Disclaimer: El mundo de Twiligth, así como los personajes son propiedad de Stephenie Meyer.


Capítulo 1

Entré a la farmacia y me acerqué a la señora del mostrador. Con voz baja pero firme le pedí lo que necesitaba. Ella me observó con esa típica mirada de entre reproche y decepción. Le pagué de mala gana y la observé con coraje, a ella que le importaba lo que yo viniera a comprar. Y antes de salir completamente de la tienda la escuché decir la típica frasecita de los adultos.

—Los jóvenes de hoy, no saben lo que hacen y no pueden esperar a crecer. Arruinan su vida —las ganas de regresar y cerrarle la boca se apoderaron de mí, pero los nervios me hicieron caminar más rápido.

Llegué a casa, mis manos temblaban, y con algo de dificultad logré meter la llave en la cerradura y abrí la puerta. Me quité el suéter y lo coloqué en el perchero que estaba cerca de la puerta. Apreté mi bolsa contra mi pecho, temiendo que se me resbalara y el contenido diera en el suelo.

—¿Mamá? —pregunté en voz alta, mientras caminaba a la cocina pero estaba tan vacía como el resto de la casa. Observé que en la puerta del refrigerador había una nota.

"Fui a casa de Emily. Por favor prepara la ensalada.

Atte. Sue"

Rompí la nota y la aventé al bote de basura.

Lavé mis manos y me dispuse hacer la ensalada, sé que estaba atrasando el momento, pero es que no podía evitarlo, los nervios me estaban matando. Para mi mala suerte preparar la ensalada no me llevó mucho tiempo. Y abrazando nuevamente mi bolsa subí a mi cuarto.

Mi padre estaba trabajando, mi hermano tenía clases y regresaría hasta dentro de unas tres horas, y mi madre de seguro ha de estar muy ocupada en la casa de Emily.

Al entrar a mi cuarto cerré la puerta con seguro, saqué la bolsita de plástico que contenía mi compra, la dejé en la cama y me alejé de ella como si fuera a envenenarme. Lo admitía, tenía miedo. Empecé a caminar alrededor de la cama, observando cada tanto la bolsa como si fuera una bomba que explotaría en minutos. Después de quince minutos dando vueltas, respiré profundo y dándome valor mentalmente, cogí la pequeña cajita de la bolsa.

Mis manos temblaron y traté de tranquilizarme para poder leer bien las instrucciones. Todo lo que tenía que hacer era ir al baño y esperar tres minutos para que la prueba arrojara el resultado. Tuvieron que pasar otros quince minutos para que yo por fin decidiera salir de mi cuarto, entré al baño y cerré.

Me acerqué al espejo y observé mi rostro. En mis ojos ya no estaba ese brillo que tanto a mis padres le gustaba, de mis labios desaparecieron las sonrisas, mi cabello lucia opaco y las ojeras se me marcaban de manera enfermiza. Hace mucho que había dejado de ser Leah, aquella a la que todos gustaban, a la que a mí me gustaba ser. Esa Leah Sam la mató, la convirtió en polvo y a nadie le importó. Simplemente se dedicaron a culparme a mí.

—Vamos, Leah, tu puedes. Jamás has sido cobarde, no puedes iniciar ahora —murmuré, viendo mi reflejo.

Respiré tres, cuatro, cinco veces profundamente y mis nervios junto a mis miedos lograron disiparse lo suficiente. Los siguientes tres minutos fueron los más largos de mi existencia, mi cuerpo estaba lleno de tensión y miedo.

El miedo me carcomía las entrañas, y las ganas de vomitar no se hicieron esperar. Literalmente vacié mi estómago en el retrete. El agua de la regadera caía sin contemplaciones, aunque sabía que la casa estaba sola, el temor de ser descubierta hacia mella en mí, así que tan sólo me quedaba suplicar porque el sonido del agua amortiguara los sollozos que salían de mi garganta.

En mi mano derecha apreté, hasta que los nudillos se volvieron blancos, la caja del único aparato que pudo revelarme la verdad, y en mi mano izquierda agarraba con fuerza el dispositivo con el resultado más temido. Positivo, la prueba de embarazo había dado positivo. Me deslicé por la pared, mis piernas ya no me sostenían, mis lágrimas se desbordaban como rio después de la lluvia. Adentro de mi crecía el fruto, que en un futuro imposible de realizar seria el gran motivo de felicidad, pero ahora no era más que el recuerdo de lo nunca será.

