Dulces Sueños
Para Kat
pues cada minuto
de cada día,
y en cada instante
cierro mis ojos
y te sueño.
I
Escape
"Sweet dreams are made of this,
who am I to disagree?"
Todos los seres humanos tratan con el dolor de diferentes maneras. Todos tienen, consciente o inconscientemente un mecanismo que tiene como propósito procesar, minimizar, acallar o aislar el dolor de manera que no sintamos como nos hiere, de manera que suframos el menor daño posible mientras pasa…
Pero aún eso de que pasa, de que con el tiempo la herida sana, es parte de un tipo de mecanismo que les permite a las personas aferrarse a la esperanza vana de que eventualmente las cosas volverán a ser como antes, como eran ayer cuando no dolía. Ayer pareciera ser un sitio seguro, cuando el hoy duele y el mañana es oscuro y sin rostro, pareciera que volver atrás es incluso deseable para escapar del dolor.
Pero hay dolores de los que no se puede escapar. Hay dolores que se encarnan en el alma y se vuelven parte de ella. Hay dolores que moldean y deforman el carácter, a fuerza de golpes y laceraciones crueles y constantes. Dolores tan persistentes y opresivos que pareciera que han estado ahí desde el comienzo de los tiempos y durarán hasta que se extinga el universo, de manera que no hay ayer al cual escapar y el mañana parece un aterrador lugar al que dirigirse.
El dolor de la orfandad, el dolor de vivir en un mundo al borde de la guerra, el dolor de haber perdido un hermano, el dolor de sufrir la perpetua ausencia de un padre.
Aún con todo su poder y suficiencia, Wanda aún tenía que hacerle frente a su propio dolor. En un desquiciado intento por convertir el odio y deseos de venganza de un par de jóvenes huérfanos en combustible útil en su lucha por el poder máximo, los lunáticos científicos de HYDRA habían expuesto a Wanda y a su hermano a la energía desconocida del cetro que, entenderían después, contenía la Gema del Alma, aquella anomalía cósmica de incalculable poder. Hoy en día descansaba impávida, incrustada en la frente de uno de los seres más terriblemente poderosos del mundo entero.
Wanda y Pietro Maximoff habían sido voluntarios para el experimento. Habían sido seleccionados de entre miles y es posible que el odio irrefrenable hacia el asesino de sus padres, que dominaba sus mentes y alimentaba sus almas fuera la clave para su supervivencia a los horribles procesos a los que habían sido sometidos.
Solo dos sobrevivieron al programa. Solo dos y desde entonces comenzaron a llamarlos Mejorados. Ya no eran simples humanos. Los habían desterrado del género y ahora eran otra cosa. Monstruos de piel humana. Engendros disfrazados de normalidad. El cambio lo habían sufrido por dentro y era permanente. Con el poder de imponer sus deseos sobre aquellos más débiles venia la condena de la alienación total y, aunque ninguno de los dos hermanos consideró nada de ello al momento de someterse al procedimiento, de haberlo hecho, habrían aceptado igual.
Querían justicia y retribución. HYDRA los estaba utilizando tanto como ellos a HYDRA.
Sería difícil determinar en qué manera comenzaron los cambios y cómo fue que empezaron a manifestarse en ellos. Los doctores pensaron que el experimento fue en un fracaso en Wanda, que no evidencio mejora alguna para cuando Pietro ya mostraba señales notables de una habilidad sobrenatural.
El cuerpo del joven vibraba y se agitaba convulso al principio, al ser incapaz de controlar el recién adquirido poder de su metabolismo super-acelerado.
Pero en ella, el poder se manifestó de manera mucho más sutil. Para cuando dio muestras de algún cambio, ella ya conocía y tenía entrenado en buena medida su poder. El poder de distorsionar la percepción, de engañar la mente, de manipular los deseos y doblegar la voluntad.
El poder se manifestó primero en los sueños de Wanda, aun días antes de que su gemelo se transformara en una suerte de licuadora humana.
El tiempo pasó. Sokovia pasó. Los hermanos Maximoff pasaron de ser armas secretas bajo la manga de HYDRA a los secuaces serviles de la fría inteligencia artificial que estuvo a punto de regir el mundo entero; para luego aliarse a los héroes que luchaban por una humanidad que ya no los reconocía como miembros. Y entonces Wanda se quedó sola. Pietro dio su vida en la lucha, como un guerrero, aunque no supiera realmente por lo que estaba luchando.
Entonces, el dolor dio rienda suelta, desbocado dentro de ella. Siempre había estado ahí. Siempre la había acosado, desde muy niña, pero siempre tuvo con quien compartirlo, en quien mitigarlo. Su hermano no era para nada un confidente experto o un soporte emocional reconfortante, pero había cuidado de Wanda desde el comienzo, a su manera tosca y rudimentaria, pero sincera e incondicional. Aún tras la muerte de sus padres, en los brazos de Pietro, Wanda se refugiaba y sentía que aunque el mundo les cayera encima, ambos, los hermanos Maximoff juntos compartirían la carga.
