Ellos siempre han sido muy buenos amigos, desde que eran unos niños. Siempre han estado juntos, apoyándose en todo momento, André protegiéndola con su vida, él la amaba. Oscar era el amor de su vida, la amaba más que a su propia vida, la cual daría por ella sin rechistar; sin embargo, ella nunca podría ser suya, su corazón le pertenecía a otro hombre que estaba más a su altura y eso partía su corazón.
Fue un momento entonces cuando ella le exigió que solamente la amase a ella y nada más, que le prometiera amor eterno y claramente él no dudaría entonces en prometerlo con toda la sinceridad del mundo, sentía una gran felicidad con solo el hecho de saber que por fin sus sentimientos eran correspondidos y ella le amaba de la misma forma en que él la amaba.
— André, quiero que nos casemos. — Dijo ella acurrucada en el pecho desnudo de su amante, mientras este acariciaba tu cabello. — Quiero ser tu esposa, sin importar lo que vaya a decir mi padre. Te amo tanto, André.
El joven de oscuro cabello castaño le miró sorprendido por un momento antes de sonreír y envolverla entre sus brazos, besando su frente con gran cariño, aquello había regocijado a su corazón de una manera indescriptible.
— Si es lo que deseas, mi amada Oscar— .Contestó. — Tus deseos son ordenes.
La bella mujer de cabellos rubios sonrió mientras las lágrimas resbalaban de sus ojos azules cual zafiros, acariciando delicadamente el rostro del hombre al que amaba con todo su corazón. Ser su esposa es lo que más deseaba, ser completamente su mujer sin que nadie pudiese negarle el hecho de amar a su antiguo valet. Apresada entre sus brazos, se sumergió en un sueño, pronunciando una y otra vez como amaba a su André. Él se mantuvo despierto mientras acariciaba aquellas hebras de oro, sin evitar sonreír.
Después de todo,de tantos problemas y adversidades, por fin su querida Oscar había decidido amarlo, entregarse y fundirse entre sus brazos, siendo uno finalmente.
Al día siguiente ambos se dirigieron a la capilla del pueblo, ambos vestidos con aquel uniforme militar color azul, tomándose de las manos y sonriéndose de forma mutua, ilusionados por su matrimonio. El sacerdote al principio se vio un tanto confundido al ver que no se tendría una ceremonia formal, aun así, aceptó casarlos, pues se notaba que estaban sumamente enamorados y realmente querían unir sus vidas. Por fin Oscar y André se volvieron marido y mujer. Su matrimonio se mantuvo confidencial entre ambos, nadie tenía que enterarse de que eran casados.
La revolución llegó con gran violencia a París, el pueblo estaba indignado con los nobles debido a su mala vida y era bastante peligroso que los de clase alta merodearan por allí. André temía por la seguridad de su mujer, puesto a que era una noble y muchos en el pueblo la conocían, no podía dejarla allí.
— Oscar, por favor, escucha lo que digo, tienes que irte, puedes peligrar aquí.
— No, André, no pienso abandonar la guardia, son mis hombres y no los dejaré a su cuenta.
Ella era testaruda, pero tenía razón en lo que decía, era egoísta hacer que ella se fuera y tuviese que abandonar a aquellos que fuesen sus amigos, pero si moría, al menos sería juntos. Las batallas eran sanguinarias y rudas, hasta que finalmente llegó el día en que atacarían La Bastilla, sería el combate más sangriento, de eso no había duda. Oscar daba las ordenes mientras todos en el batallón la seguían, las balas volaban y los cañones disparaban impactando en la fortaleza, una bala golpeó a André cerca de su corazón. La Bastilla fue tomada y André fue rápidamente llevado con un doctor.
Poco a poco abrió su ojo color verde, veía muy borroso debido al esfuerzo que tuvo que poner en este debido a la pérdida de su otro ojo, temía estar muerto o nunca volver a ver el rostro de su amada Oscar. Poco a poco su vista se fue enfocando hasta que logró visualizar el bello rostro de su esposa, los ojos de esta estaba cubiertos por lágrimas y sostenía su mano con fuerza. Al verlo consiente, Oscar se abalanzó hacia él para abrazarlo con fuerza.
— André, mi amor, creí que te había perdido para siempre.
— No llores, Oscar, ya todo ha pasado.
— Huyamos, André, vayámonos de Francia, quiero que estemos juntos en un pequeño pueblo, quiero vivir contigo, tener a nuestros hijos.
André sonrió y asintió. Todos sus sueños se habían cumplido, su vida había comenzado a estar llena de felicidad, Oscar lo amaba también y era suya, su preciosa y magnífica esposa. El batallón les despidió deseándoles suerte en su nueva vida, mientras ellos se retirarían para tener una vida pacífica. Al fin podrían ser felices. Juntos en caballo partieron lejos de la guerra, lejos de todo, dispuestos a vivir su amor de una forma plena.