¿Ahora qué es lo que haría?

Mi padre me matara, gritando la peor de las blasfemias en mi contra; mi madre se avergonzaría de mí, alegando que había arruinado mi vida; mi hermano se decepcionaría y todos me verían como la típica muchachita estúpida, que no sabe qué hacer con su vida y ahora para poner la cereza en el pastel, salió embarazada. O peor aún, que se embarazó para atar a Sam Uley y así arruinarle la vida a la dulce Emily.

Como pude ser tan tonta, como pude entregarme sin medir las consecuencias. Siempre creí que él sería para mí, como yo soy, o era, para él. Fue un error, aunque en su momento no lo creí así. Un fallo de mi mente poco especializada en saber que era el dolor, un error de mi cabeza que nunca supo lo que era la traición, una mente ingenua jugando a ganar en el amor. Ingenua, estúpida y tonta, así me sentí, así me siento.

El frío piso me congela las piernas, y el agua salpica mis pies, igual como lo hacen mis lágrimas con mis mejillas; igual que la fría brisa de aquella noche en la playa, cuando me entregué a él. Me he tallado la piel innumerables veces para quitarme la sensación de sus manos, de sus besos. Quisiera morderme el alma para así poder arrancármelo de ese lugar en el que me duele más. Pero todo viene a mi mente, todo está en mi contra; él está muy dentro de mí.

Él, solo él, haciéndome sentir amada; él, solo él, haciéndome sentir mujer.

Una semana después, él se fue sin una explicación, sin una carta o una llamada. Me dejó, rogando para que regresara, rezando cada noche para que no le pasara nada, pidiéndole a mi ángel que lo cuidara. Llegué a sentirme vacía por su ausencia, perdida y desorientada; nadie sabía de su paradero, y lo único que me decían los ancianos de la tribu es que él estaría bien y que volvería pronto. Y eso fue lo que tuve que hacer, esperar, simplemente esperar.

Apareció, justamente cuando yo estaba en la playa, llegó de entre los árboles. Mis piernas corrieron hacia él, sintiendo mi corazón latir en la garganta. Mis labios le llenaron el rostro de besos, tantos que no valía la pena contarlos; mis manos le tocaron el rostro, el cabello, el cuello y los brazos, quería llenarme las palmas y los dedos, de él. Era una necesidad para mí, tanto como respirar, tocarlo, percatarme de él estaba bien y que estaba conmigo.

Sus grandes manos quitaron las mía de su cuerpo. Su mirada estaba cansada e irritada, como si todo fuera una patada en el estómago para él.

—¿Qué pasa? —le pregunté. Mis ojos ardieron, al ver que se alejaba de mí.

—Lo que pasa es que… esto tiene que acabar —soltó él.

Sentí mis manos temblar, y mis dientes se apretaron para evitar que viera el temblor de mi barbilla.

—¿Qué? ¿Por qué? —interrogué, sin entender a qué venia todo esto.

—No te amo —masculló, sin pizca de sentimientos.

—Pero… tú dijiste que me amabas —grité.

—Eso era antes —espetó.

Vi en sus ojos el dolor que a él también le causaba esta situación. ¿Era dolor o lastima?

—¿Cuándo? ¿Hace una semana? Explícate, Sam —exigí, furiosa. Necesitaba las explicaciones, no sabía porque lo pedía, era seguro que me rompería, pero él no tenía ningún derecho a dejarme y decir todas estas cosas sin una explicación.

—Yo… no puedo decirte nada —suspiró, cansado. Su rostro se tornó serio, sus labios formaron una mueca firme pretendiendo que ninguna palabra escapara de ellos.

—¿Cómo que no puedes decirme nada?

—No puedo.

—Tengo que saber que pasa —repetí, con la voz temblando. Coloqué mis brazos alrededor de mi cuerpo, sosteniéndome yo misma para no derrumbarme enfrente de él— Y no me veas de esa manera —grité. Sus ojos mostraban lastima, y eso era lo menos que necesitaba en este momento.

