asintió y fue con madame Malkin a hacer su pedido.
Megera, en cuanto el chico se alejó, ladeó ligeramente la cabeza, sumida en sus reflexiones.
El día anterior pensó que, de ser otra su manera de pensar, jamás le habría dirigido la palabra a Wallace Loxely, un hijo de muggles del montón de su curso que iba a Ravenclaw. Empezó a tratarlo fue porque a él se le daba bastante bien Pociones, en lo cual ella era una negada; a cambio, a ella se le facilitaba Aritmancia, que Loxely no conseguía dominar tan bien como le hubiera gustado. Al principio solo se hablaban de forma esporádica, sobre todo en clase, pero después resultó que los dos necesitaron resolver dudas sobre criaturas mágicas y ella pensó en preguntarle a Gaspard, con lo cual, poco a poco, Wallace se volvió algo así como un amigo. Sabía que a Calvert no le caía bien, pero no era el más adecuado para discriminar, considerando que su abuelo paterno era de familia muggle, mientras que a Gaspard, cuyos padres eran considerados sangre pura, el tratar con Loxely le daba igual siempre que no se metiera con su equipo favorito de quidditch.
—Ya podemos irnos, Flint.
Megera dio un leve respingo. No se había dado cuenta cuando Loxely se había acercado.
—Bien, bien… Oye, ¿y qué más vas a comprar, aparte de lo del colegio?
Wallace Loxely puso una cara muy seria mientras abandonaban Madame Malkin. No fue sino hasta alcanzar Flourish y Blotts que se decidió a contestar.
—Nada, no tengo… Es decir, no se me ocurrió pedir dinero extra a mi padre. ¿Por qué…?
—Bueno, como voy a Sortilegios Weasley, creí que podíamos ir juntos.
—No, lo siento, para otra vez será.
Mientras se encogía de hombros, Megera se preguntó a qué venía esa expresión de Loxely. Porque no era la primera vez que se la notaba. Y peor aún, le desagradaba, porque mostraba una seriedad distinta a cuando se concentraba en las clases o las tareas.
—¿Qué ÉXTASIS piensas cursar? —inquirió entonces la joven, estando en el interior de la librería, buscando dos ejemplares del texto requerido para Encantamientos ese año.
—Quizá siga con todo lo que llevo ahora. Todavía no lo decido.
—¿No querías entrar en Gringotts?
—Quería. Hoy mismo esos duendes me han recordado por qué no me gusta ir allí.
Megera arrugó la frente, mirando el perfil de Loxely, que de pie frente a la estantería dedicada a Pociones, parecía no darse cuenta de lo que había dicho.
—¿Tú sigues con lo mismo, Flint? ¿Departamento de Misterios? —indagó él.
—Sí, aunque a mis padres no les agrada la idea. Lo que por cierto, me parece una estupidez.
—¿Qué es una estupidez, Meg?
La voz detrás de ella, grave y suave a un tiempo, le era tan familiar a Megera como el reflejo en el espejo. Se giró al tiempo que sonreía.
—¡Gaspard! —saludó, dándole un breve abrazo —¡Por Merlín! ¿Creciste más?
El aludido se encogió de hombros, aunque parecía divertirse. Gaspard Goyle era un chico grande, de hombros anchos y brazos gruesos, cuyo pelo negro y muy corto también era lustroso. Tenía los ojos oscuros, pero solo quien se acercara a verlos bien se fijaría que eran azules, cosa que le granjeaba bromas a su dueño porque ninguno de sus padres los tenía de ese color. Megera, al igual que la mayoría de las chicas, no consideraba guapo a Gaspard, pero eran amigos desde antes de entrar a Hogwarts, así que le tenía mucho cariño. Además, lo conocía mucho mejor que las estúpidas que creían que, debido a su media de Aceptable en casi todas las asignaturas, Gaspard no poseía ningún talento. Ellas se perdían los excelentes consejos de él sobre criaturas mágicas.
—Buenas, Goyle —saludó Loxely, llegando a su lado con un par de libros, pasándole uno a Megera —¿Quieres este? Puedo ir a tomar otro… —y le tendió al nombrado el otro ejemplar que llevaba en mano, sonriendo.
—Gracias, Loxely. ¿Se encontraron los dos aquí?
