1.- Cómo tener un buen día
Esa mañana había empezado con el pie izquierdo…y también con la mano, vamos, que Castiel era zurdo, pero creo que me entendieron.
Después de quemarse la lengua con el café, salió corriendo de casa y cómo no, se tropezó en la esquina porque, a causa de las prisas, no se amarró bien el zapato y una cosa llevó a la otra.
El autobús pasó frente a sus preciosos ojitos azules, ahora tendría que esperar veinte minutos para que pasara el siguiente camión y ya iba muy tarde, definitivamente ese no era su día.
Por fin llegó el transporte, se subió a trompicones y para variar el maldito camión no iba lleno, sino lo que le sigue; Castiel se acomodó lo mejor que pudo, sintiendo cómo el idiota a su derecha lo golpeaba con la mochila cada dos por tres, mientras la señora gorda de su izquierda le pega toda su humanidad.
Hoy es su primer día como residente en el hospital, él nunca ha sido bueno para las primeras veces, y ya que estamos podemos ponernos a enumerar: cuando dio su primer beso estaba tan nervioso que se vomitó, sí, en la cara de la pobre chica; cuando se subió por primera vez a la montaña rusa se vomitó…cuando el juego estaba de cabeza; la primera vez que sus padres lo llevaron a Disneylandia le dio diarrea; el primer día de clases en la preparatoria se tiró un gas al presentarse; y la primera vez que tuvo sexo…no se vomitó, no le dio diarrea ni se tiró un pedo, sólo se vino a los dos segundos.
Y ahora estaba ahí, en el transporte colectivo con esa gorda sabrosa restregándole las carnes, no le desagradaba la gente con sobrepeso, en realidad no le desagradaba la gente en general, era sólo que nunca tenía experiencias agradables con los otros seres humanos y por eso pasaba de ellos.
Miró el reloj en su muñeca, 6:45, entraba a las 7:30 y el chofer parecía no tener prisa alguna por completar el recorrido, Cas trató de respirar hondo, malísima idea en un camión repleto de gente variopinta, el olor que le llegó lo hizo marearse, recargándose un poco en la gordita que lo miró entre ofendida y halagada.
- Disculpe- murmuró Castiel, sonrojándose.
- No se preocupe- le respondió la doña.
Ahora quiso poner la mente en blanco para relajarse, otra mala idea, en situaciones de estrés le daba por recordar cosas desagradables, como que su médico responsable era nada más y nada menos que el doctor Nicholas, a quien apodaban Lucifer y por buenas causas, el tipo era un prepotente (por no decir mamón hijo de perra) que trataba a las enfermeras como sus gatas y a los residentes como perros.
Eso sí, el querido Lucifer sabía más cosas que un libro de anatomía, era el mejor internista de todo el hospital y probablemente de la ciudad y el área limítrofe (joder, tenía que dejar de ver Phineas y Ferb).
También recordó a su familia, no sin sentir un ligero pinchazo en el pecho, mamá y papá eran buenas personas, ciudadanos respetables que pagaban impuestos a tiempo, y también estaba su hermano Michael que…bueno, era perfecto en todo aspecto.
La señora Novak (Lilly) era una mujer agradable, de buenas maneras y sonrisa fácil, había conocido a el señor Novak (Peter) en la flor de su juventud, sólo digamos que Peter tenía lo suyo y Lilly se enamoró como loca de él, dio el sí a los cuatro meses de noviazgo y se fueron a casar a las Vegas donde concibieron a Michael.
Michael, 1.88, 72 kilos, piel blanca e impecable, ojos celestes, rubio como la margarina sin sal y no hidrogenada, católico ferviente como le habían educado sus buenos padres, nada de sexo antes del matrimonio, ni una gota de alcohol, ni un mísero tabaco; en pocas palabras, el Ken judeocristiano que toda Barbie de iglesia esperaba, y era su hermano.
No me malentiendan, Castiel adoraba con locura a Michael, pero era difícil tener un hermano perfecto cuando él era tan…no-adecuado; porque venga, ser el primer homosexual (al menos descolsetado) de una familia católica de abolengo no era sencillo, de hecho no era nada sencillo, en realidad era una mierda.
Al enterarse de que a su nene no le gustaban las nenas sino los nenes, la pobre Lilly sufrió un desmayo, al volver en sí se deshizo en lágrimas, dándose golpes de pecho y preguntándole a Dios-padre-misericordioso en qué le había fallado para que la castigara con un hijo maricón, se sintió culpable por haber dejado que su pequeño Cas escuchara Queen, ese Freddy Mercury era jotito y todo mundo lo sabía, por supuesto que Castiel siguió ese mal ejemplo; tal vez no debió permitirle ver (y coleccionar) todas las películas de Leonardo DiCaprio, aunque a ella también le gustaba ver al guapísimo Leo enseñar las nalguitas de vez en cuando.
