Hola, tanto tiempo. Este fic tiene mínimo dos o tres años escrita sin ser publicada, y como hace poco tuve problemas con mi PC antigua y perdí muchas cosas que había escrito y nunca animado a subir, decidí revisarlas e irlas publicando. No son de mi entero gusto, pero prefiero que vean la luz a que se pierdan como tantas cosas más.
Sobre este fic. Bueno, lo escribí en respuesta a un desafío de una comunidad de Drarry a la que pertenecía, pero no la acabé para la fecha acordaday después la fui olvidando. Me pasó lo que siempre me sucede: la historia en mi cabeza es perfecta, pero mis estúpidos dedos no la trasncriben como yo la vi mentalmente ): No recuerdo quien planteó el reto, fue hace muchos años, pero virtualmente para ella iría dedicada.
Era un festival sobre retos que contuvieran temas artísticos y el que yo escogí era aproximadamente así: Draco vuelve después de años de ausencia convertido en director de cine. De ahí en adelante todas las ridiculeces se me ocurrieron a mí y realmente, no siento haber planteado tan bien la idea del cine, no se me ocurrió cómo describirlo.
Así que aquí va, es Drarry, es un poco fluffy y sin sentido, bastante romanticón, así que cualquier incoherencia asócienla a eso. El amor nos hace ridículos.
Lo que está en cursiva, son recuerdos.
De héroes y otras mentiras, Primera Parte
Draco no tenía ni la menor idea de lo que Pansy decía en esos momentos. Más o menos a los quince minutos de empezada la conversación, desconectó el cerebro, ya cansado del incesante parloteo de su amiga regañándole por los seis años de ausencia.
- … y en mi matrimonio ¿Estuviste? No, claro que no, tenías que estar en España o dónde sea que estuvieras, aprendiendo lo que sea que estuvieras aprendiendo. ¿Una lechuza para la pobre Pansy? Claro que no. Y no me vengas con que de todos modos me divorcié dos meses después, igualmente fue un día importante en el que no estuviste para ver lo estupenda que me veía vestida de novia…
El rubio reprimió un bostezo y apoyó el mentón en su mano derecho, mientras con la izquierda revolvía su lacónica taza de café. Luego de la hora y media que le tomó coger un traslador desde Bruselas y las peripecias que tuvo que hacer para salvarse de las aduanas británicas antes de las tres horas reglamentarias, le costaba creer que aún tuviera paciencia para escuchar la eterna diatriba de su amiga sobre cómo la dejó abandonada a la deriva.
- ¿Y cuando volví a casarme con Blaise? Claramente tampoco estuviste y Merlín sabe cómo sufrí para poder hacer ese segundo matrimonio, Corazón de Bruja me destripó durante semanas y mi familia, al igual que todos los sangre-pura, me quitó el saludo por meses. Y para qué hablar de lo doblemente maravillosa que me veía con mi segundo vestido de novia…
Asintió suavemente con la cabeza y con un gesto, solicitó su tercer café.
-Y, bueno, Draco ¿Qué ha sido de ti?
El aludido abrió la boca en un elaborado gesto de sorpresa.
- ¿En serio yo también puedo hablar, Pansy?
- Sí, cariño y más te vale que tengas muy buenas anécdotas para compensarme todos estos años de silencio.- Pansy apartó el oscuro flequillo de sus ojos y le miró con atención.- Quiero saber dónde has estado, con quién y por qué.
Draco mantuvo su expresión reservada, contemplando en silencio a la joven mujer de veintiséis años, con su largo cabello negro y los mismos ojos grises chispeantes que conocía de hace más de veinte años. Sí él fuera una persona sentimental, tendría que admitir que la había echado de menos todo ese tiempo. Pero como, por el contrario, era lo más lejano a ese término que podía existir, sólo comentó.
- De saber que sería interrogado, me habría esperado unos días antes de contactar contigo. Ya sabes, para alcanzar a inventarme unas buenas respuestas.
- No seas estúpido y escupe de una vez.- replicó Pansy fríamente.
- Déjame ver.- Draco rodó los ojos a la vez que se reclinaba en su asiento.- ¿Dónde? Casi toda Europa, al principio permanecí en Italia, hasta que por motivos de mi trabajo fui a España en donde pasé varios años. ¿Con quién? Pues solo, principalmente. ¿Por qué? Creo que preferiría reservarme la respuesta, al menos por ahora.
- Pero, Draco. Yo estuve en Italia con Blaise el año que desapareciste y jamás percibimos tu presencia.- Pansy entrecerró los ojos y le observó incrédula.
- Eso es porqué durante estos años, no he practicado magia, querida.- Draco se maravilló ante el leve desencaje en Pansy y en la expresión horrorizada de sus ojos.- No he estado viviendo en el Mundo Mágico, Pansy.
- ¿Has… has… estado con muggles… todo este tiempo?- preguntó en un tartamudeo particularmente agudo. El asentimiento que le contestó pareció horrorizarla más.- Pero ¿Por qué?
- Como ya te dije, Pansy, preferiría no hablar de eso por ahora.
La chica permaneció pensativa unos momentos. El silencio, extraño cuando se estaba en presencia de aquella morena parlanchina, le pareció curiosamente relajante a Draco.
- ¿Y ahora volviste por la muerte de tu padre?
La mirada gris de Draco pareció metalizarse ante la pregunta. Y su voz careció de toda inflexión.
- Sí.
Seis meses después
- … dicen que es como estar en medio de la historia. Tú estás ahí sentado y los personajes van pasando por el lado y constantemente las escenas se desarrollan sobre tu cabeza.
- ¿Y me dices que el genio al que se le ocurrió hacer una versión de cine para magos, fue Malfoy?
- Tampoco podía creerlo, el muy bastardo aparece luego de años sin estorbar por ahí y parece ser otro. Es decir, ¡es un invento muggle!
- Los años no pasan en vano, Ron. El hecho que tú te sigas comportando como un niño de once años, no quiere decir que ése sea un fenómeno común.
El pelirrojo pareció enfurruñarse ante la respuesta de su amiga y volteó hacia la derecha, en dónde Harry Potter machacaba distraídamente su plato de patatas fritas.
