Pareja: Kai&Takao

Advertencia: Shounen –ai

"Pensamientos"

–Diálogos.

EL ZORRO

–Kaily Hiwatari–

California, 1850.

La brisa fresca de la mañana hacía balancear mis cabellos con armonía. Tumbado en el césped y bajo la sombra de un enorme árbol mantenía mis ojos cerrados. Los rayos del sol ahí no me afectarían tanto y así estaría totalmente relajado. Me quedaría aquí toda la mañana. Mis manos están cruzadas bajo mi cabeza y escucho el trinar de los pájaros.

–¡Pero bueno! ¿¡Estabas aquí!? ¡Eres un holgazán! –le riñó una mujer rubia que se encontraba cerca de ahí.

–Ufum –suspiró. Ahora su tranquilidad se iba a desmoronar de un solo golpe. Escuchaba cómo unos pasos se iban acercando a él por el crujir de la hierba que cada vez era mayor.

–¡Te he buscado por toda la casa! –Se quejaba deteniéndose frente a él, viendo cómo esperaba que el chico bicolor que tenía en frente, ni siquiera osaba abrir sus ojos para mirarla–. ¿¡Me estás escuchando!? –preguntó indignada. Sabía que no estaba siendo ignorada pero aún así le mataba la tranquilidad del chico. Con rapidez se agachó para coger con su mano la oreja del apuesto joven y no vaciló en tirar de ella. El otro no tardó en abrir los ojos y en ponerse de pie con rapidez para evitar que la cocinera y criada de la casa le arrancase la oreja– ¡Arriba! –le ordenó.

–¿Por qué tanta urgencia? –preguntó el chico dueño de unos ojos carmesí y una piel de tonalidad blanquecina.

–¡Necesito que vayas al mercado a comprar, esta vez no te escaquearás! ¡Y otra cosa, el señorito Takao está aquí esperándote! –dicho esto le soltó de la oreja

–¿Takao? Podías habérmelo dicho antes. –Con pasos tranquilos rodeó la casa para entrar por la puerta de la cocina que era la más cercana que había en esos momentos. La criada de piel blanquecina, ojos azules, vestida con un traje de servicio color negro y un delantal blanco, con el cabello recogido en un sencillo moño rubio, le seguía de cerca.

El bicolor vestía con un pantalón azul claro, una camisa blanca y un chaleco del mismo color del pantalón y alrededor de la cintura tenía una faja de color rojo y unas botas. El joven no tardó en cruzar la cocina llegando al comedor. Pensaba que Takao estaría allí, pero la sala estaba vacía.

La criada aprovechó para coger una bandeja con dos tazas de café que ya estaban preparados en la cocina para llevarlas a su destino.

–Dime, Judy. ¿Dónde están? –preguntó como si nada en cuanto la mujer entró al comedor.

–En el despacho de tu padre –le contestó pasando por delante del joven.

–¿Qué hacen ahí? Takao no sube a no ser que sea algo importante –reflexionó en voz alta mientras empezaba a subir las escaleras.

–No lo sé, Kai. Creo que Takao sólo ha venido a verte.

–Mm... –subió el último escalón y caminó hasta el despacho de su padre, viendo cómo la puerta estaba abierta. Seguramente porque Judy la había dejado así al entrar ella primero.

–Aquí está el café señor Hiwatari –escuchaba decir a Judy hasta que sus ojos focalizaron el interior del despacho.

Un sitio amplio, con una enorme cortina blanca y encajes azules. Una gran mesa de despacho colocada verticalmente y más a su derecha en la otra punta de la habitación se encontraba la chimenea y alrededor de ésta dos sofás. Uno frente al otro con una pequeña mesita en medio donde pudo apreciar la silueta de Judy que parecía estar dejando algo debido a su posición agachada.

Una vez que la chica terminó sus quehaceres, se apartó hacia un lado con la bandeja vacía apoyada en la barriga.

Ahí estaban ambos... El señor Hiwatari, su padre, dueño de unas tierras y de la casa que aparentaba ser una mansión por lo grande que era por dentro y por fuera. El hombre de barba y bigote, cabello oscuro y piel más oscura que la de su hijo llevaba puesto; unas botas negras que no le llegaban a la rodilla, un pantalón gris con su chaqueta a juego y una camisa sencilla de color blanca. Este hombre hablaba con un chico joven, hijo de su gran amigo el gobernador del pueblo. Estaba claro que el niño había heredado los ojos de su madre al igual que Kai heredó los de su madre fallecida.

El chico al que correspondía el nombre de Takao Kinomiya vivía alejado del pueblo en un gran caserón. Eran familia más adinerada que la de los Hiwatari y más prestigiosa debido al cargo de su padre, el señor Kinomiya, en el pueblo. El chico era realmente atractivo. Era dueño de unos ojos rojos zafiros que parecían emitir un brillo especial cuando estaba feliz, como si se tratasen de dos joyas. Su piel era morena y sus cabellos que estaban recogidos en una coleta eran azules de tres tonalidades distintas. Takao vestía igual que Kai sólo que su ropa era de color verde y no llevaba ninguna faja atada y sus botas eran color marrón claro.

No era que les gustase vestir igual, sino que en esta época todos los hombres vestían así. Las mujeres vestían con sencillos vestidos de poca grandeza a no ser que surgiera algún nuevo acontecimiento social o se celebrará algo en el pueblo. Los niños tampoco vestían de una manera extravagante, sino todo lo contrario. Sus ropas eran totalmente normales. No usaban camisas de vestir sino más bien camisetas, ropa cómoda con la cuál poder jugar y divertirse tirándose al barro si así hacía falta.

Sin embargo si en ese pueblo destacaba alguien por sus vestimentas esos eran los soldados. Si un pueblerino se cruzaba con alguien que vestía con un uniforme verde o azul estaba totalmente perdido, ya que últimamente los soldados parecían ir en contra de la gente en lugar de ayudarlos.

El bicolor miraba al menor con atención tras la puerta, pero dejó de hacerlo al darse cuenta de que el otro por intuición al sentirse observado le miró.

–Buenos días, Kai –saludó el joven Takao, viendo cómo ahora el otro chico entraba en la habitación.

–Hola, Takao –le saludó viendo cómo el moreno de piel se ponía de pie.

–Takao ha venido a hacernos una visita y de paso irá al pueblo a hacer unos recados. –le informaba su padre.