Peter, por su parte, pensó que podría arreglar las cosas a la antigua, así que le dio dos cachetadas bien dadas a su retoño y le dijo que se dejara de joterías, consiguiendo así que Castiel decidiera salir de su casa y no regresar nunca.
Su hermano lo apoyó tanto como pudo, porque Michael era más bueno que el pan de orégano parmesano del subway, le ayudó a conseguir departamento y a mudarse.
Castiel tenía la herencia de la abuela Martha, una mujer medio loca que le leía cuentos y siempre olía a meados de gato, y con eso se las arregló para pagar la universidad y subsistir.
El camión frenó abruptamente, provocando que la frondosa mujer de la izquierda restregara sus encantos sobre Cas, quien perdió el equilibro y golpeó al tipo de la derecha al tratar de no acabar en el suelo.
- Fíjate- dijo el imbécil.
Castiel apretó los labios, recordándose que no era buena idea decirle al tipo ese todo lo que pensaba, no querría iniciar una pelea en un lugar tan estrecho, la integridad de las bellas curvas de la mujer de la izquierda estaría en juego.
Miró su reloj, 7:15, estaba muerto, más que muerto.
Pero como si fuera un milagro del señor, porque sépase que Cas era católico creyente que asistía a misa los domingos en la noche, el chofer aceleró y llegaron al hospital donde mucha gente comenzó a descender, Castiel respiró hondo el aire fresco de la libertad, pero de nuevo vio el reloj 7:25, era hora de correr.
Esquivando ancianitos, guardias de seguridad y señoras embarazadas, Castiel Novak se abrió paso a través de los pasillos del hospital hasta llegar a la maquinita esa que marcaba las tarjetas con la hora de llegada, corrió y corrió hasta que tuvo su tarjeta en mano, la metió en la máquina y con un sonoro clic estuvo salvado, o al menos eso creyó.
- ¿Qué mierda?- gruñó Cas.
La maldita máquina tirana le había marcado 7:31, un minuto tarde, un mugroso minuto tarde, pero a Lucifer eso le importaría madres.
- Maldita dictadora- le dijo a la máquina infame.
Ni qué hacer, sólo apechugar y seguir adelante, así que fue al vestidor y buscó el locker que le tocaba, dejó su mochila siguió su camino, les habían dicho en esos "cursos inductivos" del posgrado, en los que en realidad sólo te recalcaban que te olvidaras de tu vida social (Cas no tenía y ni le interesaba), que debían ir vestidos formalmente, así que ahí estaba él de trajecito y corbata.
Se puso la bata antes de salir con el R1 bordado en rojo sobre su deltoide derecho, no quería que le llamaran la atención por no usar el atuendo completo, caminó hasta el ascensor de personal y sí, no funcionaba, él tenía que estar en el séptimo piso hacía cinco minutos.
De nuevo trató de resignarse, buscó la puerta que llevara a las escaleras, las cuales estaban muy mal iluminadas, tuvo que andar casi a tientas, por fin vio la puerta marcada con el número siete, subió emocionado los escalones que le faltaban y se tropezó, empujando la puerta y cayendo de bruces al suelo.
- Novak, qué bueno que se animó a acompañarnos-
¿Es que no iba a mejorar su día?, el doctor Nicholas lo miró como se miraría a la mierda que se te pega en el zapato, Castiel se levantó enseguida, sintiendo las miradas de sus compañeros sobre él.
- Disculpe, doctor- respondió Castiel, sonrojándose – no volverá a pasar-
- Claro que no, porque la próxima vez que llegue tarde lo enviaré de regreso a su casa, ¿queda claro?-
- Sí, doctor-
- Bien, como estaba explicando antes de que Novak me interrumpiera…-
No pudo concentrarse en las palabras de Lucifer, le dolía demasiado el golpe que se había dado al caerse, tal vez debería pedir alguna pastilla, se tocó el costado dolorido y trató de contar elefantes para ver si así se le iba la molestia.
- ¡Novak!- vociferó Lucifer.
- Dígame, doctor-
- No ha contestado lo que le pregunté-
- Ah- mierda, ni siquiera sabía la pregunta – pues este…-
- ¿Se puede saber a qué viene si no pone atención?-
- Lo siento-
- Deje de balbucear idioteces, Novak, y preste atención-
Siguió las explicaciones del doctor lo mejor que pudo, aún le dolía el costado y la verdad estaba algo molesto, su día estaba de mal en peor.