- ¿Tú también crees que Malfoy regresó cambiado y maravillosamente amante de los muggles, como dice Hermione?
- Lo que sea que haga el imbécil de Malfoy, no me puede interesar menos.
Ron asintió, aparentemente agradecido de que su mejor amigo siguiera anteponiendo algún adjetivo peyorativo al apellido Malfoy, y regresó toda su atención al pastel de carne que le esperaba en la bandeja. Por su parte, Hermione le dirigió una mirada de muda preocupación a Harry. Que ella supiera, Harry y Malfoy habían sido capaces de formar una cordial alianza durante la guerra. ¿Entonces por qué rayos, Harry repentinamente parecía tener una actitud hostil hacia el rubio?
Cuando el pelirrojo declaró que se iría antes, para alcanzar a pasar al lavabo, Hermione se atrevió a abrir la boca.
- Creí que te llevabas mejor con Malfoy… ya sabes, después de todo, en la guerra Malfoy estuvo en nuestro lado.- comentó suavemente, tanteando un poco el terreno.
- Bueno, yo también creía lo mismo.- replicó Harry con cierta brusquedad. Pero repentinamente comunicativo, una situación bastante inusual en el moreno, comenzó a explicarse.- Pero la guerra se terminó y después de dos años luchando juntos, pasando noches enteras planificando ataques o buscando hechizos, Malfoy se fue de un día para otro. Y nunca volví a saber de él. ¡Qué rayos! Yo creía que éramos algo así como amigos y el muy idiota desaparece durante años sin decir una palabra. O sea, yo no le haría eso a un amigo.
- Mm... Harry ¿Me estás diciendo que estás resentido con Malfoy por no contactarte durante estos años?
- Dicho así suena bastante infantil.- refunfuñó Harry algo ruborizado.- Es sólo que… es como si yo un día llegara y me fuera del país sin avisarte ni a ti ni a Ron. ¿Te parecería una actitud muy maravillosa?
Hermione reprimió una sonrisa ante el repentino esbozo de sensibilidad de su amigo. O sea que después de siete años de peleas en las que Malfoy atacó con crueldad a los sentimientos más frágiles, Harry estaba molesto con el rubio sólo por irse sin una despedida.
Por Merlín. ¿Quién diría que un hombre de veintiséis años podría tener un razonamiento de esa calaña?
- Quizá tuvo sus motivos para irse. ¿No han hablado desde que volvió?
Harry pareció ofenderse de nuevo.
-Por Merlín, Hermione, se fue sin una miserable lechuza por años. ¿Te parece que él tiene pensado siquiera contactarme?- el moreno observó pensativamente su plato de patatas despaturradas y un pollo masacrado.- Está claro que sólo fue una alianza bélica. Y que yo soy tan Gryffindor, que creo que hago amigos en todos lados.
La joven le observó, meditabunda. Había algo que no cuadraba en toda la historia y era que ella también había creído en esa supuesta amistad. Y Hermione no era fácil de engañar y definitivamente la atención de Draco y la manera en que apoyó a Harry cada día después de la muerte de Remus, no era algo fácil de fingir. A menos que el bendito chico fuera actor.
Y por lo que se hablaba, sería muy buen director de cine, pero de dones teatrales, nada.
- Bueno, Hermione, debo irme. Quedé de recoger a Albus en la escuela y voy tarde.
Cuando Draco llegó al Cuartel de la Orden del Fénix no esperó nunca ser bien recibido. Tampoco se inmutó cuando semana tras semana los gemelos Weasley, aparentemente olvidando que estaban en una guerra y que la época de colegio se encontraba tristemente desdibujada por la distancia, le tendían nuevas bromas - ya fuera hechizos zancadillas perpetuos que le mantenían días enteros trastabillando por Grimmauld Place y ganándose varios hematomas en las pantorrillas, o le echaban polvillos salta clases en el desayuno y le dejaban vomitando media mañana sin poder detenerse hasta que la señora Weasley finalmente atinaba a percatarse de lo que pasaba y zarandeando de las orejas a sus hijos le obtenía el antídoto- , Draco nunca se quejó. Se limitó a soportar con fría indiferencia los ataques, recurriendo a diversas pociones simples que Severus le había enseñado para desaparecer las marcas y aprendió a hacerse inmune a las risas no muy bien sofocadas de la Comadreja y sus hermanos.
Al fin y al cabo, todo le daba lo mismo. Estar encerrado en una casona lúgubre y maloliente rodeado de comadrejas mientras sus padres estaban por allá afuera exponiendo el pellejo para que él algún día saliera bien librado de esa guerra. Al lado de eso, nada le importaba realmente a Draco. Se mantenía a una distancia prudencial de los problemas y colaboraba en lo que le era solicitado por los miembros mayores de la Orden. El resto del tiempo, lo pasaba en un rincón de la biblioteca, manoseando libros que no lograba leer y pensando cuanto había cambiado su mundo de un año a esta parte, más o menos desde el momento en que su padre le informó que había decidido intercambiar su información y su vida si era necesario con la Orden del Fénix a cambio de su seguridad. Nada de esto fue dicho en algún tono sensiblero, Lucius simplemente le estaba informando que debía empacar sus cosas y marcharse a un sitio seguro donde ni él ni Narcissa tenían cabida.
En general, le aliviaba un poco ver que Potter vagaba por la casa con aspecto de ser un alma en pena y aparentemente en niveles de desdicha muy similares. Al fin y al cabo, una cosa era que no le buscara el odio a Potter y otra que no fuera a disfrutar su sufrimiento. Arrellanado en un deteriorado sillón de la biblioteca, Draco vio por el rabillo del ojo a Potter inclinado contra el cristal de la ventana, con los ojos cerrados. Aparentemente sin darse ni puta cuenta de que no estaba solo. Draco se encogió mentalmente de hombros, Potter no era su problema.
Sin embargo con el pasar de las semanas, Draco entendió poco a poco lo que estaba pasando en la Mansión y si bien al principio le divirtió a rabiar, más tarde le pareció trágicamente natural.