–¿Tu vas al pueblo? –le preguntó Takao.

–Claro, le he mandado a hacer la compra –se adelantó a decir Judy.

–Entonces podemos ir juntos –anunció el joven de cabellos azules.

–Judy, ¿está listo el carruaje? –le preguntó Kai esperando la respuesta.

–Claro –confirmó la sirvienta.

–Bien, vamos Takao.

–Adiós, señor Hiwatari. –le despidió.

–¿Vendrás a cenar? –preguntó el señor de la casa.

Ante la pregunta, el joven de cabellos azules miró al bicolor, el cual como siempre parecía estar totalmente tranquilo, pero él conocía muy bien esa mirada.

–Lo siento, pero tengo muchos compromisos que atender. No me será posible. –se disculpó.

–Comprendo. Otro día será –le sonrió–. Saluda a tus padres de mi parte.

–Lo haré. Adiós –Takao comenzó a andar hacia la salida de la habitación. Si se tardaba más todavía en hacer los recados sus padres le regañarían.

–Adiós –se despidió del joven.

Sin más contratiempos, ambos jóvenes bajaron las escaleras y salieron de la casa hasta dar con la parte delantera de la misma donde se encontraba el carruaje.

El carruaje era demasiado sencillo ya que no era una diligencia, sino un medio de transporte para dos personas, las cuales una de ellas llevaría en la parte delantera compuesta de un banco largo las riendas de un solo caballo. La parte trasera servía como un recipiente, ya que era una gran caja de madera.

En la parte trasera se encontraba alguna que otra cajita de madera que les servía para meter frascos de cristal de cualquier tipo de especia y evitar que durante el camino se rompiese. Por lo demás era muy espacioso ya que servía para transportar mercancía, ya fueran barriles llenos de agua, sacos de harina, algún tipo de cántaro lleno de leche, etc. Tanto las ruedas como el carro eran de madera, con lo cual eran resistentes pero no duraderas.

El caballo de color marrón claro y hocico blanco estaba deseando de recibir alguna orden de su dueño. Movía la cabeza en distintas direcciones intentando que los pequeños mosquitos no le molestasen más. El crujir de la madera en la parte delantera indicaba que uno de los jóvenes había sido el primero en subir.

–Cuidado al subir –le advirtió Kai cogiendo las riendas de su caballo. Takao subió sin problemas, ya estaba más que acostumbrado a que Kai no le ayudara ni siquiera a subir al carro. El menor de los dos puso sus pies sobre la madera... el otro soltó un poco de rienda y golpeó con sutileza el lomo del caballo, emitiendo un sonido con la ayuda de su lengua, indicándole al caballo que ya podía empezar a andar.

El ruido de los cascos del caballo y de las ruedas al girar sobre el terreno de tierra no se hizo de esperar más. No tardaron mucho en alejarse de la casa y en divisar a lo lejos el pueblo.

–Seguro que hoy debe de haber un buen mercado –rompió el silencio Kinomiya–. Los sábados siempre los hay –dijo entusiasmado

–Es probable –contestó sin mucho entusiasmo–. Por cierto –no dejaba de mirar el camino–, si deseabas quedarte a cenar haberlo hecho.

–Pues podría haberlo hecho –contestó cruzándose de brazos un poco indignado–. Pero entonces tu padre hubiera sacado una conversación un tanto incómoda para ti.

–¿Y para ti no? –contestó en su defensa.

–A mi me da igual, eso no me afecta –silenció un momento–. Después de todo hacemos esto por nuestros padres. Además, eres muy poco caballeroso.

–Ya, y tú un caprichoso.

Al escuchar eso el joven de cabellos azules no pudo evitar alzar una ceja–. Y tú un holgazán.

–Y tú un presumido. –continuó.

–Cobarde –sentenció y giró su cuerpo hacía un lado para no mirarlo.

Kai sólo sonrió de lado orgulloso por haberlo hecho rabiar aunque sólo fuera cinco minutos. Al ver que Takao tardaba en responder decidió hablarle.

–No te pongas así o las chicas entonces no te perseguirán.

–Me da igual –se sonrojó por esas palabras–. Deberías preocuparte más por ti que por mí. Después de todo nadie querría a un marido holgazán, perezoso y cobarde con tú. Por eso no te casarás nunca.

–Es por eso que no deseo hacerlo –contestó con tranquilidad–. Y no soy ningún cobarde –sentenció.

–Eres un caso perdido –le respondió mirando a su alrededor.

&&&Kai&Takao&&&

Desde el cuartel general de ejército...

Un nuevo integrante estaba recorriendo el cuartel junto con su ahora amigo y superior, el Comandante.

–Como podrás comprobar dentro de unas horas, en este territorio la gente siente miedo al vernos. Eso lo usamos a nuestro favor. Nadie debe de interponerse en nuestro camino Teniente Yuriy. –explicaba el Comandante.

–Lo comprendo perfectamente, comandante –respondió un chico alto, pelirrojo, dueño de unos ojos azules como el cielo, que iba vestido de militar. El color de su traje era verde oliva, los botones y hombreras eran de color dorado. En la cintura llevaba una fina correa de la cuál colgaba una espada y una pistola en el lado opuesto. Su superior vestía de igual forma salvo que en su pecho había una diminuta estrella que indicaba su rango.

–Tu primer trabajo será obligar a esos campesinos a pagar sus impuestos. Hoy creo recordar que es día de mercado. Si alguien se opone, metedlo entre rejas. ¿Está claro? –preguntó, esperando la afirmación por parte del otro.

Sonrió maliciosamente mirando al frente–. Como el agua. Partiré de inmediato, no quiero que los campesinos sufran porque no pagan sus impuestos. –Se expresó así con sorna, viendo como su paseo había terminado en las caballerizas–. Intentaré estar de regreso lo antes posible –escogió su caballo al detenerse frente a él.

–Confío en usted, Teniente –seguía hablando viendo cómo el otro montaba a caballo y cogía las riendas–. Siete de mis hombres le escoltarán. –le hizo saber.

–No se preocupe –le quitó importancia. Le hizo el saludo tradicional entre ellos poniendo su mano a la altura de la sien para después bajarla con rapidez–. Comandante –acto seguido con el talón de su pie le dio al caballo en el lateral y éste no tardó en comprender la orden. El Comandante Brooklyn veía cómo el caballo iba a trote alejándose de las caballerizas.

