Prólogo.
2009
Illinois
Volví a mirar mi agujereado calcetín por cuarta vez en lo que va de tarde. Mirase por donde mirase, éste ya había pasado a mejor vida. No había manera de que pudiera volverlo a coser, ni aunque robara una de las muchas agujas de la señora Filspatrick. Sólo sería una pérdida de tiempo.
Comprarme un par nuevo me saldría más barato que todo el hilo blanco que tendría que gastar.
Tomara las medidas que tomase, mis ahorros del mes se habrían evaporado. Era impensable que me adelantaran al menos la paga de ésta semana por mis servicios de limpieza hacia el colegio y sus instalaciones.
Tampoco haría mucho con cuatro míseros dólares. Decidí calzarme el oscuro y triste zapato colegial con el pie desnudo. Al fin y al cabo, las clases de hoy habían terminado. Sólo me quedaban cinco horas más de sacar brillo a los inodoros del pabellón de las chicas no-internas.
Genial.
Ellas tienen la suerte, al menos, de no dormir dentro de cuatro grises paredes decoradas con manchas de humedad y con las arañas como vecinas. No eran mala compañía, si la comparamos con el personal con el que convivía diariamente.
Cruzo a paso rápido el vestíbulo del colegio y aliso las inexistentes arrugas de mi falda gris en cuanto veo cómo se acerca la subdirectora por el pasillo de la izquierda.
-Buenas tardes, señorita Swan.- saluda brevemente.
-Buenas tardes, señora.
Agacho la cabeza en señal de respeto y sumisión y traspaso la puerta de salida. Así es cómo quieren que los tratemos. Como a supremos, seres benévolos que nos dan de comer día a día. Basura humana, es la mejor descripción.
Avanzo por los jardines del colegio a paso rápido. Si algo he aprendido en los ocho años que llevo aquí, es que los jardines son algo así como sagrados para el profesorado. Violetas y orquídeas se alzan orgullosas. Al fondo, un pequeño prado decorado con margaritas reluce, en contraste con el verde césped.
A la izquierda, una fila de árboles comienza a crecer, sanos y fuertes. Exactamente no podría decir qué especie son, pues no se me ha dado información sobre ellos, y no hay indicios de que haya crecido ningún fruto; aunque dudo que sean árboles frutales. Jugarían con el riesgo de que las pobres muertas de hambre que estamos en éste antro traficáramos con fruta.
El olor a comida que proviene de la cocina, sumado al pensamiento de la fruta, abren mi apetito. Mi comida de hoy ha sido escasa.- vaya novedad- pues varias de las chicas no-internas se han quedado a comer, y ellas si tienen preferencia sobre nosotras. Ellas pagan.
Huele a sopa. Probablemente de pescado, porque hoy es miércoles, y los miércoles tocan sobras del martes. Así como los martes tocan sobras del lunes, y los lunes, del domingo.
Veo de refilón la redecilla de Sally, y comprendo, con asco, que es nuestra cena.
El zapato se me resbala de mi pie izquierdo al no llevar calcetín, y es verdaderamente molesto. Debo llevar un aspecto patético.
No es ningún secreto para nadie que el presupuesto para nuestro mantenimiento éste año es muy limitado. No nos falta, pero tampoco nos sobra. Justo como a mi cuerpo.
Lo peor es que las bombonas de gas son escasas, y las duchas, en su mayoría, frías. La directora nos repite que el agua fría nos despierta y espanta la pereza. A mí me da fiebre.
-¡Swan! ¡Lavabos!- Grita la monitora del pabellón en cuanto llego. Se limita a ordenar lo que pone en el papel, como si no supiéramos leer. Quiero decir, la profesora de lengua no es espectacular, pero al menos nos enseña lo básico.
El pabellón de las no-internas, llamado en realidad pabellón 3, está casi desierto, debido a que al acabar las clases de la mañana, se van casi todas a casa. Las mismas alumnas del almuerzo de hoy juegan a las cartas en la biblioteca o se sientan en el sofá de la sala y se ríen mientras paso a toda prisa. Ojalá pudiera hundirles la cara en un lavabo. Ojalá pudiera detener esa risa asquerosa. Ojalá pudiera dejar de actuar en éste patético antro.
Saco el cubo que contiene los guantes y el material de limpieza del armario de mantenimiento y me pongo un simple uniforme de limpieza, el cual protege menos que un rollo de papel higiénico.
Pero el papel higiénico no se puede malgastar. Ni pensarlo. Al fin y al cabo, el orfanato es sólo femenino. Creo que los únicos hombres que pueden pisar éste terreno son el profesor de deportes, y aquel tipo rubio y desagradable de mantenimiento.
