Una mañana de Londres.
Andrómeda Black y Ted Tonks estaban orgullosos de su hija. Habían pasado unos problemas para superar el shock de Ted al enterarse de que su esposa era bruja, pero su matrimonio andaba sobre ruedas y el nacimiento de su primogénita les vino de perlas para aumentar sus niveles de felicidad.
Vivían en una residencia muggle debido a la determinante postura de Ted ("Lo único que pude hacer para sacarlo de la sorpresa fue acceder a eso, ¿No?" sonrió Andrómeda). Era una bonita casa inglesa, cerca de un pequeño jardín. Todo era perfecto. Tranquilo. Exactamente como Ted Tonks quería después de que su esposa le vinera con la sorpresa casual de su capacidad de hacer magia.
Un día de tantos, cuando los cristalinos rayos del sol se colaban por los grandes ventanales, Andrómeda se dirigía tranquilamente a la habitación de su hija. Era hora de despertarla y empezar otro díó el pomo de la puerta, tomó un conjunto azul y se acercó a la pequeña camita. El grito que Andrómeda lanzó se escuchó cuatro casas a la redonda.
Ted corrió hasta la habitación donde provenía el grito, encontrando a su esposa arrodillada al lado de la cuna y una de sus manos cubriendo sus labios en los que se esbozaba una sonrisa.
"¿Qué pasa?" Preguntó el hombre, asustado y confundido, y sin atreverse a entrar por completo a la habitación.
Andrómeda no contestó, si no que señaló al interior de la cuna y lo miró radiante. Ted se acercó con cautela, apartando varios juguetes de su camino. Cuando por fin llegó a su destino, vaciló en posar la vista en el interior.
"Venga, si no es nada" Sonrió la mujer, poniéndose de pie y situándose a su lado.
Ted asintió y tragó saliva, nervioso. Bajó la vista lentamente y encontró algo sumamente extraño.
Su hija tenía en cabello verde.