–Sarcástico, frío y calculador –sonrió con malicia–. Me encanta –se expresó así del que se convertiría en su mano derecha.

&&&Kai&Takao&&&

El mercado en la plaza del pueblo era amplio. Montones de tablones estaban rebosantes de cosa. Cajas llenas de fruta, sacos llenos de especias, tablones llenos de ropa, llenos de telas, bebidas, verduras, piedras preciosas, flores, etc.

A cierto joven de cabellos azules ya le brillaban los ojos desde que sus pies pisaron la tierra. Como siempre, se adelantaba a ver los puestos, mientras Kai le seguía de cerca.

–Hoy hay más puestos que otros días –comentó Takao con entusiasmo–. Veamos, primero a comprar y después a mirarlo todo –se dijo a sí mismo en voz alta y ya de paso tranquilizaba al otro. Se dirigió al puesto de la fruta y el bicolor al de al lado–. Buenos días, ¿me da tres manzanas? Por favor. –le pidió el joven de cabellos azules a la dependiente de ese puesto, escuchando lo que el bicolor pedía en el puesto de al lado.

–Un saco de harina –le escuchó decir, mirando ahora de nuevo a su dependienta que era joven y de buen porte.

–¿Habéis escuchado lo que dicen por el pueblo? –era la voz de una jovencita que estaba a espalda de ambos.

–¿Qué es lo que dicen? –preguntó otra.

–Que anoche un hombre del pueblo fue asaltado por un ladrón de caballos –sonrió la chica.

–¿Y eso te hace feliz? –preguntó la otra.

–Espera, aún no termino. Se rumorea que posiblemente un hombre enmascarado salvó a dicho campesino de las fauces de ese terrible ladrón.

–¿Enmascarado?

–Sí. Se rumorea que su rostro está enmascarado y que viste del color de la noche para camuflarse en la oscuridad. –comentaba.

–¿No me digas? ¿De quién se tratara? –seguían rumoreando en la plaza, pero esta vez echando a andar.

La chica metió las manzanas en una bolsa de papel marrón– ¿Algo más? –le preguntó.

–Hoy no –contestó pagándole las manzanas. La chica le sonrió y le metió una manzana más en la bolsa.

–Esa de regalo –le dio la bolsa que fue cogida por el joven de cabellos azules.

–Gracias –como contestación, la chica le guiñó el ojo.

–¿Nos vamos? –preguntó el joven bicolor que con el rabillo del ojo no se había perdido ningún detalle.

–Claro, dejemos esto en el carro –anunció el moreno de piel, al ver cómo el bicolor tenía en sus brazos un saco de harina.

Antes de dar un paso, alguien los interrumpió–. Toma –una manzana se cruzaba frente a sus ojos–.Te la regalo –confirmó la dependiente al ver cómo el joven más alto ahora la miraba, fue en el momento en el que él con una sonrisa le dijo un...

–Muchas gracias.

–No es nada –le guiñó el ojo.

–¿Te importa cogérmela Takao? –le preguntó Kai, ya que tenía ambas manos ocupadas.

–Claro –contestó con seriedad cogiéndola en la mano, sin meterla en la bolsa. Con altanería se dio media vuelta y empezó a caminar. Kai sonrió de lado y suspiró siguiéndole.

–¿Qué te pasa? –sabía de sobra lo que pasaba.

–A mí, nada –siguió caminando.

–Venga ya, a otro con ese cuento.

–Olvídame. –le pidió enfadado.

–Estás enfadado –aclaró.

El joven de cabellos azules se detuvo y lo miró con cara de pocos amigos en cuanto se dio media vuelta, lo que obligó al bicolor a detenerse.

–¿Por qué piensas eso? –preguntó sin poder evitar sentirse enfadado.

–Quizás porque es más que obvio. ¿Qué es lo que te ha molestado? ¿Qué esa chica haya sido amable conmigo?

–¡Ja!, por favor –miró de reojo hacia un lado.

–A ti también te han regalado una manzana –cogió el sacó con más fuerza y se lo colocó mejor entre los brazos–. Estás celoso.

–¿Eh? –volvió su mirada al bicolor. Parecía estar orgulloso de haber dado en el clavo– ¿De qué voy a estar yo celoso? Abre la boca –le ordenó.

–¿Para qué? –le preguntó un poco confuso, eso no venía al tema.

–Hazlo –ordenó de nuevo viendo cómo el otro lo hacía–. Ábrela más... así está perfecto –cogió la manzana de Kai y se la metió en la boca–. Callado estás mejor –se dio media vuelta para seguir caminando.

Por su parte, Kai le seguía con la manzana en la boca y un gran saco de harina en las manos. Haría el ridículo frente a la gente del pueblo, pero sabía que llevaba razón en sus palabras. Takao estaba celoso de eso, podía estar seguro.

"¿Pero es que soy yo el único que se ha puesto así? ¿Por qué Kai no le ha dicho nada a la chica cuando le ha guiñado el ojo? Tampoco lo ha hecho cuando me lo ha guiñado a mi... ¡bah!... no sé porque me pongo así", se sonrojó levemente. "Ni siquiera da señales de que sienta por mi algo más que amistad... sólo me ve como su amigo... simplemente eso", ya estaba frente al carro, así que dejó la mercancía en la parte trasera del mismo.

El joven de ojos carmesí lo imitó y cuando soltó el saco, se quitó de la boca la manzana que ya le amenazaba con caer al suelo desde hacía rato. Le dio un merecido mordisco empezando a saborearla, mirando seriamente a Takao.

Takao seguía sumergido en sus pensamientos. "Alguna vez podría decir lo que piensa, haberse molestado aunque sea un poco. Qué estupidez. Sólo piensa en sí mismo. Es un vago y un cobarde, pero es tan atractivo que le corta el aliento a cualquiera con solamente mirarte a los ojos." Miró a su alrededor para ver cómo la gente compraba y vendía. Respiró profundo y de nuevo le regresó la sonrisa –Al ataque –era una manera de decir que estaba dispuesto a arrasar con el mercado entero.

Unos caballos se detenían metros más atrás. Eran soldados que ahora desmontaban de los caballos mirando hacia ese mercado.

–¿Así es siempre? –preguntó Yuriy viendo el bullicio que había, para que uno de ellos le respondiera.

–Sí, Teniente.

