N/a: Sì, chicas. Volví con un nuevo proyecto! Esto se me ocurrió con una amiga xD mientras esperabamos que un amigo se desangrara (ok, mentira) porque se cortó sin antes haber pelado la papa. Lo sé, un poco inútil el muchacho, pero que le voy a hacer? Ojalá les guste, sino, me avisan.

Historia hecha sin fines de lucro.

Los personajes no son míos, sino de Rumiko Takahashi.

Hate or Love

Capitulo 1

Me levanté con notable pereza del pupitre, miré mi reloj y maldije en voz baja: iba tarde para el ensayo con la banda. Tomé mi mochila, metí todo a como cayera adentro y salí corriendo como alma que lleva el diablo hacia la sala de música. Siempre me pasaba lo mismo, algún profesor nos dejaba con un trabajo muy largo antes del timbre o simplemente no nos dejaba salir a la hora que correspondía.

En medio de mi carrera vi a mi prima, Sango, hablando amenamente con un chico, sin importarme mucho los reproches que me diría luego, la tomé del brazo y seguí mi camino. Ambas debíamos ir al ensayo, sino, una muy buena reprimenda nos esperaría, como era costumbre. Aunque yo no tenía la culpa de que los profesores tuvieran un complot en mi contra.

Entramos con rapidez al salón de música, donde los demás nos esperaban ya listos. Ambas nos disculpamos avergonzadas por el retraso.

Nos dirigimos a tomar cada una nuestros respectivos instrumentos y comenzar a ensayar, pero antes de que pudiera tomar mi tan preciada guitarra, la voz de un chico nos alertó a ambas, bueno, alertó a una y a mí me molestó. Como era de esperarse, el chico no esperó mucho para hacer su aparición y joderme la paciencia.

–¿Por qué nunca llegas temprano? –inquirió el joven.

–Mira, Taisho –respondí mirándolo de arriba abajo –Simple y sencillamente llegué tarde por culpa de la profesora nueva.

–Tú y tus excusas –replicó él.

–Me da exactamente lo mismo si me crees o no, después de todo, nunca me importaste –dije con molestia.

Aquellas palabras fueron un golpe duro para el pobre chico y la verdad me sentí orgullosa, no lo niego. Todos miraron con atención la discusión que se había producido, como era costumbre. Ya todos los integrantes estaban acostumbrados a esas peleas, era casi una tradición que pasáramos discutiendo cada cinco minutos.

–Eso dices tú –contestó ¿herido? –Tarda más uno en hablar que la lengua en castigar.

–Sí, Taisho, ya quisieras tú ser tan importante –recriminé con enojo.

–¿Kagome, quieres callarte de una buena vez? –exclamó una hermosa pelirroja de ojos verdes – Si van a estar peleando mejor salen y discuten afuera.

–Ayame no seas tan amargada –comentó el ambarino –Si sigues así te saldrán arrugas, aparte, deberías estar acostumbrada.

– 'Deberías estar acostumbrada' –imitó la castaña, mejor conocida como mi querida prima Sango –Mejor cállate, Inuyasha. No solo Kagome tiene la culpa, tu también.

–¿yo?–dijo con incredulidad –Yo nunca he llegado tarde a ningún ensayo, y desde que formamos esta banda, ella siempre llega tarde.

–Deja de ladrar, perro –indicó otro joven muy caballeroso – Deja de molestar a la bella señorita y comienza a tocar el bajo.

–Tú no me mandas, sarnoso –replicó el "perro".

–Ya basta de insultos –grité –Muchas gracias, Koga, por defenderme –le sonreí con dulzura –Pero por más que trates de hacer entrar en razón al idiota de aquí –miré a Inuyasha – Jamás lograras que te entienda, porque, claramente, tú tienes modales, él no.

–Mejor ensayemos ¿quieres?–inquirió Inuyasha con enfado.

Todos tomaron puestos, éramos 7 integrantes en total: yo era la vocalista y también guitarrista, Sango ayudaba con su guitarra, Inuyasha tocaba el bajo, Miroku la batería, mientras que Koga me ayudaba en algunos coros y también tocaba guitarra, Rin era corista junto con Ayame. Una banda muy completa, pero un poco desordenada.