Un trío de amigos en el que repentinamente resulta que dos de sus integrantes están infantilmente enamorados y perdidos en los ojos del otro, termina con la simple ecuación de que hay uno que está sobrando.
Su hijo había pasado prácticamente todo el día encerrado en el sótano, que era el lugar que había elegido para llevar a cabo su último trabajo. Narcissa todavía no entendía del todo aquel asunto muggle, hasta lo que sabía, funcionaba con mecanismos muy similares que los de un pensadero y algún complejo hechizo que su hijo se había inventado para ser capaz de proyectarlo en grande. Narcisa no tenía muy claro que le había impulsado a su hijo a entrar en aquellos proyectos, siendo sincera, era muy poco de lo que Narcisa había podido recolectar acerca de la vida de su hijo en esos seis años lejos.
Tamborileó sus dedos sobre la mesilla de cristal con impaciencia.
- ¡Tinky!
Un pequeño elfo doméstico apareció con un leve ¡plop! Frente a ella. La criatura hizo una profunda reverencia y le observó expectante.
- ¿Ya mandaste a avisar a mi hijo que le estoy esperando?
Sí, señora- respondió sin pizca de vacilación el pequeño elfo.
- ¿Entonces por qué no viene?
- Creo, que sigue ocupado en su película, señora.- respondió dudoso el elfo y agachando las orejas, sintiéndose aparentemente culpable.
- Está bien, Tinky, iré a buscarle yo misma. Puedes retirarte.
Con otra profunda inclinación, el sirviente desapareció de la vista de Narcissa, al mismo tiempo que ésta se levantaba de su cómodo asiento y con un elegante movimiento de su túnica color crema, encaminaba en dirección al sótano.
Se detuvo al llegar a la puerta de la amplia habitación que su hijo utilizaba como estudio. Las paredes estaban tapizadas de fotografías de los distintos actores que había utilizado, los primeros jóvenes magos que se habían atrevido a la aventura de actuar. Su hijo, con su cabello rubio un poco largo, estaba encorvado sobre su mesa de trabajo, con el rostro inclinado sobre el pensadero que utilizaba para conservar las imágenes inicialmente. Curiosa, Narcissa se acercó y se inclinó hasta que uno de sus largos cabellos rozó el líquido plateado. Y tal cómo ocurría en esos casos, todo a su alrededor comenzó a moverse vertiginosamente hasta desaparecer la habitación en la que se encontraban, para dar paso a un cuarto blanco y quizá demasiado iluminado.
En la escena, aparecía un joven menudo y con cabello oscuro. Y gafas. Y a su lado, un chico de su misma edad, de cabello color arena. Y como mudo espectador, Draco, quien parecía atento a cada movimiento, listo para percatarse de cualquier pequeña falla en su historia.
- ¿Hijo?
Sobresaltado, Draco volteó. Tenía una tenue aureola oscura en torno a los ojos, que revelaba lo poco que había dormido su hijo en los últimos meses, obsesionado en su capricho de terminar la que aparentemente era la obra más importante de su carrera. Como había dicho una vez, la historia que le había motivado a estudiar cine porque siempre había necesitado contarla. Narcissa había insistido que nadie reclamaría si se tomaba sus horas para terminar esa película, pero su hijo era obstinado. Y necesitaba terminarla.
- ¿Madre? ¿Qué estás haciendo aquí?- consultó ya totalmente ido de lo que sucedía entre los otros dos muchachos.
Narcissa les miró por encima del hombro de su hijo. Vio como el joven de cabello oscuro, en cuclillas en el suelo, parecía llorar y el otro, le observaba incómodo, hasta que una mano pálida finalmente osaba posarse en la espalda temblorosa.
- Te esperaba para tomar el té juntos y cómo no venías, vine en tu busca. Sólo que me causó curiosidad ver qué hacías aquí.
Draco pareció observarla con un ligero reproche, pero ella ni siquiera se inmutó. Ni que ella no supiera de qué trataba la famosa película. O mejor dicho, de quién.
- ¿No has hablado con él?- preguntó, libre de rodeos. Su hijo pareció por un momento sorprendido, pero al segundo siguiente su expresión era tan neutral como siempre.
- No.
- ¿No te parece que sería una buena idea hablar con él?
Draco se encogió de hombros y observó al escenario, en donde los dos chicos estaban sentados muy juntos, en silencio. Vio como la mano del rubio sostenía la del otro chico. Vio como le pasaba una mano temblorosa por los revueltos cabellos oscuros. Vio como el moreno se acurrucaba en sus brazos como si fuera algo natural.
- No creo tener nada que decirle.
Narcissa rodó los ojos. Su retoño podía ser un hombre brillante. Pero para algunos temas era tan redomadamente limitado.
- Cariño, estás haciendo una película sobre él. ¿No te parece que tienen mucho que hablar?
Draco observó atentamente sus pies, como midiendo sus palabras.
- Prefiero esperar hasta el estreno, madre.- Draco observó a los jóvenes actores que conversaban a lo lejos, mientras caminaban.- Después de todo este tiempo, no he aprendido otra forma de expresar sentimientos como no sea por medio de mis películas. Ya no sé hacerlo de otra forma.
- Por supuesto que sabes, hijo. Sólo que te sale más fácil de esta forma.- Narcissa le observó fríamente.- Es mucho más fácil poner a un montón de actores a actuar todo lo que te gustaría ser capaz de decirle a Potter.
- Lo prefiero así, madre.- Draco pareció querer agregar algo, pero luego sólo esbozó algo bastante similar a una sonrisa.- Y creo que será mejor que vayamos a tomar el té, porque después tengo que ir a ver otras escenas que faltan.
Resulta curioso como dentro de un rompecabezas las piezas sobrantes resultan ser unibles entre ellas. Aquellas piezas sin cabida en ningún otra parte del inmenso juego, pueden unirse entre ellas sorprendentemente a la espera de encontrar su lugar en el plano total.