Yuriy asintió varias veces–. Sacaremos un buen botín de aquí. –Sonrió confiado dándose la vuelta para mirar a sus soldados–. Quiero que dos de vosotros os pongáis al final de este mercado. No dejéis que nadie salga sin venir primero a la mesa a dejar sus monedas, ¿entendido? –preguntó para cerciorarse de que se había explicado con claridad.

–Sí, Teniente –fueron las respuestas unísonas de los soldados.

–Bien, que empiece la fiesta –anunció abriéndose paso entre la multitud, siendo escoltado por los demás soldados, mientras dos de ellos se adelantaban para hacer lo que su Teniente había mandado.

Takao se dirigió a uno de los puestos–. Bonitos colgantes –los miró con ojos brillantes– ¿Puedo? –preguntó al dueño, refiriéndose a si podía tocarlo.

–Claro, chico –respondió el hombre, viendo cómo el joven de cabellos azules cogía un colgante en su mano y la miraba con interés.

–Es la piedra preciosa más bonita que jamás haya visto antes –sonrió maravillado– ¿Cuánto cuesta?

–6 reales.

–¿Tanto? Vaya, sólo tengo dos. –Contestó tocándose el interior del bolsillo con su mano libre– Quizás pueda reunirlo para la próxima vez.

–No eres el primero que se ha interesado en esta piedra preciosa. Ya varias señoritas se han quedado prendadas de él. Lo más probable es que la venda hoy. –le explicó.

–Qué pena –fue a devolverla a su sitio, pero se le cayó al suelo–. Qué torpe. Lo siento –se agachó a recogerla pero en ese momento una mano blanquecina se le adelantó, cogiendo la piedra en su mano mientras con la otra mano lo ayudaba a ponerse en pie.

–Aquí tienes –le dio la piedra.

–Gracias –le respondió viendo a un hombre pelirrojo más alto y pálido que Kai, vestido de militar.

El militar ya había observado a Takao desde la distancia. Tan sólo se había quedado con curiosidad en saber si ese chico era tan atractivo como aparentaba. Pero su belleza no le hacía justicia. Ahora que lo miraba de cerca, podía contemplar cómo esos ojos estaban llenos de vida, cómo brillaban. No sólo sus ojos eran sorprendentes, sino que su color de piel morena y su color de cabello azul le hacían ver como algo inalcanzable.

No le dio tiempo a informarse de quien era. Solamente él se había separado de los demás y en cuanto vio que al moreno se le cayó algo al suelo, no dudó un segundo en agacharse y en recoger aquello que buscaba el otro con la excusa de poder acercarse a él. Pero le había salido mejor de lo que esperaba la jugada y le había tocado la mano.

Yuriy se quedó mirando a Takao para después mirar esa piedra preciosa que ahora volvía a estar en su sitio.

–Bueno, otra vez será –le dijo al vendedor.

–Quizás otro día traiga otra que éste a tu alcance. –decía el vendedor.

–Eso espero –fue la respuesta de Takao, que sonrió al vendedor.

Yuriy seguía ahí parado hasta que cogió el colgante del puesto con decisión y sin preguntar.

–Bonita baratija –se expresó no dándole importancia a lo que sus ojos veían. Acercó el colgante al cuello de Takao–. Te queda realmente bien, y no sólo realza tus ojos sino tu belleza. –Miró al vendedor– ¿Cuánto cuesta?

–6 reales –contestó no muy convencido.

Takao estaba sorprendido. Un soldado ni te ayudaba y mucho menos te decía si le parecías guapo o feo. ¿Qué se traía éste entre manos?

–Me la llevo –confirmó, dándosela a Takao en la mano, cerrándosela para evitar que la piedra cayera al suelo– ¿Tienes nombre? –preguntó interesado.

–Err... Takao –respondió no muy seguro y confuso por lo que estaba pasando. El pelirrojo se dio cuenta de que un joven bicolor estaba detrás de Takao y como los miraba sin parar, pero no le dio mucha importancia.

–Takao, esto es para ti –dichas estas palabras, cogió una de sus manos, específicamente la que estaba libre y se atrevió a darle un diminuto beso. El joven de cabellos azules ahora estaba peor que confundido con ese acto.

–Perdone Teniente, ¿pero y el dinero? –preguntó el vendedor.

–Ah, eso –le sonrió a Takao para luego mirar al otro con desprecio–. Ya se te pagará.

–Pero... mi hija está enferma y mi mujer está a punto de dar a luz. Necesito ese dinero.

–Una pena, porque no lo tengo –aclaró con cierto desprecio. Ante sus ojos azules, vio cómo la joya le era devuelta al dueño–. Takao, ¿qué haces? –preguntó, mirando a éste confundido.

–Perdonadme, pero no puedo aceptadlo. Es demasiado para mí y no acepto las condiciones en las que queríais que fuera mío. –explicó.

–Se le pagará más adelante –le restó importancia.

–Este hombre lo necesita ahora. –le hizo ver.

–¿Osas cuestionar mi palabra? –alzó una ceja, haciéndose el ofendido.

Inmediatamente negó con la cabeza–. No es eso... yo... –se estaba metiendo en un lío y no sabía cómo salir de éste. ¿Qué debía de hacer? Sabía que si se quedaba con ese colgante, una familia pasaría hambre y tampoco podía decirle a ese Teniente que no confiaba en su palabra o de lo contrario podían meterlo en la cárcel.

–¿Qué ocurre aquí? –fueron las palabras oportunas de Kai. Tan oportunas como una bendición. El bicolor por su parte cargaba con huevos en una bolsa y su mirada no se despegaba de ese nuevo Teniente, el cual miraba con desprecio a todos excepto a Takao.

–No es nada, um... ¿nos vamos? –preguntó el joven de cabellos azules esperando una afirmación por parte del bicolor.

–Claro –ambos se dieron media vuelta para poder por lo menos buscar algún rincón en el cual perder a ese Teniente de vista.

Yuriy estaba mosqueándose. Ese chico con cara de ángel no se iba a ir así como así y menos con ese otro fantoche que parecía atravesarlo con la mirada desde que lo vio. Algo que estaba pasando por su cabeza le hizo sonreír cínicamente. "Será divertido" .Caminó los pasos necesarios hasta alcanzar al joven de piel morena para cogerlo del brazo y darle la vuelta, sorprendiendo a ambos jóvenes que aunque iban en silencio, pensaban que ese pelirrojo ya se habría marchado. –Espera. –lo detuvo.