Lucifer los mandó a estudiar algunos expedientes, Castiel suspiró de alivio, estaba a punto de marcharse a la residencia médica y tal vez dormirse un rato cuando sintió la mano sobre su hombro.
- No tan rápido, Novak-
Había algo en la manera en que el doctor Nicholas decía su apellido que lo hacía temblar.
- ¿Doctor?-
- Quiero que haga algunos encargos antes de irse a trabajar-
Así fue como Castiel terminó de mandadero de las enfermeras, nunca se hubiera imaginado que esas buenas mujeres tuvieran tantos pendientes en un día, de ahora en adelante tendría que apreciarlas más.
Las tres enfermeras (Ellen, Jo y Anna) le explicaron que había dos ausencias en el personal, por eso tenían trabajo extra, Ellen, que era la más experimentada, podía encargarse del trabajo de dos enfermeras, entre Jo y Anna se las apañarían para cubrir el resto.
- Pero a veces llegan indicaciones nuevas- le explicó Ellen – los doctores quieren hacer más estudios, usted sabe, y como estaremos muy atareadas le encargo que se ocupe de los pendientes-
No supo cuantas muestras de sangre tomó ese día, pero al menos hizo unos seis viajes al laboratorio, también tuvo que tomar muestras de orina y de heces, eso último siempre le daba un asco horrible; además instaló una sonda de alimentación (con apoyo de Ellen, para qué mentir) y retiró un catéter central.
Ver ese lado de la vida en el hospital le resultó fascinante pero agotador, pues todo médico que se precie de serlo debía saber hacer esos procedimientos, y claro que sabían, podías preguntarle a cualquier estudiante mocoso de medicina y te podían decir de pe a pá la manera de instalar una sonda, al menos en teoría, pero en práctica siempre le cargaban el paquetito a las enfermeras.
Sólo quería que terminara la jornada para ir a su departamento, comer un cereal, tirarse en la cama y ver alguna de DiCaprio para masturbarse con esa preciosa cara.
- Doctor- le llamó Anna – hay que ir por un paciente a gastroenterología, sólo tiene que recibir los papeles y traerlo para acá, nosotras nos encargamos del resto para que se vaya a casa-
- Yo voy, no se preocupe-
Salió muy confiado de medicina interna, casi feliz, sólo iría por el paciente y Leonardo lo esperaba en casa interpretando a Romeo, pero oh no, conocía ese hospital como la palma de su mano, o al menos así era hasta que recordó que jamás había pisado gastroenterología, Leo tendría que esperar.
Comenzó a dar vueltas como estúpido, le avergonzaba preguntarle a sus compañeros o a algún doctor, ya imaginaba sus muecas de desprecio y el tonito tan mamón con el que le contestarían, no gracias, prefería pasar toda la tarde buscando antes que aguantar esas caras.
Entonces escuchó un extraño zumbido, ¿le estaría bajando la glucosa o qué rayos?, de pronto se dio cuenta de que el zumbido no era zumbido, era una canción, de esas ruidosas con mucha guitarra eléctrica, volteó a su derecha para encontrarse con un muchacho de algunos 20 años, vestía el uniforme gris de los conserjes, estaba trapeando, moviéndose al ritmo de alguna canción.
Cas se acercó un poco más, el muchacho llevaba puestos los audífonos, Castiel trató de reconocer la melodía, tal vez de Led Zeppelin, no podría asegurarlo; entonces su cerebro reaccionó, podía preguntarle al conserje, él debía conocer cada cochina esquina del hospital.
- Buenas tardes, doctor- le saludó el chico.
Eso era algo nuevo.
- Buenas tardes- correspondió Cas.
El muchacho se detuvo, lo miró como si hubiera descubierto el hilo negro o algo así, tal vez también era algo nuevo para él recibir un saludo en ese lugar.
- Hm, disculpa, quería saber…- comenzó Castiel, sintiéndose extrañamente nervioso.
Los ojos que lo miraban eran verdes con vetas marrones y ámbar, eran ojos preciosos, de hecho todo el muchacho era precioso, tenía unos labios carnositos y rasgos atractivos, la nariz recta, el cuerpo trabajado aunque no en exceso.