Algo así le pasó a Draco. Un día descubrió que Potter vagabundeaba solo por la casa porque su pareja de amiguitos gustaba de besuquearse en armarios del tercer piso. Y Draco también era una pieza sobrante, si bien le habían recibido y prometido seguridad, era obvio que nadie estaba a gusto con su presencia en la casa y disfrutaban de hacérselo saber.
Un día, las cosas cambiaron. Draco sospecha que no fue sólo un día, que fue un proceso gradual desde que llegó a vivir a Grimmauld Place. Quizá un día ambos se dieron cuenta de las horas que pasaban juntos sin hablar ni mirarse en la biblioteca, quizá un día Draco descubrió que Potter le observaba con curiosidad jugar al ajedrez solo. Quizá un día Draco se descubrió tratando de entender lo que Potter hacía con un mazo de cartas.
Pero Draco no recuerda ninguno de esos días, a excepción del día en que ambas piezas empezaron a encajar. Él se encontraba en su rincón de siempre, moviendo aburridamente las figuras del ajedrez con la varita mágica, hastiado de esos días repetitivos que no parecían acabarse nunca, cuando un movimiento inesperado le distrajo. Potter había abandonado su habitual puesto junto a la ventana y sigilosamente caminado hasta quedar frente a Draco mirando fijamente el tablero. Antes de que Draco pudiera abrir la boca para formular una pregunta, Potter cogió una de las piezas del juego y la instaló donde mejor creyó. Luego miró expectante a Draco.
Draco quiso abrir la boca para insultar al cara-rajada ese y a la vez poner cara consultándole porqué se creía en derecho de interrumpir su actividad. Pero no lo hizo. Observó a Potter su gesto serio, su cabello imposiblemente desastroso, su pulóver desteñido tres tallas más grandes. Y aún cuando su intención inicial fuera levantarse y rechazar a Potter, lo que realmente hizo fue mover un peón.
No está de más decir que Draco ganó tan espectacularmente a Potter que se le antojó vergonzoso. Tanto, que sintió una exaltación interior que no recordaba haber sentido en años. Sin embargo, el rostro de Potter no demostró frustración.
Y cuando Draco le vio sonreír suavemente, debió saber que algo raro estaba comenzando allí. Justo allí, frente a un tablero de ajedrez.
Tres meses después
Harry estaba en la Central, a punto de quedarse dormido. La noche anterior, le había tocado quedarse con Al. El cual, por cierto, sufría de pequeños escapes mágicos de vez en cuando y que Harry sospechaba siempre le tocaban cuando estaba él a cargo. Que él recordara, Ginny nunca había mencionado nada sobre la casa llena de burbujas que explotaban con un estruendo de los mil demonios. Y claro, Al encontraba la mar de divertido estar rodeado de pompas de jabón coloridas, pero Harry que tenía que levantarse a las seis para llegar al despacho a la hora correcta, no solía divertirse tanto.
Tendría que hablar con Ginny, para buscar alguna manera de controlar esos estallidos mágicos nocturnos o Harry se quedaría más bien pronto desempleado por causa de sus retrasos.
Bostezó no muy discretamente y trató de enfocarse en el montón de papeleo que tenía por revisar ese día. Típico también, que tras su noche de desvelo, tocara justo el día libre de Ron.
Tocaron a la puerta y Harry tuvo deseos de estar muerto. Estaba claro que era Jhonson buscando el informe que él debía hacer sobre un caso que ni siquiera había leído. No contestó, por si acaso la persona al otro lado de la puerta se le ocurría pensar que Harry aún no estaba en su oficina.
- ¿Potter?
Esa no era la voz de Jhonson, pero tampoco ninguna voz que reconociera. Y tocaba la puerta con insistencia.
- Con un demonio, Potter, sé que estás ahí dentro. He escuchado tu bostezo digno de un hipopótamo. Sólo abre la maldita puerta.
Harry sólo recordaba a una persona capaz de decir tantos insultos por hechos tan simples. Y repentinamente, se sintió atorado ante la perspectiva de tener a Draco Malfoy al otro lado de su puerta, después de tanto tiempo.
- ¿Potter? ¿O es que aparte de ser un cegatón eres también sordo ahora?
Se aclaró la garganta nerviosamente, antes de ser capaz de mascullar un ronco adelante. La puerta se abrió y Harry parpadeó reconociendo en el hombre que tenía frente a sus narices, al muchacho de veinte años que había sido su amigo. O algo así.
Era un hombre rubio, alto, de complexión atlética, vestido con simple formalidad. Le pareció menos estirado que en su adolescencia, pero algo en los rasgos aristocráticos destilaba una sólida elegancia. El hombre rubio sonrió, mostrando una hilera de dientes blancos y bien alineados y Harry se preguntó si tenía que corresponderla. No estaba del todo seguro. Seguía demasiado ensimismado en el reconocimiento al hombre en el que se había convertido Draco Malfoy.
- ¿Y bien Potter? ¿Ya me miraste lo suficiente?- replicó con una leve sonrisa sardónica el hombre en la puerta.
Harry supo que se había ruborizado y lamentó tener casi veintisiete años y seguir siendo un niño tonto. Sacudió la cabeza tratando de decidirse si ser serio y formal o expresar la franca alegría que había sentido cuando supo de su regreso. Claro, eso antes de darse cuenta que Malfoy no tenía ni la menor intención de visitarle.
- Hola, Malfoy. Tanto tiempo.
El rubio pareció notar la aprensión en sus palabras pues su expresión pareció dudar por unos segundos antes de recuperarse. Sin esperar invitación, cerró la puerta y se adentró en el despacho para sentarse en la silla ante Harry. El escrutinio que le dedicó, sin la menor señal de querer ocultarlo, turbó los sentidos de Harry.
Podía notar los ojos grises recorriendo su cara, quizá notando, al igual que él momento antes, cada diferencia con lo que había sido la última vez que se vieron. Le pareció extraño como esa mirada normalmente tan fría podía adquirir tamaña intensidad al observarle. Se removió incómodo en su silla, buscando una manera de escaparse de los ojos grises que seguían examinándole, recorriendo con ojos críticos el uniforme de auror.