–¿Qué quiere? –preguntó sin entender el porqué lo retenía ahora.

–No deberías irte sin aceptar algo de mi parte. Has dicho que era bonito y parecías querer comprarlo.

–Era sólo un capricho Teniente, ya se me ha pasado –con sutileza y con ayuda de su otra mano, consiguió que el Teniente le soltase el brazo.

–Pero...

–No quiere –interrumpió Kai cortante. –Un no, es un no. Déjele en paz. –le ordenó.

Yuriy frunció el ceño de inmediato. –¿Y tú eres?

–No creo que tenga mucha importancia. –contestó.

–Tu nombre –exigió.

–Kai.

–¡Je! Kai. –Se cruzó de brazos– ¿Eres su perro guardián o algo así?

–Mn...-se quejó.

–Acabas de desafiar al ejército. Eres valiente –asintió. Desenvainó su espada y le apuntó con ella– ¡Soldado! –gritó, sin apartar su mirada fría de su próximo oponente.

–¿Sí, señor? –preguntó uno de ellos al acercarse corriendo hasta dónde estaba su Teniente.

–Su espada –pidió.

–Pero señor...

–¡Ahora! –estiró su mano sin dejar de mirar hacia el mismo punto de vista, esperando a que la espada le fuera entregada de inmediato.

–Sí, señor –desenvainó su espada y se lo entregó en la mano como esperaba Yuriy.

El pelirrojo le pasó la espada al bicolor–. Veamos qué tal te manejas con la espada, Kai –alargó el nombre con desprecio.

Kai solamente cogió la espada y la miró con deteniendo, para acto seguido clavarla en la tierra. El pelirrojo quería saber que había significado ese acto por parte del joven de ojos color carmesí.

–No, gracias –contestó.

–¿De nuevo desafiante, nee? Exijo que la cojas y que luches contra mí, ahora –aunque su tono era normal, se podía reconocer cierta acidez.

Kai esquivó la mirada hacia un lado y Takao solamente le miró confundido.

–¿Qué ocurre?... Ah, claro. Jajaja. Como no he caído en éste pequeño detalle. –Clavó la espada en el suelo y con arrogancia empezó a desabotonarse los botones de su chaqueta, dándosela al soldado que le había cedido su espada antes–. Ya no soy un soldado. Ni siquiera Teniente. Soy uno de vosotros. –le hizo ver–. Ahora coge la espada, que no tengo todo el día.

Takao miraba al Teniente, ¿qué pretendía con todo esto –. Teniente...

–Yuriy –sus ojos parecían no ser tan duros cuando veía a Takao. Lo interrumpió con la intención de tomar confianza con él.

–Teniente Yuriy –siguió– ¿Qué es lo que pretende? –preguntó el menor confundido.

Se encogió de hombros–. No mucho. Sólo intento que tu perro guardián coja la espada que tan amistosamente le he dado por una razón. Si tu amigo pierde, te quedas con el colgante, pero si me gana olvidaré el asunto. Creo que es un buen trato. ¿No te parece Takao? –Cogió de nuevo su espada–. En guardia –apuntó hacia el bicolor.

El bicolor miró un segundo la espada, para acto seguido cogerla con la mano y apuntar hacia otro lado.

–Vaya parece que por fin te decides. –anunció Yuriy.

–Takao, será mejor que te alejes de aquí –le advirtió Kai. Miró hacia dónde pensaba que estaba el joven de cabellos azules, pero simplemente ya no estaba. Con rapidez miró a su alrededor y vio al joven de cabellos azules al lado del vendedor–. Mn...

–¡Suerte, Kai! –le animó.

–¡En guardia! –gritó el Teniente empezando a atacar. El pelirrojo se sorprendió de sobremanera al ver como Kai sujetaba la espada. Había parado y de milagro el ataque de Yuriy al poner la supuesta mano libre en la hoja de la espada y sus ojos permanecían cerrados– ¿¡Qué se supone que haces!? –volvió a atacar ésta vez de lado.

–¡Ahh! –gritó Kai. Ésta vez se agachó y empezó a correr a gatas, metiéndose debajo de las piernas de Yuriy con una rapidez y una patosidad tremenda.

Takao vio la escena y sólo atinó a ponerse una mano en la frente.

Yuriy se dio la vuelta para ver que hacía ahora Kai y poder hacerle frente. La gente empezaba a reírse y a murmurar cosas.

–¡No juegues de una manera tan patética conmigo! –gritó Yuriy. Volvió a atacar, ésta vez dirigiendo su espada de izquierda a derecha, siendo parado su golpe de igual manera que la primera vez.

–¡Ah!

–¡Deja de gritar como una mujer!

Kai empezó a retroceder, pero no contaba con que una piedra estaría en su camino. Así que cayó de espaldas al suelo, cerrando los ojos por el daño ocasionado y sintiendo algo frío en el cuello. Abrió los ojos y se encontró con que la espada estaba puesta en su cuello y Yuriy sonriendo con sarcasmo.

–Pero que poco vales, perro guardián. –siseó–. Eres un debilucho que no sabe ni pelear con la espada. ¡Ja! ¡Qué patético eres! –se burló.

–¡Ya es suficiente! –Interrumpió Takao, acercándose al que estaba tendido en el suelo–. Kai, ¿estás bien? –en su cuello todavía podía notarse la marca de la afilada espada. Yuriy apartó su espada, envainándola.

–Sí, tranquilo –le respondió. Se incorporó sentándose en el suelo, dejando la espada donde estaba. Intentó ponerse de pie, sintiendo como Takao le ayudaba al cogerlo de los antebrazos para servirle de apoyo de alguna forma.

Un colgante iba bajando lentamente entre las miradas de ambos jóvenes, las cuales estaban puestas uno en el otro.

–Creo que esto te pertenece –escuchó decir Takao a sus espaldas–. Póntelo, o mejor aún, yo lo haré por ti –con decisión y rapidez, Yuriy quitó el enganche para rodear el cuello moreno con esa joya.

En esos momentos, los ojos de Takao miraron con disgusto a Kai, quien parecía estar de lo más tranquilo–. Mentiroso –le susurró a Kai.

–Takao yo... –intentó explicarse en el mismo tono. A ninguno de esos mirones que los rodeaban le tenía que interesar lo que le tuviera que decir.