—Esto se acabó, es lo único que tienes que saber —decidió.

—Claro —exclamé, con ironía— Como no lo pensé antes, pero es que si fui estúpida; como ya conseguiste lo que querías ahora te lavas las manos diciendo que se acabó —grité, golpeando su duro pecho, sintiendo que golpeaba un tronco en vez de cuerpo.

—Basta, Leah —gruñó, molesto— Sabes que eso no es así —habló, sosteniéndome con fuerza de los brazos y supe que pronto habría moretones en ese lugar.

—¿Y qué quieres que piense? Después de entregarme a ti, te vas y cuando regresas me dices que no me amas.

—Eso era antes, antes si te amaba —susurró, como si contara su mayor secreto. Su rostro a escasos centímetros del mío me revelaron que esa era la verdad.

—Una semana, Sam, tan solo fue una semana y ya no me amas —repliqué. No entendía nada, y con cada segundo me rompía un poco más. Sus manos ejercían más fuerza en mis brazos, y dolía mucho— Sam, suéltame me estas lastimando —le pedí, tratando de soltarme, pero él apretó más el agarre.

—No, no lo hare hasta que entiendas que esto se acabó. Te amé como a nadie y aún lo hago pero no de la misma manera, no con la misma intensidad —su voz era agitada y dolida.

—Si me explicas lo entendería —no pensaba rendirme tan fácilmente— Si me explicas en que fallé tal vez pueda remediarlo —quería que me diera una esperanza, pero en sus ojos no existía ninguna—… Pero suéltame, me lastimas —le pedí, con la voz tensa, tratando de mostrarme fuerte. La temperatura que salía de su cuerpo aumentaba y, para qué negarlo, tenía miedo.

—No Leah, es imposible —me gritó él, ignorando mi pedido. Luché por soltarme nuevamente.

—Sam, basta suéltame, déjame —forcejeé, más asustada y desesperada— Me duele, suéltame, maldito, suéltame —le grité, y si medir mis acciones, le escupí en el rostro. Instintivamente él me soltó fuertemente y caí en la arena.

Vi cómo se limpió el rostro con una mano, observó con coraje la saliva y en segundos su cuerpo empezó a temblar. Yo con el miedo desgastándome el cuerpo me arrastré por la arena alejándome de él. Segundos después ante mis ojos estaba un enorme lobo negro gruñéndome de manera furiosa, queriendo atacarme. Grité sin poder evitarlo, tenía miedo; esto no era normal, nadie podía convertirse en eso. Los pozos oscuros, que eran sus ojos, me decían que quería lastimarme, hacerme más daño. Mis gritos aumentaban cada vez más, perforándome los oídos; yo seguía arrastrándome para alejarme, y él seguía asechándome de manera calculadora y fría.

Y cuando por fin había aceptado mi final, cuando me resigne a ser víctima de un lobo negro que acabaría con mi vida, apareció otro lobo. Éste era de un color marrón rojizo; saltó arriba del lobo negro, y los dos se metieron en una batalla de gruñidos, mordisco y golpes que retumbaban por todo el lugar.

El impacto de ver a dos descomunales lobos en una batalla atroz me dejó paralizada. De mi garganta ya no salían gritos, y ardía más que nunca. Dejé de arrastrarme, y mis ojos no perdían ningún movimiento de los dos animales. Luego de eternos minutos, el lobo negro salió corriendo, perdiéndose entre la profundidad del espeso bosque.

Lentamente giré mi cabeza. Observé al lobo marrón sintiendo nuevamente ese atroz miedo recorriendo mi cuerpo, pero algo en los ojos color caramelo de ese animal me daba la confianza para saber que no me haría daño. El lobo se acercó lentamente, como si estuviera analizando la situación. Me levanté despacio tratando de no asustarlo, algo estúpido de pensar ya que él de un mordisco podría acabar con mi vida. Se quedó muy quieto; levanté mi mano muy lentamente y sin temor la coloqué en su hocico. Él movió su cabeza y lamió mi mano, me hizo sonreír y él soltó a lo que mi parecer fue una risa lobuna.

—Gracias —le susurré, mientras lo acariciaba. Y como si él me entendiera aúllo— ¿Cómo te llamas? —me pateé mentalmente por esa pregunta y más al pensar que él me contestaría.