- ¿Y bien, Malfoy? ¿Ya me miraste lo suficiente o también quieres sacarme una foto? Ya sabes, duran más.- replicó, algo hastiado de ser observado.
Malfoy sonrió un poco y se reclinó en su asiento, dirigiendo una mirada evaluativa a la oficina en la que se encontraban. No pareció encontrar nada agradable, pues su boca se frunció en un mohín de disgusto.
- ¿Banderines de quidditch? Francamente, Potter, tu gusto es deplorable.
- Y bueno, Malfoy ¿A qué debo esta visita de cortesía?
- Pero, Potter.- Draco pareció falsamente asombrado ante su pregunta.- ¿Es que no puedo visitar a un viejo amigo?
Harry alzó una ceja. Estuvo a punto de escupirle a la cara todo lo que antes había soltado con Hermione, pero hasta él tenía límites en su indignidad. No tenía la menor intención de quedar como un niñato sensiblero frente a Malfoy.
- Después de seis años sin visitas, cualquier supondría que no éramos amigos.- bueno, quizá finalmente si había soltado la verdad. Es que su lengua no solía coordinar con la cabeza.
El hombre frente a él pareció ligeramente abochornado por el reproche. Harry incluso tuvo el presentimiento que Malfoy iba a presentarle las excusas de porqué desapreció de un día para otro. Y sobre porqué una vez de vuelta en Inglaterra, no se dignó en mandar una puta lechuza. Pero no sucedió. Draco recuperó su aspecto imperturbable y le observó con sus ojos grises insondables.
- La verdad, Potter, es que tenía una invitación que hacerte. A mi última película.
- No creo que pueda asistir.- contestó Harry fastidiado. El muy idiota de Malfoy desaparecía por años y para lo único que le hablaba era para invitarle a ver su famosa película. Maldito ególatra.- estos tiempos son muy ocupados en la Central.
- Es que, es muy importante para mí que asistas. Tengo entradas para la avant premiere y es estrictamente urgente que tú estés ahí.
- Malfoy, en serio, estos meses de verano suele haber mucho loco por ahí y yo debo…
- La avant es el 31 de julio.
Harry le miró, asombrado por la fecha. Sin embargo, la expresión vacía del otro, le indicó que era probablemente una dolorosa coincidencia. Decidió que no podía ser tan niño, de sentirse lastimado porque el tonto de Malfoy no recordara la fecha de su cumpleaños. No la había recordado por seis años ¿por qué la recordaría ahora?
- No creo que pueda asistir. Lo…
- Tienes que asistir, Potter.- Draco pareció inmutable ante sus negativos. Le vio palparse el bolsillo de la túnica, hasta dar con un sobre blanco que le extendió.- Esta es la entrada.
El auror se planteó repetir su respuesta, a ver si esta vez penetraba en la cabeza auto referente de Malfoy, pero el joven rubio ya se había levantado y caminado hasta la puerta. Vio el cabello rubio, más largo de lo que uno podría esperar de Draco Malfoy y algo como un punto brillante en su oreja izquierda. Con sorpresa, notó que era un arete muggle. ¿Qué rayos…?
- Es muy importante para mí que asistas.- Draco realizó una pequeña inclinación de cabeza a modo de despedida mientras salía de la pequeña oficina. Con un gesto le indicó el sobre que le había entregado.- Creo que eso podría aclararte algunas dudas.
Harry no entendió ese comentario hasta unos minutos después de que el rubio se hubiese marchado. Ahí recién atinó a abrir el sobre y ver la invitación a la avant premiere de la película.
Notó que había algo raro en todo eso cuando leyó el título.
De héroes y otras mentiras. Dirigida por Draco Malfoy
Las cosas cambiaron tan gradualmente que Draco no alcanzó ni a percatarse. En un momento, su vida en Grimmauld Place se reducía a solitarios días encerrado en la biblioteca, evitando al máximo cruzarse con los gemelos y sus hechizos y en otro momento, de pronto, Draco tenía como constante jugar al ajedrez con Potter después del almuerzo. Al principio nunca hablaban mucho. Ambos parecían tan concentrados en jugar y a la vez fingir que no estaban ahí, sentados con su máximo enemigo porque simplemente no tenían a nadie más. Más tarde empezaron con educados insultos que desembocarían en lo que parecía ser una grosera camaradería. Draco admitía que insultar a Potter resultaba un catalizador adecuado, las breves disputas entre ambos, le dejaban una calma que no recordaba tener desde meses antes de haber tenido que abandonar su hogar.
Lo poco que rompía la calma y que les hacía recordar que no, no estaban ahí como un juego, un campamento de verano, sino que afuera había una guerra desatada, eran las visitas de Grimmauld Place. Las pocas veces que su padre aparecía, cada vez más apagado y con la piel gris, Draco sentía el remezón de la realidad colarse en esa especie de dimensión paralela que se habían creado con Potter. La aparición de su padre le recordaba a su madre allá afuera exponiendo su vida para que él pudiera jugar al ajedrez tranquilamente con el héroe del mundo. Su padre nunca le explicaba mucho. Se limitaba a preguntarle si estaba bien y a taladrarle con la mirada, como sabiendo de antemano, mucho antes de que lo supiera el propio Draco, que algo estaba cambiando de una manera irreversible. Draco nunca tenía mucho que decirle.
Por el otro lado, para Potter las cosas parecían cambiar cuando aparecía el hombre-lobo. Draco no tenía muy claro cual era la misión que desempeñaba Lupin en la guerra, lo que si sabía era que aparecía unas cuantas veces al mes, siempre harapiento, cada vez más delgado y magullado pero con esa sempiterna sonrisa amable en el rostro. Era de los pocos que trataba con agrado a Draco y quizá por eso mismo, era en el ue menos confiaba. Además sus apariciones tenían consecuencias de shock en Potter. Durante días parecía otro e ido y si es posible más idiota de lo habitual. Draco nunca entendía bien que se tejía ahí.
Por mientras, los días de ambos chicos seguían transcurriendo en una especie de burbuja en torno a la biblioteca, en donde el ajedrez ya no era sólo el estúpido juego para pasar el día sino que se convertía en un refugio de su Juventud donde no había guerras, ni reuniones secretas donde el nombre de Potter era mencionado incansablemente.
