Disclaimer: El Universo de Harry Potter, sus personajes y todo lo reconocible son propiedad de JK Rowling, yo solo juego con sus creaciones y todo es sin fines de lucro. la trama de esta historia sí es mía y su distribución, adaptación y/o traducción está prohibida sin mi previo consentimiento.

Aviso: Esta historia participa en el III Fest de La Noble y Ancestral Casa de los Black y está basado en el Prompt #40.


Tú a mis ojos.

Era la tercera rana de chocolate que se le escapaba de las manos y ya estaba harto.

—Vamos, Scorpius, no te desanimes— se burló Albus, riéndose de él. Scorpius le dirigió una fría mirada, a ver si se callaba de una vez por todas. Pero lo único que consiguió fueron más risas por parte de Al. Como dice su padre, eso es el resultado de un exceso de confianza.

—Deja de burlarte, en verdad estoy hambriento— pidió con el ceño fruncido. Albus disminuyó un poco sus carcajadas, pero aún sonreía.

Los otros dos chicos con los que compartían vagón dijeron algo sobre ir al baño y desaparecieron por la puerta, pero tampoco les puso mucha atención.

—Amigo, ¿en serio crees que unas ranas de chocolate saciaran tu estómago de dragón? — preguntó Albus más incrédulo que en burla. Al menos estaba consiguiendo que lo tomara en serio.

—Por eso compré tres— le respondió como si fuera lo más obvio el mundo. Para él lo era, sinceramente.

—Ya, entonces ve a buscar a la señora de los carritos— aconsejó su amigo, encogiéndose de hombros.

—No puedo, creo que se fue por la parte de atrás y Rose me dijo que por nada del mundo vaya para allá—él mismo percibió un leve tono de enfado en su voz al decir la última parte. Oyó bufar a Albus y cuando volteó a verlo acababa de rodar los ojos.

—Rose es una mandona que solo quiere controlar nuestras vidas. Yo en tu lugar, iría solo para desobedecer— Scorpius lo miró regañándolo sin palabras. Era cierto, Rose muchas veces les ordenaba cosas, les prohibía otras y básicamente planeaba controlar excesivamente sus vidas, pero Albus era un desobediente innato, y eso no estaba para nada bien.

—Voy a ir, pero solo porque tengo hambre— le dijo.

—Bien, pero cómprate algo más alimenticio, unas ranas de chocolate no te quitaran el hambre.

—Creo que Rose no es la única controla vidas— se burló. Aunque solo lo dijo en broma, el rostro de Albus cambió monumentalmente.

—¡No puedes compararme con ella! — exclamó. Scorpius rió. Rose era una pesada, siempre criticando a los demás por lo que hacen y juzgando a todos en vez de ayudarlos, pero tampoco era para que Albus se pusiera tan a la defensiva, porque solo lo dijo en broma.

—Bien, ahora vuelvo— avisó con una sonrisa. Salió del vagón y miró a ambos lados. Logró ver al carrito muy lejos, así que comenzó a caminar a través del pasillo.

Pero cuando estaba casi a la mitad de su destino, algo lo detuvo. Lograba oír algunos sollozos ahogados y amortiguados, intentaba agudizar sus sentidos para descubrir de dónde venían esos llantos. Si había algo que realmente odiaba era que la gente llorara.

Retrocedió unos pasos hasta estar en frente del compartimiento que creía que era el lugar del que provenían aquellos sollozos. Resultaba que las cortinas estaban cerradas y él podía dudar si estaba en lo correcto o no.

No le importó, y tampoco dio lugar a más dudas. Golpeó la puerta con sus nudillos lo más firme que pudo.

Pasaron unos segundos que se le hicieron inegablemente largos, y justo cuando elevó su mano parra volver a golpear, la puerta se abrió minúscula y sorpresivamente.

El rostro enrojecido de Rose lo observó de manera penetrante y con una mueca de irritación al reconocerlo. Él casi se arrepintió de haber intentado ayudar.

Casi.

Abrió completamente la puerta con su brazo y entró en el vació compartimiento, cerrando detrás de su espalda y apoyado en la superficie de la puerta.

—¿Qué haces? —preguntó Rose con su voz un poco más chillona por su evidente irritación.

—Oí sollozos —fue lo único que respondió él.

—¿Y a mí eso qué me importa? —repuso bruscamente.

—No te hagas la tonta —dijo Scorpius —sé que estabas llorando. No quiero molestarte, en serio, solo quiero ayudar —agregó en tono suave.

Los azules y profundos ojos de Rose penetraron los suyos. Su mirada… imposible describirla. Pero parecía realmente que estaba a punto de romperse. Sus ojos curiosamente no mostraban signos de haber estado llorando, pero Rose era la mejor bruja que ha conocido en su vida, obviamente acudió a un hechizo.