Cada uno se puso en algún lugar para estar cómodo, después de todo, era solo un ensayo. Inuyasha fijo sus orbes doradas en mí, como si no lo sintiera, yo me encontraba arreglándole una cuerda a mi guitarra. Me miró con detalle, fijándose en cada parte de mí, desde las ondas rebeldes en mi largo cabello azabache, hasta la profundidad de mis ojos color chocolate, el tono carmín pálido de mis labios, mi nariz respingada… en fin, fijándose en todos los rasgos de mi pertenencia. Pobre iluso, como si yo no supiera que me está observando.

Creí que era tiempo suficiente de sentirme observada, así que fijé mi vista en una ámbar, la cual desde hace tiempo me estaba observando. Sin querer me perdí en la mirada de dorado liquido de ese chico con quien minutos atrás había discutido, noté los varoniles rasgos que tenia, realmente era guapo, el cabello lo llevaba atado en una coleta, aquel hermoso y largo cabello azabache. Me sonrojé al ver la sonrisa que él tenía. Estúpida, me había descubierto viéndolo embobada durante varios minutos.

–¿Qué canción vamos a tocar? –pregunté tratando de ocultar el sonrojo de mis mejillas.

–¿Qué tal Mi Mentiroso Príncipe? –inquirió Sango.

–Cómo que te gusto esa canción ¿eh?–dije riendo.

–De las que tú has escrito, es mi favorita –admitió con una sonrisa.

–Entonces –intervino el Koga –Mi mentiroso príncipe, será.

Comenzamos a tocar la canción. Esa era una de mis favoritas, realmente. Recordé el por qué la había escrito, los sucesos que me llevaron a pensar en esa bella melodía, en esas dulces palabras. En aquellos versos llenos de dolor. Un día fatídico para cualquier adolescente. Un trauma para una niña de ocho años. Mi madre murió el once de marzo. Hace cuatro años, cuando formamos esta banda, conocí a un chico extremadamente caballeroso y apuesto. Creí que era el indicado. Tenía doce años, era ingenua, inocente. Lo sigo siendo, pero ya no caigo en la misma trampa dos a salir, formalizamos la relación a pesar de que a mi padre no le gustaba que tuviera novio a tan temprana edad. Para mí era como un juego. Él, dos años mayor que yo, supo como engañarme. Me dejó justamente en el aniversario de la muerte de mi madre. Ironía ¿No?

Me preguntaste si recordaba aquel Abril

Mirando los fuegos artificiales

Tú y yo, jurándonos amor eterno

Todos los recuerdos de lo que vivimos se juntaron en mi mente. Seguía doliendo aquella herida, pero eso era algo del pasado y tenía que superarlo. Eso me decía a diario, tratando de convencerme de que algún día olvidaré aquel amor de infancia. Sé que aquel idiota que me engatusó es familia del estúpido Inuyasha, y que me dejó por una chica tres años mayor que yo. Me utilizó, y yo caí en su trampa por no querer ver la realidad. Ahora no me veía lastimada, sino como una triunfadora que había logrado superar dos obstáculos. Sonreí mientras seguía cantando.

Me juraste ser un príncipe

Yo juré ser tu princesa

¿Dónde quedó esa promesa?

Era verdad. Él me juró ser aquel príncipe que vendría montado en un corcel de cabellos blancos, con un ramo de flores y me diría que me amaba como a ninguna, me pediría matrimonio y seríamos felices por siempre. Bah, ilusiones de una niña enamorada. Esa promesa se fue al caño. Koga, mi hermano (aunque sólo Sango lo sepa), fue el único que me ayudó a superar las dos pérdidas. Sé que para él también fue difícil saber qué mamá no volvería a sonreírnos nunca más, pero él fue mi apoyo durante estos ocho años.