Draco caminó lentamente. El cabello rubio ondeando levemente por la brisa, el arete de su oreja destellando con los brillantes rayos del sol de julio, ropa descuidadamente informal, la túnica desabotonada. Las manos pálidas y elegantes sosteniendo un ramo de flores blancas. Draco estaba seguro que las flores le sobraban, que estaban demás en esa escena. Pero no había tenido el valor de no llevar flores.
Se detuvo y suspiró, sintiendo que finalmente era el detalle cliché de las flores el que le hacía sentir menos estúpido, que le hacía sentir correcto. Se inclinó y palpó apenas con la yema de sus dedos las palabras grabadas en la piedra. La cripta de su padre.
Lucius Malfoy. Narcissa no se había permitido sensiblerías excesivas, ni había grabado epitafios para aparentar frente a nadie: Draco sabía que su madre llevaba el luto en el corazón. Depositó respetuosamente las flores y se arrodilló en espera.
El cuadro de su padre abrió los ojos.
- Veo que al menos me has traído flores.
El hombre de la pintura era esbelto y digno, de cabellos casi blancos atados tras la nuca y una profunda arruga en el ceño registro de su siempre grave carácter. A Draco le pareció que su tono era un poco ceniciento: aquel era el último registro visual de su padre, un retrato hecho apenas unos meses antes de su deceso.
Draco movió la cabeza en señal de afirmación y observó las blancas flores de encendido corazón amarillo.
- Creí que los narcisos eran adecuados.- comentó en tono inexpresivo. El cuadro de su padre pareció conforme ante la respuesta pero no dijo nada. En sus manos, aparecía empuñado su inolvidable bastón blanco.- Tuve mi vida detenida durante seis años por ti, padre. He vuelto a revivirla.
Si bien en vida, la reacción de Lucius hubiera sido violenta y exaltada, la del cuadro no fue tal. Los cuadros permanecen con los recuerdos y las emociones que habían tenido hasta que fueron retratados, nada más. No hay que engañarse y ni Draco ni su madre lo hacían, este Lucius no era Lucius. Era sólo una mancha de su permanencia grabada en el tiempo y el espacio. Aún así, Draco sabía que aún le debía algo a ese hombre.
- Entiendo.- Lucius le miraba casi aburrido.- Esperaba que fuera así. (Lamento haberme demorado seis años, hijo). Draco casi escuchó esa frase y se sintió enfermo, envenenado, igual de mal que como había sido en la última conversación de verdad que habían tenido.
- Lo siento, padre.
Como única respuesta, el Lucius de la pintura cerró los ojos, en gesto de que la conversación había terminado. Draco percibió que el retrato no tenía los mismos niveles de furia que su padre o quizá durante sus últimos años éste habría terminado por calmarse. Nunca lo sabría.
- Eso es todo. He vuelto y cuidaré de mamá.- dijo en tono de despedida, se levantó sin dirigirle una última mirada a la lápida y caminó hacia el exterior del mausoleo.
- Draco.- se detuvo al escuchar la voz de su padre falsificada dentro de aquel recuerdo. No quiso volverse, quizá por miedo de ver nuevamente ese odio de hace años reflejado en los ojos grises de su padre, o quizá porque supo lo que le diría a continuación.- No vuelvas.
Draco no respondió. Caminó fuera de la cripta familiar y se convenció de que había cosas que tenía que hacer aunque resultaran difíciles. Simplemente porque se las debía al mundo.
- No lo haré, padre. Adiós.
Las cosas, claramente, no podían ser siempre así. Draco llevaba ya seis meses en la Casa Black, casi cuatro en compañía de Potter. Y un día diciéndole Harry. Así dicho sonaba bastante nenaza, pero la tarde anterior, Potter le había mirado fijamente después de su segunda derrota del día y le había dicho:
- ¿Por qué no me llamas por mi nombre? Yo te hablo por el tuyo y no me digas que es una preciosura.
Draco se percató que no había reparado en aquel detalle. La transición de Malfoy a Draco había resultado tan natural que nunca se le antojó cuestionarla.
- Es que en casos como el tuyo, no dan ganas con un nombre tan redomadamente vulgar. HA- RRY.
Potter había sonreído levemente, increíblemente flacucho dentro de un suéter que a todas luces había pertenecido a un hipopótamo y Draco se encontró devolviéndole la sonrisa.
Esa noche, Draco había estado inquieto. Después de la cena, algo raro se respiraba en el ambiente, lo supo por la manera en que su padre salió de la junta de la Orden o el modo en que Arthur Weasley apretaba los labios hasta formar con ellos una línea pálida. Por el rabillo del ojo, le echó un vistazo a Potter que a parecía incómodo y confuso y observaba con su eterna cara de bovino de un lado a otro las caras preocupadas de la mesa. Draco decidió dejar de prestarle atención, estaban en guerra, generalmente había caras largas después de esas reuniones sorpresivas de último momento.
Sin embargo, a la medianoche, Draco no creyó poderlo seguir soportando. Viendo a su padre dormir en la cama contigua, cosa rara, pues nunca pernoctaba en el Cuartel, salió de la habitación en puntillas previendo que algo raro estaba sucediendo. En el pasillo no había nadie. Detrás de la puerta del matrimonio Weasley se escuchaba un rápido cuchicheo acompañado de un sonido ahogado bastante similar a un llanto, pero Draco no iba a quedarse a cotillear los asuntos de las comadrejas. Sin estar seguro de lo que hacía, empujó sigilosamente la puerta de la habitación de Potter. Se sintió incómodo, ante la perspectiva ir a espiar al cuatrojos mientras dormía, pero de alguna manera, quería saber si sabía lo que estaba pasando. Entro al cuarto de Potter, sintiéndose raro e incómodo mientras miraba los pequeños montículos de ropa usada en un rincón, la cama deshecha y, claro, la habitación vacía.