—No, en Madame Malkin —aclaró Megera, quien esperó a que Loxely se retirara otra vez para indagar —Por Merlín, Gaspard, no vayas a sacar el tema del quidditch, ¿quieres? No hoy.
—¿Y eso? —quiso saber el otro, sonriendo con ironía. Aunque no lo admitiera, las breves discusiones que tenía con el joven de Ravenclaw sobre quidditch solían divertirlo
—Hazme caso, luego te lo explico.
—Como quieras. ¿Qué, de aquí vas a Sortilegios Weasley, como me dijiste?
—Ajá. No entiendo por qué a mi padre lo saca de quicio que compre allí. ¡Por Merlín! Peleó con los dueños de esa tienda hace unos veinte años, no ayer.
—Ve tú a saber. Aunque te diré que a mi padre tampoco le hace gracia que mencione ciertos apellidos. Cosas de adultos, supongo.
Megera hizo una mueca. Eso le recordó que no faltaba mucho para ser considerada adulta en el mundo mágico. Ella y Gaspard dejaron la charla allí, buscaron lo que les faltaba y fueron a pagar.
—Bien, los dejo aquí —anunció Loxely cuando estuvieron de nuevo en el callejón —Voy por tinta y pergaminos y de allí, a casa. Gusto en verlos.
No fue sino hasta que el muchacho se alejó, perdiéndose entre la gente que iba y venía, que Gaspard carraspeó y arrugó la frente.
—¿A qué vino lo del quidditch, Meg? —quiso saber.
—No sé, una corazonada —contestó ella, mordiéndose el labio inferior antes de echar a andar hacia la más famosa tienda de artículos de bromas del callejón —Loxely me cae bien, Gaspard. Mejor que muchos sangre pura que a mis padres les gustan, he de decir. Y hoy me pareció… Bueno, pensé que hoy debíamos dejarlo en paz.
Gaspard, al oír eso, se quedó pensativo, hasta que acabó meneando la cabeza, confundido.
—Tú sabrás lo que haces. Aunque para ser un… —pese a sacarle una cabeza a su amiga, el chico se cohibió con la furiosa mirada de ésta —Para ser hijo de muggles… Loxely no es tan malo.
Megera asintió. Sabía que siempre podía contar con Gaspard.
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Bienvenidos sean a lo que, si la musa acepta el desafío, será un mini–fic (al menos dentro de los parámetros de su servidora).
Como leyeron al principio, me anoté a otro desafío (sí, a otro), donde según las variables que elegí, me sortearon detalles que debía incorporar al fic en cuestión. Uno de los detalles hizo que recordara, casi como por encanto, que en la Saga HHP, específicamente en LAV (la cuarta entrega)mencioné a una Flint y he querido desarrollarla un poco, esperando que todo lo que ponga aquí no me limite después. Para ello, los ubico temporalmente: el quinto curso de Megera y compañía será el 2020–2021.
Ahora, detalles: Megera es hija de Marcus Flint y de Tisiphone Carrow; a ella me la saqué de la manga. La protagonista y su hermano mayor son parientes de Amycus y Alecto, aunque no son como ellos (ya verán, Thaddeus Flint saldrá después). La chica es fanática de las Artes Oscuras porque le interesa desenmarañar su procedencia, sus efectos y su posible "anulación", cosa que no me parece mala en sí, ya me dirán ustedes.
Otra de mis variables asignadas en el desafío exige que incluya, de alguna manera, el estado de sangre "impuro"; es decir, a los magos hijos de muggles. Eso quedará representado en la figura de Wallace Loxely, un joven Ravenclaw al que, por lo visto, le va un poco mal porque sus padres no acaban de hacerse a la idea de que es mago, ¡y el chico ya va en quinto! Como curiosidad, Loxely es el apellido de un personaje que inspiró la figura de Robin Hood quien operaba, precisamente, en Nottingham, donde vive Wallace. Me encantan esas referencias, aunque pocas veces los lectores las notan sin que yo dé pistas al respecto.
Lo demás que me ha tocado en el desafío lo soltaré poco a poco. Y como tengo previstos los capítulos que serán, mis lectores habituales pueden estar tranquilos, no armaré líos complicados y acabaré la historia pronto (hay una fecha límite para finalizar, Bell no se enredará demasiado).
Cuídense mucho y hasta la próxima.