Y por supuesto, cómo no. El señor Cullen. Dueño y responsable de éste caritativo centro.
Creo recordar por una de las muchas placas que hay colgadas en el vestíbulo, que un antepasado suyo, allá por 1925 fue el fundador. Fue tan importante en el siglo XX por sus servicios, con todos los sucesos y la Gran Depresión, que ha recibido muchas condecoraciones.
A veces, mientras me dedico a dar vueltas por mi cama en los días de lluvia, pienso en toda esa gente que ha pasado por aquí antes que yo. Gente que ha utilizado mi habitación, mi pupitre, e incluso el banco de piedra de la pista de deportes en el que suelo sentarme en los descansos. Se me pone la piel de gallina, e incluso a veces, tengo pesadillas con pequeñas niñas que ni siquiera tienen una mísera sopa de pescado todos los miércoles a las nueve en punto.
Curiosamente, el descendiente del fundador, es la viva imagen de éste, retratado minuciosamente a sus veintinueve años en el cuadro central del despacho de la directora.
Se podría decir que son la misma persona. Si no hubieran cambiado las modas, y si se hubiera inventado una poción para la inmortalidad, claro.
Dejo tan reluciente el primer inodoro, que hasta puedo ver mi cara en él. Orgullosa, remojo la esponja en el cubo y me dirijo hacia el segundo.
Retomando mis pensamientos, dejo a un lado al hermoso señor Cullen y me centro en la figura de su esposa. Esme cullen. Una verdadera dama.
No ha pisado el orfanato en todos los años que llevo aquí. De hecho, si yo estuviera en su lugar, tampoco lo haría. Es un sitio demasiado triste. Demasiado gris. Tan gris, como su uniforme.
Creo que lo único interesante es la víspera de Navidad. Y no porque nos regalen caramelos de limón de los más baratos, sino porque Sally, la cocinera, se suele emborrachar hasta olvidar su nombre. Si tienes suerte y la pillas con una borrachera increíble, incluso te da un poco de vino. Es amargo, y tiene un regusto a madera; pero es algo diferente a la habitual agua.
Cada tres o cuatro meses, el señor Cullen aparece en la puerta con camiones cargados de tetrabricks de colores. En el caso de que sean para nosotras, no he tenido aún el lujo de probar un mísero zumo de manzana. Hablar de cacao instantáneo sería como para algunos, hablar de lingotes de oro.
-Swan, son las nueve menos cuarto. Recoge rápido y dirígete al comedor. Sabes que las faltas de puntualidad implican una cena fría, en el mejor de los casos.- La monitora gorda y corpulenta de la entrada se llama Mills; y eso la que se encuentra ahora mismo ante mí- Es rubia y fea. Tendría su encanto si supiera empatizar y arreglarse un poco, mas sus grasientos rizos y su negativa a ser amigable con las alumnas, dejaban mucho que desear.
-Sí, señora. Pero me queda un último inodoro por limpiar.
-Deja que lo haga el de mantenimiento. Para eso le pagan.
-Sí, señora.- Vuelvo a agachar la cabeza y recojo mis útiles de limpieza.
-Una última cosa, señorita Swan.- pronunció antes de que saliera del servicio.- No sé que tontería nueva es esa, pero los calcetines van por parejas.
Me giro hacia ella y siento el ya conocido temblor en mi voz. No es miedo. Ni tampoco vergüenza. Es ira pura y dura.
-N-no es ninguna. El otro calcetín se ha roto, y no he tenido la oportunidad de salir a la ciudad con la señora Filspatrick. Usted me conoce.- añadí con una sonrisa inocente.- Nunca pretendería poner en peligro la integridad de éste centro. Nuestro hogar, al fin y al cabo, ¿verdad, señora Mills?- La miré a los ojos directamente.- Usted y la señora Filspatrick lo dicen mucho.
-Tiene razón.- me miró aturdida.- Siento haber sugerido tal cosa, señorita Swan. Es usted una alumna ejemplar.- parpadeó un par de veces, deslumbrada, sin duda.- Puede dejar de hacer su tarea. Yo misma informaré a la señora Filspatrick de su jornada de trabajo extra.- Claro que lo hará, en cuanto tenga un hueco libre y no las pueda ver nadie en su rincón oscuro y silencioso, donde sólo Dios sabe qué clase de cosas hacen. Es algo en lo que no me apetece indagar mucho.
-Gracias, señora Mills.- le brindé una última sonrisa y salí sin preocuparme mucho de dejar el suelo mojado o no, sólo para dirigirme al comedor.