Igual y Potter había ido al baño, no había porqué alarmarse, pero Draco igualmente saltó en búsqueda de Harry, estando cada vez más seguro que éste estaba enterado de lo que pasaba. Cuando iba camino al baño, vio la puerta mal colocada de la trampilla del altillo. Miró a ambos lados por las dudas y asegurándose de lo desierto del pasillo, bajó la escalera con un hechizo apenas murmurado.
Y bueno, arriba. Arriba estaba Harry Potter, en un pijama que le quedaba grande en compañía de un hipogrifo que Draco conocía a la perfección. Potter levantó la vista y le observó con enormes ojos húmedos antes de volver a hundir el rostro entre las rodillas. Draco se acercó con cuidado sin saber muy bien a qué atenerse y se inclinó sobre su hombro.
- Eh.- dijo, sabiendo que no era la mejor frase del mundo pero sin saber de qué otro modo llegar al otro chico. Potter seguía acurrucado sobre sí mismo, inmóvil y silencioso.- Eh.
Draco no tenía mucho más que decirle, una cosa era que compartieran la soledad de sus tardes en extensas tandas de ajedrez y otra que por su ridícula curiosidad se viera forzado a consolar a Potter de vayas tú a saber qué. Se sentía incómodo y fuera de lugar y tenía ganas de decirle 'Eh, Potter, si quieres llamo a alguna comadreja, porque yo no sé que hacer'. Pero en vez de eso se quedo ahí, acuclillado junto al moreno y repitiendo 'eh' como si fuera un mantra sanador.
- Yo nunca le llamo por el espejo para no poner en riesgo la misión, pero ahora lo he hecho y no ha pasado nada.- soltó de sopetón Harry con voz quebrada.
- ¿Eh?- respondió Draco desconcertado ante el vómito de ideas sin sentido soltadas por Potter.
Potter no le contestó, en vez de eso, resolvió apoyar su cabeza desgreñada en su brazo, casi como si fuera natural y Draco se asustó cuando no le repelió. En vez de eso se sentó a su lado y pasó una mano tentativa por el cabello de Potter, como la caricia que se le hace a un potrillo para calmarle. Potter volvió a hablar en aquel tono perdido y quizá le caían lágrimas por las mejillas, pero su cuerpo permanecía quieto y su expresión completa.
- No me quieren decir que ha muerto, creen que soy tan niñato que no podré entenderlo.- Potter le mostró un espejo redondo que apretaba en su mano y que sólo reflejó el propio rostro pálido de Draco.- Pero ya le he llamado y yo sé que él me habría contestado de poder hacerlo. Creen que no podré entender el hecho de que ellos le han mandado a la muerte, que han matado al único que me quedaba. Creen que si lo sé, ya no serviré para la tarea de héroe que me han encomendado, que me quebraré y me romperé y dejaré de ser la mentira en que todos necesitan creer.
Decir que Draco estaba comprendiendo las frases balbucidas por Potter, sería exagerar. Sólo le escuchaba con los ojos como platos, entendiendo a medias, mirándole buscando una señal.
- Ellos le enviaron a su muerte y ahora no quieren decirme que Remus está muerto. Igual que Sirius.
Si Draco le abrazó fue más que nada porque bueno, ahí estaban sus brazos y ahí estaba Potter y Oh, milagro, resultó que encajaba muy bien. No entendió mucho más de lo que murmuró el otro chico durante la noche, pero cuando empezaba a despuntar el amanecer, algo había crecido en Potter que Draco jamás había visto.
- Esta vez, debo ser yo quien haga las cosas. Si soy el elegido o es todo una patraña no me importa, ahora sólo me resto asumir el rol que me encargaron.- musitó Harry aún apoyado en su cuerpo.- Y tú me vas a ayudar, Malfoy. Tú que sabes tanto ajedrez.
31 de Julio
De héroes y otras mentiras. Dirigida por Draco Malfoy
La imagen que acompañaba esas líneas, era la de un joven de cabello oscuro y gafas y una cicatriz en la frente, con un sórdido fondo de luces rojas y siluetas oscuras. Un poco más atrás, destacaba la imagen de un joven delgado y de cabello rubio.
- ¿Qué rayos?
Harry trató de no ponerse paranoico, aún sintiendo todas las miradas clavadas en su nuca. Sintió que Hermione le instaba a apresurar el paso, mientras Ron masticaba sonoramente un puñado de palomitas de maíz. El hecho que el protagonista fuera físicamente idéntico a él, no quería decir nada.
Porque si había algo sin sentido en toda esta historia, era que Draco Malfoy hiciera una película sobre él.
- ¿Y de verdad, Malfoy no te dio ninguna pista sobre qué trataba la película?- preguntó por enésima vez Hermione.- Porque se ha rehusado a dar ninguna respuesta a la prensa al respecto y todos los actores que participaron tienen un contrato mágico de confidencialidad.
- No, Hermione, no me dijo absolutamente nada. Te he dicho mil veces que entró a mi despacho, me dio la invitación y se fue y no he sabido nada de él en estas dos semanas.
- ¿Y por qué mierda Malfoy haría una película sobre él y tú?- masculló Ron, abrazado a su balde mega de palomitas.
Si había que ser sinceros, Harry no estaba seguro. No entendía lo que sucedía.
- No tengo ni puta idea.- admitió, masticando sin ganas un puñado de su propio balde de palomitas. Caminó junto a sus amigos hacia la sala antes de agregar con fastidio.- En serio, Hermione, no sé de qué va todo esto. Así que deja de mirarme así.
- Si tú lo dices.- replicó la joven alzando las manos en son de paz.- Es sólo que… es raro ¿No? Malfoy desaparece por años, vuelve convertido en un pseudo amante de la cultura muggle, hace una película básicamente inspirada en su totalidad en tu persona, hace una avant premier en la que exige tu presencia. Y, para rematar de rarezas, la lista de invitados.