–No intentes explicar algo que es tan evidente. Se suponía que en tus largos años de ausencia estando en España habías aprendido a manejar la espada. Incluso lo decías en tus cartas –negó con la cabeza y se dio media vuelta decidido a irse de allí. Pero de inmediato se encontró de lleno con el Teniente o más bien, con su pecho.

–Me habéis ahorrado el trabajo de tener que reunir a toda la gente en esta plaza. –sonrió mirando a Takao. Ahora miró a todos los que allí estaban parados, para seguir viendo espectáculo– ¡Atención! ¡Hombres y mujeres sin haced excepciones, pagareis la contribución de 3 reales!

Los susurros y murmullos de la gente que rodeaba la escena no se hicieron de esperar y el ver que retrocedía la mayoría, no era de mucho agrado a los ojos de Yuriy.

–¡Soldados! ¡En posición! ¡En caso de rebeldía ya sabéis qué hacer! –ordenó.

Los soldados rodearon a los pueblerinos, apuntando con sus armas. Yuriy dejó por un segundo su anterior posición, para ir junto a otro soldado que ya había preparado dos sillas y una mesa. Los soldados fueron creando una cola para así impedir que nadie se fuera sin pasar antes por allí.

El pelirrojo echó un vistazo a Takao y a Kai. Los dos estaban todavía hablando. Movían los brazos y las manos, parecían no entenderse. No escuchaba la conversación desde ahí y mucho menos con un soldado a su lado diciendo la palabra siguiente todo el rato.

–¡Eres un falso! ¡Incluso presumías de ser el mejor en tu categoría! ¡El mejor en escapar y evitar sin duda! –le reprochó el menor a Kai.

Evitó la mirada del menor para mirar al suelo–. Sólo quería que mi padre se sintiera orgulloso de mí. –explicó.

–¿Y qué hay de mi? Nunca piensa en el daño que puedes hacer con tus mentiras. Ahora la gente se reirá de ti y yo he pasado una vergüenza terrible.

Al escuchar esas palabras, miró directamente a los ojos del otro con coraje y sin querer, subió su tono de voz. –¡Lo siento, ¿vale?!

Los ojos de Takao se abrieron en sorpresa y entonces asintió varias veces pasando de largo de Kai con el ceño fruncido.

El joven de ojos color carmesí, se reprendió mentalmente. No tenía que haberle gritado a Takao de esa manera. Así que se dio media vuelta y vio con sus propios ojos cómo el joven de cabellos azules caminaba hacia el Teniente y depositaba la joya en la mesa.

–¿Qué significa esto? –preguntó el pelirrojo un poco molesto al ver con qué desprecio había dejado la joya que le había regalado hacía unos segundos.

–No tengo 3 reales. –aclaró–. Pero tengo algo más valioso. Así que quédese con esto –miró al soldado que estaba sentado junto al Teniente–. Takao Kinomiya –dicho esto, esperando a que eso sirviera como pago y fuera apuntado en la lista, se dirigió al carro del bicolor y ahí empezó a coger sus cosas.

–¿Qué haces, Takao? –preguntó Kai al darle alcance.

–¿No es obvio Kai? Me voy a casa –contestó. Su ceño estaba fruncido y eso no podía pasar por desapercibido para Kai.

–Deja que te lleve.

–No, gracias –contestó, con las bolsas de papel en las manos, apoyadas en el pecho empezó a caminar–. Adiós. –le despidió.

–Oye, espera –iba a salir tras él, pero una mano en su brazo lo detuvo. De inmediato se dio la vuelta para ver cómo un soldado lo miraba con cara de pocos amigos–. Necesito irme. –aclaró..

–Paga y entonces podrás hacerlo. A la cola –le ordenó.

Sin más remedio tuvo que hacerlo, pero para su desgracia allí se iba a tirar demasiado tiempo. El pelirrojo miraba atentamente cómo el joven de cabellos azules se iba alejando de allí. Se acercó al oído de su compañero de menor rango, sin apartar su mirada ni un solo segundo de su objetivo.

–Soldado –se puso la mano frente a la boca de una manera muy disimulada para que nadie pudiera leerle los labios–. Necesito información sobre Takao Kinomiya. ¿Qué puede decirme de él?

–Yo no sé mucho señor, pero si el soldado Kuznetzov. Es quien lleva más años en este pueblo. –aclaró imitándole el gesto.

–Bien –miró a los soldados– ¡Soldado Kuznetzov! –De inmediato ante él, apareció un soldado haciendo el saludo–. Descanse –se levantó de la silla–.Venga conmigo.

–Sí, señor.

Se alejaron de la muchedumbre lo suficiente para no ser escuchados. Se encontraban frente al puesto abandonado de la fruta, dónde Yuriy cogió un racimo de uvas para empezar a coger una.

–Dime soldado. ¿Qué sabes de Takao Kinomiya?

–Pues es el hijo del gobernador de este pueblo. Es hijo único y es de clase alta –veía la cara de aburrimiento de su superior mientras masticaba una uva y rebuscaba en el racimo otra.

–Así que de clase alta.

–Sí, señor. Es por eso que el joven está comprometido.

Los ojos del pelirrojo se posaron sorprendidos en el soldado y dejó de masticar–.Vaya, eso no me lo esperaba. ¿Quién es la afortunada?

–Afortunado –le corrigió. –Su prometido es Kai Hiwatari.

–¿El fantoche de la pelea? –preguntó incrédulo.

–Sí, señor.

–Pero si es un palurdo. Jajaja, no sabe ni coger la espada y encima ha hecho el ridículo frente a todos. Jajaja, pobre idiota –se fanfarroneaba.

–Jajaja.

El joven de ojos azules borró su sonrisa de la cara para mirar con seriedad al que tenía en frente– ¿Le he dado permiso para que se ría?

Adoptó una postura seria sin más remedio, carraspeando–. No, señor.

–Eso creía. ¿Dónde vive?

–¿Quién señor?

–¡Takao, imbécil! –le recordó.

–A las afueras del pueblo. Esta en esa dirección –señaló con el dedo hacia una dirección.

–Mn... ¿Ha llegado la diligencia de la recaudación?

–Sí, señor. Está esperando en la esquina, señor.

Yuriy miró hacia la cola de gente y vio que era muy larga todavía, pero lo que le interesó fue el ver cómo Kai era el último.

