Disclaimer: la obra no es mía sino de Rosamund Hodge. Pero he cambiado cosas en la historia para que corresponda a las personalidades de los personajes del mundo de Naruto, los cuales tampoco me pertenecen, sino a su creador, Masashi Kishimoto.


CAPÍTULO UNO

LA MALDICIÓN DE LA FELICIDAD

Se dice que el amor es el más puro sentimiento que puede existir, que por amor se pueden hacer mil y una locuras. Mi madre me amaba más que a la vida misma y así es como todo salió mal, como mi destino quedó sellado.

Hoy me levanté con un extraño sentimiento de miedo que pinchaba mi piel. Me siento y froto con los nudillos el sueño fuera de mis ojos. La cocina se ve igual que como lo hace normalmente: ajos y romero cuelgan en racimos ordenados desde el techo. Las ollas que lavé anoche se encuentran relucientes en la estufa. Desde el umbral, el pequeño retrato en miniatura de mi madre me sonríe. Todo es pacífico y seguro.

Sonrío momentáneamente y empiezo a estirar, entonces. Desde la esquina de mi ojo, las veo: sombras amontonadas alrededor de la escotilla del carbón. Demasiadas sombras. Y un pensamiento quema a través de mi cuerpo: hay un demonio en la cocina.

Incluso antes de que mi corazón golpee contra mi caja torácica, mis manos vuelan para cubrir mis ojos. El ver a un demonio es para volverse loco, todos los niños del reino saben eso. Por ello, desde pequeños se le enseña la oración; "Apolo todo sanador, Apolo luz brillante, Apolo invicto: líbranos de los ojos de los demonios".

Recuerdo a Madre susurrándomela cuando yo era pequeña y ella aún estaba viva; recuerdo como acariciaba mi cabello fuera de mi rostro y explicaba por qué nunca debería ver por mucho tiempo a las sombras.

Pero no dije la oración, ya no soy una niña. Y mi madre no está con vida, aunque sí conmigo.

—Madre —susurré en su lugar—. Por favor. Manda lejos a los demonios—le pido.

Repentinamente mi piel ya no se siente tensa como superficie de tambor; los latidos de mi corazón desaceleran poco a poco, y la presión en mi pecho se alivia. La cocina se abre fría y vacía para mí. Me encuentro sola otra vez.

El aire se mueve contra mi hombro, medio suspiro y medio beso. Trago convulsivamente, luego sonrío, ya que en verdad nunca estoy sola, nunca podré. Porque el fantasma de mi madre está siempre conmigo.

—Gracias, Madre —le digo con una brillante sonrisa.

Seguramente soy la única chica en el mundo a la que su madre puede protegerla de los demonios.

El reloj repiquetea, son las siete treinta. El miedo se precipita a mis pies, agudo y frío como cuando el demonio se acurrucaba por la escotilla del carbón. Mi madrastra siempre baja a desayunar a las ocho, y si no hay vapor en la mesa cuando entra a la habitación, luego se enfada. Si ella está enojada, entonces ella me castiga. Si me castiga, entonces Madre se enoja… y si Madre se enoja, como lo hizo con mi enfermera…

No lo pienses, no lo pienses, me digo a mí misma, no puedo dejar que algo así vuelva a suceder. Deslizo las ollas en posición, porque si pienso sobre lo que le pasó a mi enfermera, entonces lloraré y no puedo llorar. Nunca, nunca puedo llorar, nunca más.

Ese aire me acaricia de nuevo, esta vez contra mi mejilla. Sonrío; mi cuerpo está entrenado incluso cuando mi mente es un torbellino, la sonrisa me sale tan natural como si se tratara de una respiración.

Mi madre nunca dejará de amarme, por lo que nunca puedo dejar de mentir, la felicidad siempre debe ser mi protección.

—Es una bella mañana, Madre. Estoy contenta de poder levantarme lo suficientemente temprano para ver el amanecer. No todos tienen esta suerte—le digo. Las salchichas están en el sartén. Es hora de empezar la avena con leche—. Y cocinando el desayuno lo hace aún mejor. Por supuesto, me gustaría poder cocinar para usted, pero cocinando para Madrastra, Sakura e Ino es todavía una maravilla.

Las salchichas empiezan a chisporrotear. Su sofocante y grasiento olor me revuelve el estómago, pero he encontrado mi ritmo ahora, y las mentiras danzan fácilmente entre mis dientes.

—¡Pobre Sakura e Ino, nunca tienen permitida la cocina! Madrastra es muy dura con ellas, pero supongo que ella busca lo mejor. —Puse la cafetera en la estufa y giro. A ella le gusta cuando giro, le hace pensar que estoy feliz.