El nudo que antes estaba en mi garganta desapareció al pensar en él, en mi hermano. Muchos piensan que está enamorado de mí, pero no saben que él es así de sobreprotector conmigo por ser mi hermano. Cuando sucedió lo de mamá, ninguno de los dos quiso quedarse con nuestro padre (quién recién aparecía en nuestras vidas) por lo que Sango, nuestra prima, nos ofreció quedarnos con ella. Desde entonces vivimos juntas. Es un poco complicado. Koga y Sango son como agua y aceite. Algo así como Inuyasha y yo. Viven peleando hasta por la mosca que les pase al frente.

Los recuerdos se amontonan

En mi incierto corazón

Sin nada evitar

Lloro tu traición

No soy tan desdichada como parezco, lo único malo de mi existencia es tener a la maldita mosca de Inuyasha jodiéndome la vida y la poca paciencia que tengo. Aunque, siendo sincera, no sé qué haría sin él. Es decir, ya es un pasatiempo estar discutiendo por todo. Una nota que no iba en la melodía llegó a mis oídos, miré al culpable: Inuyasha.

–Puede que llegue tarde a los ensayos –comenté triunfante –Pero al menos me aprendo las melodías.

–¿Qué? ¿Tratas de humillarme, Higurashi? –se burló –Es inútil, es sólo que tú me distraes.

Maldije aún más a ese idiota por haber tratado de que esa frase sonara a un insulto. Todos los presentes comenzaron a chiflar y a decir tonterías. Eso lo que menos pareció fue un insulto. No pude evitar sonrojarme, y vi que Taisho se encontraba igual o peor que yo. Es tan tonto, sí no hubiera dicho semejante tontera no hubieran hecho ese escándalo.

–Bueno, ya –alcé la voz –Eso era un insulto, tontos.

–Sí, Kagome, y yo soy caperucita roja –dijo Sango en burla –Ustedes dos van a terminar casándose.

–¿Qué? ¡No me desees ese mal! –dijimos a coro –¡Oye! ¡No me imites! ¡Eres tú! ¡Ya basta!

–Y lo niegan –replicó Miroku.

–Por favor, Miroku, eres mi mejor amigo ¿verdad? –hablé –Y tú mejor que nadie sabes que no olvido a aquel idiota que si mal no recuerdo era Bankotsu.

Se hizo un incómodo silencio. Sólo faltaban los grillitos y su conocido cri cri cri para hacerlo más incómodo. No lo olvidaba, cierto. Pero a la vez era una mentira, porque ese chico me valía madre. Tengo dieciséis años, crecí y lo olvidé. Tengo un hermano sobreprotector de diecisiete y una mosca de la misma edad de mi hermano que solo sabe joderme la vida.

Miré mi reloj: cinco y media. Ya nos había agarrado tarde. Tomé a Sango y a Koga de la muñeca y los arrastré afuera. Teníamos que irnos a pie hasta la casa, y no quedaba muy cerca que digamos. Sango iba discutiendo con Koga sobre que pizza pedir al llegar a casa, y yo iba tratando de que mi espalda no se quebrara con tanta cosa.

Mi guitarra + mi mochila + mi lonchera + mi portafolio = equilibrio 0.

Mi equilibrio nunca ha sido bueno, y con tanto estorbo era aún peor.

–¡Ya te dije que pediremos hawaiana! –insistió Sango.

–Que no, pediremos pizza de la casa –replicó Koga.

–Chicos, en vez de discutir ¿No me quieren ayudar? –comenté a punto de caer.

–Perdona, Kagome –y Koga me quitó la lonchera y el portafolio.

–Discúlpame, amiga –y me quitó la mochila.

Par de tontos. Me hubieran quitado la guitarra que es lo más frágil. Sonreí. Los quería, los quería muchísimo. Son mi familia, después de todo.

–Y no pediremos pizza –repliqué yo.

–¿Entonces? –inquirieron los dos.

–Hoy saldremos –sonreí –No sé a dónde, a bailar, a patinar, a un kareoke o no sé, pero no nos quedaremos en casa.

–Hoy es viernes, tenemos que hacer fiesta –comentó Sango

–Pero nada de chicos, señorita –dijo Koga, yo reí

–No te preocupes, no cometo el mismo error dos veces

Y así, nos dirigimos a casa para ver qué planes hacíamos.