Su sonrisa fue maliciosa y el soldado no alcanzó a comprender que sucedía hasta que escuchó sus palabras–. Daremos un paseo los dos.

&&&Kai&Takao&&&

En uno de los pocos caminos que había atravesando el bosque, el joven de cabellos azules iba con un berrinche de mil demonios.

–¿¡Será idiota!? –le dolían los brazos de cargar esas tres bolsas desde que salió del pueblo, pero ¿acaso eso tenía alguna importancia en estos momentos? Se sentía traicionado, furioso, engañado por alguien a quien él consideraba algo más que un amigo o hermano– ¡Nunca va a cambiar y mucho menos por mi! ¡Le da igual ocho que ochenta, él es feliz así! ¡Siendo un gandul todo el día! ¡Oich, me pone enfermo! –Estalló, dándole una patada a una pequeña y desprotegida piedra que estaba en su camino–. Pero esto no se va a quedar así. No señor. Pienso ajustarle las cuentas personalmente, nadie me trata así y él lo sabe. –escuchaba el inconfundible sonido de unos caballos trotar en la lejanía, ni siquiera se molestó en mirar de quien se trataba.

Estaba cerca de una bifurcación que sólo los valientes osaban tomar para entrar en otro territorio, en el cual según una leyenda del lugar, estaba prohibida por estar maldita. Estaba seguro de que ese carruaje tomaría la bifurcación hacia la derecha, total, era la única "permitida".

Abandonó ese sendero al escuchar los cascos de los caballos acercarse más, pisando de esta manera la hierba. El carruaje parecía pasar de largo cuando escuchó un ¡soo! Takao miró con interés ese carruaje. ¿Qué hacía parándose en mitad de la nada? Muy pronto esa pregunta fue respondida al ver cómo la puerta se abría y dejaba ver unas botas negras, para seguidamente ver un mechón rojo de cabello.

–Hoy no es mi día –susurró retorciendo los ojos hacia atrás.

–Hola, Takao –saludó el otro haciéndole una reverencia.

–Teniente –le saludó con algo de nerviosismo.

–Venía dando un paseo para conocer la zona, y no me esperaba encontrarte por aquí. Una gran casualidad, ¿no crees? –Takao sólo atinó a sonreír– ¿Te dirigías a algún sitio en concreto? Si es así, puedo llevarte. Parece que esas bolsas pesan y hay una larga caminata desde el pueblo hasta este punto –no esperó explicaciones y se acercó a él con rapidez–. Dame esto –cogió una de las bolsas.

–No, no es necesario Teniente. No pesa. –aclaró.

–No digas tonterías y llámame Yuriy –le hacía saber, mientras metía la bolsa en el carruaje.

–Pero no es... –intentaba explicarle mientras el pelirrojo le arrebataba de las manos las otras dos bolsas–... necesario –bajó el tono de voz al sentir que el otro ni le hacía caso. Bufó cuando el otro no lo veía, sintiendo claramente cómo su flequillo subía para después bajar.

–Vamos, sube. He visto en el horizonte nubes que presagian tormenta. No me gustaría pensar que aún sigues caminando por aquí cuando la tormenta se desate. Podrías coger un resfriado –le sonrió con idea.

–De acuerdo –no tuvo más remedio que decir.

–Por favor –hizo una reverencia indicando que subiera él primero al carruaje.

–Claro –murmuró, subiéndose no muy convencido.

El carruaje era bastante lujoso por dentro, con tapicería roja y adornos dorados. Las puertas no eran de gran tamaño pero al menos tenían sus ventanas. Y lo más importante y los cuales no todos poseían, un asiento frente a otro. Eso indicaba que no era un simple carruaje del tres al cuarto.

Se sentó al lado de las bolsas y miró hacia la puerta por la que había entrado. Yuriy acababa de entrar por ella y estaba cerrándola. No sabía porqué, pero tenía la sensación de que ese individuo no estaba ahí por estar. Pero no podía llevar la contraria a un militar. Lo vio con intenciones de sentarse a su lado, así que puso las bolsas a lo largo del asiento, de manera que sólo pudiera caber una persona, él mismo.

Yuriy se sentó en frente. Adoptó una postura cómoda, cruzándose de piernas y apoyando su codo en una de las ventanillas para así mirar completamente a Takao.

El joven de cabellos azules decidió mirar el paisaje por la ventana. Praderas verdes, con flores, arbustos, bosques... eso le encantaba pero, cierto pelirrojo no le quitaba la vista de encima y eso le incomodaba de sobremanera.

–Parece que te has ido un poco deprisa del pueblo, ¿me equivoco? –preguntó Yuriy, esperando así iniciar una conversación.

–¿Eso parecía? No –dejó de mirar el paisaje para fijar su vista en el suelo del carruaje– Es que mis padres me esperan.

–Ya veo. Pero caminando no creo que llegases a tiempo a tu casa, ¿no? –se dio cuenta de que había metido la pata, así que intentó arreglarlo–. Lo digo porque has hecho un gran recorrido hasta aquí, tú sólo, andando... y no se ve que haya todavía una casa por aquí –miró de arriba abajo a Takao, examinándolo minuciosamente para recrearse la vista–. Siento haberme comportado así con ese amigo tuyo. Pensé que sabía manejar la espada y que estábamos en igualdad de condiciones.

–Eso pensaba yo también –susurró no lo bastante bajo, de modo que Yuriy lo escuchó.

–¿Cómo es posible? –Acercó su mano hasta la tez cabizbaja del menor para hacer que lo mirase– ¿Tampoco estabas enterado a pesar de ser su amigo y... prometido? –retiró su mano, ya que lo que pretendía era que Kinomiya lo mirase cuando hablaban.

–Kai estuvo mucho tiempo en otro país y pensé que ya se había enseñado a...

–Empuñar una espada –terminó la frase el soldado–. Pero no lo ha hecho. ¿Por qué motivo?

–No le gustan las armas –miró de nuevo hacia la ventanilla.

–Pero aún así, es importante saber combatir con ellas. ¿Cómo piensa defenderse entonces? O lo más importante, ¿cómo piensa defenderte a ti en un futuro?

–A mi no me hace falta nadie –respondió de inmediato, mirándole–.Yo sé defenderme solo, no soy una mujer.

–Nadie dice que lo seas.