Me atrapo a mí misma contra la encimera y sonrío a la pintura sobre el umbral. —Estoy tan feliz de poder estar contigo —digo, y la mentira sale suave y dulce como mantequilla fresca—. Estoy muy, muy feliz.

Técnicamente no es una mentira, siempre estoy feliz. Tengo que estarlo, porque soy la única chica en el mundo que puedo proteger a cualquiera de mi propia madre. Por lo que pase lo que pase siempre he de estarlo.

Servir el desayuno es un alivio. En la cocina, debo sonreír, cantar y bailar a través de mis deberes, porque si no me gustan mis deberes, Madre puede enojarse con quien me los dé. En la sala de desayuno, sólo necesito mantenerme en silencio en la esquina, manos juntas, cabeza inclinada y una mirada serena, porque Madrastra se enoja si estoy muy alegre.

Me anido entre las cortinas. Solían ser rígidas y ásperas, pero el año pasado Madrastra malgastó los ingresos de casi un mes para comprar cascadas de encaje blanco suave y espumoso. Tuvimos que comer pan y pescado en escabeche por una semana.

Veo a mi familia por debajo de mis pestañas, las tres entran en el comedor. Madrastra se sienta en la cabecera de la mesa, envuelta en una bata apolillada que alguna vez fue carmesí, pero se desvaneció hasta volverse un morado sucio. Ella pica su salchicha con un tenedor, luego la sostiene en alto y la olfatea, con los ojos medio cerrados. Creo que está tratando de demostrar que tiene gustos demandantes y refinados, pero parece un animal mimado tratando de decidir si un trozo de tabla vale la pena o no ser masticado.

—Hinata —dice, poniendo la salchicha de nuevo en el plato. —Sabes que no me gustan cocinadas hasta que se vuelvan crujientes—dice con enfado.

—Lo siento, mi señora —murmuro y veo como madre se mueve un poco agitada.

Ino levanta la vista de su plato, donde ella está cortando sus salchichas en doce trozos y las empuja alrededor sin comer ni un pedacito. A ella, al igual que a mí, no le gusta la comida pesada por la mañana.

—Es mi culpa, Madre —dice ella de repente—. Le pedí a Hinata que las hiciera crujientes. Me encantan de esta forma. —Ella mete cuatro trozos en su boca y luego me mira dolida, intentado disculparse en nombre de su madre por el tono tan brusco que ha usado, haciendo que mi madre se calmara.

Ino es amable e impulsiva y un poco despistada. No estoy segura del porqué, pero siempre es amable conmigo, se podría decir que somos amigas, convirtiéndose muchas veces en un pequeño oasis para mí mundo. Siempre está tratando de arrastrarme de mis tareas y hacerme beber té o practicar bailes, sin importar lo mucho que logramos ser castigadas después de eso, pero ella nunca aprende, lo cual le agradezco mucho.

—Eres muy amable con ella —dice Sakura con una voz cortante. Ella es la mayor de mis hermanastras; tiene diecisiete años, como yo; e incluso comiendo el desayuno, se las arregla para verse como una estatua tallada por un gran artista.

En parte a causa de su perfecta postura, y por supuesto no se puede negar que los dioses le dieron belleza; grandes e hipnotizantes ojos verdes, unos pómulos suaves, un rostro de simetría pura enmarcado por un cabello rosáceo, dándole un toque totalmente exótico, igual que los cerezos en flor. Se ve digna de cientos de estatuas y es un testimonio de la locura de Madrastra que nunca ha tenido ni un solo pretendiente.

—Pero me encantan —dice Ino a través de su boca llena de salchichas que todavía no se las ha arreglado para pasar.

Eso hace que se vea como si tuviera sólo doce en lugar de quince años. Ella tiene todas las características preciosas de su hermana, exceptuando por su azules ojos y rubio cabello heredados de su padre, además de no tener la presunción y altiva actitud de Sakura.

—Estás haciendo escusas para esa chica como siempre lo haces. —La voz de Madrastra es repentinamente delgada y dura, llena de odio—. El honor de nuestra casa demanda… —Se detiene, haciendo una mueca, y pone una mano en su frente.

Sin darnos cuenta que se refería a nosotras, Sakura y yo nos miramos fija y sombríamente a través de la mesa. Nunca es una buena señal cuando Madrastra empieza a hablar de la honra de nuestra casa. Madrastra amaba a mi padre más que a la razón, por ello es que este edificio destartalado y nuestro nombre medio deshonrado es todo lo que queda de él. Cuando ella empieza a hablar del honor de nuestra casa, en el mejor de los casos quiere decir que va a malgastar más dinero en cortinas y cubiertos, y va a ser más estricta de lo habitual con nosotras tres. En el peor…

—No te quedes ahí parada, tu chica floja —dijo Sakura—. Ve a revisar el correo de la mañana—dice con demanda y yo sencillamente asiento.