Nuevamente aúllo, dio unos paso lejos de mí, y para mi mayor asombro empezó a temblar hasta convertirse en un ser humano. Casi me desmayo al ver la transformación, pero eso no se comparaba a lo que sentí cuando aquel individuo alzó el rostro y me encontré de frente con Jacob Black.

—Pero… pero… Dios me volveré loca —jadeé, sin poder creer como todo esto era posible.

—Tranquila, Leah, te lo explicare —dijo él, tratando de calmarme.

Se volvió acercar y sostuvo mis manos que se movían de manera nerviosa. Lo observé de pies a cabeza, y me di cuenta que estaba completamente desnudo. Sin perder tiempo, me giré y me tapé la cara, sintiendo el calor subir desde mi cuello hasta mis mejillas.

—Jacob Black, no seas descarado, tapate —le dije. Escuché como soltaba una risa baja, segundos después escuche el movimiento de tela y el ruido del cierre al subir.

—Ya, ya puedes voltear —avisó. Lentamente me gire, y espié.

Cuando me percaté de que estaba vestido, tan solo tenía puesto un short, me voltee rápidamente. Sin poder aguantarme más, me lancé a sus brazos. Comencé a llorar, en pocos minutos mi vida se hacía trizas. Lloré como nunca pensé hacerlo, aferrándome con fuerza en los brazos de Jacob, mi mejor amigo, mi único pilar en este momento. Él me sostuvo todo el tiempo, nunca me soltó, acarició mi cabello cuando yo le contaba todo, besó mi frente cuando mi voz se perdía y mis lágrimas ganaban terreno.

Después de varias horas, me acordé de sus palabras diciendo que él me explicaría todo, así que sin pensarlo dos veces le pedí la explicación. Comenzó a redactar una historia sin pies y cabeza, pero que era realidad. También me explicó el culpable de mi sufrimiento, el único motivo por el cual estoy llorando; la maldita imprimación. Que no es más que la maldición que trata a las personas como ganado, uniendo a una pareja para crear una mejor generación de lobos, haciéndolos ver como animales de crianza. Maldita imprimación. Y lo peor de todo es que eso le había sucedido a Sam, mi Sam se había imprimado, y muy a mi disgusto Jacob no me pudo decir el nombre de aquella ingrata que me quitó a lo que más amo.

Una semana más tarde, salí de mi casa sin rumbo fijo, sin ver el camino. Tan sólo caminaba por caminar. Veía tan solo las hojitas secas del camino, sintiéndome de esa manera: seca, quebradiza y horrible. Podía escuchar perfectamente las olas intranquilas del mar; la risa de los chicos pasando el tiempo entre bromas. Mi mente estaba en blanco, el dolor de mi pecho seguía perforándome de manera vivaz, ya no lloraba; las lágrimas hace mucho que se habían acabado.

Levanté la cabeza, a lo lejos podía escuchar una risa muy conocida por mí; esa risa que lograba erizarme la piel y daba anuncio a una sonrisa de mi parte. Me acerqué al lugar de donde provenía. Ahí en la playa, sentados sobre unos troncos estaba Sam, sonriendo y besando a una chica; aquella estúpida que me robó el amor de Sam. Caminé un poco más sin hacer ruido, y cuando vi quien era ella las lágrimas anunciaron su regreso, pero aun así no las deje salir. Sentada sonriendo maravillada estaba mi prima, Emily.

—¿Así que es ella? —pregunté de manera tranquila, ya no había razones para gritar; gritando no se acabaría mi dolor.

—¿Leah, que haces aquí? —preguntó. Sus ojos me analizaron, con preocupación. Mi aparencia no ha de ser la mejor. Inmediatamente él se bajó del tronco y se acercó a mí.

—No creí que esta zona te perteneciera, discúlpame por no anunciar mi llegada —escupí, de manera sarcástica

—¿Qué te pasa? ¿Por qué me hablas así? —preguntó él, extrañado ante mi sarcasmo.

—¿Hablarte como Sam? debes de ser un poco más explícito. Tengo entendido que tu léxico es limitado pero unas palabras de más en tu vocabulario no te matarían —le dije, cruzándome de brazos.