–Él puede defenderse como le dé la gana. Él es muy libre de hacer lo que quiera al igual que yo –confesó–. Que estemos comprometidos no significa nada, sólo somos simples amigos de infancia y ya está– aclaró con algo de molestia en su voz aunque no llegó a subir el tono.

–Ya veo –respondió más que conforme. "Interesante", pensó . "Tengo que ganarme su confianza como sea" .Tosió para llamar la atención del joven–. Lo que quiere decir, que podéis pretender a las mujeres o que os pretendan, ¿me equivoco?

–Algo así. –¿Por qué tenía que darle explicaciones a un desconocido? Por fin sus ojos vieron algo muy conocido para él–. Es aquí.

Yuriy asomó la cabeza por la ventana. ¿Tan pronto habían llegado? Al menos eso era lo que le indicaba una caseta de madera. Frunció el labio. ¿Ahí vivía Takao? La verdad esperaba algo más. Volvió a meter la cabeza en el carro para ver cómo Takao tenía todas las bolsas encima, sujetándolas con los brazos. Ahora era su oportunidad de sentarse junto a él. Fue a levantarse cuando el carruaje se detuvo.

–Gracias por acercarme, Teniente –se puso de pie.

–No me las des. Permíteme –le abrió la puerta. Esperó a que el joven de cabellos azules bajara para seguirle. La verdad, lo que vio ante sus ojos era bastante distinto a lo que había visto antes. Una enorme casa pintada de blanco con el tejado rojo. Más que una casa parecía una mansión. ¿Entonces qué fue lo que vio antes?

–Adiós, Teniente –le despidió Takao. Dio unos cuantos pasos para alejarse del sorprendido pelirrojo.

–Adiós –contestó. No quería irse pero, ¿qué podía hacer para quedarse?

Ante sus ojos pero en la distancia, apareció una señora de cabello largo y color azul. Era hermosa y le recordaba a alguien. La señora lo miró por un segundo y le sonrió.

–¿Ocurre algo malo? –le preguntó a su hijo, al ver que un soldado estaba ahí, haciendo que el joven de cabellos azules se diera la vuelta para ver cómo el otro ni siquiera se había ido.

"Esta es una oportunidad", pensó el pelirrojo –. Buenos días, señorita –se acercó hasta ambos.

–No pasa nada mamá –le avisó su hijo.

–¿Usted es su madre? –preguntó caballerosamente–. Ahora veo de donde su hijo a sacado su belleza –le hizo un cumplido mientras le cogía la mano y se la besaba–. Estoy a sus pies. Teniente Yuriy a sus órdenes, para lo que necesite.

–Qué amable es usted. –anunció la mujer.

–Tiene una bonita casa –decía Yuriy. Miró a su alrededor–. Realmente admirable, las del pueblo no están tan bien construidas.

–Mamá, voy a dejar esto en la cocina. –avisó Takao.

–Claro hijo. –contestó con una sonrisa.

–Yo debo de retirarme ya. –avisó Yuriy –. Encantado de conocerla, señora Kinomiya –le hizo una reverencia para luego dirigirse a Takao–. Supongo que nos veremos en el pueblo. Así que hasta mañana, Takao.

–Adiós, Teniente –con pasos ligeros empezó a caminar hacia la entrada de la casa.

Yuriy no tenía porqué permanecer más tiempo ahí. Ya no sabía que podía decir para estar al lado de ese bien formado joven. Así que se metió en el carruaje, no sin antes dar la orden al soldado Kuznetzov quien hacía de cochero en esos momentos, de regresar al pueblo.

&&&Kai&Takao&&&

La mujer entró a la casa y como se esperaba, su hijo estaba dando vueltas en el comedor.

–Pensaba que Kai te traería de vuelta. –decía la mujer.

–Ni me hables de él –se cruzó de brazos.

–¿Qué ha sido esta vez? –se sentó en un sillón.

–Es un cobarde y un mentiroso. Aún no sabe ni coger la espada. –le informó enfadado a su madre.

–¿Cómo estás tan seguro? –enarcó una ceja.

–Porque hoy ese Teniente le ha desafiado a un duelo amistoso de espadas y... sigue huyendo.– frunció el ceño deteniéndose–. ¡Y encima va y me dice que había puesto en las cartas que había ganado muchos trofeos para que su padre se sintiera orgulloso de él! ¿¡Cómo es capaz de ser así!? ¡Parece que ese tiempo en el extranjero lo ha cambiado para mal en lugar de lo contrario! –bramó.

–Estás muy decepcionado –concluyó.

–¡Mamá, no empieces! –se sentó en el sillón de enfrente, intentando tranquilizarse–. Lo que le está haciendo a su padre no es correcto. Tú no estabas ahí para ver la cara de ilusión y orgullo del señor Hiwatari cuando me leía todo lo que su hijo iba progresando.

–Es verdad. Pero veía la tuya, hijo –mirándole a los ojos comprobó cómo Takao esquivaba la mirada. Eso sólo le daba a demostrar que ella llevaba razón, así que iba a continuar–. Recuerdo tu sonrisa al llegar y decirme que Kai pronto sería un buen espadachín. Tus ojos brillaban de felicidad al saber que pronto volvería.

–No voy a negarte que me dio alegría por el señor Hiwatari. –contestó para no darle la razón a su madre.

–Takao, ¿estás seguro de que esa era la razón?

–¿Podemos cambiar de tema? No quiero hablar más de él en lo que queda de día. –sentenció.

–Como quieras. ¿Por qué un soldado te ha traído a casa y más siendo un Teniente? –preguntó interesado y confundida a la vez.

–Es raro ¿verdad? No lo entiendo. Ellos no se rebajan a hacer algo así, a no ser que tengan órdenes.

–Parece simpático –agregó la madre.

–Es pesado. En que me he visto para poder quitármelo de encima. –Suspiró–. Por muy simpático que sea, no deja de ser un soldado.

Continuará...

&&&Kai&Takao&&&

Aquí está un nuevo fic, ¿qué os parece? Si leéis esta historia me gustaría saber vuestra opinión, aunque quizás notéis que hablan mucho de "usted", pero tampoco creo que en ese tiempo se utilizase la expresión de "qué pasa tío", jajaja. Ahora hablando en serio, espero que no sea muy liante y os podáis concentrar al leer. Eso es todo, cuidaos mucho, xao.