El correo de la mañana nunca nos trae nada, excepto por cartas de acreedores y esas no iban a calmar a Madrastra sino todo lo contrario, pero de todas formas voy, ya que alguien tiene que sonreír y aplacar desesperadamente a Madrastra, y mejor Sakura que yo, ella la conoce mucho más.

Pienso que en realidad Sakura desea que Madrastra la ame, ya que siempre hace el intento de verse dignificada, para que ella se muestre orgullosa, pero aun así todavía no lo ha logrado, cosa que me da un poco de pena, pero no puedo dejar que nadie lo sepa, porque madre no lo toleraría.

Recojo las cartas del buzón y las voy revisando una por una, y tal como creía la mayoría son de los prestamistas. Pero entonces, al ver el último, hay un gran sobre de papel grueso aterciopelado. Está rotulado en una fluida letra cursiva con bucles y rizos adicionales:

Señora Mebuki Hyuga, señoritas Hyuga

13 Little Lykaion Way

Es una fina caligrafía, no las letras gruesas o garabatos apresurados que los comerciantes usan para dirigir sus facturas. Es la clara letra de un aristócrata o su secretaria. Puedo recordar vagamente las fiestas antes de que Madre muriera; los vestidos de seda, los vasos tintineando; las suaves y refinadas risas; pero nada de ese mundo ha reconocido la existencia de nuestra familia desde hace años. No desde que Padre murió y Madrastra… cambió.

Llevé la carta de vuelta a la sala de desayuno, donde parece que Madrastra ha olvidado su enojo y está diciéndole a Ino como es propio de una joven señorita sentarse a la mesa. —De acuerdo al honor de nuestra casa —dice ella, pero las palabras no tienen el filo desesperado que tenían antes.

Entonces ella ve el sobre en mi mano y sus ojos se agrandan, dirigiéndose rápidamente hacia mí.

—Dame eso —dice ella, y lo rasga para abrirlo.

Esperamos impacientes a que lo lea. Ino se inclina hacia adelante, la curiosidad está escrita por todo su rostro; Sakura está en postura perfecta como siempre, pero su mandíbula esta apretada, dando una ligera señal de su interés por la carta.

Madrastra suelta el aliento, se sonroja, y ve hacia nosotras. No recuerdo cuando fue la última vez que la vi sonreír tan brillantemente, pero me alegra.

—Él mismo duque Uchiha nos ha invitado a su baile de máscaras en honor al cumpleaños diecinueve de su único hijo —dice animada. Pero, aunque está muy bien que el señor de nuestra ciudad aún nos tenga en su lista de nobleza en alguna parte, eso no explica el porqué de su alegría. Luego se inclina hacia adelante y dice—: Y a media noche, el Señor Sasuke seleccionará a su prometida entre las damas presentes—menciona, dejándolo todo más claro, esta era la oportunidad perfecta para traer honor a la familia, y que mejor que un prometido de aquel calibre.

—Sé que habrá mucho trabajo preparándonos para el baile —le dije a mi madre el día siguiente—, pero realmente pienso que debemos estar agradecidas si Sakura se casa con el Señor Sasuke.

Estoy sentada en el jardín, debajo del árbol de manzanas. Nuestra casa yace en las afueras de la ciudad, cerca de la Vieja Muralla, donde la ciudad converge dentro del campo, donde puedes encontrar zorros en el portal de tu casa y escuchar el ulular de los búhos en la noche.

Así que nuestro jardín vallado es enorme, cerca de un acre, y una vez fue un mundo maravilloso exquisitamente ordenado, con pequeños caminos de piedra ondeando entre abedules esbeltos y rosales cuidadosamente esculpidos. Había un estanque lleno de grandes peces de oro y plata, con una estatua de mármol de Artemisas bañándose en el centro; había bancas de mármol debajo de un árbol de granadas, y un enrejado cubierto de moras.

Ahora solo se ha vuelto un jardín muy grande, lleno de deterioro, el camino está atestado con musgo y malas hierbas, las granadas se transformaron en un matorral, las moras un vórtice den espinas. El lago es bajo y fangoso, los peces relucientes sustituidos por pequeños peces, y el rostro de color blanco puro de Artemisa está desgastado y cubierto de suciedad volviendo un gris sin vida.