Obviamente, había mucha menos gente que esta mediodía. Casi vacía, diría yo.
Me apunto a la cola de apenas tres personas y en menos de un minuto, Sally me atiende.
-Le he puesto un poco de menos sal a la tuya, Isabella.- me guiña un ojo cómplice y saca la pequeña cazuela que casi siempre guarda para mí.
-Gracias, Sally. Siempre he pensado que la sal ahoga los exquisitos sabores que usted da a la comida.
-Tú sí que sabes subirme el ego, muchacha.- rió coqueta.- Es una pena que la directora esté atenta a las raciones, pero te hubiera podido guardar un trozo de pastel de carne que sobró ayer.
-Sí, una verdadera pena.- suspiré dramáticamente.- Pero me las apañaré bien.
-¡Espero impaciente a que te toque el turno en la cocina, muchacha!- Se despide mientras me siento en una mesa cercana.- Tus dotes culinarias son innatas.
Sonrío falsamente, haciéndole creer que en parte es mérito suyo, cuando en realidad casi todo lo que sé lo he aprendido por mis propios medios. En realidad, toda mi educación se la debo a un viejo ordenador que conseguí arreglar en mi segundo año. Internet es una verdadera fuente de información, más para alguien cuyo CI es ciertamente mayor que el de mis contactos sociales. Simplemente, sonríe, agacha la cabeza y espera. Es lo único que he podido hacer en estos ocho malditos años. A la espera. Siempre a la espera.
La sopa es insulsa, agua, básicamente. Al menos no es agua con sal.
En el comedor sólo se escucha el tintineo de las cucharas con los platos.
Asqueada, termino el plato, más por hambre que por gusto, y miro a mi alrededor. Soy la interna de más edad. Cuando llegué, no era la única, pero a las demás las fueron adoptando a medida que pasaban los años. A mí me llegaron a concertar hasta cinco citas, en las cuales intenté parecer estúpida, arisca y agresiva. Al parecer, lo hice bastante bien, porque ninguna familia vino a verme una segunda vez.
Me dirijo a la salida antes que nadie y cierro la puerta acristalada con fuerza.
Un día menos en éste tugurio.
..
-Swan, a dirección ahora.- Me anuncia Filspatrick en clase de biología a tercera hora de las clases matutinas. Hoy toca cocina.
-¿Debo llevar hoja de castigo?- pregunto inocentemente. Por supuesto que no había cometido ninguna falta. No es ése el motivo por el que la directora quería concertar una cita conmigo. No estaba segura del motivo y eso me ponía nerviosa.
Su mensaje tiene un sentido más personal y profesional, por lo que puedo sospechar preliminarmente.
Salgo apresurada de la femenina clase y me `paro ante Filspatrick.
-No, no debe. Sea lo que sea, no lo divulgue por ahí, señorita Swan.
-Descuide.- No se me pasa por altos las marcas que sobresalen del cuello de su camisa cuando paso por su lado.
Bajo los dos pisos del pabellón inicial, donde son dadas las clases, y llego al vestíbulo, sólo para ir por la escalera central de nuevo.
Ante mí se alza una robusta `puerta de lo que parece ser roble macizo. Como la cueva del dragón, en comparación con las demás puertas verdes que protegen todas las demás habitaciones del orfanato.
Está decorada con rosas que se enrroscan en el pomo. Tengo el extraño miedo de pincharme si lo toco, por lo q ue golpeo con los nudillos dos veces antes de que aparezca ante mí una mujer de tez morena.
-Señorita Swan. ¡Qué alegría ver de nuevo a mi más veterana alumna! Pase, tome asiento.
-Usted dirá, señora directora.- Respondo sentándome enfrente suya, sin acomodarme mucho.
Puedo fijarme en los detalles de la habitación vagamente y descubro que no está casada. No hay fotos familiares, por lo que se deduce, es una persona solitaria. En el dedo anular de su mano derecha todavía quedan los restos de donde alguna vez hubo un anillo.
¿Divorciada? ¿Separada? ¿Un compromiso fallido? Teniendo en cuenta su edad, me inclino por la primera. No tiene hijos, uno de los pilares principales del matrimonio.
Me pregunto si ella es estéril o si lo es su ex marido. O si, simplemente, no eran compatibles.
-Bueno. Puede llamarme señorita Clearwater. No soy tan mayor como para que me digas señora, ¿verdad?
Estira sus rojos labios en una sonrisa y deja al descubierto sus dientes amarillos. Sus uñas tampoco parecen en buen estado, y su aliento huele demasiado a menta.