- Yo…- siguió Castiel – eh, tengo que ir al departamento de gastroenterología y…es vergonzoso, pero estoy perdido-
- Es en el siguiente pasillo, al fondo a la izquierda en la segunda puerta, no te perderás-
- Me llamo Castiel- dijo, sonriendo como estúpido – soy residente aquí, te lo agradezco…-
- Dean- correspondió el muchacho – yo soy, bueno, conserje-
- Entonces nos estaremos viendo- agregó Castiel – adiós y gracias de nuevo-
- Por nada-
Se alejó con la sonrisa en los labios, Dean le había dado indicaciones correctas, el paciente era un viejecito ingresado por sangrado de tubo digestivo, Cas pensó en pedir el expediente más tarde.
Llevó al adorable anciano a medicina interna II, donde las tres enfermeras disfrutaban de un merecido descanso en la estación de enfermería.
- Doctor, pensé que ya se había ido- dijo Jo, levantándose del asiento - ¿qué pasó?-
- Un contratiempo, nada grave- respondió Castiel – y quería decirles, nada de doctor, mi nombre es Castiel, o Cas si prefieren-
- Ay, doctor- sonrió Anna - ¿cómo cree que vamos a hablarle de tú?-
- Creo que no es muy difícil, ¿no crees, Anna?-
- Pues no es tan difícil, Castiel- respondió Anna, sonriendo.
- Llevaré al señor James a su habitación- dijo Joanna – nos vemos mañana, Castiel-
- Hasta mañana, Jo- dijo Cas, viendo como la rubia se alejaba por el pasillo.
- Entonces dime Ellen, criatura- siguió Ellen – vete de una vez-
- Te tomaré la palabra, Ellen- contestó Cas, bostezando – nos veremos mañana-
- Adiós, Castiel-
Fue a marcar su tarjeta en la máquina tirana, ya eran las tres de la tarde, el turno había acabado hacía media hora, Cas se preguntó cuánto más tendrían que pasar esas pobres mujeres trabajando.
Estaba cansadísimo, por fortuna alcanzó un sitio en el autobús y pudo dormir un poco en el trayecto a casa, no se sentía tan agotado desde sus días como practicante en la facultad, y eso que aún no le tocaban los turnos de 48 horas, había perdido resistencia a causa del año de espera para poder presentar para la residencia.
Al llegar a casa fue directo a la ducha, después se puso la pijama, ¿qué demonios importaba que fueran las cinco de la tarde?, él necesitaba descanso; su teléfono marcaba dos mensajes, los escuchó con poco interés, sólo era su madre preguntándole cómo estaba, Cas sabía que debajo de toda la preocupación la verdadera pregunta era: ¿sigues siendo maricón?, pues sí mamá, me siguen gustando las pollas y hace mucho que no me como una, ¿qué tal?
De hecho hace tiempo que nadie se lo follaba como se merecía, de hecho nunca nadie se lo había cogido como se merecía; sus experiencias en el ámbito sexual eran escasas, prácticamente nulas, no contaba la vez que se había corrido en dos segundos, ni tampoco la vez que se lió con un tipo en un cine y el muy idiota intentó metérsela por el ombligo (hay que ver lo ignorante que es la gente).
Tampoco se había enamorado, estaba Meg pero no contaba, ay la pobre Meg, Cas se había corrido en su cara cuando ella intentaba hacerle un fellatio, lo peor de todo es que ni siquiera fue por Meg, la culpa la tuvo ese poster del Señor de los Anillos que la muchacha tenía en su cuarto, Castiel aún seguía haciéndose pajas imaginándose la cara de Orlando Bloom como Legolas, su debilidad eran los rubios aunque fueran artificiales.
Pero ya lo había dicho alguien más sabio que él, no sólo de chaquetas vive el hombre, y aunque a Castiel no le molestaba para nada cascársela pensando en Leo DiCaprio, Chris Hemsworth o más recientemente con el buenote de Michael Fassbender, comenzaba a sentirse un poco frustrado.
Hoy no tenía ni fuerzas ni ganas de masturbarse, sin embargo había sido un buen día, a pesar que pintaba para ser de los peores; de repente recordó la cara del chico, del conserje, Dean, con sus ojos enormes y verdes y marrones y ambarinos, ojos preciosos.
- Si pudiera tirarme a cualquier persona del universo, sería a ese chico- murmuró Cas, acurrucándose en la cama.
Se durmió pensando en esos ojitos y el rubio cabello de Dean, y cómo ese simple conserje le había hecho el día.
Algunas notas:
El propósito de este fic, además de entretener, es realizar un extraño experimento en el que trato de crear algo gracioso, cruel y medio romántico, y sí, sé que es algo loco, y sí, sé que probablemente no logre mi cometido.
Espero que les haya agradado la lectura, si tienen algún comentario será perfectamente bien recibido.
Y eso es todo, creo.