Aunque si que hay algo que sigue siendo igual, el manzano es el mismo: brillantes hojas oscuras, ramas meciéndose gentilmente hacia abajo como si anhelaran abrazarme. Es primavera, por lo que el árbol está cubierto de flores blancas, y su dulce aroma es denso en el aire.

Los huesos de Madre yacen descansando en el mausoleo familiar a tres millas de aquí, envuelta en seda y con monedas sobre sus ojos. Pero este árbol, donde jugamos juntas por largas y perezosas tardes de verano, en la que ella me tenía en su regazo y cantaba mi canción favorita sobre el abejorro que era amigo de una rana, donde ella se rio mientras besaba todos mis dedos de manos y pies y dijo—:te amo, te amo, te amo…

Aquí es donde su espíritu reposa.

El aire tiembla a mi alrededor, y es como si todo mi cuerpo es envuelto en su abrazo. Cierro mis ojos, y el aire se presiona contra mis parpados, casi como un dulce beso y la imagino conmigo, a mi lado.

—Madrastra estará muy feliz —susurré. —Y por supuesto, Sakura e Ino también. Por ello yo también seré feliz, incluso más de lo que soy ahora.

Casi puedo sentir sus dedos en mis brazos, diez pequeñas presiones separadas me sostienen en su lugar. No seguido siento esta presión tan fuertemente. Cuando lo hago, es usualmente confortante; sin embargo un poco amarga; porque su toque se siente cercanamente humano, cercanamente a la madre que recuerdo, más se en mi interior que parte de ella ya no lo es.

Pero ahora una fría ola empieza a alzarse en mí. Hace quince minutos, Madrastra me dijo nuevamente que una estúpida, fea, ingrata malcriada como yo nunca podría ir al baile. Yo había sonreído después y susurrado, Madrastra intenta tan duro el protegerme, pero ¿Qué si no era suficiente? ¿Qué si mi madre escuchó a mi Madrastra en lugar de escucharme a mí? o ¿Qué si ella oyó el sordo resentimiento encerrado dentro de mi cabeza?

Nunca estoy segura justamente de cuanto ella escucha, o cuanto más tengo que sufrir antes de que se enoje. Todo lo que sé es: si lloro, ella vengará mis lágrimas. Todo lo que sé es: nunca puedo permitir que ella me vengue de nuevo, sin importar lo que Madrastra u otros me hagan, ni ella ni nadie merece lo que mi madre le haría a causa de mi tristeza.

—Estoy contenta de que Ino y Sakura estarán ahí para representar a la familia en el baile —dije. —De lo contrario, tengo que ir, y yo realmente no quiero ir. Te imaginas lo aburrido que debe ser, soy mucho más feliz estando aquí con madre—decía con una alegre sonrisa, pero la noto alterada.

Mi corazón late con fuerza. Mentira, pienso, pero sigo tratando de mantener mi voz sencilla, como si fuera seda, para que no notara el engaño.

—Amo bailar, pero ¿en frente de otras personas? Eso sería una tortura. Y los vestidos, son tan agradables a la vista, pero ¿tener que usar uno? Odiaría ser atada en un corsé y apretada en pequeños zapatos delgados.

La presión se relaja ligeramente. Ella está de acuerdo, pienso tontamente. Casi estoy segura de que no está enojada. Mi cuerpo quiere temblar, pero me tengo que mantener todavía confiada; es solamente mi lengua la que se sacude cada vez más rápido.

—De cualquier forma es más divertido arreglar a alguien para el baile, y no es una suerte que ya no tengamos una mucama, así yo puedo llegar a hacer todo sin tener que compartir, no puedo esperar para empezar a trabajar en los vestidos y tal vez Madrastra comprará alguna nueva seda…

Estrello mi mano en la boca, segura de que ella puede escuchar el pánico en mi voz. Pero el aire es suave y feliz como su presencia indefinida de mis hombros, soplando de nuevo en la briza me afirma que le parezco feliz.

—¿Hablando contigo misma nuevamente lunática?

Me estremezco y veo hacia arriba. Sakura mira hacia mí, sus ojos negros entrecerrándose, sus brazos cruzados. Ella se ve guerrera y severa como Atenea, y si ella me empieza a regañar ahora, aquí con el espíritu vigilante de mi madre y crujiendo las hojas sobre mi cabeza… No puedo permitirlo.

Me levanto en mis pies y balbuceo.

—El jardín es tan bonito, que a veces me pierdo en él y hablo en voz alta—agarro su mano y empiezo a arrastrarla por el camino ahogado de musgo, de vuelta a la casa. —Pero debes estar cansada, tuviste encendida la lámpara toda la noche.