Ahora estaba sola. Su hermano la había abandonado para ir a un lugar donde ella no podía seguirlo y la oscuridad ardiente y voraz que pugnaba por devorarla se había vuelto mil veces más poderosa, más amenazante y despiadada.
Fue en una de esas noches, en que el susurro estridente e insoportable de la desesperación la llevó hasta el límite del abismo, que Wanda volvió a aplicar su poder en sus sueños.
Pietro podía correr. Él era el rápido, aun antes de ser Mejorado y, una vez que lo fue, no había quien pudiera alcanzarlo. Lamentablemente, las balas pudieron más que él. Pero Wanda, ella hacia eso con la mente, y pretendía viajar tan lejos y tan rápido, adentrándose en sus sueños, al grado de dejar atrás el dolor y así olvidarlo para siempre, o de lo contrario, seguro acabaría volviéndola loca.
Fue así, que soñó. Soñó una ciudad y una calle. Soñó un parque en primavera y una cafetería frente a él. Soñó mesas guarecidas del sol bajo sobrillas vistosas y las chirriantes bocinas de viejos autos circulando por la vía de asfalto. Soñó con gente andando por la acera, usando grandes lentes de sol, desplazándose sobre patines, con esponjados peinados, entonando canciones contenidas en cintas magnéticas.
Y soñó un muchacho, sentado relajadamente en una de las sillas, sonriendo mientras bebía un dulce capuchino de vainilla que le dejó pintado el labio superior de blanca espuma.
Durante las siguientes noches esa calle, con ese parque y esa cafetería, con sus sillas, sombrillas y aquel muchacho serían su refugio para guarecerse del dolor de una vida cruel que le había arrebatado a sus padres, su humanidad, su esperanza en el futuro y a su hermano.
―¿Qué ves?
La mirada de Wanda volvió al interior de la cafetería, a su taza de café. Negro, amargo, sencillo. Su acompañante frunció el ceño y, sin apartar los ojos de ella, como estudiándola, repitió su pregunta mientras extraía un twinkie del bolsillo de su chaqueta con la actitud metódica de un cirujano.
―Te pregunté que qué es lo que ves ―dio el primer mordisco al panecillo como catándolo y le ofreció a la chica.
Ella se negó agradeciendo con un gesto de la mano. Él solía siempre comer tanta azúcar. Preparaba su capuchino de vainilla al grado de volverlo chocantemente dulce y daba la impresión de que su chaqueta albergaba una dotación ilimitada de golosinas y alimentos chatarra.
"Y talvez de hecho lo hace, siendo un sueño, puede hacer lo que sea" pensó ella.
―Nada. ―respondió finalmente sin darle importancia.
―¿Nada? ―el chico movía las manos expresivamente y tenía las piernas extendidas cuan largas eran bajo la mesa. Daba la impresión de que si se reclinaba más sobre la silla quedaría acostado en el suelo. ―¿no paras de voltear en todas direcciones y dices que no estás viendo nada?
―Nada en particular… es que aquí todo es tan… brillante.
―Ah, ya entiendo… ―sonrió él, tomando distraídamente una nueva taza de capuchino de la bandeja de una empleada de la cafetería que usaba un uniforme rosa y un delantal blanco. ―Pues de verdad lo lamento es así como nos gustan las cosas por aquí.
Levantó la taza en el aire como invitándola a hacer un brindis y la bebió hasta el fondo, una vez que le hubo vaciado el contenido de por lo menos tres sobres de azúcar al mismo tiempo.
Cuando la hubo terminado, se puso de pie, alisándose la brillante chaqueta de llamativa apariencia plateada y calzándose sobre los ojos un par de googles que siempre llevaba entre el cabello y ofreciéndole su mano a la chica.
―¿Qué haces? ―indagó Wanda legítimamente desconcertada.
―Me dispongo a irnos. Aquí te parece muy brillante y si el problema es la luz conozco un arcade que seguro te encantará de tan oscuro que es. Además, a veces vale la pena hacer una locura o dos solo para oírte decir 'que haces' con tu elegante acento europeo.
Wanda se puso de pie, disimulando una sonrisa. Buscó en su bolso de cuero varias monedas que dejó sobre la mesa y así marcharse después. Aquello era un sueño, el café no era real y su dinero tampoco lo era, pero precisamente porque era su sueño, se sentía con toda la autoridad de exigir su derecho de poder hacer algo tan humanamente cotidiano como pagar la cuenta como una persona normal.
Es algo que ya no podía hacer en el mundo real.