—A eso me refiero: me hablas de manera sarcástica. Tú no eres así —contestó. Dejé escapar una risa burlona, una risa que tapaba perfectamente mi dolor.

—¿Y ahora te sorprendes de que te hable así? —cuestioné, sintiendo la rabia bullir dentro de mí— Cuando fuiste tú quien provocó todo esto; te sorprendes de mi tono de voz. Eres imbécil, o realmente te convertiste en un animal, perdón, animal ya eras —vi como su ojos reflejan un sin número de sentimientos: ira, dolor, tristeza, amargura, y todo mezclado era una bomba de tiempo— Vaya, me sorprende esta situación, de ti no Emily, siempre supe que estabas enamorada de él —la vi directamente a los ojos y observé como me dedicaba una sonrisa triunfadora— Pero de ti, Sam, que siempre dijiste que no la soportabas, que no era más una chica sin pizca de gracia; mira nada más, tu lobo te hizo la peor de las jugadas. Eligió a la chica menos deseable para ti, que patético —me burlé, disfrutando aquel momento.

Observé como la sonrisa de Emily desaparecía y el rostro de Sam perdía color. El calorcillo del efecto de mis palabras me lo disfruté, pero necesitaba más.

—¿Tú como sabes lo de los lobos? —preguntó, asombrado.

—Jacob me dijo todo —respondí, encogiéndome de hombros.

—Él no puede contarte nada —me rugió él. Pero esta vez no tenía miedo, ya no, ya no más.

—Él es tu Alfa, y si él decidió contarme tú tienes que respetar su decisión —vi como empezaba a temblar, la transformación empezaba. Aun el miedo de saberme herida por él, me revolvía las entrañas.

—Ya ves lo que provocas estúpida —gritó Emily, saltando del tronco. Se posó enfrente de Sam, que seguía temblando incontrolablemente— Sam, cálmate, por favor, tranquilo, amor cálmate —me dio nauseas al escuchar como lo llamaba, como si ella fuera su dueña, cuando no era más que una incubadora para futuros lobos. Pude haber albergado lastima por ella, pero ni siquiera eso merecía. Y no era simplemente por esto; ella nunca me trató bien, siempre quería más de lo que podía llegar a tener, y nuestra ruptura final fue Sam.

—Leah, Emily, apártense —escuché la voz de Jacob. Di unos pasos para atrás, ya que al ver a Sam temblando me engarrotó los músculos por culpa del miedo. Pero Emily seguía muy cerca de Sam.

—Sam, contrólate —ordenó Jacob, con una voz extraña difícil de ignorar.

Pero este seguía temblando. Jacob intentó quitar a Emily del camino, pero ésta se quedó firme en su posición. Cuando Jacob estaba dispuesto a carga a Emily para apartarla, Sam se convirtió; otra vez mi garganta quería gritar, pero en vez de escucharme a mí fueron los gritos de dolor de Emily los que llenaron el lugar. Tirada en la arena pude ver como el lado derecho de su cara expulsaba sangre a montones. Me tapé la boca horrorizada, mi cuerpo volvió a temblar; el daño no era solamente en mí, sino que ahora también Emily cargaría con eso. Jacob se agachó a su lado, intentó cargarla, pero un segundo después Sam completamente desnudo se acercó a ella. Jacob le tiro un short que se colocó inmediatamente y tomando a Emily en brazos, salió corriendo.

Empecé a correr. Quería escapar de todo y de todos. Mis pulmones empezaron arder, y mis piernas me dejaron caer en la arena, como si no fuera más que un bulto pesado. Golpeé la arena con los puños cerrado, y me sequé las lágrimas que me ardían en las mejillas. Alguien me abrazó por detrás fuertemente. Tan sólo reconocer el aroma a madera recién cortado y especiado de Jacob, fue lo que me tranquilizó. Me dejé caer en sus brazos, como si ya todo hubiera acabado en mi vida. Realmente así me sentía.


Hola, de nuevo ando por estos rumbos, pero ahora con mi pareja favorita: Leah/Jacob.

Cualquier comentario que quieran hacer, háganlo. Yo estoy aquí para leer sus opiniones.

Espero que les guste.

Besos.

By. Cascabelita