Harry era el primero en admitir que su amiga, para variar un poco, tenía la razón. No sólo Malfoy había hecho una película sobre él, sino que había hecho una curiosa selección del grupo de invitados que serían los afortunados en ver por primera vez la dichosa película. Si Harry se había sorprendido al recibir la invitación, no se había comparado con la mandíbula desencajada de Ron cuando descubrió en su correo de la oficina un sobrecito idéntico conteniendo la invitación personalizada al estreno de la película de Malfoy. El pelirrojo se cansó de recorrer la Central de Aurores buscando a los chistositos que le habían tendido aquella broma y había mascullado hasta el cansancio que no le parecía nada graciosa. Tuvo que aparecer la cabeza de Hermione en la chimenea, con ojos sorprendidos pero mucha mayor calma, consultando porqué ella también había recibido la invitación, para que las cosas pudieran calmarse y pudieran pensar coherentemente.
Primero, Malfoy evidentemente se había desquiciado durante los últimos seis años. Ron proponía sacrificarlo para liberarlo de su desdicha, pero Hermione se apresuró en señalar que quizá Malfoy sólo quería tener una deferencia con ellos en señal de paz y también en honor a los meses que convivieron y las noches que planificaron estrategias juntos hasta ganar la guerra. Harry no entendía porqué una señal de paz de ese tipo podía demorarse seis años y porqué no podía ser como todos los demás: quizá un saludo cordial en Año Nuevo y listo. Pero todo esto le sonaba a demasiadas molestias para un tipo que se había marchado de la nada, sin decir ni pío a la persona con la que había jugado ajedrez todas las tardes por meses y vencido una puta guerra. Y en serio, ¿por qué no podía sólo enviarles amables tarjetitas navideñas como hacían todos?
Y ahora, el bendito afiche. Harry no quería saber porqué el personaje principal era tan malditamente similar a él mismo y no podía sacarse la cabeza que toda aquella situación parecía parte de una intricada trampa de una mente o muy siniestra o muy extraña. Sobre todo cuando descubrió entre los entusiasmados/ desconfiados asistentes a la función, a varios de sus ex compañeros e incluso la ya algo desteñida cabellera pelirroja de la señora Weasley. Cuando Ginny, pareciendo muy aliviada de verlos por ahí se acercó, Harry decidió que eso ya bastaba de surrealismo.
- ¡Chicos! Qué bueno que hayan venido, esto me tenía nerviosa. ¿Qué rayos está haciendo Malfoy, que nos invitó a todos?- Ginny saludó de beso a los tres y al pronunciar la última pregunta todas las miradas se posaron sobre Harry.
- ¡Hey! A mí no me miren ¿Por qué habría de saberlo?- Harry percibió ese chispazo en los ojos de Hermione, cuando las teorías más alocadas comenzaban a brotar en su cabeza y no le gustó. No le gustó nada. Miró a Ginny para confirmar, pero también sintió ese calculador cerebro pelirrojo analizando la situación y supo que, como siempre, ambas estaban llegando a semejantes elucubraciones que probablemente le perjudicaban. Observar la mirada confusa y limpia de Ron resultó mucho más reconfortante de lo normal.- Está bien, está bien, me rindo. Sólo entremos.
HD –DH
Decir que Draco estaba nervioso, era un puto eufemismo. De no ser porque aún conservaba su dignidad, estaría temblando de pura histeria. Por Merlín, estaba a punto de comenzar su película. La película. Después de esta, ya no habría más.
Al fin y al cabo. Esta era la única historia en el mundo que le apetecía contar.
- Draco, por casualidad ¿Organizaste una convención de comadrejas?- Blaise se encontraba muy poco elegantemente parapetado en su asiento admirando con el ceño fruncido a la larga lista de invitados Gryffindor entrar.- Porque, EN SERIO, ahí están esos fastidiosos gemelos que nos hicieron vomitar un centenar de veces en la escuela.
El aludido no se preocupó en responder, muy ocupado en llevarse a la boca un gran puñado de palomitas de maíz. Le respondió un saludo algo rígido a un azorado Neville Longbottom que pasó por el pasillo, luciendo despistado y aparentemente seguro que en cualquier momento Draco los mataría a todos, revelando al fin el secreto de tan maquiavélico plan. Draco trató de parecer natural y se volvió a preguntar, cómo había estado haciendo desde el día que la comenzó, si estaría haciendo lo correcto.
Porque, siendo sinceros, él no sabía qué esperaba conseguir. Probablemente nada. Quizá sólo… sólo necesitaba sacárselo de adentro y así empezar a tener una vida más normal.
- Oh, Merlín y Morgana y Circe y… bueno, nunca fui buena en Historia de la Magia. Está por comenzar.- chilló Pansy a su lado, revolviéndose inquieta en su butaca.- ¿De verdad no quieres contarme de qué se trata, Draco?
- Así te estaría arruinando el suspenso, cariño. Es mejor que sea del todo inesperado.- refutó amablemente Draco, tratando de no parecer alterado.
- Sigo sin entender porqué harías una película sobre San Potter.- comentó Blaise, mientras investigaba aquel bendito alimento muggle que crujía.
Pansy le dirigió a Draco una mirada suspicaz que éste no quiso interpretar. Se limitó a cruzarse de brazos y chistar bajito, mientras rogaba en su interior porque las cosas salieran bien.
- Cállense, que va a empezar.
Mientras comenzaba a sonar la música que indicaba el principio de la película, Draco volvió a cuestionarse, por última vez.
¿Por qué?
¿De qué servía hacer eso? Aparte de humillarse un poco y probablemente en el camino aterrorizar a Potter. ¿Para qué hacía esto?
Para nada, se repitió mentalmente. Era sólo que, sentía que se lo debía un poco a sí mismo, a ese Draco joven del pasado escondido en La Toscana, perdido y solo y sin haber sido capaz de decir una palabra de adiós a nadie, demasiado humillado y avergonzado.
FIN primera parte
Dividí el fic en dos partes porque me quedó muy largo y aún me quedan detalles por arreglar de la segunda parte. A mi gusto, la segunda parte es mucho más dramática y activa y también más romántica y fluff xD, y se entiende un poco todo. También incluí un epílogo y quizá también un segundo epílogo, aunque aún no lo reviso. Probablemente el próximo martes suba el resto.
Cualquier comentario es bienvenido, críticas y sugerencias.
Cariños, Kmy.