Avanzó tranquilamente hasta dar alcance a su acompañante que se balanceaba distraído sobre las plantas de sus pies, con las manos en los bolsillos mirando el escaparate donde lucía un maniquí con un atuendo completo para jugar golf, boina incluida.
Tan pronto lo alcanzó, ambos echaron a andar a por la calle a la sombra de los árboles. Él miraba hacia arriba dando largos pasos mientras Wanda miraba al suelo escuchando el compás del sonido que hacían sobre el concreto sus botas de tacón.
El chico se detuvo. Ella no lo notó hasta después de un rato, al escuchar el reventar de una gran burbuja de goma de mascar varios pasos tras ella.
―No hacen falta las nubes, te dije que a donde vamos está suficientemente oscuro.
―¿De qué hablas? ―dándose la vuelta fue hasta donde se había detenido él.
Sin sacar las manos de los bolsillos y aun mascando el chicle, le respondió haciendo un gesto con el rostro para indicarle que mirara hacia el cielo. Una oscura tormenta se gestaba en la distancia, gris, difusa, pero agitada y extrañamente veloz.
―No es que me molesten realmente ―continuó el chico ―solo espero que no tengas planeada una inundación. El sótano donde está el arcade de los caras-pálidas podría inundarse y… tsk, bueno, no sé si te gusten esa clase de sueños locos.
Wanda volteó a mirarlo con los ojos llenos una mezcla de asombro e incredulidad.
Se encontró con una gran burbuja rosa, que se reventó de golpe, al tiempo que un sonoro relámpago, inusualmente callado pero terriblemente cegador se manifestó en el cielo.
―¿Sabías que esto es un sueño?
―Pero, claro. ¿Para ti es normal ir todas las tardes al mismo lugar para tomar café?
―Pero si lo sabes eso quiere decir que tu… ―los pensamientos se atropellaban en la cabeza de la chica y la creciente tormenta había pasado a segundo plano.
―Que yo…
―Este es tu sueño. Tú eres una persona real en alguna parte del mundo.
―Bingo ―chasqueó los dedos, justo antes de devorar otra barra de goma de mascar y luego ofrecerle a ella.
―Desde luego. Ya decía yo que no podía estar tan obsesionada con los 80's.
―¿Nos vamos? Comenzará a llover en cualquier momento y no quiero tener que correr hasta allá… ¿Qué quisiste decir con obsesionada con los 80's?
Pero la respuesta no pudo llegar. Un nuevo relámpago desató su furia en ese momento, descargándose sobre la calle y recorriéndola a todo lo largo abriendo el concreto como un cuchillo sobre la mantequilla. El cielo se había vuelto gris, las aves habían dejado de cantar. Todas las personas habían desaparecido de las calles y los árboles se mecían con aire siniestro al ritmo de un viento sospechosamente uniforme.
La chica se quedó observando el inquietante clima de su ciudad soñada, meditando en las palabras que intercambiara con su acompañante que le hicieron preguntarse consternada: Si él era una persona real, como lo era ella, no había hecho un mundo de sueños, sino que se había introducido en los de alguien más… y si no era él quien estaba causando aquello… ¿entonces quién?
―Te dije que no quería correr…
Las palabras del chico fueron lo último que Wanda percibió antes de que, sin poder hacer nada para evitarlo notara como la levantaban del suelo a una velocidad indescriptible. La sensación fue tan desconcertante que, habiendo superado la sorpresa y el mareo inicial, pudo entender lo que sucedía, pero eso no lo hizo más fácil de asimilar, antes, fue terriblemente abrumador para ella.
Al parecer, su acompañante la había tomado en sus brazos sin avisar y ahora se desplazaba a tal velocidad que todo alrededor suyo se desdibujaba formando una mancha de incomprensibles manchones y líneas difusas. Wanda tuvo que aferrarse al cuello del chico para evitar sentir que saldría disparada por culpa de la inercia en algún momento, y al hacerlo, atrajo la atención de él que la miro con sus ojos ocultos tras los cristales de sus googles y el rostro enmarcado por una enmarañada y larga cabellera de color castaño cano.
Aquel joven, que se había presentado con el nombre de Peter, desde la primera noche en que soñara con él, pensando que no era más que un producto de su corazón afligido se estaba desplazando a una velocidad tal que hacía que las gotas de lluvia que habían comenzado a caer parecieran estar suspendidas en el aire sin moverse.
Aquel era un sueño, todo era posible, por lo que el hecho de que el poseyera cualquier habilidad sobrenatural no parecía significar mucho, pero, ¿Por qué le había parecido tan normal y cotidiano aceptar que ella se hubiera metido en sus sueños? Y, aun mas importante y la duda que significaba la fuente real de toda la conmoción de Wanda, ¿Por qué, de todas los poderes increíbles que alguien podía tener en un sueño, él había elegido super-velocidad, siendo que era el mismo don que poseyera en el mundo real su hermano Pietro antes de morir?
