Prólogo
Emily acarició la foto enmarcada con absoluta delicadeza, mientras un ardor familiar invadía sus ojos. Se secó las lágrimas con la misma mano que había rozado la foto de su mejor amiga unos segundos antes, y recordó con más rabia que pena que su madre ni siquiera había permitido que organizase una fiesta de despedida, argumentando que siempre tendría la posibilidad de hablar con sus amigos por teléfono. Amigos en plural, aunque sabía perfectamente que su hija de doce años tan sólo tenía una: Jennifer.
Una sensación agradable atravesó el estómago de Emily al recordar su último encuentro. Jen le había dado una carta escrita a mano, un collar con una piedra azul semipreciosa, una cinta con las canciones favoritas de ambas, y finalmente, un beso dulce en la mejilla derecha.
A Emily le había parecido que Jennifer debía quedarse con el collar por lo bien que combinaba con el color de sus ojos, pero Jen le había insistido, diciendo que quería que su mejor amiga lo tuviese.
En ese momento, Elizabeth había llamado a su hija desde el interior de la casa, y Emily le había entregado rápidamente un pequeño paquete envuelto en papel rojo a Jen. A cambio, la niña rubia había sonreído incómodamente, antes de susurrar un "adiós" apenas perceptible. Emily había asentido con la cabeza, aunque hubiese querido hacer tantísimo más. Sin embargo, una mirada profunda a los ojos de Jennifer había sido suficiente – se entendían sin la necesidad de usar palabras.
La chica de pelo marrón sostuvo la foto enmarcada cerca de su pecho y la estrechó con ambos brazos, como no lo había podido hacer con su amiga al despedirse. Cuando Elizabeth Prentiss se sentó al lado de su hija quince minutos más tarde, la encontró durmiendo pacíficamente, la insinuación de una sonrisa en su joven rostro. La mujer de mediana edad sonrió también; era una sonrisa que se hubiese podido considerar cálida, si la embajadora alguna vez hubiese demostrado interés suficiente en el bienestar de su hija como para preguntarle acerca de sus sentimientos. Elizabeth suspiró y dedicó toda su atención al número más nuevo de "Vogue", en el preciso momento en el que los últimos rayos solares atravesaron la ventana del avión. Estaba segura de que a Emily le encantaría su nuevo hogar.