Hay dos ceniceros vacíos en la mesa.
Fumadora compulsiva.
-Lo que usted diga, señorita Clearwater.- añado en tono neutro.
-Bueno, vayamos al grano. Supongo que no sabes el porqué de ésta llamada.
-Quizás tenga que ver con que es mi último año aquí. A partir de ello, el Estado no tiene que preocuparse más por mí, ¿no es así?- sonrío dulce, ocultando mi peculiar humor.
Soy testigo de cómo la directora entorna los ojos y se queda sin habla unos segundos. El no tener sentimiento ninguno hacia éste centro y su personal, me permite analizarlos a todos y cada uno de ellos sin que sean conscientes.
Los más avispados, como el de educación física, Jared, apenas me ofrecen datos con los que jugar, pero otros, como Mills, son un libro abierto.
No creo que la directora sea consciente de los encuentros fortuitos entre Mills y Filspatrick a altas horas de la madrugada. Es gracioso, porque el colegio es casi completamente femenino para evitar éstas cosas. Aunque también se supone que el orfanato recibe ayudas por parte de los Cullen, y todavía no he visto un solo cambio.
Hay tanta mierda escondida tras un jardín floral… Paciencia, Isabella.
-N-no hay por qué tomárselo así, Isabella.- Nerviosa, se levanta del asiento y camina hasta situarse de espaldas a mí.- Es cierto que no puedes seguir aquí como estudiante. Pero.- remarcó.- Éste no tiene por qué ser tu último año aquí.
Fruncí el ceño, intrigada, y adopté una postura más formal, mientras aguantaba las ganas de fumarme yo misma un cigarro.
-No le estoy comprendiendo del todo. ¿Quiere insinuarme que podría llegar a trabajar aquí?- inquirí. Pareció agradarle mi pregunta clara.
-Exacto.- Se paró tras mi asiento de forma que no la viera. Siempre escondiendo de mí su rostro. No me gustaba. Necesitaba ver sus expresiones.- Por supuesto, tus comienzos serían desde la zona baja, como los de todos. Pero podrías ir ascendiendo. He oído de tus dotes en las distintas materias. No en vano, tienes la oportunidad de una beca tanto en Princeton como en Yale. ¿Cuándo pensabas comunicárnoslo?
-No he tenido oportunidad.
Poco a poco, la conversación iba olvidando las formalidades e iba adquiriendo un tono más serio.
-Sabes que aquí se te ofrece la oportunidad de un trabajo directo, un sueldo al instante… La beca incluso podría cobrarse en favor de todas las alumnas de éste prestigioso centro…
-Ni hablar. No siga por ahí, directora.- Me levanto del asiento y la encaro, a su misma altura.
-Pero Isabella, no tienes medios para sobrevivir sola…- sonrió cínica.- ¿Qué mejor lugar que con las personas que, prácticamente, te han criado desde que llegaste aquí con unos tiernos diez años?
La miré desafiante y pasé mi dedo por su chaqueta chanel.
-Le harían falta un par de chaquetas más, ¿no es así? Éste año parece que hará frío. Al fin y al cabo.- aparté la mano asqueada.- Las niñas aquí viven de manera cómoda.
Clearwater se sentó con las piernas cruzadas, de nuevo, y pasó sus manos por su impoluto cabello.
-Estás siendo insolente, Isabella. Eso no suele traer buenas consecuencias. Pero ya veo que rechazas mi oferta.- Su tono contiene cierta ironía que me pone alerta al instante.- Te desvinculas totalmente del orfanato Platt.
-Así es. Es más. Reclamo, ahora que se acerca julio, mi ficha académica y mis calificaciones.
-Bien. Así será.- pulsó el botón del telefonillo con la punta de su uña.- Quiero los informes de la señorita Swan, desde su llegada al centro.
"Sí, Leah"
-Gracias.
-A ti, querida.- sonrió ampliamente.- Ten tu habitación ordenada. En dos semanas estás oficialmente fuera. Pero no pasa nada.- me miró como una mujer mira a un tierno y herido animal.- Tienes una beca que te ayuda a sobrevivir. Los callejones son especialmente cómodos en los meses de Diciembre y Enero. Repletos de compañeros nocturnos. Espero que tengas un buen abrigo. He oído que anuncian frío para éste año.
Esa fue mi expulsión inminente al mundo real. No fue mi primer gran fallo. Pero sí el último. O al menos eso creía, hasta que mi vida dio un giro radical en la dirección contraria.
…..
¿Preparadas para conocer a la nueva Isabella Swan?