De alguna manera, se sentía examinado, como si ella estuviese decidiendo si confiar o no en él.

Parecía que había cedido.

Se desplomó en el asiento escondiendo su rostro en sus manos y apoyando sus codos en sus rodillas.

Scorpius no era muy bueno consolando a los demás, pero la mayoría de las veces no ponía su mayor esfuerzo. Esa vez era distinto, se trataba de Rose.

No entendía qué había cambiado. Él y Albus por lo general no la soportaban. Bueno, ella no era la misma, tampoco. En ese momento no era la chica irritante que estaba todo el tiempo pisándoles los talones para observar en primer plano todos los errores que cometían. Es ese momento estaba presenciando un lado mucho más íntimo de Rose, el más débil, y eso lo asustaba.

Porque Rose era fuerte, segura, confiada… Rose no era así de insegura y sensible… bueno, no acostumbraba ese lado de ella.

Dio unos cortos pasos para sentarse a su lado y rodeó sus hombros con su brazo. La atrajo contra su pecho, protectoramente. No sabía por qué, pero sentía que así debía hacerlo.

—Dime qué ocurre —exigió, y solo unos segundos después descubrió que había estado llorando, porque sus mejillas repletas de lagrimas y sus ojos rojos se descubrieron para apoyarse contra su pecho.

—Son unos idiotas.

Scorpius por un momento se pregunto si ella estaba hablando de él y Albus, porque si fueran los causantes de tantas lagrimas no podría hacer menos que castigarse y arrastrar a Albus a su castigo. Una semana ordenando el cuarto de Rose en recompensa por haberla hecho llorar o algo por el estilo.

Pero las siguientes palabras de Rose le aclararon que no se trataba de eso.

—Estaban diciendo que mi madre no merece estar donde está, que mi padre es un idiota y que soy una asquerosa, repugnante y m…

—Basta —cortó él, porque le dolía mucho oírla hablar de esa manera sobre sí misma y su familia. Sobre todo cuando eran unas personas que no representaban en nada lo que ella decía —. ¿Quiénes fueron? —preguntó.

Quería matarlos, realmente. La furia era lo único que se apoderaba de sus pensamientos. Estaba furioso, no le gustaba que existieran ese tipo de personas que se creen erróneamente superiores a otras, y mucho menos que se metan con gente a la que quiere. Bueno… sí, quería a Rose. Lo hacía.

—No se trata sobre eso —chilló ella —es que es verdad.

—Eso sí que no lo permito. Tú y tu familia son personas maravillosas y no permito que pienses de esa manera.

—No es cierto, soy una terrible persona y nadie me soporta.

—Eso no es…

—¿Crees que no me doy cuenta? Sé que tú y Al me odian, que hablan mal de mí, que me evitan y creen que soy irritante. ¿Qué tan mala puedo ser para que ni mi propio primo me soporte?

Esas palabras fueron como un balde de agua fría para Scorpius. Era cierto, han hecho y pensado todas esas cosas, pero se arrepentía profundamente en ese momento de haber actuado de esa manera. Y sabía que, si Albus se enterara de eso, también se arrepentirían.

Jamás creyeron que afectaría tanto a Rose.

—Oye… no… eso…

—Está bien, no quiero disculpas ni nada por el estilo, solo…

—Es que debes saber que… no eres una mala persona Rose, todo lo contrario, los únicos monstruos aquí somo Albus y yo. Eres una persona maravillosa y sé muy bien que todo lo que haces es por el bien de nosotros. Te preocupas demasiado, y muchas veces nos hemos burlado de eso, pero eres increíble. Siempre piensas más en los demás que en ti misma y eso te hace realmente una maravilla de persona.

Sus ojos llorosos y rojos, aún con ese brillo azul se encontraron con los suyos. Se alegró mucho al ver algo de esperanza y alegría en esa mirada.

—No debes dejar que los malos comentarios te afecten. No importa lo que pase, siempre voy a estar para ti Rose. eres la persona más bella e increíble que he conocido en toda mi vida y realmente no mereces nada de lo que te está pasando.

Finalmente logró su cometido. En esa mirada azulada había profunda convicción. Y felicidad. Mucha felicidad.

Tomó sus mejillas para limpiarlas, pero se detuvo. Y entonces, acercó su rostro, lentamente, ladeado un poco su cabeza.

Hasta que Albus interrumpió el momento abriendo sin delicadeza la puerta del compartimiento.

Al menos, desde ese momento se volvieron inseparables, los tres. Pero pudo haber salido algo mejor de esa situación.