Estamos a tres pasos del árbol, luego cuatro. Cinco. Seis, alejándonos más de aquel lugar, donde madre es más poderosa.

—¿No vas a entrar a tomar el té? Puedes decirme todo sobre cómo quieres tu vestido—le digo. Si puedo conseguir que regrese a la casa, tal vez va a estar bien y madre no se moleste por el insulto de antes—¿No estaban planeando tú y Ino sus vestidos?

Sakura planta sus pies y estiró su mano liberándola, nunca he entendido porqué, pero al contrario que a Ino, parece que a ella no le caigo del todo bien.

—Ino preguntó si podías acompañarnos al baile, y ahora ella no tiene permitido salir de su habitación hasta mañana—dice con rabia.

Nuestros ojos se encuentran. He tratado muchas veces de detener a Ino de ser amigablemente conmigo, o al menos cuando Madrastra está presente, ya que a ella no le gusta nada el carácter amable que ella tiene conmigo.

—Perdón, es mi culpa —digo tranquilamente, pero intento que no se me note del todo desanimada, no puedo dejar que Madre sepa que estoy triste por como Madrastra ha castigado a Ino.

Sakura me mira seria y agita su cabeza.

—No —dice en un tono imponente que me sorprende.

Muchas veces cuando Madrastra no está viendo, ella puede permitirse ser justa conmigo, no amble, pero sí justa. Después de todo creo que ella, al igual que Ino es amble, aunque de otra manera.

—Pero ella está siendo castigada por ti, así que tú me ayudarás. Vas a ir a entregar mis cartas al Señor Sasuke—sentencia dejándome extrañada.

Me quedé observándola, intentado leer entre líneas, tratando de descubrir si lo que me había dicho se trataba de alguna clave, pero no lo entendía.

—¿Tus cartas? —me atrevo a preguntar.

Sakura siempre ha sido la perfecta joven señorita, cada día, desde que la he conocido. Y esto es profundamente inapropiado para cualquier señorita. Escribir a un hombre que no está relacionado con ella no está bien visto en nuestra sociedad. A menos que…

—¿Están ustedes secretamente comprometidos? —le pregunto tratando de entender un poco el actuar de ella.

—Claro que no —dijo Sakura. —Pero lo estaremos, cuando él me elija en el baile y lo diga ante todos. Estoy segura que él me va a elegir sobre todas las chicas más ricas y más guapas de las mejores familias. Porque cuando baile con él, le voy a revelar que soy yo la que le envió las cartas anónimas y le cortejó mientras discutimos de historia, literatura y hermetismo—dijo sabiamente. —Sé que el Señor Sasuke es un erudito. Él siempre está rechazando las invitaciones a las funciones de la sociedad porque prefería estudiar. Todo el mundo sabe eso. Le voy a demostrar que soy la única mujer que puede coincidir con su saber, y él se casará conmigo. Él debe hacerlo—dice y luego da una respiración temblorosa. Nunca la he visto tan apasionada. —Y tú le entregarás mis cartas a él. Anónimamente, a partir de hoy.

Ella me confía su carta: gruesa, papel cremoso, doblada y sellada con cera roja. La tomo y siento las duras aristas de la cera; el papel se dobla entre mis dedos.

—Madrastra no lo aprobará —digo preocupada por ella y el castigo que Madrastra le impondría si se llegara a enterar.

—Ella lo va a aprobar cuando me case con él—sentencia segura y yo suspiro, no me queda de otra más que cumplir su petición.

Estaba segura que Sakura haría que su corazón latiera en reversa solo para conseguir la aprobación de Madrastra. Eso es lo que hace el amor con las personas, locuras: Madrastra nunca las ha visto como nada más que un activo para el honor de nuestra casa. ¿Es este escandaloso plan al fin su rebelión? O ¿Simplemente un intento final desesperado para ganarse el amor que Madrastra es incapaz de dar?

No importa. Si Sakura puede convencer al Señor Sasuke de casarse con ella, entonces ella se ira de esta casa. Probablemente ella se llevará a Ino. Tal vez ellas convenzan a Madrastra de vivir con ellas en el palacio, y entonces no tendré que proteger a nadie.

No puedo evitar esbozar una sonrisa frente a esta idea, nadie a quien proteger. Me cuesta imaginar tal libertad.

—Lo haré —dije, mi corazón latiendo rápido, con una canción vertiginosas de un poco de libertad. —Lo haré—vuelvo a decir, esta con más seguridad.


Notas de la autora: Esta historia es un adaptación de la saga Cruel Beauty de Rosemud Hodge, Gilded Ashes espero que les guste.

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